lunes, 8 de diciembre de 2025

Tiempo de regalos



Hay dos maneras de recibir un regalo, ya saben. Una es la de mis nietos que, ante la promesa que encierra el paquete cerrado, se lanzan a abrirlo con furia, rompiendo los papeles y tirando alegremente al suelo lazos y adornos varios. Lo que importa es el objeto regalado que suele recibirse con más o menos asombro, risas e ilusión. Siempre recuerdo a mi nieto más pequeño que a los 6 o 7 años, al ver un regalo inesperado, exclamó: "¡Madre del amor hermoso!".

La otra manera es la sosegada, la mía, por ejemplo, que saboreo el momento de abrir el paquete, fantaseo con qué será y, despacio, voy apartando con mimo las florituras y doblando el papel de regalo (¿cómo arrugarlo con lo bonito que es?) y valoro, no tanto el objeto sino el ritual del descubrimiento. Bueno, y a veces, también digo: "¡Madre del amor hermoso!".

Diciembre es tiempo de regalos. Irene Vallejo cuenta que el rito de regalar nace del pensamiento mágico, como una manera de invocar la abundancia, y cuenta: "Los romanos veneraban el primer día del año a Strenia, la diosa latina de la salud. Así nació la costumbre de ofrecer presentes a los seres queridos, como un rito que vinculaba el "estreno" de los regalos con el deseo de un dulce porvenir". Ese día al emperador se le regalaban ramos de laurel y pasteles y a los amigos y parientes, monedas de latón que servían para desearles prosperidad. Y es que lo de regalar viene de antiguo y, aunque probablemente se empezó a hacer regalos por el interés (como hacían los fenicios con aquellos con quienes querían comerciar), seguro que pronto se pasó la costumbre al ámbito familiar ¡Buenos somos los humanos para una sorpresa!

Mi familia es muy regalona. Hace más de 40 años que hacemos un calendario de adviento (en la imagen inicial), muy sui generis, eso sí, porque ahí puede caer de regalo, aparte de los adornos nuevos de navidad para colgar en el árbol y la agenda de 2026 sin la cual no puedo vivir, un bolígrafo, un paquete de chicles, un turrón, un abanico que encontré sin estrenar en un bolso, unos zarcillos con dos árboles de navidad... Cuidado con perder algo o no estrenarlo porque puede aparecer por arte de magia en el calendario de adviento.

Además, también alrededor del 1 de diciembre, mi hermana y yo, con nuestras familias, organizamos una bienvenida a la Navidad en la que probamos el turrón y nos regalamos un detalle navideño, Por ejemplo, este año les regalé a los mayores una lata de navidad con rosquetitos y a los pequeños un nacimiento de figuras de madera con imán para poner en la nevera. Yo recibí flores de Pascua, un farolito, galletas de jengibre, un cuadrito...Otra cosa no, pero a noveleras no hay quién nos gane.

Yo sé que hay mucha gente a la que eso de regalar se le hace cuesta arriba y hablan mucho del materialismo de la vida moderna. Pero fíjate tú que a nosotros no nos pasa. También porque somos muy agradecidos y valoramos, aparte del objeto, el gesto, el detalle, el saber que pensaron en ti cuando lo compraron o lo hicieron. Conmigo lo tienen fácil porque aciertan siempre con libros (aunque tampoco le diría que no a un buen jamón), pero a edades como la mía, cuando a una lo que le sale es irse desprendiendo de cosas, me encantan los regalos inmateriales, que solo ocupan lugar en el corazón: una invitación a un buen restaurante, un viaje con la gente que quiero, una buena experiencia en la  que se aprenden cosas, la visita de mis hijos y nietos... Agradezco sobre todo que me regalen tiempo.

Y hay veces en que me siento regalada por el hecho de estar viva. Esta semana, al abrir la ventana por la noche pude ver en el cielo la superluna de diciembre, la luna fría que la llaman, una luna grande y brillante iluminando el mundo y anunciando las noches más largas y gélidas del año, esas en que lo que nos apetece es estar al lado de un fuego con la gente cercana hablando de historias. A veces la vida también te regala un instante único y te ofrece la luna como regalo.


lunes, 1 de diciembre de 2025

Bendito santoral



Vaya por delante, y con todos mis respetos para los que sí creen, que yo no creo en los santos. En el diccionario, santo es el "perfecto y libre de toda culpa", y yo suscribo totalmente lo que decía Aristóteles: "Las personas perfectas no hieren, no cometen errores, no mienten... y no existen". Tampoco creo que por su intercesión San Antonio me consiga novio o San Blas me cure de la garganta.

Sí que creo en la bondad humana, a pesar de tanta mala bestia que hay por esos mundos, y me caen bien santos como San Agustín, del que dicen que rezó para que se le concediera el don de la castidad. "Pero todavía no, Dios mío", aseguran que precisó. No era perfecto, no, pero tan humano...

Además, la palabra santo o santa se aplica alegremente a cosas que están muy lejos de serlo: la Santa Inquisición, la Santa Cruzada, la Santa Hermandad... Y también a personas, sí, pero ¿a quién se le ocurriría lo de empezar a nombrar santos y más santos como si fueran administrativos intermediarios entre la plebe y el jefe? No se sabe muy bien cuántos son, dicen que quizás unos 10.000, pero a veces se hace un expurgo (hace medio siglo, sin ir más lejos, se excluyó a 33 santos), y nos dicen que no, que ese santo nunca existió porque no hay evidencia histórica verificable. ¿Y saben quiénes figuran en esa lista? Pues nada menos que santos tan conocidos como San Cristóbal, Santa Verónica, Santa Úrsula, San Valentín (¡Adiós, Día de los enamorados!), Santa Bárbara o San Jorge. Este último se eliminó en 1969 porque no había ninguna prueba de su existencia y, claro, era evidente que tampoco mató a ningún dragón (porque los dragones tampoco han existido, que se sepa). Pero ¿cómo quitar a San Jorge, que ha sido patrón de reinos enteros (Aragón, Portugal, Inglaterra) y de tantas ciudades? Por eso en 2001 se le reincorporó al santoral. Y mira tú, en eso al menos yo estoy de acuerdo, porque cada 23 de abril hace el milagro de que la gente compre y regale libros y sonrisas.

Y con respecto a otros santos también voy ablandándome, no crean, porque esta semana he ido a dos fiestas de dos santos, Mis amigos austriacos siempre celebran San Martín y es tradición una comida con ganso y chucrut a la que nos invitaron. No encontraron aquí un ganso en condiciones, pero tunearon un pato que hizo un digno papel y estaba todo riquísimo. Y este fin de semana ha sido día de San Andrés, que en la isla es el momento en que se abren las bodegas y se prueba el vino nuevo. Hemos ido a probar el que hacen Sixto y María Victoria por las tierras de Fasnia y que acompañaron con castañas asadas,  una pata de cerdo y una impresionante tortilla de 30 huevos y 5 kilos de papas. Fue un rato genial y divertido entre amigos, incluyendo cántigas y vivas a San Andrés.

Hay que reconocer que santos tan bien acompañados de reuniones con buena comida y bebida, en las que se habla y se ríe, en las que a veces hay música y baile y en las que se acaba brindando por él, son siempre bienvenidos. Recuerdo a San Diego y las juergas que armábamos con los compañeros de instituto en casa de Pedro, o las romerías de San Marcos en Tegueste, San Benito en La Laguna o San Isidro en La Orotava, o las hogueras que hacemos en San Juan con el correspondiente tenderete, o las fiestas de San José (dos me he gozado en Valencia, entre el fuego y el ruido), o las fiestas con ventorrillo y cohetes por Santa Rosa en Guamasa o por Santa Catalina en Tacoronte, y tantas verbenas de pueblo bajo la advocación de un santo...

Así que mientras los santos sean el pretexto y el motivo para celebrar un buen festejo, para reunirnos en paz y armonía y para comunicarnos con risas y fiestas, aunque siga sin creer en ellos, ¡bendito santoral!

lunes, 24 de noviembre de 2025

Latin lovers


No sé si les he contado (aunque seguro que sí porque, después de 856 posts, no hay secretos entre ustedes y yo) que yo iba para profesora de lenguas clásicas antes de que me embrujara Don Emilio Lledó y me arrastrara a lo que en aquel tiempo llamábamos filosofía pura. Me encantaban el latín y el griego y seguía con ahínco su rastro en las palabras diarias de nuestra lengua. Durante la carrera di clases particulares de las dos lenguas y, al terminar, alterné la filosofía con ellas durante 8 años en los centros en los que estuve, hasta que después de las oposiciones, ya me dediqué por entero a la filosofía. 

Señal de que me sigue gustando es que me pegué la lectura de los tropecientos tomos de Marco Didio Falco (Lindsay Davis) y sus andanzas por la Roma Imperial y lo que disfruté con las visitas a todo lo que suena a ruinas de romanos y griegos.  Ah, esa Pompeya, ese Foro Romano, ese Olimpo, esa Sicilia...

Que conste que yo ya apuntaba maneras desde chica porque mi madre me contaba que a los 4 años ya me sabía de memoria la letanía en latín (que ya es afición) y todavía resuena como un eco en mi memoria lo de mater inviolata, mater intemerata. Pero en aquellos tiempos, aunque no nos enterábamos, el latín era parte de nuestra vida porque la misa era toda en latín y nos sabíamos el paternoster y los demás rezados de cabo a rabo. Después vino el Concilio Vaticano II y nos enteramos por fin de que eran lenguas muertas.

Pero ¿seguro? A ver si va a ser como aquel viejo chiste negro en el que en un cementerio se ve una mano que sobresale de la tierra y se oye una voz que grita: "¡Eh, que estoy vivo!". Y un fulano que pasa por allí le dice, mientras escacha bien la mano con el pie: "¿Vivo? ¡Usted lo que está es mal enterrado!". Pues igual puede pasarles a estas lenguas, que ni siquiera las enterraron bien y siguen teniendo una vitalidad que ya quisieran algunos.

A cada rato salen latines en la conversación, como queriendo decir. "¡Eh, que estoy vivo!". Me acuerdo de mi madre, que era muy alegre y extrovertida, todo lo contrario de mi padre, y me dijo una vez: "Hija, a veces paso tanto tiempo en silencio en casa que, cuando me cruzo con tu padre por el pasillo, le digo ora pro nobis, a ver si me contesta miserere nobis". Y hace poco me enteré de que el latín, junto con el italiano, es la lengua oficial de la Ciudad del Vaticano y que allí incluso existe la opción de hacer transacciones bancarias en latín. ¿Se imaginan? En lugar de "quiero diez mil euros" puedo decir "decem milia euronum volo". Suena hasta sexy.

Además, hay sociedades, sí, sí, cuyos miembros hablan en latín entre ellos, como la Academia Latinitate Fovendae, creada en Roma después de las guerras mundiales, o el Circulus Latinus Matritensis en donde desde el año 1992 se reúnen defensores entusiastas del latín como lengua viva. "Salve, Paule!" "Salve, Alfonse!" se saludan. Son ellos los verdaderos latin lovers, como los denomina Celia Fernández en un artículo de El País Semanal.

¿Se dan cuenta de por qué me resisto a considerarlas lenguas muertas? Mientras haya quien se acuerde de lo que significa Mens sana in corpore sano (mente sano en cuerpo sano) o de mi frase en el escrito del lunes pasado Dum licet, fruere (mientras se pueda, goza), o haya quienes hablen con otros en latín y estos les entiendan y le contesten, por más que haya muchos enterradores, el latín, como en la canción de Peret, "no estaba muerto, que estaba de parranda".


lunes, 17 de noviembre de 2025

Pregúntame capitales



Jardines en Kanazawa, Japón
 

A mi hijo, cuando era pequeño, no le gustaba la historia y cuando yo me ponía a repasar con él, me decía: "Eso no, pero pregúntame capitales". ¡Y se sabía todas las capitales del mundo, el tío! Pero ahora lo tendría mucho más difícil. 

Todos los días, por aquello de mover las neuronas, juego a la Palabra del Día que plantea adivinar una palabra en seis intentos. Una modalidad es también adivinar países y ante mi sorpresa me he encontrado con un montón de países (y sus capitales) de los que no tenía ni idea. ¿Conocían ustedes Ngerulmud, Astaná, Chisináu, Windhoek. Mbabane, Suva, Port Louis, Naypyidó, Port Vila, Taskent, Malé, Moroni...? Pues son las capitales de Palaos, Kazajistán, Moldavia, Namibia, Eswatini, Fiyi, Myanmar (antes Birmania), Vanuatu, Uzbekistán, Maldivas y Comoras. Un poco complicado aprendérselas ¿no?

Aparte, gracias a eso me he enterado de idiomas desconocidos (en Camerún, por ejemplo, hay más de 250 idiomas locales. Seguro que allí estuvo la Torre de Babel ¿Cómo se entenderán?) y de cosas curiosísimas, como que en Comoras vive todavía el celacanto, un pez prehistórico que se creía extinguido, que Maldivas es el país más plano del mundo (el punto más alto, 2,4 metros), que en Palaos te puedes bañar rodeado de millones de medusas doradas que no pican, que las manzanas se originaron en los bosques silvestres de Kazajistán (igual fue ahí donde Adán cogió la manzana tentadora), que en Italia hay una fuente que, en vez de agua, ofrece vino tinto gratuito las 24 horas del día (tengo que averiguar dónde está), que el plato nacional de Barbados es el pez volador, que en Vanuatu está la única oficina de correos submarina del mundo, donde los buceadores pueden mandar postales (resistentes al agua, por supuesto)... En Fiyi la línea internacional de cambio de fecha permite tener un pie en hoy y el otro en mañana.

Inmenso, curioso, diverso, extraordinario, mágico mundo. La Tierra, el punto azul pálido del que hablaba Carl Sagan, un escenario muy pequeño (pero tan grande) en la vasta arena cósmica, nuestra casa, el único hogar que tenemos. Deberíamos conocerlo bien.

Este mes seis de mis amigos pasiantines han viajado a tierras lejanas. Dulce, Carmen Delia y Eli se han ido cerca del Polo Norte, a Islandia, y se han encontrado una tierra helada de auroras boreales y de carreteras inmensas y desiertas, ni una casa en el paisaje. El reino de la naturaleza, con cascadas impresionantes y lagunas de agua hirviendo. Las personas son solo una anécdota más.

Vicente y Rosi fueron a Japón y descubrieron un país de contrastes, el Japón de ciudades ultramodernas conviviendo con el tradicional y milenario, plasmado en el ambiento zen de los jardines. Les ha sorprendido la increíble limpieza en un país en el que no hay papeleras, basada en el dictado de la religión sintoísta en la que todo tiene alma, hasta los objetos, y en el que cada cosa tiene que estar en el lugar correcto, por lo que la calle no es lugar para basura, y ni siquiera para fumar, beber o comer.

Lali, la más correcaminos de mis amigas, se fue un mes a Chile y a Argentina y, como buena bióloga, viene hablando maravillas de los coloridos matorrales preandinos y de los bosques magallánicos, donde son protagonistas las araucarias, los ñirres, las lengas. En la Patagonia argentina, además de los grandes glaciares, le sorprendió la fauna en sus correspondientes hábitats: el guanaco, el huemul, el ñandú, el zorro gris... Y vio el impresionante vuelo del cóndor y oyó el canto de aves como la bandurria y el carancho y, en el mar, las colonias de leones marinos o los entresijos de elefantes marinos copulando.

No me digan que no dan ganas de ir a la agencia más cercana a sacar un pasaje a donde sea, porque cualquier lugar de este mundo tiene algo que ofrecernos. Lo malo es que las circunstancias mandan. Yo por el este no he ido más allá de Estambul y por el oeste a la isla de Arán en Irlanda, y dudo que vaya más lejos. Pero sigo el ejemplo de mi madre, a la que también le encantaba viajar y que, cuando ya estaba enferma, decía: "A lo mejor no viajo más, pero ¿y lo que me he divertido haciéndolo?".

Que no se quede la cosa en aprender capitales, sino que eso sea la llave para despertar el gusanillo de conocerlas. Como decían los romanos, que eran muy sabios, dum licet fruere: Mientras se pueda, goza.


Cascadas en Godafoss, Islandia



Glaciar Perito Moreno, Patagonia argentina


lunes, 10 de noviembre de 2025

Nos van a chiflar



Una tiene que reconocer que ya no es la que era, que a veces confundo fechas y caras, me olvido de nombres y me veo con la nevera abierta buscando un destornillador. Pero es que ahora, al lógico deterioro de las facultades físicas y mentales, se suma el hecho de que la naturaleza y la sociedad cooperan para que todo vaya a peor y nos armemos un lío.

Lo que una jubilada desea, porque a estas alturas somos hijas de la costumbre, es un universo ordenadito, un entorno donde sepamos a qué atenernos, donde todo esté en su sitio. ¡Qué menos, después de años de corre corre! Y resulta que de eso nada. Mi marido decía a veces este chascarrillo: "Ahora que aprendí a decir pelíucula me lo cambian a flim". Y eso, que parece un chiste, es exactamente lo que pasa ahora: cuando parece que dominamos nuestra vida , van y nos la cambian a flim.

Miren, si no, el tema de la hora. Cuando ya estamos acostumbrados a esas tardes largas en las que el sol se pone cerca de las 9 de la noche, van y nos las cambian, sin pedirnos permiso ni nada, a una hora más temprana. Y si antes la cena se preparaba a una hora prudente, las 8 y pico, ahora me ven pelando papas para una tortilla a las 6 de la tarde. Eso no es fundamento ni es nada, ni que fuéramos extranjeros. Oh, a veces veo a mi marido ahora, que se escabulle a la cocina a las 11 de la noche, con hambre otra vez, a hacerse un bocata de chorizo...

¿Y qué me dicen del clima? De repente, hace muy poco, nos anuncian que un chorro polar llega en cuestión de horas a Canarias y yo empiezo a sacar pellizas, abrigos, bufandas, botas, edredones... Y cuando estoy así de pertrechada, ahora que vengan fríos, me veo sudando la gota gorda con 25º. A cualquier cosa llaman chorro polar. Alguien debe estar carcajeándose por ahí.

Hasta a los supermercados llega el desajuste. Cuando ya me aprendí el Mercadona y hacía la compra en un plisplás, el otro día voy a buscar mis tisanas de té verde y de tila y no están al lado de las galletas como siempre. Le pregunto a uno de los que reponen y me dice que las vaya a buscar enfrente del papel higiénico, a 1 km. de allí (en el Mercadona a veces llego a los 8000 pasos). Le digo al mozo: "¿Lo hacen adrede, verdad?", y él me contesta: "¡Ay, señora, si yo le contara!". Ese día todo estaba rebujado e intercambiado, y convivían en fraternal compañía turrones, huevos de Pascua y esqueletos de Halloween.

Porque esa es otra. Les juro que desde principios de octubre ya están colgadas por mi pueblo las luces de Navidad (apagadas todavía, eso sí); que en el Chino ya hay árboles plateados en los escaparates; que tengo amigos que ya se han comido 4 o 5 turrones... Hasta yo me oí a mí misma el 30 de octubre, mientras picaba ajos distraída en la cocina, cantando: "¡Ya vienen los panderos y las tamboras porque viene llegando la Navidaaaad...!". ¡El 30 de octubre! ¡Dos meses antes! Y cada vez más se mezclan navidades con carnavales, semana santa y romerías. Al final, nos va a pasar como a los hijos pequeños de unos amigos míos, que vivían en la calle San Agustín de La Laguna, por donde pasan todos los desfiles, carretas y procesiones, y que se liaban tanto que, cuando pasaban las de Semana Santa, ellos gritaban: "¡Melchor! ¡Gaspar! ¡Baltasar!".

Y sí, ya sé que hasta Heráclito decía, hace ya 27 siglos, que todo cambia y nada permanece, pero ¿tanto?. Llámenme conspiranoica, pero estoy convencida de que hay oscuras maniobras (¿el Gobierno? ¿La CIA? ¿Trump? ¿Putin? ¿Míster X?...) que, no se sabe bien por qué, quieren volvernos majaretas con tanto cambio.

Nos van a chiflar.

lunes, 3 de noviembre de 2025

Recapitulemos



Se va octubre con sus mañanas azules y sus atardeceres otoñales, tiznando de naranja y ocre el paisaje: esa imagen desde Mazo, el pueblo de mi madre, con el Teide al fondo podría ponerse como portada del mes y como demostración de que aquí hay también ciertas auroras de esas que pintan el firmamento. Se va octubre y se cambia la hora el día 25, dejándonos con el regusto nostálgico de las largas tardes de verano. Se va octubre entre niños con disfraces y máscaras de Halloween y gentes con ramos de flores camino al cementerio.

Octubre es un mes curioso. Todavía se siente el verano (escribo con 30º el domingo) y ya se anuncia la Navidad (no lo creerán pero ya hay turrones en los supermercados, adornos de navidad colgados en las calles esperando al encendido y árboles de Navidad en el escaparate del chino de Los Rodeos). Parece ser un punto de inflexión para hacer un ejercicio de recapitulación sobre el mes, antes de la vorágine de las fiestas. Recapitulemos, pues.

En este mes he ido a 3 visitas médicas. Son tributo de la edad y, aunque está todo bien (por ahora), siempre dejan un poso melancólico en el ánimo.

Asistí a la inauguración del curso escolar en mi antiguo Instituto para oír el discurso inaugural que mi amiga Ana Crespo dio, "60 años más tarde, de vuelta al Instituto de La Laguna". Un ejercicio de memoria y encanto entre las viejas paredes del Salón de Actos, al lado del Claustro.

He ido al entierro inesperado y triste de un amigo, y he asistido a una boda familiar pasada por agua, entre risas y parabienes.

Disfruté leyendo 12 novelas, 4 de ellas relecturas, y dejé 2 más, que no me sedujeron de entrada, a la mitad. Algún día tal vez las terminaré.

Durante el mes fui a comer o cenar fuera con amigos y familia en 13 ocasiones. Una de ellas, en Las Palmas, en un viaje relámpago: coger el avión por la mañana, comer con mi amiga Eli en su casa y volver por la tarde. Hacía mucho que no hacía algo así, pero igual me acostumbro.

Aprendí de los discursos de Eduardo Mendoza y de Byung-Chul Han en los Premios Princesa de Asturias. Un gustazo oírlos, sonrisa incluida.

¿Un ejercicio mental? Escribir estos post que cada lunes compartimos ustedes y yo (4 en octubre, 854 desde que empecé hace 17 años); adivinar, nada más levantarme, la Palabra del Día; jugar al rummy contra el ordenador y contra mis nietos pequeños  cuando vienen...

¿Un ejercicio físico? Pilates dos veces a la semana con mis compañeras (las pinitodeloro) y caminar dónde y cuándo se pueda.

He felicitado de corazón a 13 amigos o familiares que en octubre han tenido un año más. Y también en este mes hay dos aniversarios de boda para recordar y celebrar: el 24 aniversario de mi hija y mi yerno, y el 54 de mi marido y mío. Chin-chín.

En octubre he llorado una vez y me he reído muchísimas veces.

En octubre he vivido.

lunes, 27 de octubre de 2025

Una dosis de realidad


Esta semana ha entrado un ratoncito en casa, tan chiquito y saltarín él. No suele pasar, pero es lo que tiene vivir en medio del campo y, seguramente, nos dejamos la puerta de la cocina abierta durante un rato y entró desde el jardín. Esa noche, cuando estábamos viendo la tele, pasó por delante brincando, como Pedro por su casa, y escondiéndose detrás de la librería. Como no había sido invitado, lo calificamos enseguida de persona non grata y tratamos de echarlo amablemente con una escoba, pero corrió de aquí para allá un rato, se escondió otro y, después de poner veneno para un regimiento, nos fuimos a dormir.

Al día siguiente nos había dejado el mensaje implícito de que el veneno se lo iba a comer mi abuela y que él prefería muchísimo más, dónde iba a parar, una caja de exquisiteces que mi hija le había regalado a su padre, sobre todo unas galletas inglesas riquísimas y unos bombones de licor como chupito fin de fiesta. Nos había engañado vilmente su aspecto de ratoncito frágil y recordé que una vez oí que algo así les pasa a los políticos, que les gusta ser como Mickey Mouse, tan encantador que la gente olvida que es una rata.

Nos dispusimos entonces a pasar a la acción. ¡Era la guerra! ¡O él o nosotros! Me fui a la ferretería del pueblo a por una ratonera y se les habían acabado. Pero las huestes en combate no se dejan amilanar por tan poca cosa y conseguimos una en casa de mi hermana. Éramos como el ejército del Abismo de Helm contra los orcos y los hombres salvajes de las Tierras Oscuras, pertrechándonos ante la batalla final. Una ratonera con un trozo de queso apetitoso era una trampa mortal. ¡Ja! ¡A por él!

Cuando a la mañana siguiente fuimos a ver el resultado, nos sentimos más bien como Tom (nosotros) y Jerry (él). Se había comido el queso y nos había dejado como recuerdo agradecido una cagada sobre la ratonera. Encima, recochineo. Culpa de nuestra inexperiencia: la habíamos puesto mal. Pero de los errores se aprende y letal fue nuestra venganza. Otra ratonera con otro queso más apetitoso puesta en un sitio más estratégico (detrás de la cesta de las papas en el suelo de la despensa) lo estaba esperando, jejeje (risa de bruja). Ese mismo día estábamos leyendo en la sala y, en el silencio de la tarde, resonó un ¡cataclac!. Y supimos entonces que "cautivo y desarmado el elemento ratonil, hemos alcanzado los últimos objetivos militares. La guerra ha terminado". Y no hubo clemencia, no. Metimos su cadáver en un balde de agua por si acaso y luego, como ejemplo para futuras incursiones, lo tiramos a los campos yermos, más allá de casa, de donde nunca debió haber salido.

A veces, en la vida, no todo es color de rosa y debemos librar cruentas batallas. A veces nos tropezamos con una dosis de realidad, qué quieren que les diga.

google-site-verification: google27490d9e5d7a33cd.html