Esta canción, que nombra a los coches piratas, era una de las obligadas en
las excursiones del colegio, junto con “Vamos a contar mentiras” y “Conductor,
conductor, acelere”. También los piratas aparecen en una copla de la picaresca
canaria que dice: “Mariquilla se fue al monte / en una guagua perrera / y yo
que me fui en pirata / le cogí la delantera”.
Todos los de mi generación conocimos los coches piratas. Los piratas eran
vehículos grandes, de nueve pasajeros o más, que cubrían rutas paralelas a las
de las guaguas, por lo que se les hacía un marcaje feroz. Pero para nosotros,
los niños de entonces, eran una gozada.
En mi casa los usábamos sobre todo para ir a casa de mis tíos en Los
Realejos, donde pasábamos parte del verano. Y nuestro coche pirata preferido era
el coche de Dámaso.
Dámaso era un hombre grande con una sonrisa de oreja a oreja, siempre de buen
humor, que, nada más subir al coche, nos decía: “Haga frío o calor, el coche de
Dámaso es el mejor” o “En invierno y en verano, el coche de Dámaso llega
temprano”. Y, con grandes risotadas, terminaba diciendo: “¿Por qué? ¡Porque
tiene dos motores!” y hacía un cambio de marchas escandaloso para
demostrárnoslo. Y entre chistes, anécdotas, cuentos y la parada obligatoria a
medio camino para tomar un cafecito, el viaje, que duraba sus buenas dos horas,
se convertía en una fiesta, incluyendo “el tobogán” del badén del Puerto de la
Cruz en el que el coche parecía volar.
Cuando llegábamos a la altura de la Cuesta de la Villa, desde aquella vista
en la que hasta Humboldt se quedó con la boca abierta ante tanta belleza, Dámaso
me contaba el cuento de la princesa que pedía la Luna, y ésta, al traerla
remolcada por un avión, se cayó y se partió en mil pedazos sobre el valle de La
Orotava. “¿Ves?” –me decía, señalando los más de cien estanques que entonces
salpicaban todo el valle- “¡Trozos de Luna!”.
Con el coche de Dámaso fuimos también por primera vez al Teide, cuando yo
tenía 7 años. Tengo una foto suya en medio de la nieve sosteniendo un bloque de
hielo y rodeado de todos los niños, que lo seguíamos como moscas tras la miel.
Años más tarde los coches piratas desaparecieron, supongo que presionados por
las compañías de guaguas y por la ley. Y también Dámaso murió. Pero hoy quiero
hacerle mi pequeño homenaje a un hombre bueno, que conducía un pirata y contaba
a una niña cuentos de princesas. Y quiero pensar que, en su memoria, siguen
brillando (cada vez menos, eso sí) en el valle de La Orotava los restos rotos de
la Luna.
(La imagen es una postal coloreada de principios del siglo XX donde se ve la carretera que recorríamos a la altura de Las Dehesas en el Realejo Alto. Fue publicada en "Fotos antiguas de Tenerife" por Graciela Mendaro Berdoy)
Yo también conocí a Dámaso. Era un hombre encantador, tierno y amable. En aquella época hacía un servicio algo más económico, como decían mis padres, y ciertamente más arriesgado para escapar al control de las guaguas y de Tráfico, por lo que más tarde se llamaría competencia desleal.
ResponderEliminarLo que él hacía lo hacen hoy en día en algunos países de la UE(Grecia, por ejemplo). Hacer un servicio en el que todos los pasajeros, unidos por el único interés del destino del viaje, comparten un taxi, sin que a veces se conocieran entre sí; es repetir lo que hacen las guaguas sólo que a escala más pequeña.
Dámaso sacó su licencia de taxi y, dado que tenía un coche tan grande, le pedía a uno de los pasajeros que figurara como el que había alquilado el coche para transportarlo a él y a los demás "amigos" hasta Santa Cruz o Los Realejos, en su caso.
Jane, te felicito por tu memoria. Yo no me acordaba de este simpático e imaginativo "hombretón" y tu texto me ha traído buenos y cálidos recuerdos de una parte de mi niñez.
PD: Realmente no era un cambio de marchas lo que hacía sino el freno del motor que tenía aquel poderoso coche cuya marca no recuerdo ¿Te acuerdas de cuando tenía que para en el fielato?
Qué alegría ver que hay gente que lo recuerda. Yo era muy pequeña para saber si era el freno o las marchas pero sí me acuerdo del ruido endiablado de los "dos motores" (en los que yo creía a pie juntillas). Tampoco me acuerdo de la parada en el fielato, pero sí de la parada a media camino para el cafecito y, en mi caso, generalmente un dulce.
ResponderEliminarRealmente en aquella época los coches piratas eran tolerados. Hacían un servicio, por ejemplo, salir a las 5 de la mañana de los pueblos para estar en Santa Cruz a las 8, que las guaguas no hacían. Me alegro de compartir contigo este recuerdo. Igual fuimos en aquel tiempo compañeros de viaje.
Jane, no veas las que pasábamos los Ferias por esa Cuesta de las Tablas, camino de Güimar. Mi padre tenía una " rubia" Peugeot en donde nos metíamos los nueve. Si a alguna vez nos paraba la poli, confundiéndonos con un coche pirata, al mirar por la ventana y ver todos aquellos "josicos" iguales le decía a mi padre : ¿ son todos suyos?. Mi padre, seguramente con un puro apagado en la boca, le decía que sí, resignadamente, y el policía le contestaba : Circule.
ResponderEliminarMás de una vez nos pararon confundidos, camino del sur. Nos peleábamos por ir en la ventana, salvo mi hermana Aurora que tenía venia, pues mareaba. ¡ Qué tiempos!
No me extraña que los confundieran. Nosotros, que entre primos y hermanos también somos un montón, muchas veces llenábamos el coche (y yo en la ventana porque, como Aurora, también mareaba) . Pero lo dicho, era un transporte "tolerado" y generalmente la policía, que conocía perfectamente a Dámaso y a los demás piratas, hacía la vista gorda. Eso, qué tiempos.
ResponderEliminarQué bonito Jane.
ResponderEliminarYo no he conocido eso, pero hace poco oí que en algunos barrios de Madrid había también coches piratas en los 60-70.
Aunque dudo que sus conductores contaran cuentos a los niños, como Dámaso.
¡En Madrid, piratas! De los de pata de palo, sí, pero coches no vi yo en mis tiempos de estudiante (del 67 al 71). Y mira que nos hubieran venido bien para visitar pueblitos de alrededor. Al final, nos conformábamos (y no era poco) con el 600 de un amigo, en el que íbamos apiñados como en los piratas pero pagando a escote la gasolina y sin cuentos, naturalmente. Dámaso era, en verdad, una persona muy especial.
ResponderEliminar¿A precio guagua, maestro? Sí, pero tienen que esperar a que se llene, ¿cuántos son? Así eran más o menos las conversaciones con el conductor del pirata que aparcaba en Juan de Vera junto al bar de Micaela un enorme Peugeot 403 Wagon de color negro. Eran días de verano y las piscinas de Bajamar nos esperaban. A la vuelta, lo mismo.
ResponderEliminarBuenos recuerdos haces volver, Jane.
Suerte que tuviste. Mi padre, al que también esperaban las piscinas de Bajamar en pleno verano, recordaba haber ido caminando en sus tiempos mozos desde La Laguna y vuelta después. También iba caminando a las fiestas de Taganana, que ya son ganas de bailar. Esto demuestra que los piratas cubrían una necesidad, por la falta de guaguas. Y también demuestra que la juventud es la juventud. Lindo haberlo vivido...
ResponderEliminarHola Jane. Vaya que si era un poeta el Dámaso y de los mejores. En mis recuerdos de muchacho están los viajes en el tranvia de las lecheras (seguro piensan que estoy hablando de la Edad de Piedra). Excursiones que haciamos un cuantos amigos para matar el tiempo en una ciudad que nos ofrecia una gama inmensa de cosas por descubrir. Cómo me gustaría que alguien recordara a esos personajes y lugares que tanto brillo le dieron al gentilicio canario. Yo recuerdo algunos: El viejo Sixto de la Libreria Weyler y la Tienda de Mariquita La Mora. El Café Imperial en la Plaza de La Paz y el Restaurant de Micaela en Los Toscales. Viejo, yo?. ¿Qué va?. Buena memoria, le dicen.
ResponderEliminarHola, Agroteide: al tranvía (el de antes y el de ahora) le dediqué uno de estos escritos, "Allá va el tranvía", porque también estaba en mis recuerdos. No conocí el restaurante de Micaela y eso que viví en el Toscal desde los 12 años, pero sí a Sixto, a Mariquita la Mora y el Imperial, que todavía sigue existiendo y en el que me he comido unos bocadillos riquísimos. Como se nota que somos de la misma quinta ¿verdad?
ResponderEliminarComentaba tu post con mi madre y me dijo que ella también conoció a Dámaso y que hizo muchos viajes en su coche. Luego me confesó que ella prefería a un tal Mamencho ( creo recordar), que debía ser el galán de la época, y siempre le pedía a mi abuelo que lo llamara a él. Según sus palabras: "era un hombre alto y guapo, de los de aquellos tiempos" y que, aunque era un poco mayor y con novia formal, traía de cabeza a las adolescentes de la época. ¡Qué poco han cambiado algunas cosas!, eh? Un saludito.
ResponderEliminarNosotros siempre fuimos fieles a Dámaso, incluso mi tío figuraba como "contratante", con papel firmado y todo, por si paraba la policía. Dámaso desde luego no tenía nada que ver con Harrison Ford. Era un padre de familia, con cuya hija jugué por aquel entonces, y tenía un corazón tan grande como su coche.
ResponderEliminarAy, estimada Jane: En verdad no sé si somos de la misma "quinta", nací por allá, por el año 1945. Lo interesante es compartir vivencias, "saudades" ( Camoes no me perdonaría obviar el término que tan bíen define a la nostalgia). En mis tiempos de muchacho, Santa Cruz era un mezcla de ciudad: medio marinera, medio rural, pero con asomos de modernismo. Recuerdo al cabrero con su rebaño ordeñando de puerta en puerta y lo curioso es que cada animal sabia donde le tocaba. ¿Sabe que añoro?, pues la seguridad de sus calles. Mire que las caminé. Desde Muelle Norte hasta los lados de la Refinería y desde la Plaza de España o como se llama ahora, hasta cerca de la Huerta de los Pájaros. Me estoy refiríendo a los finales de los 50. Siga escribiendo que parafraseando a un periodista venezolano, ya fallecido, ALGO QUEDA....!
ResponderEliminarSanta Cruz tiene también, aparte de la seguridad, un encanto en sus viejos barrios que aún hoy el ruido, los coches y la masificación no han conseguido borrar. Eso sí, hace años (aunque no tantos) que no se ven rebaños de cabras, excepto en extemporáneas romerías. Así que lo dicho: un viajito y a descubrirlo y rememorarlo. Un saludo.
ResponderEliminarMe ha traído a la memoria, un hombre bueno que vivía en la misma calle que yo, que tenía un coche del estilo de los piratas, nos metía a todos los niños de la calle en él, que tendríamos 5 o 6 años y nos daba una vuelta por Santa Cruz, nos contaba cuentos, y todos llevábamos la merienda a su casa y nos la comíamos en un jardín que tenía. Siempre lo recuerdo con mucho cariño. Parecía de cuentos. Desde luego que cosas pasaban antes, hoy son impensables. Dios lo tenga con El, porque realmente era una muy buena persona.
ResponderEliminarTienes razón, Pepa, hoy sería impensable, lo hubieran detenido en cuanto metiera a los niños en el coche.
ResponderEliminarLa bondad es un valor pasado de moda. Cuando se dice de alguien que es bueno es como si se dijera que es algo tonto. Leí hace poco que es que el ejemplo de los malos nos hace parecer superiores y el de los buenos, todo lo contrario. Por eso tienen tanto éxito los reality shows donde aparecen tipos iracundos o abiertamente inmorales. Apagamos la tele y es como si dijéramos: "¡Mecachis, qué bueno soy comparado con ese!"
Y, sin embargo, mira que hemos conocido gente buena de verdad en la vida. Gente generosa, que piensa antes en el otro, que da a manos llenas cariño, alegría, consuelo, seguridad. Creo que todavía las hay y ruego por que no falten.
Un beso.
Uno de mis recuerdos infantiles más nítidos, consiste en una señora, campesina, maga, de las de pañuelo negro, cesta a la cabeza y "kruger" apagado en la comisura del labio, preguntando a mi abuela, de la que iba de la mano.., que ¿de dónde salía el pirata "pa" Chío?... No recuerdo mayores concreciones, pero se y me consta que salían de la Plaza Militar... Saludos Isabel...
ResponderEliminarMe ha encantado tu descripción, Tito, me parece estarla viendo, qué típica.
ResponderEliminarYo recuerdo que Dámaso salía de la Plaza Weyler. Le he preguntado a mi marido (su padre era de Chío) y él también recuerda a los coches pirata saliendo de la Plaza Weyler. Igual tenían diversas paradas, o cambiaban por si acaso.
Un abrazo.
Cerca de la Plaza Weyler estaba el Bar "micasa" y allí estaba la estación de guaguas y de los taxis piratas. En mi pueblo, ya como taxis, estaban Ezequiel, Feliciano y Domingo ""Palito", personas entrañables. Desde San Miguel venía uno descapotable, con estribos para subirse y bocina por fuera, que conducía un pariente de mi padre y que iba recogiendo gente por la carretera del sur. Normalmente, lo apalabrabas con tiempo suficiente. Era mucho más rápido que la guagua, que para recorrer desde el Río de Arico a Santa Cruz 72 kilómetros, tardaba tres horas y media, con la consiguiente parada larga en la Fonda "Medina" de Gūimar y alguna otra antes en las bodegas de cueva de Fasnia. Toda una odisea y sobre todo si te tocaba delante por la "Cuesta de las Tablas" un camión cargado de tomates o de caña dulce y ya no había manera de adelantarlo hasta casi llegar al Chorrillo.
ResponderEliminarLos viajes del sur a Santa Cruz en aquella época, Manolo, duraban lo que ahora ir a Barcelona. Recuerdo venir en guagua desde Granadilla (cuando íbamos a casa de mi tío que fue secretario del juzgado de allí) y nos teníamos que levantar de noche para coger la primera guagua. Lo que más recuerdo eran los amaneceres desde la guagua y el desayuno después en Güimar, probablemente en la fonda que nombras. Todo tenía el sabor de una aventura.
ResponderEliminarGracias por tus vivencias.
Un abrazo.
Sí salian de la plaza weyler , mi abuela vivia en Imeldo Seris y recuerdo q a mi madre siempre le decian !para el norte! !para el sur! y es porque siempre tenia los cachetes colorados
ResponderEliminarAvi, la Plaza Weyler fue durante toda nuestra infancia y parte de la juventud el nudo de comunicaciones. Muchas guaguas y coches piratas salían desde donde ahora está el parking y esa plaza al final de Imeldo Serís. Después, cuando íbamos a la Universidad, pasaron las guaguas a la Plaza Militar (y a la Plaza España, la directa a La Laguna). Tu abuela estaba muy bien comunicada.
ResponderEliminarMe hizo gracia lo de los cachetes colorados. Siempre se los atribuíamos a las esperanceras, que se sofocaban todas al venir a los calores de Santa Cruz "Cuando vienes del campo / vienes airosa, / vienes coloradita / como una rosa".
Isa, la verdad que es muy gracioso y entrañable lo que cuentas del chofer "polivalente", el viaje con este personaje se les haría bastante más corto y entretenido. Yo solo conocí los coches piratas de verlos en una parada que había frente al casino, pero , que yo recuerde, nunca me subí a un de ellos. El chofer que conoció Pepa también debió ser un buen personaje.
ResponderEliminarEs verdad, Pili, que era polivalente y estaba pendiente de todos los pasajeros. A mi abuela la trataba con un respeto enorme, poniéndola cómoda y hablándole todo el rato; con los niños se reía a carcajadas y tenía una imaginación enorme para inventar cuentos y juegos; y con el resto tenía conversación para entretener y escuchar. Ahora pienso que qué pena haber sido tan pequeña y no acordarme más de lo que decía y contaba.
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