No sé a ustedes pero a mí mi nevera me habla. Y no debe ser algo raro porque el otro día se lo conté a mis amigas y mi amiga Cae me dijo que a ella la suya también, que hace un sonido como si se estuviera tragando un rinoceronte. Aunque no sé neverés, el idioma de las neveras, deduzco que la suya debe ser una nevera macho, porque la mía es todo lo contrario, muy femenina ella. Su conversación es prolongada y finita allá al fondo, a veces casi un silbido, sobre todo por las noches cuando no puedo dormir y me voy a tomar una taza de tisana relajante junto a ella en la cocina.
Por un momento a veces pienso que me estoy volviendo majara, pero me consoló un artículo que le leí al recientemente fallecido Javier Marías allá por el año 2009 en el que decía que "tal vez no sea tan descabellado imaginar que los objetos inanimados tienen algo de vida". Él lo decía porque le encantaban las figuritas y en una tienda de antigüedades en Londres encontró y compró una estatuilla de bronce, "un señorín muy trajeado, con levita, chaleco, pechera almidonada y pajarita". A su lado había una bailarina algo cursi que él desdeñó. Pero a la vuelta a Madrid no pudo quitarse de la mente a la pobre bailarina, a la que imaginaba triste y sola, y, aunque se decía a sí mismo que "¿cómo puedo seguir siendo tan pipiolo y tan bobo a mis años?", no descansó hasta que llamó al anticuario para que se la mandara también.
¿Qué nos pasa con las cosas, que las sentimos tan cercanas como si fueran de la familia? Reunimos y reunimos y nos cuesta un montón desprendernos de ellas. Me pasa con los libros, que han colonizado toda mi casa (solamente en los baños no hay), con recuerdos de sitios o de personas (¿cómo voy a tirar una botella de cristal tallado llena de mistela que hizo mi madre antes de morir en el 96?), con las colecciones de buhitos (tan monos ellos y tan amigos) o de fotos o de marcadores... Sin contar las cosas que guardamos "por si acaso". Los "por si acaso" suelen ocupar la mayor parte de nuestros armarios. Ojalá pudiéramos hacer como el actor Michael Caine, que en marzo subastó un montón de cosas personales (cuadros, gafas, relojes, colección de autógrafos...) y encima se forró.
Creo que lo que nos pasa es que nos resistimos a que todo eso que forma parte de lo que somos acabe en la basura. Irene Vallejo habló hace unos meses del espigueo, esa antigua tradición que permitía a los niños y mujeres humildes recoger las espigas del trigo caído al suelo tras la cosecha, y lo une al ansia por no desaprovechar nada y darles a las cosas una segunda vida. Todo antes que caer en el despilfarro y su inevitable consecuencia: un montón de basura. Hay que hacer, pues, propósito de enmienda: liberarnos del dominio de las cosas, verlas como lo que son, tirar, ordenar, espigar.
Bueno, pues de todo esto hablamos mi nevera y yo en las noches de insomnio. Dormir no dormimos pero filosofamos un montón.