lunes, 24 de noviembre de 2025

Latin lovers


No sé si les he contado (aunque seguro que sí porque, después de 856 posts, no hay secretos entre ustedes y yo) que yo iba para profesora de lenguas clásicas antes de que me embrujara Don Emilio Lledó y me arrastrara a lo que en aquel tiempo llamábamos filosofía pura. Me encantaban el latín y el griego y seguía con ahínco su rastro en las palabras diarias de nuestra lengua. Durante la carrera di clases particulares de las dos lenguas y, al terminar, alterné la filosofía con ellas durante 8 años en los centros en los que estuve, hasta que después de las oposiciones, ya me dediqué por entero a la filosofía. 

Señal de que me sigue gustando es que me pegué la lectura de los tropecientos tomos de Marco Didio Falco (Lindsay Davis) y sus andanzas por la Roma Imperial y lo que disfruté con las visitas a todo lo que suena a ruinas de romanos y griegos.  Ah, esa Pompeya, ese Foro Romano, ese Olimpo, esa Sicilia...

Que conste que yo ya apuntaba maneras desde chica porque mi madre me contaba que a los 4 años ya me sabía de memoria la letanía en latín (que ya es afición) y todavía resuena como un eco en mi memoria lo de mater inviolata, mater intemerata. Pero en aquellos tiempos, aunque no nos enterábamos, el latín era parte de nuestra vida porque la misa era toda en latín y nos sabíamos el paternoster y los demás rezados de cabo a rabo. Después vino el Concilio Vaticano II y nos enteramos por fin de que eran lenguas muertas.

Pero ¿seguro? A ver si va a ser como aquel viejo chiste negro en el que en un cementerio se ve una mano que sobresale de la tierra y se oye una voz que grita: "¡Eh, que estoy vivo!". Y un fulano que pasa por allí le dice, mientras escacha bien la mano con el pie: "¿Vivo? ¡Usted lo que está es mal enterrado!". Pues igual puede pasarles a estas lenguas, que ni siquiera las enterraron bien y siguen teniendo una vitalidad que ya quisieran algunos.

A cada rato salen latines en la conversación, como queriendo decir. "¡Eh, que estoy vivo!". Me acuerdo de mi madre, que era muy alegre y extrovertida, todo lo contrario de mi padre, y me dijo una vez: "Hija, a veces paso tanto tiempo en silencio en casa que, cuando me cruzo con tu padre por el pasillo, le digo ora pro nobis, a ver si me contesta miserere nobis". Y hace poco me enteré de que el latín, junto con el italiano, es la lengua oficial de la Ciudad del Vaticano y que allí incluso existe la opción de hacer transacciones bancarias en latín. ¿Se imaginan? En lugar de "quiero diez mil euros" puedo decir "decem milia euronum volo". Suena hasta sexy.

Además, hay sociedades, sí, sí, cuyos miembros hablan en latín entre ellos, como la Academia Latinitate Fovendae, creada en Roma después de las guerras mundiales, o el Circulus Latinus Matritensis en donde desde el año 1992 se reúnen defensores entusiastas del latín como lengua viva. "Salve, Paule!" "Salve, Alfonse!" se saludan. Son ellos los verdaderos latin lovers, como los denomina Celia Fernández en un artículo de El País Semanal.

¿Se dan cuenta de por qué me resisto a considerarlas lenguas muertas? Mientras haya quien se acuerde de lo que significa Mens sana in corpore sano (mente sano en cuerpo sano) o de mi frase en el escrito del lunes pasado Dum licet, fruere (mientras se pueda, goza), o haya quienes hablen con otros en latín y estos les entiendan y le contesten, por más que haya muchos enterradores, el latín, como en la canción de Peret, "no estaba muerto, que estaba de parranda".


lunes, 17 de noviembre de 2025

Pregúntame capitales



Jardines en Kanazawa, Japón
 

A mi hijo, cuando era pequeño, no le gustaba la historia y cuando yo me ponía a repasar con él, me decía: "Eso no, pero pregúntame capitales". ¡Y se sabía todas las capitales del mundo, el tío! Pero ahora lo tendría mucho más difícil. 

Todos los días, por aquello de mover las neuronas, juego a la Palabra del Día que plantea adivinar una palabra en seis intentos. Una modalidad es también adivinar países y ante mi sorpresa me he encontrado con un montón de países (y sus capitales) de los que no tenía ni idea. ¿Conocían ustedes Ngerulmud, Astaná, Chisináu, Windhoek. Mbabane, Suva, Port Louis, Naypyidó, Port Vila, Taskent, Malé, Moroni...? Pues son las capitales de Palaos, Kazajistán, Moldavia, Namibia, Eswatini, Fiyi, Myanmar (antes Birmania), Vanuatu, Uzbekistán, Maldivas y Comoras. Un poco complicado aprendérselas ¿no?

Aparte, gracias a eso me he enterado de idiomas desconocidos (en Camerún, por ejemplo, hay más de 250 idiomas locales. Seguro que allí estuvo la Torre de Babel ¿Cómo se entenderán?) y de cosas curiosísimas, como que en Comoras vive todavía el celacanto, un pez prehistórico que se creía extinguido, que Maldivas es el país más plano del mundo (el punto más alto, 2,4 metros), que en Palaos te puedes bañar rodeado de millones de medusas doradas que no pican, que las manzanas se originaron en los bosques silvestres de Kazajistán (igual fue ahí donde Adán cogió la manzana tentadora), que en Italia hay una fuente que, en vez de agua, ofrece vino tinto gratuito las 24 horas del día (tengo que averiguar dónde está), que el plato nacional de Barbados es el pez volador, que en Vanuatu está la única oficina de correos submarina del mundo, donde los buceadores pueden mandar postales (resistentes al agua, por supuesto)... En Fiyi la línea internacional de cambio de fecha permite tener un pie en hoy y el otro en mañana.

Inmenso, curioso, diverso, extraordinario, mágico mundo. La Tierra, el punto azul pálido del que hablaba Carl Sagan, un escenario muy pequeño (pero tan grande) en la vasta arena cósmica, nuestra casa, el único hogar que tenemos. Deberíamos conocerlo bien.

Este mes seis de mis amigos pasiantines han viajado a tierras lejanas. Dulce, Carmen Delia y Eli se han ido cerca del Polo Norte, a Islandia, y se han encontrado una tierra helada de auroras boreales y de carreteras inmensas y desiertas, ni una casa en el paisaje. El reino de la naturaleza, con cascadas impresionantes y lagunas de agua hirviendo. Las personas son solo una anécdota más.

Vicente y Rosi fueron a Japón y descubrieron un país de contrastes, el Japón de ciudades ultramodernas conviviendo con el tradicional y milenario, plasmado en el ambiento zen de los jardines. Les ha sorprendido la increíble limpieza en un país en el que no hay papeleras, basada en el dictado de la religión sintoísta en la que todo tiene alma, hasta los objetos, y en el que cada cosa tiene que estar en el lugar correcto, por lo que la calle no es lugar para basura, y ni siquiera para fumar, beber o comer.

Lali, la más correcaminos de mis amigas, se fue un mes a Chile y a Argentina y, como buena bióloga, viene hablando maravillas de los coloridos matorrales preandinos y de los bosques magallánicos, donde son protagonistas las araucarias, los ñirres, las lengas. En la Patagonia argentina, además de los grandes glaciares, le sorprendió la fauna en sus correspondientes hábitats: el guanaco, el huemul, el ñandú, el zorro gris... Y vio el impresionante vuelo del cóndor y oyó el canto de aves como la bandurria y el carancho y, en el mar, las colonias de leones marinos o los entresijos de elefantes marinos copulando.

No me digan que no dan ganas de ir a la agencia más cercana a sacar un pasaje a donde sea, porque cualquier lugar de este mundo tiene algo que ofrecernos. Lo malo es que las circunstancias mandan. Yo por el este no he ido más allá de Estambul y por el oeste a la isla de Arán en Irlanda, y dudo que vaya más lejos. Pero sigo el ejemplo de mi madre, a la que también le encantaba viajar y que, cuando ya estaba enferma, decía: "A lo mejor no viajo más, pero ¿y lo que me he divertido haciéndolo?".

Que no se quede la cosa en aprender capitales, sino que eso sea la llave para despertar el gusanillo de conocerlas. Como decían los romanos, que eran muy sabios, dum licet fruere: Mientras se pueda, goza.


Cascadas en Godafoss, Islandia



Glaciar Perito Moreno, Patagonia argentina


lunes, 10 de noviembre de 2025

Nos van a chiflar



Una tiene que reconocer que ya no es la que era, que a veces confundo fechas y caras, me olvido de nombres y me veo con la nevera abierta buscando un destornillador. Pero es que ahora, al lógico deterioro de las facultades físicas y mentales, se suma el hecho de que la naturaleza y la sociedad cooperan para que todo vaya a peor y nos armemos un lío.

Lo que una jubilada desea, porque a estas alturas somos hijas de la costumbre, es un universo ordenadito, un entorno donde sepamos a qué atenernos, donde todo esté en su sitio. ¡Qué menos, después de años de corre corre! Y resulta que de eso nada. Mi marido decía a veces este chascarrillo: "Ahora que aprendí a decir pelíucula me lo cambian a flim". Y eso, que parece un chiste, es exactamente lo que pasa ahora: cuando parece que dominamos nuestra vida , van y nos la cambian a flim.

Miren, si no, el tema de la hora. Cuando ya estamos acostumbrados a esas tardes largas en las que el sol se pone cerca de las 9 de la noche, van y nos las cambian, sin pedirnos permiso ni nada, a una hora más temprana. Y si antes la cena se preparaba a una hora prudente, las 8 y pico, ahora me ven pelando papas para una tortilla a las 6 de la tarde. Eso no es fundamento ni es nada, ni que fuéramos extranjeros. Oh, a veces veo a mi marido ahora, que se escabulle a la cocina a las 11 de la noche, con hambre otra vez, a hacerse un bocata de chorizo...

¿Y qué me dicen del clima? De repente, hace muy poco, nos anuncian que un chorro polar llega en cuestión de horas a Canarias y yo empiezo a sacar pellizas, abrigos, bufandas, botas, edredones... Y cuando estoy así de pertrechada, ahora que vengan fríos, me veo sudando la gota gorda con 25º. A cualquier cosa llaman chorro polar. Alguien debe estar carcajeándose por ahí.

Hasta a los supermercados llega el desajuste. Cuando ya me aprendí el Mercadona y hacía la compra en un plisplás, el otro día voy a buscar mis tisanas de té verde y de tila y no están al lado de las galletas como siempre. Le pregunto a uno de los que reponen y me dice que las vaya a buscar enfrente del papel higiénico, a 1 km. de allí (en el Mercadona a veces llego a los 8000 pasos). Le digo al mozo: "¿Lo hacen adrede, verdad?", y él me contesta: "¡Ay, señora, si yo le contara!". Ese día todo estaba rebujado e intercambiado, y convivían en fraternal compañía turrones, huevos de Pascua y esqueletos de Halloween.

Porque esa es otra. Les juro que desde principios de octubre ya están colgadas por mi pueblo las luces de Navidad (apagadas todavía, eso sí); que en el Chino ya hay árboles plateados en los escaparates; que tengo amigos que ya se han comido 4 o 5 turrones... Hasta yo me oí a mí misma el 30 de octubre, mientras picaba ajos distraída en la cocina, cantando: "¡Ya vienen los panderos y las tamboras porque viene llegando la Navidaaaad...!". ¡El 30 de octubre! ¡Dos meses antes! Y cada vez más se mezclan navidades con carnavales, semana santa y romerías. Al final, nos va a pasar como a los hijos pequeños de unos amigos míos, que vivían en la calle San Agustín de La Laguna, por donde pasan todos los desfiles, carretas y procesiones, y que se liaban tanto que, cuando pasaban las de Semana Santa, ellos gritaban: "¡Melchor! ¡Gaspar! ¡Baltasar!".

Y sí, ya sé que hasta Heráclito decía, hace ya 27 siglos, que todo cambia y nada permanece, pero ¿tanto?. Llámenme conspiranoica, pero estoy convencida de que hay oscuras maniobras (¿el Gobierno? ¿La CIA? ¿Trump? ¿Putin? ¿Míster X?...) que, no se sabe bien por qué, quieren volvernos majaretas con tanto cambio.

Nos van a chiflar.

lunes, 3 de noviembre de 2025

Recapitulemos



Se va octubre con sus mañanas azules y sus atardeceres otoñales, tiznando de naranja y ocre el paisaje: esa imagen desde Mazo, el pueblo de mi madre, con el Teide al fondo podría ponerse como portada del mes y como demostración de que aquí hay también ciertas auroras de esas que pintan el firmamento. Se va octubre y se cambia la hora el día 25, dejándonos con el regusto nostálgico de las largas tardes de verano. Se va octubre entre niños con disfraces y máscaras de Halloween y gentes con ramos de flores camino al cementerio.

Octubre es un mes curioso. Todavía se siente el verano (escribo con 30º el domingo) y ya se anuncia la Navidad (no lo creerán pero ya hay turrones en los supermercados, adornos de navidad colgados en las calles esperando al encendido y árboles de Navidad en el escaparate del chino de Los Rodeos). Parece ser un punto de inflexión para hacer un ejercicio de recapitulación sobre el mes, antes de la vorágine de las fiestas. Recapitulemos, pues.

En este mes he ido a 3 visitas médicas. Son tributo de la edad y, aunque está todo bien (por ahora), siempre dejan un poso melancólico en el ánimo.

Asistí a la inauguración del curso escolar en mi antiguo Instituto para oír el discurso inaugural que mi amiga Ana Crespo dio, "60 años más tarde, de vuelta al Instituto de La Laguna". Un ejercicio de memoria y encanto entre las viejas paredes del Salón de Actos, al lado del Claustro.

He ido al entierro inesperado y triste de un amigo, y he asistido a una boda familiar pasada por agua, entre risas y parabienes.

Disfruté leyendo 12 novelas, 4 de ellas relecturas, y dejé 2 más, que no me sedujeron de entrada, a la mitad. Algún día tal vez las terminaré.

Durante el mes fui a comer o cenar fuera con amigos y familia en 13 ocasiones. Una de ellas, en Las Palmas, en un viaje relámpago: coger el avión por la mañana, comer con mi amiga Eli en su casa y volver por la tarde. Hacía mucho que no hacía algo así, pero igual me acostumbro.

Aprendí de los discursos de Eduardo Mendoza y de Byung-Chul Han en los Premios Princesa de Asturias. Un gustazo oírlos, sonrisa incluida.

¿Un ejercicio mental? Escribir estos post que cada lunes compartimos ustedes y yo (4 en octubre, 854 desde que empecé hace 17 años); adivinar, nada más levantarme, la Palabra del Día; jugar al rummy contra el ordenador y contra mis nietos pequeños  cuando vienen...

¿Un ejercicio físico? Pilates dos veces a la semana con mis compañeras (las pinitodeloro) y caminar dónde y cuándo se pueda.

He felicitado de corazón a 13 amigos o familiares que en octubre han tenido un año más. Y también en este mes hay dos aniversarios de boda para recordar y celebrar: el 24 aniversario de mi hija y mi yerno, y el 54 de mi marido y mío. Chin-chín.

En octubre he llorado una vez y me he reído muchísimas veces.

En octubre he vivido.

lunes, 27 de octubre de 2025

Una dosis de realidad


Esta semana ha entrado un ratoncito en casa, tan chiquito y saltarín él. No suele pasar, pero es lo que tiene vivir en medio del campo y, seguramente, nos dejamos la puerta de la cocina abierta durante un rato y entró desde el jardín. Esa noche, cuando estábamos viendo la tele, pasó por delante brincando, como Pedro por su casa, y escondiéndose detrás de la librería. Como no había sido invitado, lo calificamos enseguida de persona non grata y tratamos de echarlo amablemente con una escoba, pero corrió de aquí para allá un rato, se escondió otro y, después de poner veneno para un regimiento, nos fuimos a dormir.

Al día siguiente nos había dejado el mensaje implícito de que el veneno se lo iba a comer mi abuela y que él prefería muchísimo más, dónde iba a parar, una caja de exquisiteces que mi hija le había regalado a su padre, sobre todo unas galletas inglesas riquísimas y unos bombones de licor como chupito fin de fiesta. Nos había engañado vilmente su aspecto de ratoncito frágil y recordé que una vez oí que algo así les pasa a los políticos, que les gusta ser como Mickey Mouse, tan encantador que la gente olvida que es una rata.

Nos dispusimos entonces a pasar a la acción. ¡Era la guerra! ¡O él o nosotros! Me fui a la ferretería del pueblo a por una ratonera y se les habían acabado. Pero las huestes en combate no se dejan amilanar por tan poca cosa y conseguimos una en casa de mi hermana. Éramos como el ejército del Abismo de Helm contra los orcos y los hombres salvajes de las Tierras Oscuras, pertrechándonos ante la batalla final. Una ratonera con un trozo de queso apetitoso era una trampa mortal. ¡Ja! ¡A por él!

Cuando a la mañana siguiente fuimos a ver el resultado, nos sentimos más bien como Tom (nosotros) y Jerry (él). Se había comido el queso y nos había dejado como recuerdo agradecido una cagada sobre la ratonera. Encima, recochineo. Culpa de nuestra inexperiencia: la habíamos puesto mal. Pero de los errores se aprende y letal fue nuestra venganza. Otra ratonera con otro queso más apetitoso puesta en un sitio más estratégico (detrás de la cesta de las papas en el suelo de la despensa) lo estaba esperando, jejeje (risa de bruja). Ese mismo día estábamos leyendo en la sala y, en el silencio de la tarde, resonó un ¡cataclac!. Y supimos entonces que "cautivo y desarmado el elemento ratonil, hemos alcanzado los últimos objetivos militares. La guerra ha terminado". Y no hubo clemencia, no. Metimos su cadáver en un balde de agua por si acaso y luego, como ejemplo para futuras incursiones, lo tiramos a los campos yermos, más allá de casa, de donde nunca debió haber salido.

A veces, en la vida, no todo es color de rosa y debemos librar cruentas batallas. A veces nos tropezamos con una dosis de realidad, qué quieren que les diga.

lunes, 20 de octubre de 2025

De boda a boda



Mi prima Carmita era guapísima. Diez años mayor que yo, vino a vivir de adolescente a mi casa desde La Palma, y yo la quería y le rendía mi más profunda admiración. Tenía unos ojos oscuros que brillaban de pasión por la vida, unas manos largas y expresivas y una risa contagiosa. Iluminaba cualquier sitio en el que entrara.

Su boda fue la primera a la que asistí en mi vida, yo con 10 años recién cumplidos y ella aún con 19. Recuerdo que a la puerta de la iglesia de San Francisco oí exclamar a una señora, de esas que siempre van a ver y a cotillear: "¡Pero si es todavía una niña!". Yo, que sí lo era, la miré asombrada pensando que estaba loca, porque para mí era como una princesa. Llevaba un vestido precioso de encaje con cuello alto y perlitas cerrando el corpiño y una sonrisa radiante. Después, la vida, como hacen todas las vidas, le dio gozos y sinsabores, hasta que murió hace 4 años, a los 83 años, pero todavía joven, todavía guapa.

No me acuerdo mucho de la ceremonia, la verdad,  pero sí recuerdo la celebración porque fue en mi casa y todavía no me explico cómo cabía allí tanta gente. Además, fue a base de dulces acompañados de chocolates y licores, nada de menús y cosas así. Mi abuela, que era una gran repostera, mi madre y mis tías se pasaron la semana anterior haciendo bollos, rosquetes, quesos de almendra, marquesotes, almendrados, bizcochones, tartas, esponjosos merengues y dulces de todos los sabores. Yo iba sorteando entre las gentes, oyendo historias de otros casorios, pescando dulces y compartiéndolos con mis hermanos y primos, y pensando maravillada, porque todo me parecía mágico: "Así que esto es una boda...".

Esta semana, 67 años después de su boda, he asistido a otra, la de su nieta María, tan parecida a ella que, cuando entró en la iglesia, volví a ver a su abuela, igual de delgada y preciosa, igual de alegre, y su recuerdo sobrevoló en sus hijos, sus nietos, nosotros... todos los que compartimos su vida y la quisimos.

¡Y qué distinta ha sido esta boda de aquella primera! Ahora: una celebración en un sitio precioso de La Orotava, con escalinatas y jardines. Antes: en un piso pequeño de la calle del Pilar. Ahora: un menú exquisito de vichyssoise con timbal de marisco, presa ibérico y tartas de chocolate y de parchita, precedido de dos horas de aperitivos deliciosos mientras tomábamos champán. Antes: dulces a tutiplén, riquísimos, eso sí. Ahora: actuaciones variadas, como un coro en la iglesia o un cantante venido de Londres que cantaba como Sinatra. Antes: no se cantó ni una folía. Ahora: hubo discursos de amigos, primos, hermanos y madrina; hablaron los novios de sus sentimientos, de como se conocieron y de sus proyectos de vida. Antes: ni mu. Ahora: una boda se organiza con un año de antelación. En septiembre  del 24 me llegó un wasap de la madre de la novia diciendo: "La María se nos casa". Antes. en un mes se decidía todo. Ahora: se hicieron miles de fotos y vídeos. Antes: hay solo 3 fotos de la boda: la que les pongo arriba, otra en el altar y otra entrando al coche.

Pero las dos ceremonias fueron igual de bonitas. En las dos, todos nos pusimos las mejores galas; en las dos, comimos fenomenal; en las dos, compartíamos con los novios su momento más feliz; y en las dos, solo por ver la sonrisa de las dos novias, tan parecidas y tan luminosas, merecía la pena asistir.

En la boda de este sábado pasado, uno de los discursos se refirió a la novia, María, diciéndole que tenía la capacidad de "vivir riendo". Si existiera otra vida, seguro que Carmita hubiera comentado desde los celajes: "¡Igualito que yo!", mientras nos envolvía con sus carcajadas y su cariño.

Así que esto, este rito feliz, es una boda. Felicidades a todos los que disfrutan de ellas.





lunes, 13 de octubre de 2025

Cosas que pasan cuando lees


 

Hace poco hubo una polémica en las redes porque una conocida influencer, María Pombo, con miles de seguidores, dijo que ella no leía nada, que no le gusta ni es obligado leer, que no se es mejor persona por ello y que no pasa nada por no leer. Las consecuencias de estas declaraciones han sido inmediatas. La mejor para todos es que ¿cuándo se ha visto a un país hablando de la lectura con ese entusiasmo?. Y la mejor para ella es que su cuenta habrá aumentado un montón.

Como madre de dos hijos a los que he educado de la misma manera con respecto a la lectura, contándoles cuentos desde pequeños y regalándoles libros a tutiplén y, constatando después que mi hija devora libros y que mi hijo no los mira ni por el forro, le doy casi toda la razón a María Pombo. No es obligatorio leer (salvo en clase). No se es mejor persona por leer porque ser mejor o peor persona entra en el campo de la ética en el que cuentan otros valores. Sabemos de grandes escritores que leían mucho y éticamente dejaban mucho que desear, y hay personas maravillosas (mi hijo, por ejemplo) que no leen regularmente.

¿Y no pasa nada por no leer? A lo mejor, no. Pero sí que pasan cosas cuando lees. Y no les voy a hablar de los beneficios y el placer que te dan el que te cuenten historias, de la expansión de la empatía y la tolerancia, o del espíritu crítico, de los que ya han alegado muchas voces estos días... No, yo les quería comentar otros aspectos decisivos que me encantan de la lectura.

El primero es que es un increíble antídoto del aburrimiento y de la desesperación. Me explico. Los que tenemos una edad consumimos parte de nuestro tiempo, por ejemplo, en consultas médicas, tiempo que no nos sobra alegremente sino que contamos con él con la avidez del que sabe que tiene un límite cercano. Sin ir más lejos, yo esta semana tuve que ir a una consulta de esas obligadas por revisión en la que tuve que esperar dos horas en una silla la mar de incómoda. Y en lugar de desesperarme o de acordarme de la parentela de médicos y enfermeras (que, además, no tienen culpa de tener la consulta petada o de que unos pacientes consuman más tiempo que otros), yo saqué mi libro, "Querido librero" de José Luis Romero -una delicia de novela, de la que Máximo Huerta dijo "Hay libros, como este, que llenan las estanterías del corazón"- y no me di ni cuenta del paso del tiempo. Mientras los demás bufaban y protestaban, yo estaba en otro mundo, intrigada por un secreto familiar guardado durante años y en una historia de amor que intenta resistir el paso del tiempo. Una gozada.

Pero es que además, hay otros aspectos positivos de la lectura que confirma la ciencia. Uno es que la lectura es una buena agencia de viajes. "No hay mejor nave que un libro para llevarnos a tierras lejanas", escribió Emily Dickinson, que apenas salió de su casa de Massachusetts y, sin embargo, escribió un bello poema sobre nuestro Teide. Imaginar que hacemos algo y hacerlo es casi lo mismo, lo corrobora la ciencia: en ambos casos se iluminan regiones similares del cerebro.

Otro es que leer alarga la vida y, cuanto más, mejor. Según un estudio sobre salud y jubilación realizado por investigadores de la Universidad de Yale, se certificó que los que leían una media de 3,5 horas a la semana viven un 17% más que los que no abren un libro; quienes leen más tiempo, un 23%. Son casi ¡dos años! de propina. ¿No merece la pena?

Y según otro análisis elaborado por la Universidad de Roma, leer nos hace más felices... ¿Hay quién dé más por un objeto que ni siquiera se enchufa?

Así que anímense a leer, incluso las María Pombo de este mundo. Como invitaba Cortázar, vayamos a la literatura como se va a los encuentros más esenciales de la existencia, "sabiendo que un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y última página.".


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