lunes, 29 de julio de 2019

¿Cómo estás?




Una de las costumbres que más me llamaban la atención cuando en mi infancia y adolescencia pasaba un mes del verano en Los Sauces era la respuesta al "¿Cómo estás?". No sé si lo siguen haciendo, pero entonces allí todo el mundo contestaba: "Regular". Ni bien, ni mal: regular.

A mí realmente la contestación me parecía de sabios. La pregunta "¿cómo estás?" es puramente retórica ¿De verdad le interesa a la otra persona cómo estás realmente? Y si, en lugar del clásico "bien", le empiezas a contar el dolor de la rodilla izquierda o lo molesta que estás con el vecino porque riega sus plantas encima de tu ropa recién lavada, ¿te escuchará como quien escucha las palabras del Libro de la Sabiduría? Creo que no. El "¿cómo estás?" forma parte del Manual de Buenos Modales, igual que los "recuerdos", el "ya si eso, nos vemos" o el "sentido pésame". Y que no falten ¿eh? Todos juntos forman la red en la que se sustenta la sociabilidad.

Pero si a esa pregunta, contestas un "regular", por un lado le estás diciendo al otro que la vida no es el Paraíso Terrenal y que continuamente no se tiene por qué estar bien; y por otro lado, obligas al interlocutor a mirarte y verte e interesarse. Le puedes contar o no lo que te pasa, pero ya el "¿cómo estás?" ha cambiado de nivel.  Yo, que muchas veces, cuando me preguntan cómo estoy, contesto al más puro estilo Antonio Machín diciendo: "Como una rosa perfumada, Maringá", me vi el otro día (un día de bajona)  diciendo el "regular" saucero. Inmediatamente, "¿Es que te pasa algo?". "¿Quién no tiene un problema?", contesté. Y es que siempre hay piedritas (y a veces piedrotas) en el zapato. Y en eso consiste la vida, ni más ni menos.

La piedrota colectiva de esta semana nos ocurrió a todos los españoles cuando nuestros políticos no supieron ponerse de acuerdo para formar gobierno. Menos mal que es verano y, con los baños y la cervecita, las cosas se olvidan, pero qué espectáculo más feo. Como dice Elvira Lindo en su columna, el espectáculo "de las conversaciones insuficientes, el de las filtraciones inapropiadas, el de los políticos tuiteros (¡dejen Twitter ya de una puñetera vez!), el de las manías personales, la desconfianza, la arrogancia, las exigencias inasumibles, la falta de química escenificada ahí mismo, con vistas al público, para vergüenza de todos nosotros, que bien podíamos preguntarnos "y si se quieren tan poco, ¿a qué santo sonaron campanas de boda?"

Yo, que de deberes sé, pienso que no los han hecho. Y que estos deberes tienen que empezar desde el principio, desde el mismo saludo. En lugar de ese apretón de mano, con sonrisa profidén y falsa, mirando a la cámara, y contestando un tópico y típico "bien" al, ¿cómo estás? clásico, un saludable "regular" al estilo saucero, mirándose el uno al otro e interesándose - "Cuéntame qué te preocupa" - estaría muchísimo, pero muchísimo, mejor. Ojalá empiecen y terminen bien.

lunes, 22 de julio de 2019

Una declaración de amor




Me lo contó mi amiga Eli, que vive en Las Palmas. Hace unos días murió su marido Juan Francisco y, en lugar de ir todas las amigas allá a acompañarla, Eli prefirió venirse ella a Tenerife, reunirnos en El Cristo de La Laguna y luego ir a comer juntas. No paramos de hablar cuando vino, pero sobre todo hablamos de Juan Francisco, de lo generoso y buena persona que era y de todo lo que la quiso. En un momento alguna de las amigas preguntó: "¿Y cómo se te declaró?" y Eli se echó a reír: "¿Que cómo se me declaró? ¡No lo hizo! Espera que te cuente...".

Eli tenía entonces 20 años y estaba en Las Palmas haciendo 2º de Enfermería. Él era su profesor, un cardiólogo recién llegado de Alemania con 34 años, demasiado viejo para su gusto. Así y todo, Eli sí que notó que el profesor no le quitaba ojo y también se extrañó porque, cuando terminó su mes de prácticas con él, en lugar de rotar con otro como las demás, se lo volvieron a asignar. Cuando llevaba casi 2 meses trabajando con él, Eli le pidió permiso para irse un viernes a Tenerife porque su hermano hacía la Primera Comunión al día siguiente. Por supuesto, se lo dio. Y no solo eso, sino que cuando ella salía para el aeropuerto, "casualmente" se lo encontró y la llevó en su coche, preguntándole de paso si tenía novio y tal y cual. 

Bueno, pues ahí tenemos a Eli en su casa de Tenerife celebrando la Primera Comunión de su hermano y a punto de empezar a comer (con padres, abuelos, tíos llegados de El Hierro para la ocasión, primos... Toda la familia), cuando tocan a la puerta y ante su asombro y estupefacción, allí estaba él -¡¡¡Doctor Fleitas!!!", dijo ella-, más ancho que Pancho, diciendo algo así como que pasaba por aquí y me acordé de la Primera Comunión de su hermano. La madre, "¿Quiere quedarse a comer?", él: "¡Ah, pues sí, muchas gracias!" y Eli, muda como una piedra y los ojos como platos. Y en medio de la comida él va y le suelta al padre de Eli: "Pues mire, Don Juan, yo quería hablar con usted porque quería decirles que me voy a casar con Eli". Si hubiera tirado una bomba, no hubiera causado mayor asombro. Fue un cataclismo, un momento de ¿¿¿Quéééé??? en el que todos se miraron sin decir ni mu. La madre de Eli rompió el silencio para preguntar con voz trémula: "¿Es que hay alguna emergencia?", a lo cual él, que parecía el más tranquilo de todos, le aseguró que "No, señora, ninguna, por ese lado puede estar tranquila", mientras Eli, casi en estado de shock, pensaba. "Pero si no le he tocado ni la mano...". Cuando el padre pudo hablar por fin y le dijo que lo que quisiera su hija, Juan Francisco, sin más preámbulos, cogió la mano de Eli y le puso un anillo, el mismo que todavía hoy ella lleva en el anular de su mano izquierda y que ven en la imagen.

"¿Pero no le dijiste nada?", le preguntamos todas, asombradas porque la conocemos bien y sabemos que no es de las que se callan lo que piensan. "Sí, después sí, pero en ese momento no supe ni qué decir. Tenía 20 años, era mi profesor, sabía que era bueno y leal, no quería avergonzarlo delante de toda mi familia... Pero después sí, después se lo tuvo que currar". Y tanto se lo curró que eso fue en mayo y se casaron en septiembre.

Eli y Juan Francisco han tenido un matrimonio largo y feliz durante 50 años. Ahora, 3 meses antes de celebrar sus Bodas de Oro, él ha muerto en paz rodeado de su mujer, sus cinco hijos, yernos y nueras y sus cinco nietos. El día después desterraron móviles, teles y visitas y todos lo dedicaron a estar juntos y a hablar, hablar y hablar, entre otras cosas, del abuelo bondadoso que una vez se atrevió a pedir la mano de la abuela guapa de un modo tan original y osado. Cae, una de las amigas, cuando supo de esa partida tan serena, nos recordó a todas el final de la "Coplas a la muerte de su padre" de Jorge Manrique. Y aquí se las traigo:

Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
olvidados, 
cercado de su mujer,
y de hijos y de hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio,
el cual la ponga en el cielo
y en su gloria;
y aunque la vida murió,
nos dejó harto consuelo
su memoria.

(A Eli y a Juan Francisco, a los que nadie les podrá quitar los buenos recuerdos de una vida compartida)

lunes, 15 de julio de 2019

¡Benditos alisios!




Si las Islas Canarias son llamadas las Afortunadas no es por el maravilloso paisaje, las gentes estupendas que somos, las buenísimas comidas o la vida divertida que llevamos, fiesta va y fiesta viene, no, sino principalmente (y el resto del personal lo sabe) porque hemos sido bendecidos con un lugar estratégico en el mundo, cercano al anticiclón de las Azores (que para nosotros es como de la familia) del que proceden los vientos alisios. Los vientos alisios, benditos sean, desparraman sobre el norte de las islas un mar de nubes blancas y algodonosas que nos arropan, refrescan y nos quitan de encima los veranos tórridos de otros sitios. ¿Saben lo que es eso? Pasear con el vientecillo en la cara a una temperatura de 24º y dormir ahora en julio con un edredón finito por las noches ¡La gloria bendita! Y mientras, el resto del Hemisferio Norte se derrite de calor: temperaturas de más de 40º, sofoquinas, ambiente espeso y pegajoso... ¡Un horror!

Unos lo combaten ahora como yo hacía cuando estudiaba en Madrid hace ya muchos años: una ducha fría con el camisón puesto e ir inmediatamente a la mesa de trabajo para descubrir que ya vas seco sin pasar por toallas. Otros, en una clausura de persianas bajadas, ventilador a tope y bebidas con hielo hasta que este se te acaba y no tienes valor para salir a la calle a por más. Mi consuegra, que se va estos días de Madrid a su pueblo en Badajoz, me cuenta que tiene que estar encerrada en su casa, como todos los vecinos, hasta las 8 de la tarde más o menos, hora en la que el sol decide menguar fuerzas y es posible asomar la nariz a la calle sin que se achicharre. Hay quienes son más originales, como el crítico literario Manuel Rodríguez Rivero, que confiesa en El País que él se quita el calor a base de leer novelas ambientadas en lugares gélidos o en los polos (Diario ártico: un año entre los hielos y los inuit, de Josephine Diebitsch Peary, por ejemplo). Otros ni lo dudan cuando van por el asfalto asfixiante: se tiran de cabeza con zapatos y todo al primer charco, arroyo, fuente o lo que sea, esté o no prohibido.

Por la tele encima nos dicen que, con el cambio climático (que Donald Trump y otros sonados como él niegan), esto va para peor y que en 30 años Madrid, por ejemplo, será en verano como Marraquech con el viento quemante del desierto ululando en los cogotes. Macron en Francia, asustado por las cada vez más altas temperaturas, pregona que habrá que "cambiar nuestra organización, nuestra manera de trabajar, nuestro urbanismo, nuestra manera de desplazarnos al trabajo". Ah, sí, mucha Tour Eyffel y mucho Bois de Boulogne, pero se siente, haber tenido a los alisios.

Porque aquí con ellos el verano es otra cosa. Sí, hay más calor que en invierno pero nos basta entonces con seguir los consejos que nos daban nuestras madres: ir por la sombrita durante el día, sentarnos a la fresca muchas noches a ver las estrellas, proveernos de abanicos uno para cada bolso y, si vamos a La Laguna, no olvidarnos de la rebeca, que La Laguna es La Laguna y por las tardes hay fresco. Y no cansarnos nunca de elevar los ojos al cielo y dar gracias de todo corazón por haber nacido y vivir en semejante sitio, diciendo fervorosamente: "¡Benditos alisios!


lunes, 8 de julio de 2019

Una manzana al día




Me han mandado por wasap esta viñeta genial, firmada por M. de Angelis, en la que un camarero se acerca desconcertado a una mesa porque no sabe a quién de los que están sentados debe servirle la manzana que lleva en la bandeja. Todos son merecedores de ella. Allí están los Primeros -Adán, Eva y la serpiente- que, según la leyenda,  fueron "nominados" para la primera expulsión de un reality, la del Paraíso, por culpa de una manzana. Allí está Isaac Newton, con su pelucón blanco, que, al ver caer una manzana del árbol, estableció que había "algo" -él lo llamó Gravitación Universal, aunque todavía no sepamos en qué consiste- que atraía hacia abajo a todos los cuerpos, manzanas incluidas. Allí está la bruja malvada que, por un problema de a ver quién es más guapa,  descubrió que una manzana envenenada era el mejor remedio para quitar de en medio a una rival como Blancanieves. A su lado, sentado, Paris, el que le dio la manzana de la Discordia a la más bella, Afrodita, en el primer concurso de belleza de la Historia, desencadenando todo el disparate de la Guerra de Troya (o quizás la que está a su lado es Helena, el "premio" a su decisión). Está también Guillermo Tell y su hijo, al que, obligado por el gobernador de Altdorf,  tuvo que ponerle una manzana en la cabeza para demostrar su puntería con la ballesta. Aparece también en la mesa, entre Blancanieves y la bruja, Bill Gates, pero pienso que es un error del dibujante y que quien debería estar allí es Steve Jobs, el fundador de Apple.

Habría otros muchos que podrían estar sentados a esa mesa por derecho propio. Tom Sawyer, que cambió a Ben Rogers el trabajo que le habían puesto como castigo de pintar una cerca por la manzana que este se estaba comiendo. O Gwyneth Paltrow, que puso a su hija el nombre de Apple, vete tú a saber por qué. O Agatha Christie, que en su libro "Las Manzanas" montó un crimen en torno a un cubo de agua con manzanas flotando que unos adolescentes tenían que atrapar con los dientes en la Fiesta de Halloween. O las naturalezas muertas con manzanas de Van Gogh, Courbet, Cezanne Caravaggio. O la más representativa, "El hijo del hombre" de Magritte con la manzana en la cara ¿significando qué?.

Se diría que la vida -la ciencia, el mito, el arte, la historia...- giran alrededor de las manzanas, o por lo menos, que no pueden prescindir de ellas. Y es que, además, todos tenemos algún recuerdo especial relacionado con manzanas. El mío es el de las manzanas caramelizadas que me compraban mis padres de pequeña en los ventorrillos de las Fiestas del Cristo de La Laguna.  El de mi hija es la tarta de manzana, riquísima, que quiso poner en su boda. Otros, como mi marido, me hablan de los manzanos del huerto de sus abuelos, que perfumaban el aire como en el cuento de "El gigante egoísta" una vez que los niños trajeran la primavera a su jardín. Y también en mis nietos veo el placer de comer una manzana a mordiscos con piel y todo, como conectándose con un acto primigenio (¿recuerdos del pecado original?).

Nunca una fruta ha sido tan nombrada, citada, dibujada, aludida, degustada. Símbolo de salud ("sana como una manzana"), de comienzo de dieta (aún recuerdo a mis compañeras de trabajo todos los eneros en los recreos comiéndose una manzana en lugar del habitual bocata de jamón) y de naturalidad, es célebre la frase "Una manzana al día mantiene al médico en la lejanía". Pero mi madre, buscándole todavía otra utilidad más a tan apreciada y diversificada fruta, terminaba el dicho con "... sobre todo si tienes buena puntería".

A comer, pues, manzanas y que les aprovechen.


"El hijo del hombre" de René Magritte


lunes, 1 de julio de 2019

Hoy es un gran día




Dicen que la canción más oída en el mundo es la de "Cumpleaños feliz" (mis nietos pequeños la cantan hasta en inglés, aunque dicen: "Japi berdey yuyú") y que todos los días se celebran miles de cumpleaños. También se dice que en una reunión de 50 personas, siempre habría dos que coincidirían en la fecha en que cumplen años. Es un tema, pues, que interesa a toda la humanidad, pero es distinta la actitud que tenemos ante ello: hay gente a la que no le gusta nada cumplir y hay gente a la que sí.

Entre los primeros está mi amigo Manolo que, cuando cumplió los 30, cogió cama y no quiso saber nada del tema. El resto de los decenios los ha ido capeando más o menos, pero ahora que llegó a los 70, también pasó: ni tarta, ni fiestón, ni fuegos artificiales. Como si con él no fuera.

Y luego estamos los otros, los que lo celebramos dos o tres veces, los que armamos un tinglado que dura todo el día, los que nos encanta regalar y que nos regalen... Mi nieta de 5 años, que es de las mías, después de haber estado haciendo la cuenta atrás -faltan 4 meses, faltan 3, faltan 2...-, cuando al fin fue su cumpleaños, me dijo toda emocionada: "¡Hoy es un gran día!".

El sábado pasado fui a un cumpleaños. O mejor, a un no-cumpleaños, al más puro estilo de "Alicia a través del espejo", cuando Humpty Dumpty quiere convencer a Alicia de que son mucho mejores los regalos de no-cumpleaños que los de cumpleaños. Al fin y al cabo, le dice, hay 364 días en el año de no-cumpleaños, Mi anfitriona, una amiga y ex-alumna a la que quiero mucho, también se llama Alicia, que es un nombre que le va, igual que le iba esa fiesta agradable y cómoda, con la que, en la gloriosa compañía de los que quiere, quiso brindar por los 50 que cumplirá.

Fue una fiesta preciosa y diferente, de las que me gustan a mí. Había en el jardín donde se celebró ciruelos antiguos cargados de fruta, flores en abundancia y un árbol rarísimo de otras latitudes -un zapote-, poniendo la nota exótica.. No hubo mesas de sentarse sino sillas bajo los árboles, mucha conversación, viandas exquisitas de la casa -¡David, eres el rey de las croquetas!-  y un mojito riquísimo. Hubo también una tarta maravillosa (nunca mejor dicho) hecha por su amiga Patricia: otra vez Alicia, una Alicia victoriana (la ven en la foto), y alusiones al sombrerero loco y al Conejo Blanco en dulces figuras, y un Feliz no-cumpleaños que encierra el deseo de llegar a un País de las Maravillas. Y hubo también un concierto inesperado y sorprendente con el apoyo de un estupendo grupo de jazz: voces dulcísimas, canciones de siempre, ritmos brasileños... ¿Cómo no emocionarse oyendo "Aguas de marzo" de Antonio Carlos Jobim a dos voces, la de Alicia y la de su ahijada María, a cual más delicada y cálida?

La canción "Aguas de marzo" habla de los torrentes al fin del estío que arrastran todo por donde pasan: Es un palo, una piedra / el final de un camino / , es el resto de un tocón, / algo solitario /, es un trozo roto de cristal, / es la vida, es el sol, / es la noche, es la muerte, / es un lazo y un anzuelo...". Y al mismo tiempo anuncian la promesa de lo nuevo, la vida que se renueva a cada paso: Son las aguas de marzo / cerrando el verano. / Es la promesa de vida / en tu corazón. Mientras la oía, conmovida, pensé que la vida con todas sus majaderías merece la pena gracias a que en ella encontramos estos días, sorprendentes y mágicos, de paradas en el camino para coger resuello, de celebraciones con los amigos (sean o no porque cumplimos años), de momentos que son hitos para pararse, mirar alrededor y decir, como mi nieta: "¡Hoy es un gran día!". A celebrarlo.
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