Una de las costumbres que más me llamaban la atención cuando en mi infancia y adolescencia pasaba un mes del verano en Los Sauces era la respuesta al "¿Cómo estás?". No sé si lo siguen haciendo, pero entonces allí todo el mundo contestaba: "Regular". Ni bien, ni mal: regular.
A mí realmente la contestación me parecía de sabios. La pregunta "¿cómo estás?" es puramente retórica ¿De verdad le interesa a la otra persona cómo estás realmente? Y si, en lugar del clásico "bien", le empiezas a contar el dolor de la rodilla izquierda o lo molesta que estás con el vecino porque riega sus plantas encima de tu ropa recién lavada, ¿te escuchará como quien escucha las palabras del Libro de la Sabiduría? Creo que no. El "¿cómo estás?" forma parte del Manual de Buenos Modales, igual que los "recuerdos", el "ya si eso, nos vemos" o el "sentido pésame". Y que no falten ¿eh? Todos juntos forman la red en la que se sustenta la sociabilidad.
Pero si a esa pregunta, contestas un "regular", por un lado le estás diciendo al otro que la vida no es el Paraíso Terrenal y que continuamente no se tiene por qué estar bien; y por otro lado, obligas al interlocutor a mirarte y verte e interesarse. Le puedes contar o no lo que te pasa, pero ya el "¿cómo estás?" ha cambiado de nivel. Yo, que muchas veces, cuando me preguntan cómo estoy, contesto al más puro estilo Antonio Machín diciendo: "Como una rosa perfumada, Maringá", me vi el otro día (un día de bajona) diciendo el "regular" saucero. Inmediatamente, "¿Es que te pasa algo?". "¿Quién no tiene un problema?", contesté. Y es que siempre hay piedritas (y a veces piedrotas) en el zapato. Y en eso consiste la vida, ni más ni menos.
La piedrota colectiva de esta semana nos ocurrió a todos los españoles cuando nuestros políticos no supieron ponerse de acuerdo para formar gobierno. Menos mal que es verano y, con los baños y la cervecita, las cosas se olvidan, pero qué espectáculo más feo. Como dice Elvira Lindo en su columna, el espectáculo "de las conversaciones insuficientes, el de las filtraciones inapropiadas, el de los políticos tuiteros (¡dejen Twitter ya de una puñetera vez!), el de las manías personales, la desconfianza, la arrogancia, las exigencias inasumibles, la falta de química escenificada ahí mismo, con vistas al público, para vergüenza de todos nosotros, que bien podíamos preguntarnos "y si se quieren tan poco, ¿a qué santo sonaron campanas de boda?".
Yo, que de deberes sé, pienso que no los han hecho. Y que estos deberes tienen que empezar desde el principio, desde el mismo saludo. En lugar de ese apretón de mano, con sonrisa profidén y falsa, mirando a la cámara, y contestando un tópico y típico "bien" al, ¿cómo estás? clásico, un saludable "regular" al estilo saucero, mirándose el uno al otro e interesándose - "Cuéntame qué te preocupa" - estaría muchísimo, pero muchísimo, mejor. Ojalá empiecen y terminen bien.