lunes, 28 de julio de 2025

Mi amiga Cae me ha hecho un regalo



Una de las mejores cosas que le pueden pasar a un adolescente es tener un amigo o una amiga íntima con la que compartir las penas y alegrías. Para mí, Cae fue esa amiga, esa confidente con la que me podía pasar horas hablando. Salíamos del colegio y yo la acompañaba hasta la parada de la guagua del Muelle Norte (porque ella vivía en el 5º pino) y dejábamos pasar guaguas y guaguas porque no terminábamos la conversación. Y luego llegábamos a casa, nos llamábamos por teléfono y ¡venga a alegar otro rato ante el enfado de mi abuela! ¿De qué tanto tendríamos que hablar? 

Fue la compañera ideal, teníamos aficiones comunes, leíamos los mismos libros (nos encantaban entonces los policiacos) y, siguiéndolos, inventábamos lenguajes secretos y contraseñas. Incluso me acuerdo de que una vez seguimos a un señor "sospechoso" por la calle del Castillo haciendo de detectives. Nos disfrazábamos de niñas chicas con cancanes y lazos para ir a los cumpleaños de su hermana de 3 años y de sus vecinitas (que nos esperaban arrobadas). Nos hacíamos regalos extravagantes, cajas a las que llamábamos el baúl de los cadáveres y que llenábamos de todo lo feo que podíamos encontrar en la Recova: llaveros con esqueletos, anillos de diamantes de 5 pesetas, flores de plástico... Cuando fuimos a la universidad a las dos nos deslumbró Don Emilio Lledó y su visión de la vida y las dos optamos por especializarnos en Filosofía. Es más, a Cae debo haber conocido a mi marido porque a mí no me apetecía nada ir a la excursión de los de Ciencias de la Universidad donde lo vi por primera vez y ella me convenció. Eso lo saben todos en mi familia. Hasta mi nieta de 11 años, cuando nombro a Cae, dice: "Ah, sí, tu amiga gracias a la cual estoy yo aquí".

Aunque la vida luego nos llevó por distintos caminos, Cae sigue formando parte de mi vida, de lo cual doy gracias a los cielos. Vive en Málaga pero de vez en cuando (ella también) se da una escapadita a Tenerife para no olvidar sus raíces. Y la semana pasada recibí ¡un paquete suyo!. En estos tiempos en que en el buzón solo caen comunicaciones de los bancos y publicidad de Ikea, recibir un paquete-regalo es un acontecimiento que emociona. Y más si es un regalo porque sí, sin ser tu cumpleaños, ni Reyes, ni ninguna otra fecha señalada. Un regalo por el simple hecho de regalar, por saber que la otra persona lo va a valorar.

El regalo eran tres libros. Uno, sobre nuestro Don Emilio, el profesor que marcó nuestro destino común, un libro precioso (ya me lo leí) editado por la Junta de Andalucía en cuya página inicial Cae me pone con su letra de siempre esta dedicatoria: "Cuando vi este libro en la Feria de Málaga de este año pensé: "Este libro es para mi amiga Isa". Luego he tardado en enviártelo porque lo he estado leyendo y hojeando. Por aquellos tiempos felices. Un abrazo". En la dedicatoria del segundo ("Filosofía vulgar. La verdad de los refranes" de Andrés Amorós) me dice: "Para Isa, tan novelera como cuando teníamos 15", y en el tercer librito, "Citas sobre psicología y educación", me dice: "Alimento para tus escritos". ¡Cómo me conoce la condenada! No en vano, en el 67 me hizo otro regalo maravilloso. Me habló de un escritor increíble que me iba a entusiasmar (cosa que así fue) y me dio un libro de él que conservo como oro en paño: "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez, una primera edición de la Editorial Sudamericana.

Los amigos, se dice, son la familia elegida, son los que encienden la luz en momentos oscuros, los que hacen nuestra vida más completa. La frase final de la película ¡Qué bello es vivir! lo dice bien claro: "Recuerda, ningún hombre es un fracaso si tiene amigos". Y coincido con Rosa Montero cuando dice que en el recuento final de nuestra vida (si lo hacemos) brillarán como islas de luz esos regalos de cariño que recibimos, tan inmensos que sentimos que es imposible merecerlos. "Esa también es la verdadera amistad: la sensación de estar felizmente en deuda con los otros".

Por todo eso, por mis amigos, y especialmente hoy por Cae, doy infinitas gracias a la vida.


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