lunes, 25 de junio de 2018

Donde nacen las leyendas


Kylemore en Connemara

Érase una vez una isla esmeralda, con más de cuarenta tonos de verde. En árboles jóvenes y ancianos, en bosques de arces, robles y alisios, en praderas y llanuras que llegan a la orilla del mar, el color verde abraza la tierra y da calidez a los días grises y a los mares encrespados. Ya Homero había hablado de ella en "La Iliada" diciendo que era "una tierra de niebla y penumbra (...), más allá de la cual se encuentra el mar de la muerte, donde empieza el infierno.". Pero el verde la salva de la oscuridad iluminando el paisaje, las mariposas del Burren y los ojos de muchos de sus habitantes. El Día de San Patricio, el patrón de la isla, los grandes espacios de toda la Tierra -las cataratas del Niágara o la Muralla China, por ejemplo- se encienden de verde en su honor.

Este es un lugar para disfrutar de la naturaleza, a veces agreste e impresionante como en los Acantilados de Moher o la Calzada del Gigante; otras, plácida y relajante a orillas de lagos, como en Kylemore en el Parque de Connemara, o de ríos, como en Clonmacnoise, ruinas de una antigua abadía todavía en pie junto al Shannon. En el Anillo de Kerry las carreteras estrechas, embutidas entre las montañas por un lado y el mar por otro, nos empequeñecen. Es un lugar solitario en el que van apareciendo, entre gritos de gaviotas, pueblos pequeños y preciosos y los restos de alguna torre medieval. La pureza del aire en esos sitios, la soledad, el agua limpia cayendo en los terrenos de turba muestran retazos del principio del mundo, cuando todo era nuevo. Se respira una cierta melancolía.

Es la tierra de los gael, de los celtas, los antepasados, un pueblo grande y poderoso compuesto por tribus. Sus símbolos, su idioma y sus leyendas han permanecido a través de los siglos, desde la llegada de los dioses. En el "Libro de las Invasiones" (Lebor Gabala en la lengua antigua) se habla de la llegada de ellos, los primeros, después del Diluvio, y de las sucesivas invasiones a la isla. La más importante y misteriosa fue la tercera, cuando llegaron los Tuatha De Danaum, los Hijos de Danu. Estos son, sin duda, los viejos dioses de los celtas y sus historias reflejan las creencias de gran parte de la Europa prehistórica y resurgen en fiestas y canciones bajo disfraces diferentes.

Y es que los celtas siguen viviendo en la lengua, musical y distinta a todas, que, aunque no mucha gente la habla, aparece en nombres, en todos los rótulos y en carteles como los que en los condados del oeste y del sur anuncian que allí se habla gaélico, Ann gaeltacht. Y siguen viviendo en los símbolos: el trisquel, el árbol de la vida, el nudo perenne, el cladagh, la espiral, la cruz de los druidas... La permanencia de las tradiciones muestra la presencia del mundo celta en la imaginación colectiva.

Esta es una tierra sacudida desde siempre por guerras y conflictos. Y sin embargo (o, a lo mejor, por eso mismo) ha crecido entre cantos populares, poemas y canciones. Hasta en su escudo aparece un arpa. Las baladas aquí parecen romances de antes -"Un héroe no es nadie si no hay una balada que lo cante" (Javier Reverte)- y los bailes, las antiguas gigas, señalan la empatía de los bailarines con los árboles: brazos rectos y pegados al cuerpo y pies zapateando con fuerza, como raíces que quisieran adentrarse en la tierra. La música y la literatura van de la mano llenando este lugar de poesía.

Es un país mágico, el país de las hadas, hermosas pero esquivas, y de los leprechauns, los duendes pelirrojos que esconden tesoros bajo la tierra. Aquí hay gigantes que juegan a tirarse columnas de piedra a través del mar. Y héroes de otros tiempos, como Cuchulainn, que murió peleando en inferioridad de condiciones contra un ejército enemigo y que antes se hizo atar a una roca para que sus adversarios lo creyeran todavía vivo; o San Brendan que viajó en una embarcación de cuero hasta una tierra más allá del océano y que acaso sea nuestro San Borondón y su isla sea la que a veces se ve en los días claros, al oeste, desde La Palma; o el mismo San Patricio, que expulsó para siempre a las serpientes y que explicó con un trébol el misterio de la Trinidad. Y hay lugares sagrados -túmulos, dólmenes, círculos de druidas- en los que el silencio se puede tocar.

Y es un país de historias, de miles de historias contadas (y cantadas) en los cientos de pubs que pueblan la isla. Entre pintas de cerveza y tragos de whiskey, las bebidas nacionales, conoces la historia de Molly Malone, la vendedora de mejillones que murió joven, o la de Jack Duggan, que robaba a los ricos para dárselo a los pobres, o la del bebé que fue salvado de un incendio por un mono, o la del duque que perdió un palacio en una noche por una apuesta, o la de los que se arruinaron por intentar hacer su mansión digna de la reina Victoria, que solo pasó allí dos días...

Es un lugar increíble que he recorrido por segunda vez estos días. La han llamado la Isla de los Santos o la Isla de los Sabios. Pero se llama Irlanda, en la antigua lengua, Éire, que es es el nombre de una de sus diosas. Allí nacen las leyendas.

(A Raquel, que nos organizó un viaje mágico. Y a Yamila, que nos lo explicó con maestría y sensibilidad. Gracias)


Acantilados de Moher

En carro de caballos por Killarney

Jardines de la Mansión Muckross

Costas del Anillo de Kerry

En la Calzada del Gigante

lunes, 11 de junio de 2018

Carta abierta a mi primo Pedro




Querido primo Pedro:

¡Qué alegrón más grande me dio tu nombramiento! Nunca habíamos tenido en la familia a alguien de nuestro apellido como ministro (lejanos quedan ya los tiempos del Conde Duque de Olivares). Y mira que debí haberme imaginado algo por los signos premonitorios: soñaba con el espacio, yo misma he estado últimamente más en las nubes que de costumbre y me leí hace poco "El hombre que se fue a Marte porque quería estar solo" de David M. Barnett, que precisamente hablaba de alguien como tú, de un hombre que se monta en un cohete y ve la Tierra como tú la viste. Redonda, azul y sin separaciones entre países ¡A muchos mandaría yo a las estrellas para que se percataran de algo tan evidente!

A pesar de lo orgullosa que me siento, no te creas que estoy presumiendo. Yo no soy como aquellos que en tiempos de Felipe se las echaban por apellidarse González. No. Yo no se lo he dicho a casi nadie, sino a mis amigos y conocidos, a mi peluquera, a los de la gasolinera, a la de la frutería (y a los clientes que estaban allí)..., ah, y a un señor y a una señora que pasaban por la calle y a los que tuve a bien anunciarles la buena nueva. Y, a propósito, estoy pensando desempolvar el viejo blasón del apellido Duque. Sí, hombre, ese que tiene tres bandas de oro con armiños de sable y un casco arriba (lo recorté una vez del "Diario de Avisos"). Le podríamos poner, si te parece, un cohete encima del casco para conmemorar tu gesta. Vete pensándolo que el cirio es corto y la procesión es larga.

Tampoco te preocupes porque te vaya a pedir un carguillo. Aunque basándome en nuestro parentesco, sí es verdad que les he prometido a mis amigas que nos invitarás a ver algún Planetario bonito, preferentemente el de París, que ya lo vi una vez y era una gozada tumbarte en el asiento y ver todas aquellas estrellas y constelaciones sobre tu cabeza al alcance de la mano. Ya ves que no soy abusona. Mándame las entradas y los billetes de viaje cuando quieras.

Y eso sí, un consejo te doy: que no se te suba el cargo a la cabeza, que ya sabes que hay muchos a los que les pasa. Oh, yo conozco a uno que es presidente de la Comunidad de Vecinos y ya se cree Napoleón, con eso te digo todo. No, tú recuerda que la palabra "ministro" viene de "minister", "sirviente", y que por tanto vas a estar al servicio nuestro, con humildad y entrega, a ver si haces algo (o si te dejan hacer algo) por esta Ciencia a la que últimamente en España se ha tenido arrinconada y castigada.

Sé que eres lo bastante inteligente para pasar de las críticas (los hay osados). Solo te basta recordar que terminaste la carrera de Ingeniero Aeronáutico con Matrícula de Honor, que te atreviste dos veces a viajar al espacio (con lo que nos cuesta a cualquiera subirnos a un avioncito de nada) después de salir airoso de miles de pruebas, que hablas varios idiomas incluido el ruso con lo difícil que es, que eres una persona siempre comprometida en la defensa de la Ciencia y de la Universidad... ¿Quién mejor que tú para lidiar con lo que te echen?

Así que, querido Pedro, a por ello. Y no olvides el mensaje de tu madre vía Forges: "Jomío, te recuerdes que los cargos los carga el diablo". Te deseo toda la suerte del mundo. 

Tu prima (supongo).

(La imagen es de Tomás Serrano en "La Voz")

lunes, 4 de junio de 2018

Inmortalidad para un sábado




Reconozco que pasearse entre momias no es lo que se llama un plan divertido para un sábado por la mañana. Y, sin embargo, me lo pasé estupendo anteayer cuando visité, con unos amigos, "Athanatos", una exposición en el Museo de la Naturaleza y el hombre de Santa Cruz.

Me gustó ese título, esa palabra griega tan bonita, "Athanatos", "Inmortalidad", que desde la misma entrada nos está diciendo que el ser humano no ha vivido tan de espaldas a la muerte como podría parecer sino que siempre ha buscado maneras de permanecer.

Me gustaron las explicaciones científicas sobre las causas que hacen que un cadáver se momifique, sin necesidad de ser por ello un santo varón o una santa monja incorrupta.

Me interesó saber que somos agua en un 70% de nuestro cuerpo y que el agua es la esencia de la vida. Nos la quitan y ya no somos. Me pareció oír a Tales de Mileto desde los celajes: "¡Yo ya lo dije hace 27 siglos y no me hicieron caso!".

Me llamó la atención la buena dentadura de las momias guanches comparándola con egipcias y americanas. Habla de un tipo de vida sana en cuevas frescas y aireadas, de buena alimentación (leche, carne, moluscos...), de niños dejando cáscaras de lapas en las laderas de las montañas...

Y me parecieron curiosos dos casos. Uno, los monjes budistas chinos. Cuando pensaban que ya les había llegado la hora, se automomificaban. Empezaban dejando de beber y comer y al final terminaban metiéndose ellos mismos en el ataúd con una pajita para respirar y una campanita para avisar que todavía estaba vivo ¡No me digan que no es un "hagáselo todo usted mismo" tal cual!

El otro fue la momia de una chica guanche de 15 años. Muy alta, huesos finos. Supimos que era una de las momias de Necochea, como se las llama. Vivieron en el siglo IX d.C. y fueron vendidas ilegalmente en 1890 por los herederos del Museo Casilda de Tacoronte, probablemente a un coleccionista. Aparecieron en el Museo de La Plata en Argentina y después estuvieron en el Museo de Ciencias Naturales de Necochea en la provincia de Buenos Aires. El Cabildo de aquí solicitó su repatriación y finalmente en 2003 las momias regresaron a la isla. Lo curioso es que después de tanto trote, esta venía sin cabeza. Pero como en el museo había muchos cráneos, buscaron, compararon el ADN y ¡la encontraron! Debió haber sido emocionante.

Y mientras paseaba entre momias y esqueletos -ya, ya sé que no es la alegría de la huerta-, pensaba en las vidas de los que ya no son (¿o quizás sí?), en los esfuerzos de quienes los cuidaron y respetaron para que perduraran, en si los seres humanos somos unos idealistas o simplemente ilusos. Recuerdo un texto de Rosa Montero con el que coincido totalmente: "Justamente ese estar abocados a la nada convierte la vida en algo precioso y único. Qué gran triunfo es una vida bien vivida. Y creo que esas vidas bellas quedan de algún modo resonando en la estela de la humanidad. Aunque no nos acordemos de quienes las vivieron, su efecto perdura.".

Algún poso tuvo que haber dejado la visita en los amigos que fuimos porque en la comida posterior, en lugar de hablar del Tema de la semana (el triunfo por primera vez de una "emoción" de censura, la caída de un gobierno, la corrupción, el cambio político...), se habló más bien de sueños premonitorios, de experiencias cercanas a la muerte, de las distintas creencias en el más allá, de las posibilidades de ser eterno. Tal vez, como decía Camus, saber si la vida tiene o no sentido  es el verdadero Tema. 

Esa mañana de sábado nos volvimos filósofos.

(Gracias a Carlos y a Iris por proponer una visita tan sugerente)
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