lunes, 18 de noviembre de 2024

Un vermut con un famoso



Una de las miserias de esta longevidad a la que he llegado es el insomnio. Podría contar que no duermo debido a que me preocupa el sentido de la vida y que es eso lo que me hace dar vueltas en la cama sin ton ni son algunas noches. Vestiría mucho, pero no nos engañemos: no dormimos por la edad. Así que si se me ocurre decir en el chat de mis amigas (todas más o menos de mi quinta) lo de que no pegué ojo en toda la noche, los remedios abundan porque a todas les pasa lo mismo. Que si las pastillas de melatonina, que si una tisana de Mercadona que se llama Dormir y es mano de santo, que si glicinato de magnesio (sea lo que sea eso), que nada de siestas... ¡Señor! Ahí nos ven tomando de todo un poco. Y si nos aconsejaran que hiciéramos el pino una hora antes de acostarnos, igual también lo hacíamos (o lo intentaríamos hacer). 

Por eso, no fue raro que leyendo un artículo de Manuel Vicent la semana pasada me quedara con lo que él hace: "A veces durante los insomnios paso lista de los autores con los que me hubiese gustado tomarme una copa. Y así hasta que cojo el sueño". Según él hay autores que no querría conocer por nada, así escriban como los ángeles, y otros que sí. Incluso hay algunos, fatigosos de leer, pero que "su ingenio los convierte en una fuente inagotable de chismes y anécdotas que ayudan a hacer una buena digestión". Tal vez Jack el Destripador, dice, tenía un trozo de alma muy sensible y San Francisco de Asís , en cambio, era muy atravesado. Vicent se decanta por tomarse esa copa con Jantipa, la mujer de Sócrates, que lo iba a buscar al ágora para que viniera a cenar. También le hubiera gustado con Ovidio, Catulo, Maquiavelo o Voltaire.

Tal vez esto no sea mal consejo para dormir, oye. De perdidos, al río. Pero yo impondría una condición: si la copa es al mediodía, que sea un vermut, un Yzaguirre, por ejemplo. Y que sea un gin-tonic, si es viendo la tarde caer.. Así habría un ambiente propicio para encontrarme, por ejemplo, con Úrsula K. LeGuin y darle las gracias por lo bien que lo he pasado con sus mundos fantásticos. O con alguien divertido de mis autores preferidos, como P. G. Wodehouse o Sophie Kinsella  (Con esta, que vive, todavía estoy a tiempo. Querida Sophie, ¿te das una vuelta por La Laguna y nos vemos?). O con Van Gogh para hacerlo feliz, contándole que se hará famoso y venderá cuadros al precio más alto, él, que murió pensando que era un fracasado por vender un solo cuadro en su vida. O con Jane Austen, por supuesto, a la que le contaría cómo Colin Firth hizo de su Mr. Darcy ideal. De los filósofos me tomaría una copa con Spinoza, el más noble y el más amable de los grandes filósofos, según Bertrand Russell ("Intelectualmente, algunos lo han superado, pero éticamente, es supremo. Como natural consecuencia, fue considerado, durante su vida y un siglo después de su muerte, como de una perversión aterradora"). Y también me gustaría Voltaire, sobre todo por esa frase que se le atribuye: "No estoy de acuerdo con su opinión, pero daría mi vida por defender el derecho que usted tiene de exponerla". Y de personajes que nunca existieron (o tal vez sí), ¿a quién no le encantaría tomarse una copa con Scherezade, la más lista de las cuentacuentos?

Dormir, no he dormido mucho y coger el sueño, tampoco. Pero ¿y lo que me he divertido pensando en los famosos con los que me tomaría, encantada, una copa? Una noche mucho más entretenida que una pastilla de melatonina. Las próximas de insomnio seguiré repasando la lista de ilustrísimos.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Oscuridad y luz



Hay semanas en las que parece que el mundo se adentra en túneles oscuros, en que las noticias son tan preocupantes que te hacen pensar en lo injusto que es todo: las guerras continúan, personas inocentes mueren, las elecciones las gana gente indigna, el racismo, el autoritarismo, el machismo aumentan por todos lados... Es como si Atticus Finch, aquel personaje de "Matar un ruiseñor" que Gregory Peck interpretó en el cine y que personifica la decencia, estuviera de capa caída. Y además, la naturaleza, que no atiende a ninguna razón y que va a lo suyo, se desborda y arrasa con todo lo que se le pone por delante: casas, gentes, vidas, sueños.

Por eso, en momentos así, frente a la oscuridad, echo mano de mi terapia particular:

1. Restringir en lo posible el visionado de las desgracias. Leo el periódico para enterarme, pero la tele la tengo sentenciada. Pienso que no es sano ver una y otra vez, durante días y días, las mismas escenas, ni enfrentar las caras de aquellos que aprovechan cualquier catástrofe para su beneficio personal. No al odio y la mentira, sí a la ayuda y la empatía.

2. Caminar cada día, respirar hondo al aire libre, darse si es posible un baño en el mar que nos deja como nuevos, mirar el cielo que estos días ha estado precioso, sobre todo al atardecer. Vi una luna fina como un gajo de fruta, que parecía colgar por un hilo invisible de una estrella brillante. La visión de la belleza anima y nos reconcilia con la naturaleza.

3. Disfrutar de todo lo positivo que la semana nos ha traído: de lo animado que estaba mi pueblo el jueves por la mañana cuando unos mariachis le cantaban a alguien las mañanitas en la calle principal (imagen inicial). Cantaron "Volver", "La de la mochila azul", el cumpleaños feliz... mientras el público (yo incluida) bailaba y aplaudía; del café que luego nos tomamos mis amigas de pilates y yo, mientras veíamos la película que en la plaza se estaba rodando, caballos y todo (ya dije que estaba muy animado mi pueblo); de los libros que he leído en la semana y que ninguno me puso triste; de la salida con dos amigos de toda la vida a comer un pescadito al Puertito de Güimar en un restaurante pegado al mar, tranquilo como un plato; de mis nietos pequeños que se quedaron conmigo este fin de semana y me enseñaron trucos de magia y bailes (al parecer por los movimientos, tipo Egipto antiguo); de la recogida de mangos en casa y las correspondientes mermeladas que hice después; de la conversación telefónica con mi amiga Cae, que cumplió años y siempre me pone de buen humor; del encuentro con una ex-alumna que me recordaba con cariño; de las pizzas hechas por mi yerno el domingo en casa de mi hija y familia; de los ratitos oyendo música con mi marido al atardecer; de los wasaps divertidos con los amigos...

"¿Oyes esa música / que cruza como luz la oscuridad / mientras la oscuridad gira / y yo con ella?", decía la escritora Clara Janés. Esas, esas son las cosas que conforman la luz en nuestras vidas, las cosas que más importan y por las que merece la pena vivir. Son menudencias, nadie las va a recoger en un periódico, pero, en el fondo, son las verdaderamente grandes y, mientras exista la luz, alejará la oscuridad. A disfrutarlas.

lunes, 4 de noviembre de 2024

La edad sí perdona



Una de las palabrejas que en mis tiempos mozos no existía y ahora se oye a cada rato es edadismo: "Discriminación por razón de edad, especialmente de las personas mayores o ancianas". No es que esa discriminación no existiera antes. Recuerdo a mi primo de adolescente en una discusión con mi abuela, que entonces tendría 60 y pico años, diciéndole: "Abuela, es que tú eres una anciana". Y no era solo lo que decía sino el tonito de suficiencia con que lo decía. Claro es que buena era mi abuela que le espetó enseguida: "Anciana, tú".

Siempre ha existido edadismo, lo que pasa es que ahora (desde el 2022 en el Diccionario de la RAE) se le ha puesto nombre.. Es verdad que en la actualidad se ve más edadismo, con su carga de prejuicios y discriminación, en el entorno sanitario, cuando ya a nuestra edad no nos hacen tratamientos preventivos (revisiones ginecológicas, por ejemplo) o en la industria cosmética y estética que se aprovecha del miedo a parecer mayor y perder la juventud.

Pero también siempre los jóvenes se han sentido los amos del mundo, los que saben de todos los temas más que nadie. ¡Hay que ver la cara que ponen cuando nos ven trajinar con el ordenador! "Ah, ¿pero es que tú sabes lo que es un e-mail?", "Ah, ¿pero manejas el GPS?", "Ah, ¿pero estás en Instagram?"... Y a veces, hasta cuando dicen un piropo, son edadistas, como una chica que trabajaba en casa y que me decía: "Ay, Doña Isabel, usted está muy bien...", pero añadía la coletilla: "... pa la edad que tiene".

Y es que se puede ser edadista para lo malo, pero también para lo bueno. Mi amiga Ani, una mujer de mi quinta, inteligente y capacitada para todo, se me quejaba el otro día porque iba a salir y su hija le decía: "Pero ¡si está lloviendo! ¿No lo puedes dejar para otro día? ¿Qué zapatos te vas a poner para que no te resbales? Lleva una rebequita...". Y Ani, toda agobiada, me decía: "¡Parecía más mi madre que mi hija! ¿Se pensará que soy una vieja decrépita?". Yo la consolaba con lo de que mis hijos a mí, ni caso y que no sé que es peor, pero ella me contestaba: "¡Qué suerte tienes!".

Hace poco un amigo me mandó la foto que ven al inicio del post. Es de unos compañeros de los Escolapios (ellos se llaman a sí mismos los pibes del... Bueno, el año es lo de menos, no voy a ser edadista yo también) que van todos los meses a mandarse juntos una comilona. En la foto se ve a 3 de ellos cuando iban al tema, calle de La Carrera arriba. Se podría decir que son mayores y lo son. Pero yo, que los conozco y los conocí entonces, más que el bastón y el pelo blanco, lo que veo , igual que antes, es su sentido del humor y su alegría de vivir.

Y es que la edad, queridos pipiolos, (les diría yo a los menores), habría que usarla positivamente, motivo por el que yo siempre celebro mis cumpleaños como si fueran las bodas de Benijos: "Mira hasta dónde he llegado; vamos a celebrarlo tirando la casa por la ventana". Y si no lo haces, si solo ves lo negativo, lo que la edad no perdona, si actúas en función de la edad con otros... ¡ay, m'hijo! no me queda otra que decirte que ¡a la bajadita te espero!.


lunes, 28 de octubre de 2024

Una propuesta lectora: "El olor de la primavera en tu piel"


La semana pasada mi hija, Ana González Duque, publicó su novela número 11 y, por supuesto, tachááán, me toca hablar de ella, que para eso soy una de sus fans y su lectora cero por excelencia (me lo curro, leo sus novelas en busca de erratas o para dar sugerencias hasta 4 veces). 

Bueno, pues te cuento. Es la segunda de una cuatrilogía en un pueblecito inventado, Silver Hill, y cada uno de los libros está dedicado a una estación y a un sentido. Del invierno y el gusto trató el primero, publicado el año pasado, Días de invierno con sabor a jengibre; y de la primavera y olfato esta segunda novela, El olor de la primavera en tu piel, que se explicita desde el título y desde el mismo comienzo: "El aire olía a primavera en Silver Hill. La naturaleza que rodeaba la pequeña ciudad que la había visto crecer impregnaba sus sentidos de tierra mojada, aderezada con una pizca de sal que el viento traía del mar cercano. Caroline aspiró con deleite...".

Y esta es, precisamente una de las cosas que más me gustan del libro, porque apenas se suele hablar de los olores y, sin embargo, esta novela, sensual y colorista, está llena de ellos. Se habla del olor a sol, del olor de la librería de Oliver —"a libros, a papel, a madera"—, de que Tom "seguía llevando la misma colonia con olor a naranjas y a sándalo de su adolescencia", del olor a pan caliente, a tomates cocinados a fuego lento, a especias, del aroma de Oliver a champú y a tentación, del olor a masa horneada y comida casera, del olor a cerrado... O de la brisa fresca que traía esencia de madera, cedro y tomillo a la fina nariz de Caroline. Porque Caroline, aunque trabaja como abogada, es lo que en perfumería se llama una nariz, una persona con una gran sensibilidad para los olores. Así lo vemos cuando su hermano David la encuentra trajinando con perfumes y rodeada de pipetas de cristal y del tufo de aceites esenciales. Y cuando, en otra escena, se permite descubrir, por el olor, los ingredientes de un ragú: " —Déjame adivinar. ¿chocolate negro? —Tom asintió. Caroline acercó la nariz al ragú y olisqueó: —Canela —repuso pensativa—.Y cardamomo. Clavo también.  Laurel.".

Así que claro que te recomiendo esta novela, porque nos lleva a casa, a aromas que nos hacen recuperar la memoria de lo que fuimos. Pero también porque sus cuatro personajes principales —Caroline, Tom, Oliver y David— nos hablan de segundas oportunidades, de reconducir nuestra vida si no somos felices con lo que hacemos y de aceptarnos a nosotros mismos si queremos que los demás también lo hagan. Y de ese pueblecito, Silver Hill, mezcla de todos los que hemos vivido, en los que todo el mundo se conocía y las cosas llevaban un ritmo propio.

Una novela amable que se termina con una sonrisa. Muchas veces algo así viene muy bien.

P.D.: Si te apetece leerla, puedes conseguirla en papel en la web de Ana, dedicada y con solapas. También, tanto en ebook como en papel, en Amazon. Y en las librerías Agapea, Lemus y El barco de papel.

La ilustración de la portada es de mi nieta, Eva de José.

Y este es el booktrailer, hecho por mi nieto David de José (Trabajo en familia, que no se diga :-D).


lunes, 21 de octubre de 2024

Satélites, cometas, ovnis...: Sorpresas en el cielo


Este sábado pasado estaba mi sobrina con amigos por la noche en Vilaflor, el pueblo más alto de Canarias a la vera del Teide, cuando vio algo extraño: un rosario de luces que se movía a la vez en una línea brillante sobre el cielo nocturno. Parecía un batallón de drones a punto de atacar la Tierra. De hecho en el vídeo que nos mandó se oye a uno diciendo con cachondeo aquello de "Hay tiempo de comer" que alguien dijo cuando lo del volcán de La Palma. Se oyen también voces asustadas: "¿Pero qué es eso?", "Ni idea", "Grábalo, grábalo"...  Después se supo que era el tren de satélites Starlink de Elon Musk, el sistema desarrollado por SpaceX, que tiene como objetivo que Internet llegue hasta las regiones más remotas del mundo. Cada uno de estos trenes contiene entre 15 y 56 satélites. Ahora hay cerca de 6000 orbitando la Tierra, pero quieren expandirse a 42000. ¡Vamos a tener satélites hasta en la sopa!

A la misma hora, sobre las 9,30 de la noche, yo estaba con mi marido en el balcón de casa, mirando también el cielo. La noche era oscura, sin luna y despejada de nubes, al contrario que en días anteriores. Había estrellas aquí y allá y saqué los prismáticos para ver si había suerte y, esta vez sí, veía por fin el cometa Tsuchinshan-Atlas (para mí, ahora que le tengo confianza, el Suchinchán). En casa tenemos una cierta querencia a los cometas, esos viajeros del universo que nos visitan de vez en cuando llenándonos de preguntas. Es así desde los años 70 cuando mi marido los empezó a estudiar para su tesis doctoral que nunca terminó. Entonces era el Kohoutek (hasta mis hijos se sabían el nombre cuando eran pequeños de tanto que lo oían), pero también fuimos todos a ver el Halley en el 86 como quien va a una fiesta. Así que esta semana me daba rabia perderme el Suchinchán, pero de pronto, mientras recorría el cielo despacio con los prismáticos, allí estaba por fin, en el oeste al lado de dos estrellas, un poco difuso pero claramente reconocible con la cola hacia arriba como un velo de novia.

Fue un momento emocionante que nos hizo recordar otros muchos momentos asomados al universo: noches memorables estrelladas como si fueran a caer sobre nuestras cabezas, como en una historia de Astérix; los primeros satélites que vimos en las noches de Bajamar moviéndose en un viaje regular y seguro; y, por supuesto, aquella vez que nos visitó un ovni. Eran los tiempos (años 70 también) en que mi marido trabajaba en el Astrofísico del Teide, a donde subía cada 2 noches. Él estaba dentro del Observatorio cuando el observador le avisó, desde fuera, que "ya están estos aquí": Los habían vislumbrado noches antes y esa noche vieron claramente un objeto volador no identificado parado a gran altura sobre el Puerto de la Cruz. Estuvo allí un rato y luego se empezó a mover hacia el Teide. En ese momento lo captaron en el telescopio y vieron que era alargado y se movía hacia dentro y hacia fuera. Y luego, empezó a alejarse de la tierra en dirección radial, más y más lejos hasta que se perdió por esos mundos. Cuando por la mañana mi marido se lo contó al director del Observatorio, este le aconsejó que no dijera nada, no sea que tuvieran que lidiar con periodistas durante todo el mes. Lo cuento ahora porque imagino que, después de 50 años, ya no pertenece al secreto del sumario.

Así que ahí hemos estado siempre, igual que esta noche movidita del sábado, mirando hacia los cielos y preguntándonos miles de porqués: ¿De dónde vienen las estrellas? ¿Hay vida en otros mundos? ¿Cuál es la fuerza que mueve a los cometas y al universo entero? ¡Qué son los agujeros negros? ¿Por qué todo este despliegue de luz, calor y espectáculo? Y, sobre todo, ¿qué pintamos nosotros ante esta inmensidad?

¡Cuántas noches más nos deleitaremos ante un cielo tan familiar y a la vez tan desconocido! ¡Cuánto más conocerán los hombres en noches de contemplación a las estrellas! ¡Cuántas sorpresas nos guarda el cielo aún! Y como diría Mafalda, después de que el hombre pisó la Luna, ¡cuánto material de pisoteo queda todavía!


(La imagen inicial me la mandaron sin decirme el autor. La del final, los satélites en formación en el cielo nocturno, está tomada del vídeo que mi sobrina me mandó el sábado 19 por la noche )


lunes, 14 de octubre de 2024

Lo que nos depara el día

 


Yo tenía una compañera malencarada  que, cuando llegábamos por la mañana a trabajar y le decíamos "buenos días", nos bramaba: "¿Qué tienen de buenos?".  Siempre pensé que esa no era la mejor manera de encarar lo que nos deparara el día.

Ahora tengo amigos con buenos deseos que me predisponen para disfrutar cada momento del día. Como mi amigo Chano, todo un filósofo, ya quisiera Marco Aurelio, que cada día me saluda con sabios consejos  para vivirlo mejor; o Chari, que atrapa amaneceres a cual más esperanzador y los comparte con los que quiere; y otros, como Marian o José Luis, que mandan temprano canciones como la Zamba del tiempo nuevo, de Los Trovadores, tan poética ella ("Subía el alba como un pañuelo del amanecer y en la zamba del tiempo nuevo comenzó a crecer...") o Esta vida  ("Me gusta el olor que tiene la mañana. Me gusta el primer traguito de café. Sentir como el sol se asoma a la ventana y me llena la mirada de un hermoso amanecer...").

Esas, esas son las mejores maneras de encarar el día.: con curiosidad, con apego, con asombro, encontrándonos ratos luminosos y sorpresas inesperadas. Esta semana, por ejemplo, mareas impresionantes con olas largas de espuma blanca bañando las orillas de la isla; comidas tranquilas al lado del mar oyendo su lenguaje; tardes serenas de lectura en las que una se adentra y vive otras historias; conversaciones con amigos en las que se procura descifrar el mundo; e intentos de ver un cometa escurridizo con nombre impronunciable que se esconde cuando miramos hacia el oeste, tras la puesta de sol.

Todo es válido en el día a día y hasta lo imposible se hace cercano. Y así me veo contemplando el cielo esperando hasta el milagro de una aurora boral. ¿Por qué no? El sol tiene en este momento una intensa actividad y se han visto en otros sitios alejados del norte, como en localidades de Cataluña, Madrid, Murcia, Granada, Segovia, Badajoz... y hasta en La Palma, ahí al ladito como quien dice. Y aunque parezca mentira, el cronista Lope Antonio de Guerra ya dejó escrito en 1770 que "el 18 de enero poco después de una hora de puesto el sol, se divulgó en esta ciudad el rumor de que quizás en los Montes de Taganana se había prendido fuego atendiendo a que aquella parte del cielo parecía extremadamente inflamada, roja y bañada de resplandor más vivo; pero habiéndose observado con alguna más atención, se conoció que era una Aurora Boreal. La noche, aunque fría, estaba serena, las nubes corrían bastantemente dispersas, la inflamación y color sanguíneo se extendía por toda la parte del norte desde el Oriente, hasta algunos grados más allá del occidente con una luz a la verdad muy extendida, pero nada tumultuosa, agitada, ni vacilante." Y también Viera y Clavijo corroboró todo esto en su Carta filosófica sobre la aurora boreal, observada en la ciudad de La Laguna de Tenerife la noche del 18 de enero de 1770".

Y aquí me ven, pertrechada con prismáticos y manta esperancera, en la azotea de mi casa, espoleada por los buenos deseos desde la mañana y esperando en los cielos lo extraordinario. Si ocurrió una vez, ¿por qué no más veces? Todo es posible en días que empiezan con tan buenos augurios. Y miren por dónde igual me voy a ahorrar un viajito a Finlandia.

lunes, 7 de octubre de 2024

¿Quién se acordará?


Ustedes saben que Bécquer no era la alegría de la huerta ¿verdad? Pero francamente con la rima LXI se pasó. Basta acordarse de "¿Quién en fin al otro día, / cuando el sol vuelva a brillar, / de que pasé por el mundo / ¿quién se acordará?". Si él viera la cantidad de gente que se acuerda de él, las calles y plazas que llevan su nombre y los libros que todavía repiten sus poemas, le habría dado un patatús y se le habría quitado la depre de un plumazo.

Aparte de eso, al pobre le tendríamos que haber explicado que, según la sabiduría popular, hay además tres vías para que se acuerden de nosotros: tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro. Y él de eso último está sobrado. Así que cuando nos dé el melancólico y nos pongamos a suspirar en plan Bécquer, repasemos nuestra vida y miremos a ver si hemos acatado los tres consejos. 

Yo, por mi parte, del primero no me puedo quejar, lo he cumplido con creces. Hay en este mundo 6 personas (mis 2 hijos y mis 4 nietos) que existen porque yo existo. Espero entonces que recuerden a la madre con la que jugaron y cantaron y a la abuela que les enseñó a hacer pizza.

Por lo de plantar árboles, esta semana he plantado, con la ayuda de mi marido, un mandarino, un aguacatero y un nectarino. Con los 3 tenemos ya en la huerta unos 40 árboles (sin contar la palmera, el drago y el falso pimentero) que nos dan sombra, descanso, refugio ¡y frutas de vez en cuando! Leí que un árbol enfría igual que 10 aires acondicionados funcionando continuamente, que absorbe 2900 litros de agua de lluvia (será cuando llueve) y que filtra 28 Kg. de polución en el aire. Solo por eso, y no por el recuerdo de quién lo plantó, ya merece la pena rodearse de ellos. Y me gusta pensar que todos mis árboles están conectados entre sí por medio de las raíces. como dendritas en una red neuronal (como describe Peter Wohlleben en La vida secreta de los árboles) y que en el fondo saben quiénes somos sus cuidadores y nos recuerdan a su manera.

Y respecto a escribir un libro ¿creen que el que quiera que juzgue si hemos obedecido los tres preceptos me lo convalidará  por los 800 posts (801 con este) que cumplí la semana pasada? Desde el 2008, año de mi jubilación, aquí he estado semana tras semana. Creo que solamente por el empeño y la constancia me tendrían que firmar el papelito ¿no?

Y aunque luego "al otro día, cuando el sol vuelva a brillar" no se acuerde de nosotros ni el chico de la gasolinera, consuela pensar que, quieras que no, vamos dejando una huella por aquí, un arbolito por allá y una sonrisa como recuerdo de que pasamos por el mundo. Alguien lo captará, seguro. Y si no, ¿quién se va a enterar?

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