Ya lo decía Marilyn Monroe: “El mejor amigo de una chica es un diamante”. Y
mi nieta parece haber recibido a través de los celajes sus enseñanzas porque
mira que le gusta un pedrusco, cuanto más brillante, mejor. Ya me ha dicho,
autoadjudicándose la herencia, que “Aba, todos tus collares, anillos, pendientes
y pulseras son para mí cuando sea mayor”. Hay que ver, tan chica y ya tan
espabilada.
Las piedras, preciosas o no, siempre han sido fascinantes. Hace poco, se
hablaba en los periódicos de la exhibición en el Museo Smithsonian de Historia
Natural en Washington del diamante azul Hope, que viene acompañado de toda una
leyenda de víctimas entre sus poseedores. Pero también ¡cuántas películas y
novelas (“La piedra lunar” de Wilkie Collins, por ejemplo) hemos visto en que se
repite lo mismo: una piedra preciosa, robada del ojo izquierdo o del ombligo de
una deidad hindú, atrae la mala suerte a todo el que la posea hasta que vuelva a
sus legítimos dueños!.
Pero mira por donde, yo estoy convencida de que tengo una, o mejor dos, de
esas piedras fatídicas. Cuando cumplí 10 años, mis tíos de Venezuela me mandaron
de regalo unos zarcillos de oro con una pequeña rosa de Francia. Tal vez las
piedras habían sido lunares de algún ídolo guaraní porque el primer día que me
las puse, yo tan ufana en el colegio sintiéndome la reina del chantecler, perdí
puestos en la clase y nos castigaron a todas ya no me acuerdo por qué. Desde
entonces, cada vez que me las ponía, pasaba algo, no grave pero sí molesto: se
te rompía una media, te salía un grano en la cara cuando ibas a ver al chico que
te gustaba, caía un chaparrón a la salida de la peluquería dejándote el pelo
como una baba… Pero como, digan lo que digan, soy una persona racional, seguí
poniéndomelos (hay que decir que son muy bonitos).
Hace años, en una clase sobre la falsa ciencia, hablé a mis alumnos de las
supersticiones y les confesé mi conflicto con los zarcillos, pero explicándoles
que “las supersticiones tienen su origen en casualidades. Es una tontería pensar
que un objeto sea gafe y pueda atraer la mala suerte”. Y, para demostrárselo,
dije que me pondría mañana los zarcillos. Al día siguiente, aparecí con los
zarcillos puestos y el cristal del coche roto.
Aunque sigo siendo racional, después de algún otro incidente posterior, he
decidido de una vez por todas tomar cartas en el asunto y exorcizarlos, eso sí,
racionalmente: nada de aguas benditas, nada de echarles un rezado, nada de ritos
sanadores. Lo que de ahora en adelante haré, como la persona adulta (muy
adulta), racional y consecuente que soy, es no volver a ponerme nunca más en mi
vida los puñeteros zarcillos de las narices
Pues ya que no te los vas a poner y, antes de que mi hija los sapie, ¿te importaría que me los quedara? XD
ResponderEliminarDejarle unos zarcillos gafados a una anestesista ¿estamos locos o qué?
ResponderEliminarMelchor tiene razón. No soy supersticiosa sino muy racional, pero ¡ni loca te los dejo!
ResponderEliminar¡Eeeeeeeeh!
ResponderEliminarY si no, "pa" mí, que tampoco creo en esas cosas.
No, si yo tampoco creo. Pero, o viene el ídolo guaraní a recuperarlos o me pega que no me arriesgaré a que a alguien le caiga, un suponer, una maceta en la cabeza.
ResponderEliminar..Menudo exorcismo racional, Jane, eso es pura cobardia ;D Ademas, ¿que van a hacer esos zarcillos muertos de risa en un cajon? La energia ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma...asi que lo mejor para exorcizarlos es dejarselos a alguien.
ResponderEliminarA mí también me mandaron unos con esa piedra, con el agravante de que venían acompañados de un anillo y después de un par de "accidentes" como los tuyos, los guardé y hasta la fecha; así que estoy de acuerdo contigo en lo del "gafe guaraní".
ResponderEliminarUna vez leí una novela en la que se decía que en la vida todos somos como volatineros que andamos en la cuerda floja a 600 m. de altura y que , mientras no miremos hacia abajo, todo va bien. Me gustó porque habla de nuestros miedos e inseguridades. Son ellos los que nos llevan a la superstición y a buscar una falsa seguridad en cosas "que nos dan buena suerte" o a temer otras que atraen la mala suerte. Si, como sabiamente apuntas y como yo falsamente presumo, nos dejáramos guiar por la razón, encontraríamos en ella la seguridad buscada que nos permita vivir más serenamente, sin dar importancia a incidentes que a lo mejor no son más raros que otros días sin zarcillos, por ejemplo.
ResponderEliminarPero los zarcillos se quedan guardados, como hace también Adejera. Los humanos también somos así de contradictorios
Si, de acuerdo contigo, la ciencia y la razon nos dan seguridad y nos iluminan la caverna en la que hibernan nuestros miedos (a mi por lo menos)...luego llega la estadistica, con sus sacos gaussianos, y me recuerdan mis temores infantiles ;D
ResponderEliminarMe da que no vamos a poder librarnos de ellos... Un primer paso, por lo menos, es reconocerlos.
ResponderEliminarYo tengo unas pequeñisimas perlas que me regaló una tia mia de Venezuela, que tienen más valor sentimental que material.Pues bien, yo creo que tambien tienen un embrujo guaraní, ya que una vez perdí una de ellas sin percatarme, y la encontré al cabo de un mes en medio del vestuario donde trabajo,por donde pasamos diariamente más de 30 personas,y allí estaba, en medio de la sala tan pancha. Al cabo de cierto tiempo, me desaparece otra perla, y al cabo de 2 meses la encuentro encima de un mueble de uso diario y a la vista. Hace poco se me despegó la perla del enganche. La metí en una cajita y me compré un pegamento especial. Cuando la saqué de la cajita para pegarla, no era la perla que me regaló mi tia sino otro pendiente con una perla que yo no había visto en mi vida y cuyo gemelo no tengo por supuesto.Y las perlas de mi tia estaban las dos bien pegaditas en su cajita. ¡que miedo!
ResponderEliminar¿Me los prestas para prestárselos a mi vecino el que toca la guitarrita a la hora de la siesta? Yo te los devuelvo!
ResponderEliminar¿No será que Chávez y Maduro nos han echado un embrujo? Todo lo raro viene de Venezuela ¿No era del Oriente de dónde tenían que venir los hechizos? Lo de tus perlas es para escribir un libro, pero de viajes ¡Menudo trajín se traen! Átalas corto por si acaso.
ResponderEliminarCuinpar, yo los suelo dejar bien a la vista a ver si viene un ladrón y se los lleva. Pero no me había yo fijado en esa utilidad. ¿A que se van a convertir en un arma de destrucción masiva?
ResponderEliminarCuenta con ellos, seguro que si se los pone, se le rompen 3 cuerdas a la vez.
Me recuerda el breve texto de cortázar. cuando te regalan un reloj uno se convierte en el regalo
ResponderEliminarSi vieras, Cristino, que es un texto que me encanta. De hecho lo ponía muchas veces en clase para comentarlo. Ese final -"tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj"- habla de nuestra dependencia a las cosas, dependencia que ahora se extendería al móvil, al ordenador, a todas esas cosas sin las cuales parece que no podemos vivir. Es un tema al que cada vez más le doy vueltas. Igual reincido en el post del lunes.
ResponderEliminarComo me he reido!!! Ahora que estamos en esto, yo también tengo una rosa de Francia en un anillo que me mandó mi padre de Venezuela allá por los 60 y mira por donde la piedra no me ha durado un asalto puesta en el anillo. No se sabe las veces que lo he llevado al joyero para que se la ponga; cuando está arreglado, me pongo el anillo y la dichosa piedrita se vuelve a caer. Yo creo que tus tíos, mi padre y el resto de las personas que han enviado cosas de Venezuela (incluidas las perlas), se juntaron el mismo día y desvalijaron al ídolo guaraní y lo mandaron todo para Tenerife. Mi anillo sigue guardado con la piedra suelta, mi hija no lo quiere porque dice que no le gusta...Asi que pensándolo...¿Por qué no nos vamos a un sitio de compraventa de oro y lo afrecemos a ver si sacamos algo positivo?. Aunque sea para unas medias nuevas!!.
ResponderEliminarJuany Naval.
Juany, me has dado una idea. Y con lo que saquemos nos damos un viajito, a Venezuela, no, que no están los tiempos para riesgos pero sí a otro sitio igual de exótico donde conjuremos todos los males.
ResponderEliminarEn ese caso el reloj nos atrapa fisicamente (a modo de pulsera) y simbólicamente (el paso del tiempo)
ResponderEliminarHe utilizado académicamente en un artículo sobre la juventud y sobre la vejez...
Sí, ese reloj que hay que atar a tu cuerpo con su correa "como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca", es hasta escalofriante. Ese nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo es también la conciencia de que el tiempo pasa y que no podemos hacer nada para detenerlo ¡Ay!
ResponderEliminarIsa, me gusta esa idea, siempre y cuando los pedruscos pesaran lo que tu y yo juntas porque de lo contrario...ni para churros con chocolate.
ResponderEliminarJuany.