Allá va el tranvía
lleno de pasaje
y los tartaneros
muertos de coraje.
Esto decía una copla de Gran Canaria que aparecía en los cigarrillos 46 que
fumaba mi padre y que demuestra que siempre el tema del tranvía ha suscitado
amores y odios.
Los antiguos tranvías formaron parte del paisaje habitual de mi infancia. En
mi memoria los veo pasar con alegre campanilleo, atestados de gente incluso de
pie en las escalerillas, por las calles de Santa Cruz y subiendo con esfuerzo la
pendiente de la Vuelta de los Pájaros.
Alguna vez subí a ellos, allá por los años 50, un verano en que el médico
recomendó a mis padres que nos llevaran al campo a respirar aire puro lejos de
la “polución” del Santa Cruz de entonces y lo pasamos, qué lejos, en la Finca
España.
Cuando desaparecieron los tranvías, aparece otra imagen. Mis hermanos y yo,
con zapatos de charol y calcetines blancos, en los paseos vespertinos de los
domingos con mis padres, guardando el equilibrio mientras caminamos por los
raíles que perduraron, como recuerdo de ese pasado, mucho tiempo después en los
alrededores de la Plaza de España.
Muchísimos años más tarde recibí una llamada:
- ¿Es Jane, con DNI tal y tal? Le llamamos del Parlamento de Canarias.
¿Usted firmó a favor de que pongan un tranvía entre Santa Cruz y La Laguna?
Estamos comprobando los pliegos de miles de firmas para ver si es cierto que el
pueblo demanda tal cosa.
Les juro que era la primera vez que me ocurría esto. Una es de natural firmón
y, salvo en cheques, yo firmo donde haya que firmar a favor de todo: de que no
pongan un puerto donde no tienen que ponerlo, de que desaparezcan los halcones
de Los Rodeos o los muflones del Teide, de que no quiten la escuela de música de
mi pueblo o de las ballenas. Como ven, mi espectro es bastante amplio.
Lo malo es que luego no te acuerdas de lo que firmas. Y eso fue lo que le
contesté. “De todas formas –añadí-, yo vivo en un sitio por el que
sólo pasan cinco guaguas al día y necesito el coche para todo. Todo lo que pueda
mejorar el tráfico tiene mi firma segura. Así que ponga que sí”.
Durante los años de construcción del nuevo tranvía, ante las protestas de los
taxistas, de mis amigos de Santa Cruz y La Laguna, de los periódicos, de los
empleados de las tiendas y gasolineras y hasta de familiares, yo, como
comprenderán, no abrí la boca sobre mi participación en el evento. Ni tugí ni
mugí, no sea que me echaran la culpa de todos los males que el tranvía iba a
traer.
Pero el otro día tenía que ir a la Facultad y, como a mi coche no le gusta ir
más allá de su recorrido habitual a La Laguna, lo dejé en el aparcamiento y cogí
el tranvía desde allí como quien hace un viaje de descubrimiento. El antiguo
campanilleo se había suavizado y acompañado de una voz anunciadora de las
paradas; el traqueteante vaivén de los viejos vehículos se había trocado en
suave deslizamiento entre verdes céspedes; los ocupantes no se veían sometidos,
como los de antaño, al frío lagunero ni a inclementes vientos, sino que veían el
paisaje sentados en asientos confortables; y, en lugar de horas, tardamos 10
minutos en llegar. Me encantó.
Por eso salgo ahora de mi mutismo y me atrevo a decir que yo fui una de las
miles de firmas que pidieron hace siglos que pusieran un tranvía. Y, si se
animan a ponerlo hasta este pueblo por el que sólo pasan cinco guaguas al día,
jubilo también al coche para siempre.
Y, si hay que firmar en algún sitio, se firma. Por mí, que no quede.
Una de las cosas que más echo de menos de Madrid es el poder ir en transporte público a todos lados (aprovechar esos momentos para leer). Si ponen un tranvía hacia el norte de la isla, yo también me apunto a firmar dónde sea.
ResponderEliminarYo también echo de menos un buen y eficaz transporte público que haga que lo de los coches sea sólo para los días de fiesta. A mí me encantó Amsterdam: buenas guaguas y trenes y miles de bicicletas. Aquí sería imposible por las cuestas, pero...
ResponderEliminarEl recuerdo que yo conservo del viejo tranvía era el de su recorrido por La Laguna y, en particular, por la calle de Herradores. Mis abuelos vivían en una de las grandes casas que jalonaban su recorrido y me encantaba asomarme a sus ventanas para verlo pasar y contemplar el chisporroteo que se producía con la catenaria del tranvía y algunos puntos del cableado aéreo por el que transcurría. En otoño e invierno, me parecían pequeños y fugaces fuegos de artificio, cuya luz contrastaba con el cielo nublado propio de estas estaciones.
ResponderEliminarNunca llegué a subirme en él, pero en la modernidad que hoy le sustituye, sí lo he hecho. Aunque formo parte de los muchísimos sufridores de su larga obra y de los pocos beneficiados directos del trayecto que él cubre, he de admitir que soluciona determinados desplazamientos y que, por eso, lo acepto y lo utilizo, a veces. Por contra, habría que lamentar, por ejemplo, el coste del billete; su lentitud; la falta de espacios aledaños a sus paradas, para poder dejar aparcado nuestro vehículo e incorporarnos a este medio, sobre todo, los que vivimos alejados de su recorrido...
Como siempre, Jane, gracias, de nuevo, por retrotraernos a recuerdos tan especiales. Ah, y enhorabuena por conservar reliquias tan curiosas como la de los cigarrillos 46. Alguna tengo yo también, pero de otras actividades...
Siempre hay pros y contras en todas las cosas. Yo lo uso poco por aquello de vivir lejos, así que sólo veo las ventajas.
ResponderEliminarMe da pena tirar las colecciones de mi padre: de programas de cine, de los dibujos de los cigarrillos, de postales antiguas... Las tirará mi hija, seguro, pero por ahora las disfruto.
Cierto, muy cierto, lo de amores y odios provocados por los tranvías. Actualizando la coplilla de la caja de cigarrillos, hoy diría "Allá va el tranvía lleno de pasaje y los guagüeros, muertos de coraje".
ResponderEliminarY los taxistas, también. Actualizada queda.
ResponderEliminarEn estos momentos en Zaragoza también estamos con una batalla tranvía si tranvía no, los cuidadanos queremos el tranvía, mientras que los comerciantes de deterninadas calles, no lo quieren, por dicen que les resta clientes para entrar en sus establecimientos y no bajarán del tranvía para hacer sus compras. Por el momento, se va construir una linea que va a cruzar toda la cuidad de Norte a Sur, dando servicio a desde los barrios más alejados de la cuidad, pero dando servicio puntual, tanto como a los vecinos, como a la Escuela de Ingenieros, donde van cientos de estudiantes, pasando por toda una gran avenida que da salida al puente de Santiago, pasando por la parte historica de la cuidad, el mercado central, Paseo de la Independencia, continua por la Gran Vía a conectar con la Plaza San Francisco, donde se halla la Univeridad de Zaragoza,lugar donde los universitarios de las diferentes facultades se preparan para el día de mañana, sigue hasta el Hospital Miguel Servet, hospital de referencia para la mayoría de los zaragozanos, continua para el barrio de Casablanca a finalizar en el nuevo barrio de Valdespartera. Esperamos desde Zaragoza, que el tranvía que en esa cuidad acaban de inaugurar este dando los resultados para con el fín se creo la decisión de volver a circular por las calles nuevamente el tranvía. Desde Zaragoza muchos saludos. El maño.
ResponderEliminarMuchas veces las cosas se ven mal antes de emprender una gran obra y después el resultado es bien distinto. En La Laguna los comerciantes estuvieron en contra de la peatonalización de la calle de Herradores y, después, algunos me han reconocido que fue para bien. Ahora es una gozada pasear por La laguna. Esperemos que en Zaragoza pase lo mismo.
ResponderEliminarUn saludo desde aquí.
Tan solo recuerdo haber subido una vez al viejo tranvía Santa Cruz-Laguna que tantas veces había visto con desconsuelo en la parada de la Plaza de Weyler. Fue con ocasión de una marcha a Tegueste con vuelta por Los Campitos que hicimos con el entonces Frente de Juventudes (para el que no lo sepa era una versión franquista de los scouts) y constituyó una experiencia muy especial ya que según iniciábamos la calle de Herradores, se rompió la catenaria. Nos llevamos un susto, pero aquella experiencia tranviaria acabó rodeada de un halo de aventura. El que si utilicé muchas veces fue el tranvía de Madrid, especialmente el que iba a la universitaria, siempre atestado de gente. Era un medio rápido, efectivo y barato aunque no especialmente cómodo, si bien eso era lo que menos importaba. Recuerdo que tenía una cuerda que colgaba de lo alto del trole y que servía para cambiarlo de un lado al otro del tranvía cuando se invertía el sentido de la marcha, pero que también servía para que de vez en cuando y desde dentro separáramos el trole de la catenaria y se detuviera el tranvía , con gran cabreo del conductor que tenía que bajarse, jurando en arameo, para volver a colocarlo en su sitio.
ResponderEliminarPero aquellos viejos cacharros de la infancia y la adolescencia no tienen nada que ver con el moderno tranvía de Tenerife, un medio que ha supuesto una revolución en el sistema de transporte del área metropolitana. Este proyecto salió adelante, pese a contar con una oposición tremenda desde su inicio pero que hoy, vista su eficacia y su eficiencia, ha dejado callado a sus opositores iniciales. Es algo similar a lo que pasó con la vía de Ronda de La Laguna que tanto costó sacarla adelante y que hoy es imposible concebir el área metropolitano sin su existencia. Confío en que esto pase con otros muchos proyectos de la Isla, de tal modo que a pesar de que encuentran hoy una tremenda oposición, cuando sean realidad demuestren que esa oposición no estaba justificada.
A veces está justificada y otras, no. Lo que sí es cierto es que nuestros regidores tienen que estudiar esos cambios mucho para que no salgan una chapuza, como algunos. Pero te doy la razón en lo del tranvía. Y por supuesto, la vía de Ronda (no terminada como se proyectó en principio) sí es verdad que ha descongestionado a La Laguna en gran parte.
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