Una de las miserias de esta longevidad a la que he llegado es el insomnio. Podría contar que no duermo debido a que me preocupa el sentido de la vida y que es eso lo que me hace dar vueltas en la cama sin ton ni son algunas noches. Vestiría mucho, pero no nos engañemos: no dormimos por la edad. Así que si se me ocurre decir en el chat de mis amigas (todas más o menos de mi quinta) lo de que no pegué ojo en toda la noche, los remedios abundan porque a todas les pasa lo mismo. Que si las pastillas de melatonina, que si una tisana de Mercadona que se llama Dormir y es mano de santo, que si glicinato de magnesio (sea lo que sea eso), que nada de siestas... ¡Señor! Ahí nos ven tomando de todo un poco. Y si nos aconsejaran que hiciéramos el pino una hora antes de acostarnos, igual también lo hacíamos (o lo intentaríamos hacer).
Por eso, no fue raro que leyendo un artículo de Manuel Vicent la semana pasada me quedara con lo que él hace: "A veces durante los insomnios paso lista de los autores con los que me hubiese gustado tomarme una copa. Y así hasta que cojo el sueño". Según él hay autores que no querría conocer por nada, así escriban como los ángeles, y otros que sí. Incluso hay algunos, fatigosos de leer, pero que "su ingenio los convierte en una fuente inagotable de chismes y anécdotas que ayudan a hacer una buena digestión". Tal vez Jack el Destripador, dice, tenía un trozo de alma muy sensible y San Francisco de Asís , en cambio, era muy atravesado. Vicent se decanta por tomarse esa copa con Jantipa, la mujer de Sócrates, que lo iba a buscar al ágora para que viniera a cenar. También le hubiera gustado con Ovidio, Catulo, Maquiavelo o Voltaire.
Tal vez esto no sea mal consejo para dormir, oye. De perdidos, al río. Pero yo impondría una condición: si la copa es al mediodía, que sea un vermut, un Yzaguirre, por ejemplo. Y que sea un gin-tonic, si es viendo la tarde caer.. Así habría un ambiente propicio para encontrarme, por ejemplo, con Úrsula K. LeGuin y darle las gracias por lo bien que lo he pasado con sus mundos fantásticos. O con alguien divertido de mis autores preferidos, como P. G. Wodehouse o Sophie Kinsella (Con esta, que vive, todavía estoy a tiempo. Querida Sophie, ¿te das una vuelta por La Laguna y nos vemos?). O con Van Gogh para hacerlo feliz, contándole que se hará famoso y venderá cuadros al precio más alto, él, que murió pensando que era un fracasado por vender un solo cuadro en su vida. O con Jane Austen, por supuesto, a la que le contaría cómo Colin Firth hizo de su Mr. Darcy ideal. De los filósofos me tomaría una copa con Spinoza, el más noble y el más amable de los grandes filósofos, según Bertrand Russell ("Intelectualmente, algunos lo han superado, pero éticamente, es supremo. Como natural consecuencia, fue considerado, durante su vida y un siglo después de su muerte, como de una perversión aterradora"). Y también me gustaría Voltaire, sobre todo por esa frase que se le atribuye: "No estoy de acuerdo con su opinión, pero daría mi vida por defender el derecho que usted tiene de exponerla". Y de personajes que nunca existieron (o tal vez sí), ¿a quién no le encantaría tomarse una copa con Scherezade, la más lista de las cuentacuentos?
Dormir, no he dormido mucho y coger el sueño, tampoco. Pero ¿y lo que me he divertido pensando en los famosos con los que me tomaría, encantada, una copa? Una noche mucho más entretenida que una pastilla de melatonina. Las próximas de insomnio seguiré repasando la lista de ilustrísimos.