lunes, 24 de marzo de 2025

Momento Robinson



Uno de los primeros libros que leí, a los 12 años, fue "Robinson Crusoe" de Daniel Defoe. Todavía conservo el libro de entonces, de Editorial Bruguera, edición de 1960, cuya portada, obra de Vicente Roso, pueden ver en la imagen inicial.

"Robinson Crusoe" es un canto a lo que ahora se llama resiliencia, pero que siempre ha sido superación de obstáculos o capacidad de adaptación que tenemos los humanos frente a las situaciones adversas que nos encontramos en la vida. A mí siempre me maravilló la historia de ese hombre que se ve arrastrado por el mar a una isla desierta (que con razón llamó la isla de la Desesperación) y es capaz, desde cero, de vivir en ella, de construir su casa, de alimentarse y protegerse. En un primer momento incluso hace una lista de Males y Bienes y escribe entre los primeros: "Me encuentro abandonado en una isla desierta, sin esperanzas de salir de ella"; y en los segundos: "Pero estoy vivo y no me ahogué, como mis compañeros". O "No tengo vestidos con que cubrirme" y "Pero vivo en un clima caluroso, donde, si los tuviera, no podría usarlos". Por esta defensa de los pros frente a los contras, es el protagonista de novela más positivo de toda la literatura.

Pienso en él muy a menudo porque creo que todos hemos pasado por un "momento Robinson", momento en que parece que nuestra vida cambia por completo, en que nos planteamos, abatidos, el "¿Y ahora qué hago?" y, sin embargo, nos ponemos de pie y salimos adelante.

Rosa Montero una vez habló de que el escritor Imre Kertész, Premio Nobel de Literatura, fue internado a los 15 años en el campo de exterminio de Auschwitz y mucho tiempo después escribió: "Pese a la reflexión y al sentido común, no podía ignorar un deseo sordo que se había deslizado dentro de mí, vergonzosamente tan insensato y sin embargo tan obstinado:  yo quería vivir todavía un poco más en aquel bonito campo de concentración". Aquel adolescente, comenta Rosa Montero,  estaba tan lleno de ganas de vivir que consiguió acostumbrarse al infierno.

Y una escritora canaria, Cristina Arvelo, escribió hace poco un libro titulado "¿Y si no vuelvo? Aventuras y desventuras de una antimochilera en el paraíso", en el que narra su experiencia vital, la de una apasionada por los viajes, una mochilera que se ha recorrido el mundo y que de repente ve que una enfermedad grave puede cortarle las alas. Pero lo que hace es no renunciar a sus sueños sino cambiar la forma de viajar, desechar las cosas que no podía hacer pero disfrutar de las que sí podía. Es decir, adaptarse. Siempre hay otros caminos.

Sorprende ver cómo se superan las personas que han sufrido un incendio, un terremoto, una erupción de un volcán, una pandemia, una desgracia... Gente que lo pierde todo, pero remontan y con el tiempo vuelven a ser felices. Como mi abuela, chapó por ella, que se vio en la calle con 4 hijos, sin su casa  y sin la tienda que era su medio de vida, y, sin embargo, salió adelante haciendo los dulces más ricos de La Palma y dando educación a sus hijos.

Si buscan, también ustedes pueden haber visto de cerca un momento Robinson. Porque así somos los humanos: adaptables, resistentes, tenaces, supervivientes. Ya lo dijo Darwin: no es la ley del más fuerte la que nos hace evolucionar como especie, sino la capacidad de adaptación a los cambios. Afortunadamente, la vida siempre se hace un lugar.




lunes, 17 de marzo de 2025

La vuelta al hogar de la paloma bariolé


Yo sé que lo de recorrer el mundo está muy bien y que, cuando leemos historias de aventuras tipo Julio Verne o cuando recibimos fotos de viajes maravillosos (como el de mi amiga Lali este mes a Colombia), nos entra el anhelo de coger el primer avión y decir: "¡A dónde sea!". Pero también sé, igual que la viejita aquella a la que el cura le hablaba de las delicias del cielo, que como en la casita de una no se está en ninguna parte.

Eso mismo es lo que debe haber pensado la paloma bariolé nº 1034017 que la semana pasada llegó a casa después de haberse perdido en un viaje a Fuerteventura hace 6 años. Probablemente pensó, como buena bariolé (bariolé, uno de los adjetivos aplicados a las palomas mensajeras, significa eso, de colores vivos y variados), pasear sus tonos malvas, verdes, tornasoles... por las islas más orientales, e igual, ya que estaba allí, darse un garbeo por tierras africanas para conocer de primera mano a sus colegas de allá. Pero el caso es que algún ramalazo de nostalgia se le debe haber despertado, o se hartó de la arena del desierto, vete tú a saber, y después de tanto tiempo ha sabido encontrar el camino de vuelta y ha llegado aquí, segura de encontrar buen pienso y agua fresca esperándola. Ahí está, contándole a las demás sus aventuras para darles envidia, pero contenta en el fondo del hogar, dulce hogar.

Ahora, en estos días lluviosos en los que voy a cumplir años, a mí también se me pintan de primavera y de deseos de celebrar en casa el que estoy aquí, con los míos, con ustedes. Y como un eco de la paloma viajera, estos días he hablado, con amigos, de historias de aquellos que se fueron lejos y no volvieron, porque no quisieron o no pudieron encontrar el camino; he leído libros en que los protagonistas, como tantos en la vida real, ansían hallar un sitio, seguro y cálido, al que puedan llamar su "casa"; hasta he recordado aquella canción desgarradora de Navidad que decía: "Ay, qué triste es andar en la vida por sendas perdidas, lejos del hogar..."; y he recordado también los juegos de los niños, de pequeños, persiguiéndose, cuando corrían a refugiarse en mis brazos al grito de "¡Aba es casita!".

Que todos los errantes del mundo tengan, como nuestra bariolé, un lugar al que volver y que llamen casa. Y a los que se asoman al exterior, que no sea muy lejos y que vuelvan pronto.






lunes, 10 de marzo de 2025

Los "ochoemes"



Escribo este post (que publico el lunes 10 de marzo) dos días antes: el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, el ochoeme. Es también sábado de piñata y desde por la mañana, estoy recibiendo mensajes de felicitación de todo tipo.

Hay muchos que se limitan a desear un feliz Día Internacional de la Mujer, acompañado de flores, pájaros y corazones. Pero a otros el Día les despierta el romanticismo y se lanzan con poesías como esta: "Eres alondra sin lazo / y nunca pájaro preso. / Eres simplemente un beso / desde el alba hasta el ocaso. / Eres el seguro paso / del sincero y diario amor. / Fulguras dulce esplendor, / madre, novia, esposa amante: / Eres la flor de un instante / y la ternura mayor". También es verdad que hay quien piensa que la poesía solo es cuestión de rima y manda una con la siguiente estrofa, entre otras: "La mujer trabaja en casa, / por lo tanto sí trabajo / y el que diga lo contrario / que se vaya pa'l c...". 

También me llegan felicitaciones con canciones, como una que empieza diciendo: "Hoy te invito a ser feliz" y otra, "El sexo débil" de Jaime Camil, muy bonita: "Mujeres de fuego, corazones gigantes, capaces de salir adelante aun contra el dolor de dar la vida por amor. Mujeres, intensas como estrellas fugaces, con sueños invencibles que brillan en cualquier lugar, que nos enseñan a volar y vencen cada tempestaaaad..."

Otros mensajes apelan a lo valientes que somos, como estos: "Sé la heroína de tu vida", "Feliz Día, guerreras, luchadoras, trabajadoras", "Rompemos moldes", "Para todas las mujeres valientes y luchadoras que jamás se rinden", "Para todas las mujeres que brillan en el mundo con su fuerza, valentía y amor", "Las palabras que nos unen: paz, alegría, igualdad, fortaleza, sororidad", "A ti, que luchas y trabajas por construir un mundo mejor", "A ti, mujer, que eres fuerte como el roble, tienes el valor de un caballero armado y una dulzura contagiosa..."

Hay felicitaciones de hombres que nos dan las gracias por ser el pilar que soporta la vida. Otros se me ponen religiosos y brindan "por ese ángel que Dios puso en nuestros caminos", nos dicen que "Dios nos dio la bendición de haber nacido mujer" o nos ponen de ejemplo a las mujeres de la Biblia.

Y están las reivindicativas, las que enseñan el dedo corazón ante frases como "Te veo más gordita", "¿Estás con la regla?... Se nota", "Si no tienes novio es porque no quieres", "¿Y si te pones algo más femenino?". A mí me parecen apropiadas las que, como en la imagen inicial, piden "igualdad de derechos:  Igual remuneración por igual trabajo, independiente de sexo, raza o religión". Más que nada porque ese es el origen de los ochoeme.

Los 8 de marzo,  desde aquel lejano de principios del siglo pasado en que más de 15000 mujeres pidieron en Nueva York más igualdad y justicia social, son días de fiesta en algunos países (Festa della Donna en Italia) y días grandes para mucha gente. La chica que me ayuda en casa, que es búlgara, me cuenta que en su país ese día se ve a todos los hombres por las calles con ramos de flores para sus mujeres. Allí, que hasta hay un Valle de las Rosas, es el mayor homenaje. Aquí, si no flores, hay manifestaciones de miles de personas en defensa de derechos conquistados y cientos de felicitaciones que llegan a nuestros correos. 

Debo confesar que me conmueven y no puedo evitar sentirme abrumada por tanta alabanza. ¿De verdad nos ven tan valientes, tan capaces? Dan ganas de decir lo de "Ya será menos", pero, optimista como soy, sí que me siento orgullosa y contenta de ser mujer y feliz de acompañar en la vida a la otra mitad de la humanidad. Y tal vez, quizás, a lo mejor... en un futuro podremos entre todos conseguir el cambio hacia esa igualdad soñada. Feliz Día Internacional de la Mujer.

lunes, 3 de marzo de 2025

Papelitos, wasaps y Reina del Carnaval



Yo reivindico -y estoy totalmente convencida de ello- que los verdaderos inventores del wasap fuimos nosotras, las niñas de los 50 y los 60 que, en aquel enorme salón de estudio del colegio, nos mensajeábamos sin parar. Una entraba allí y veía a todo el mundo en silencio, con la cabeza gacha, mirando aparentemente con concentración el libro de texto. Pero debajo de esa calma se podía sentir una energía soterrada, como líneas de comunicación que iban saltando de pupitre a pupitre. 

Los mensajes que mandábamos y recibíamos en papelitos superdoblados hablaban de todo nuestro mundo: "Sor Mortificación es una bruja. Pásalo", "Y huele fatal", "Ayer al salir del cole, vi a Luisito", "¿Te dijo algo?", "Sí, me dijo Hola", "¡Qué emocionante!", "Te invito a mi cumpleaños el jueves por la tarde, pero no se lo digas a Juana que con ella no me ajunto", "¿A qué película vamos el domingo?"... Yo recuerdo contarnos en esos papelitos cómo era nuestro chico ideal con vestidos y todo y hasta los nombres de nuestros futuros hijos. 

Ahí se cocinaron alianzas, complicidades, odios eternos que duraban dos días y amistades duraderas de verdad. Alguna rara vez nos interceptaban ese correo, claro que sí, y nos castigaban, pero eso solo añadía más emoción al tema ¡Éramos las Miguel Strogoff del colegio! Y estábamos anunciando el wasap del futuro, aunque no lo  sabíamos.

Recordé todo esto esta semana en que empezaron oficialmente los carnavales con la Gala de la Elección de la Reina del Carnaval. El disfraz de la Reina del Carnaval de Tenerife se puede decir que es una obra mastodóntica, una especie de Monumento a Franco, pero con brillores, soles, guacamayos, purpurinas, plumajes y toda la pesca que se les ocurra, un camión-carroza colorido de mil toneladas que va arrastrando (no sé cómo) una pobre y guapísima chica con la sonrisa puesta. 

Pero todos los años la veo con mis amigas del colegio, cada una en su casa pero wasapeando sin perder un detalle: "¡Qué barbaridad de traje!", "A esa se le ven los morcillones", "Los colores no pueden ser más horteras", "¿Y de dónde sacan los nombres del disfraz?", "Esta pobre se cayó dos veces y milagro no muere aplastada por el traje...", "Pues esta es simpática", "A mí lo que no me gusta es que hagan como que cantan", "Esta es terrorífica. Cuando llevan bichos no me gustan nada", "Este es otro mazacote"... Yo les comento que tengo una boda en octubre y que igual les pido prestado uno de los trajes para ir sencillita pero informal. Ahí ya hay más comentarios añadiendo a mi futuro vestuario una maceta de matasombra en la cabeza y otros detalles. Al final acordamos votar por correo por la que más nos gusta (mi voto coincidió con el del jurado, la número 7). Y seguimos comentando hasta el final datos sobre los trajes, los presentadores, los asistentes, las comparsas y las murgas. No nos quedó títere con cabeza.

Hay una cadena invisible entre aquellos papelitos del colegio y estos wasaps de ahora. Una cadena hecha de confianza, experiencias compartidas en toda una vida, aceptación mutua incluso de opiniones disparatadas y mucho humor: amistad pura y dura.

Si no existiera esa cadena, ¡a buenas horas me pegaba yo la Gala de la Elección de la Reina del Carnaval!

lunes, 24 de febrero de 2025

La fin del mundo



Mi prima María Elena tenía una vecina, Fefa se llamaba, que se pasaba la vida pronosticando "la fin del mundo", así en femenino, como si todas las desgracias fueran de ese género. Y ahí entraba todo: cometa Halley, cambio de siglo, predicciones de los mayas y todas las catástrofes y hecatombes habidas y por haber.

Si Fefa, esté donde esté, supiese lo del asteroide 2024 YR4 que, según las agencias espaciales y los astrónomos, a lo mejor chocará con la Tierra el 22 de diciembre de 2032 (recuérdenme no comprar lotería de Navidad ese año), igual sentiría que toda su vida y su misión de agorera estarían totalmente justificadas: al final, la fin del mundo está, como quien dice, ahí mismito, a la vuelta de la esquina.

Según la NASA, la probabilidad de que el asteroide de las narices (entre 40 y 90 metros de diámetro se especula que tiene) nos espachurre ha subido al 3,1 %, cuando a principios de mes el riesgo rondaba el 1,2%. La cosa es para sentirse como Tintín en La estrella misteriosa cuando ve una luz muy potente en el cielo que cada vez se acerca más y más. "Sí, este bólido va a chocar contra la Tierra", le dice el Director del Observatorio. "¡Santo cielo! Entonces ha llegado...", dice, consternado, Tintín. "¡EL FIN DEL MUNDO, SÍ!", contesta el Director. O por lo menos, el fin de un mundo ¿No desaparecieron los dinosaurios hace 66 millones de años precisamente por el impacto de un asteroide?

¿Qué haríamos si, cerquita de 2032, nos dijeran que las probabilidades del gran impacto subieron al 100%? A esta pregunta los hay que tienen lo que yo llamo la respuesta avestruz: esconderse donde sea, mientras el mundo externo se desmorona. Como el grupo de supermillonarios que, bajo las praderas de Kansas, se han construido un refugio de lujo con apartamentos de más de dos millones de dólares, piscina, biblioteca, sala de cine y una granja interior que puede abastecer a 70 personas durante 5 años. O como aquellos que, cuando los mayas profetizaron el final en el año 2012, se fueron al Languedoc a esconderse en las cuevas y pasadizos subterráneos del pico de Bugarach, que algunos piensan que son obra de los cátaros o de los extraterrestres, fíjate tú.

Están también los que piensan , como El Roto en su viñeta de hace unos días, que "el meteorito que quizás destruirá la Tierra está habitado por nosotros" (en el más puro estilo sartriano de que "el infierno son los otros"). También Irene Vallejo, recordando la silueta semienterrada de la estatua de la Libertad al final de la película "El planeta de los simios", dice que "la posteridad depende del uso que damos hoy a nuestra libertad y que el auténtico cataclismo -y su posible solución- somos nosotros".

Yo haría lo que otros muchos han pensado si el cielo cayera sobre nuestras cabezas, como temían los galos de Astérix: me sentaría en la terraza, viendo la tarde (o el meteorito) caer, a tomarme un café (o, ya puestos un chocolate con churros o un gin-tónic, y a la porra la contención); o quedaría con familia y amigos (que cada uno traiga algo para acompañar el champán que pongo yo) para comentar lo que vivimos en ese momento.

Y, cuando ya el instante haya pasado sin que se moviera ni una sola hoja de un árbol, brindaría por el gran Montaigne que dijo aquello de "Mi vida ha estado llena de terribles desgracias la mayoría de las cuales nunca existieron". 

lunes, 17 de febrero de 2025

La banda sonora de la vida



En una novela de Kureishi, un niño pregunta: "¿Papá, para qué sirven las canciones?". Y el padre responde: "Para que seas feliz aunque sea por unos minutos". Yo tengo que reconocer que en este principio de año la música me ha hecho feliz bastante más que unos minutos.

Por un lado, convencí a mi marido para que entrara, aquí en el pueblo, en un grupo de pulso y púa para seguir tocando la guitarra que había descuidado desde la pandemia. Y ahí me tienen cada semana disfrutando (y hasta cantando bajito para que no se note) en los ensayos en los que 20 y pico personas, ya con la vista puesta en las próximas romerías, tocan y cantan isas, folías, berlinas, polkas y todo lo que el folklore ofrece.

Por otro lado, los Reyes Magos nos regalaron una entrada al concierto de los chelistas de la Filarmónica de Berlín y fue una noche de las de recordar: versiones mágicas de melodías de siempre como La Strada, Caravan,  Sous le ciel de Paris, Yesterday, La vie en rose... ¡Precioso!

Además, fui por primera vez en mucho tiempo ¡a un baile!, con un grupo de amigos de mi quinta en el que bailamos, como si no hubiera un mañana, desde el bolero "Es la historia de un amor" hasta lo de "A quién le importa lo que yo haga, a quien le importa lo que yo diga, yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaréééé...".

Luego, tengo la suerte de tener amigos que, en lugar de mandar por wasap panfletos sobre lo mal que anda el mundo, me han enviado estos días maravillosas canciones que me alegran el día con la música de los clásicos y la voz de los grandes.

Y además, vi de nuevo estos días (la he visto un montón de veces) la película Yesterday, que habla de un universo paralelo en el que no existieron Los Beatles y solo hay una persona que recuerda sus canciones y las canta y se hace famoso, claro. Cuando encuentra a otras dos personas que también los recuerdan, él espera que lo denuncien pero ellos le dan las gracias "porque un mundo sin Los Beatles es infinitamente peor" (perdón por el spoiler).

Lo mismo podríamos decir de la música: la vida sin ella, ya lo decía Nietzsche, sería un error, no tendría sentido. Es su banda sonora, el "remedio de los males, inagotable fuente a escanciar cada día..." (Marilina Rébora). Y es una de las cosas que no necesitan traducción y que podemos encontrar por todas partes.

Hay música en el viento, cuando mueve las ramas.

Hay música en las olas con su ritmo pausado y a veces melancólico.

Hay música en el canto de pájaros al alba e incluso la hay en cantos de ballenas que vagan por los mares lejanos.

Y Lorca nos decía que la lluvia despierta una música humilde "que hace vibrar el alma dormida del paisaje".

Lo último que oí es que, desde el espacio, más allá de planetas, de soles y de lunas, los astrónomos oyen un trino misterioso (ondas coro lo llaman), que llega hasta nosotros. ¿Tendría razón Pitágoras cuando hablaba de músicas celestes y oídos atrofiados?

Hace muchos años, en una visita a Praga, descubrimos que en un café cercano iba a cantar Diana Krall. Fuimos a verla y estaba llenísimo, nos sentamos donde pudimos y fue una experiencia especial y sorprendente. Aparte de la música, de su increíble voz y su presencia, lo que más recuerdo es cómo nos miramos y nos sonreímos todos los que, al terminar, estábamos a su alrededor, como si, después de compartir un momento único, despertáramos de un sueño fantástico.

La música tiene ese poder. No puede cambiar el mundo pero nos une a todos y reconforta nuestras vidas. Y eso nos hace felices.

lunes, 10 de febrero de 2025

¡Luz, más luz!




El viernes por la noche, sobre las 9 y pico, se nos fue la luz. Estábamos viendo mi marido y yo la película Su juego favorito (ya saben, aquella de Rock Hudson en la que él, una autoridad en pesca con libros publicados y todo, confiesa que no ha pescado en su vida), cuando de repente la tele y la casa entera se quedaron completamente a oscuras. Y, al mirar por la ventana, tampoco tenían luz las casas de alrededor ni el pueblo allá en la carretera, solo iluminado por los faros de los pocos coches que pasaban.

Cuando ocurren estas cosas, la primera reacción es clamar, como Goethe en sus últimas palabras, lo de "¡Luz!¡Más luz!". Y, por supuesto, la segunda es buscar en la despensa el surtido de palmatorias, velas y linternas que una siempre guarda por si acaso.

La electricidad es algo tan natural en nuestras vidas que lo damos por hecho. Es el Dios contemporáneo, siempre presente, brindándonos no solo luz y calor, sino también comunicación con los demás (descubrí con horror que mi móvil cuando se fue la luz solo tenía 6% de batería), imágenes, distracción, protección. Pero todos nosotros, los mayores, recordamos tiempos en que no era tan normal y segura, sobre todo en los pueblos. Son recuerdos de mi niñez el cenar, en los veranos de Los Realejos, muchas veces a la luz de un quinqué; ver en Los Sauces a la gente bajando por La Calzada con linternas cuando venían de la fiesta en la Plaza y, en las calles mal iluminadas, los cigarrillos encendidos y el resplandor trémulo de una vela tras las ventanas. Y, más tarde, en el 82, la primera vez que fui a La Graciosa, la luz tampoco estaba asegurada. Había un motor que se apagaba puntualmente a las 12 de la noche y todos los que a esa hora estábamos sentados a la fresca en El Palo (un tronco que el mar había traído y que servía de banco) nos quedábamos a la luz de las estrellas y de alguna linterna ocasional.

No, la luz no es algo sobreentendido en nosotros. Por eso nos asombra en los animales y organismos que la poseen de un modo congénito: en el plancton que resplandece en algunas bahías del Caribe; en los chispazos de luz verdosa que se apagan y encienden en los bosques de Indonesia; en los escarabajos ciegos que viven allá, en lo más profundo de la oscuridad, pero que tienen en las cabezas unas puntas redondas, rojas y brillantes; en las medusas transparentes que irradian luz; en las luciérnagas que, al principio del verano, iluminan los bosques; en los corales submarinos que resplandecen como altares de oro; en las criaturas marinas microscópicas que captan la luz del sol y la emiten de noche... Nos maravilla que en ellos sea algo tan propio y natural (la bioluminiscencia la llaman) que no tengan que pagar por ello, como nosotros. Y nos frustran los apagones que sufrimos porque nos recuerdan que somos dependientes y que en cualquier momentos podemos perder lo conseguido.

Al final, no ocurrió como en aquella frase, tan bella y sugerente; de George Elliot en Middlemarch: "Finalmente, la luz de la mañana apagó la luz de las velas". No, en nuestro caso estas se apagaron cuando se gastó la cera una hora después y la luz volvió a las 12 de la noche, cuando yo ya me había dormido. Tuve que levantarme para ir apagando la tele y todo lo que había dejado encendido. 

Después, cuando volví a la cama y ya iba cogiendo el sueño otra vez, me vino a la mente, no sé por qué, la frase de Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas, que, curioso y asombrado, escribió: "Me gustaría saber cómo es la luz de una vela cuando está apagada".


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