martes, 1 de febrero de 2011

Dinero negro




Hace poco estando en Santa Cruz en casa de mis primos, cerca de la Plaza de San Francisco, se coló por la ventana un sonido que había pensado no oír nunca más: la música de un afilador. Me asomé deprisa esperando ver, igual que en una escena de tiempos pasados, a las mujeres corriendo y llevándole tijeras y cuchillos. Pero no vi a nadie y la música se iba alejando cada vez más. ¿Sería realmente un afilador?

El sonido me dejó pensando en los oficios desaparecidos. En el limpiabotas de Santa Cruz de La Palma que, cuando ganaba lo necesario para comer ese día, se iba alegremente a su casa, así fueran las 10 de la mañana. En la vendedora de pasteles que venía a mi casa de vez en cuando, precedida en la escalera por el aroma delicioso de rosquetes, galletas y bizcochones. En una amiga de mi madre que, con dedos ágiles, hacía encaje de bolillos para las dotes. En las señoras que iban a planchar o a zurcir o a hacer la manicura a algunas casas una vez a la semana. En las lecheras, caminando por las calles con la cántara en la cabeza, erguidas y serias. En los pescadores que vendían su pesca en la playa nada más recogerla del mar. En el latonero, que en el garaje de su casa te hacía, por ejemplo, de un día para otro, un cacharro para asar castañas…

Supongo que todos ellos pertenecían a lo que se ha llamado “economía sumergida” y que sus ganancias eran en “dinero negro”. Y me acordé de que yo, durante toda la carrera, formé parte de ese grupo delictivo porque gané un dinero extra, del que no di cuenta a nadie, dando clases particulares de matemáticas, lengua, latín o griego.

No creo que la solución a la crisis actual venga por ese lado, la verdad, pero sí que es importante para salir de ella la creatividad y el ingenio, la habilidad y el amor por las cosas bien hechas, el saber hacer y el sentido común que todas esas personas tenían para salir adelante en tiempos que fueron más difíciles.

Y a lo mejor de todas esas cosas era de lo que me hablaba aquella música que se iba perdiendo por las calles de Santa Cruz. Tal vez en sus notas estaba entretejida la esperanza. 

25 comentarios:

  1. Toda la vida dándomelas de honrada y me acabo de dar cuenta que yo también, porque cuidaba niños.

    Yo oigo mucho esa musiquilla en mi barrio, pero no creo que vaya mucha gente.

    Algunos de esos oficios se han perdido, pero otros vuelven, como las planchadoras, conozco a varias personas que tienen asistenta, pero solo va a sus casa a planchar (al ser una tarea doméstica tan bonita y amena)

    Y juraría que cada vez veo más sitios que arreglan ropa, que me recuerdan a la modista a la que iba mi madre. Aunque ella iba (creo recordar) a hacerse la ropa y ahora la gente va(mos) a hacer algún apaño.

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    1. Un día a ver si hacemos una oda elegíaca a las asistentas, esas personas que nos planchan la ropa (yo lo odio) y nos tienen la casa presentable para permitirnos que trabajemos en otras tareas. Siempre me acuerdo de un personaje de Agatha Christie en "El tren de las 4,50", Lucía Eyelesbarrow, que es matemática pero que decide trabajar en el servicio doméstico. Nos llama la atención por lo inusual y porque a lo largo de los siglos se ha desprestigiado el trabajo manual, pero, si lo pensamos y te realizas en él, puede ser tan gratificante como cualquier otro.

      Y mira tú por donde, tú y yo estamos igual que los millonarios esos que evaden capitales. Viste mucho ¿no?

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  2. ¡Qué bien que has sacado ese tema!
    El domingo, sin ir más lejos estuve hablando de esas cosas con una de mis cuñadas. Recuerda que la vendedora de pasteles los contaba de dos en dos:"dos, cuatro, seis...", sacándolos con cuidado al mismo tiempo. También recuerda cómo la que vendía el pescado, lo traía envuelto en una tela de saco, y separando las cuatro puntas decía:"una preciosa samita...," y lo demá que fuera sacando.
    Yo también tengo recuerdos de esta gente. Y fotos. Como siempre fui muy aficionada, conservo una de Dolores, la panadera, otra de Guayo, el cartero (¡nada que ver con los de ahora!)
    También recuerdo a la que iba a vender moras:"a las moooras, a las moooras".
    O a las que iban a comprar tomillo (mi madre nos dejaba vendérselo),y por un manojo nos daba una peseta... o menos.
    En cuanto a los latoneros tengo el privillegio de ser vecina de los más famosos de La Laguna, "Los Wences", bueno, el padre se llamaba Wenceslao Yanes (una de las calles a donde da mi casa lleva su nombre) y sus cuatro hijos varones siguieron su oficio. Luego se reciclaron y ahora son unos artistas, sobre todo uno de ellos. Pero siguen los cuatro en el taller día tras día, sin plantearse siquiera la jubilación (están entre los 70 y los 80). Ir alli es como dar marcha atrás en el tiempo. Una paz... Y es que cuando las cosas se hacen a gusto, pues eso, lo mejor es seguir

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    1. Eran personajes cercanos y entrañables que, igual que mi afilador, todavía pueden andar por ahí. Pero son vestigios de una época pasada. No sé si todavía en Los Sauces avisan de que ha llegado el camión del pescado tirando voladores, que yo, la primera vez que los oí, pensé que estábamos de fiesta.

      Los faroles exteriores de mi casa los hicieron los Wences y, después de 30 años, ahí los ves, no hay uno que esté oxidado, mientras que los del balcón, comprados en una gran superficie, ha habido que cambiarlos tres veces. Es el sello de nuestro tiempo, lo que Andriu en su blog el 18 de enero llama "obsolescencia programada", es decir, que el mercado programa un cierto número de usos a los objetos (como por ejemplo ahora a mi tostadora) y después a comprar otra, porque las reparaciones cuestan más caras. Supongo que hay que buscarle a cada época su lado bueno, pero a mí esa filosofía de comprar y tirar, como que me da un poco de miedo...

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  3. Todavía por mi barrio pasa de vez en cuando el afilador anunciándose con la música de siempre (la flautita de tubos de plástico), que nos provoca una sonrisa aunque sea la hora de la siesta, pero ya sólo compensa afilar los cuchillos o las tijeras cuando son de muy buena calidad porque sale muy caro.
    También viene regularmente la furgona del pescado anunciando chicharros, sardinas, morenas. Y ultimamente pasan vendiendo fruta y verdura en una camioneta. O vienen niños vendiendo dulces por las casas.
    Y por las mañanas, temprano, al ir caminando al trabajo, me encuentro en la calle Juan de Vera con el panadero repartiendo y con alguna lechera, pero las de ahora utilizan garrafas de plástico de agua mineral, en lugar de las lecheras de aluminio o de latón de toda la vida.
    Sólo falta el precioso carrito del helado anunciado por la música del cornetín en mi infancia de Las Canteras.

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    1. O sea, que no están tan desaparecidos como yo creía. Siguen existiendo (¿¡Incluso las lecheras!?). Por mi pueblo la verdad es que no se ve ese trasiego pero sí es verdad que hay furgones en las carreteras vendiendo frutas, verduras y papas. Y también está Tina, la que me arregla la ropa desde que murió mi madre y que es mi tabla de salvación (ya sabes mis habilidades con la aguja y el dedal), y que lo mismo arregla un roto que un descosido. También recuerdo de otros tiempos el carrito de los helados, yo sin cornetín, pero con canto del vendedor: "Un heladito para el nene y para la nena".

      ¿Y cómo se llama la flauta del afilador? ¿Un caramillo, una flauta de Pan? ¿O es un instrumento hecho ex profeso para los afiladores? No he encontrado su nombre.

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    2. Mira aquí http://sonidosclandestinos.blogspot.com/2010/05/instrumentos-clandestinos-la-flauta-del.html

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    3. Chifre, chiflo o xipro, pero relacionado con la flauta de Pan: ese es el nombre del instrumento del afilador, según este enlace que amablemente ha puesto M.Campos. Muchísimas gracias por la información. Es bueno aprender algo nuevo cada día.

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  4. Pues, mira por dónde, Jane, también yo me gané mi "dinerillo" negro, durante unos cuantos años de estudiante. Di clases particulares de las materias que hiciera falta, desde los 16 años hasta que acabé mi carrera, a los 23. A ellas, hay que añadirles trabajos temporales (como se dice ahora), en los que di clases de baloncesto en un colegio de monjas, un año, y en un centro privado seglar, en otro, en que ni alta en la seguridad social ni cosa que se le parezca. La misma situación, en los dos últimos cursos de la carrera, cuando formé parte de un equipo de delineantes en el estudio de un conocido ingeniero industrial de aquella época. El único dinero blanco de aquella etapa, me lo gané como auxiliar sanitaria, en uno de los pocos ambulatorios que había entonces, y durante unos seis meses de mi primer curso.
    Hoy has traido a mi memoria todo este recuento que tenía casi olvidado y, hoy también, he reparado en lo defraudadora del erario público, que he sido. ¡Qué cosas haces que descubramos, querida Jane!.
    En cuanto a los oficios desaparecidos, añadir a los que mencionas tú y tus nostálgicos comentaristas, el de los pequeños rebaños de cabras y sus pastores, que paseaban por algunos rincones de las afueras de aquel entonces capitalino, como el barrio del Urugüay y el de Salamanca. Más de una vez, tomé buenos tazones de leche recién ordeñada que mi madre compraba, para nosotros, a aquellos pastores. Mezclada con gofio es uno de mis recuerdos infantiles más agradables. ¡Qué tiempos aquellos, que ya nunca volverán...!

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    1. hablamos de aquellos tiempos en que no había que tener miedo de barrer mi trozo de calle sin que me denunciaran los sindicatos por intrusismo laboral?
      yo viví en el barrio uruguay, y recuerdo que le comprábamos ¡sin factura! las margaritas a las monjas del asilo de ancianos, que venía una carreta tirada por dos bueyes a recoger el serrín de la carpintería que había al ladito de casa; las primeras botellas de leche, oh modernismo, que devolvíamos vacías y limpias en la puerta, sin que a nadie se le ocurriera destrozarlas volviendo de las juergas...por diossssssss, isa, que de eso no hace más de 50 años!!!
      no sé bien si el recordar todo esto me anima...voy a pensar que sí, que no llevamos tanto tiempo destruyendo la armonía, que podemos recuperar la confianza sin renunciar al progreso real.
      ¡y comprar tijeras buenas, no en un todo a cien! todavía uso las de corte y confección de mi abuela.

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    2. Yo estuve, al principio de mi andadura laboral, trabajando 3 años en dos colegios privados, uno en Madrid y otro aquí, y en ninguno de ellos tuve cubierta la seguridad social. De hecho, di a luz a mi hija en una clínica privada cuando ahora me hubiera ido a la pública. Esto supuso también que, a la hora de jubilarme, en lugar de 38 años cotizados, tenía 35 (que bastaban, eso sí). Tres años que, a efectos laborales y aunque trabajaba todo el día, mañana y tarde, no me sirvieron para nada. Siempre me dan ganas de contar esto cuando a algún nostálgico, con mala memoria, se le ocurre decir lo de que con Franco vivíamos mejor. Hoy un trabajo así, sin seguridad social, sería impensable.

      También viví lo que cuenta Nati de las botellas; y el rebaño de cabras, que pasaba por la finca de mis suegros en la Playa de San Juan un verano que pasamos allí. Mi suegra me traía a la cama el tazón de leche recién ordeñado. Son esos detalles tiernos lo que más recuerdo de ella.

      Pero también y para animar a Nati, en mi pueblo siguen dejando en la puerta la bolsa para el pan, incluso con dinero dentro. Creo que sigue habiendo margen para la confianza.

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  5. Jane, dinero negro como tal nunca lo he ganado. Tiene otros colores. Sin embargo, las pasé bien negras. Durante mis estudios me desempeñé como Profesor de Química con 28 horas de clases semanales en una Escuela Técnica Industríal y en las noches era el encargado de la Biblioteca en mi Facultad. Los 15 y 30 me olvidaba de los contratiempos. A pesar de todo, logré coronar una carrera excelente y con una buena ubicación dentro de mi promoción.
    ¿ Quíen dijo que todo era soplar y hacer botellas ?.

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    1. Los jóvenes que ven que hemos conseguido un buen puesto en la vida tienden a olvidar lo que nos ha costado.

      Como tú, yo también empecé con semanas de 28 a 30 horas de clase, más las correspondientes de preparación, corrección y otras actividades, trabajando incluso sábados por la tarde. Tuve trabajos precarios sin seguridad de tener contrato el curso siguiente. Para huir de eso, pasé por dos oposiciones con el necesario sacrificio de tiempo, estudio y dinero (una de ellas fue en Madrid). Así que nadie nos ha regalado nada y tienes toda la razón en que no fue tan fácil como soplar y hacer botellas.

      Ahora, a la altura de los años, nos damos cuenta de que el esfuerzo ha compensado y que sin éste no se consigue nada. Otra de las cosas a tener en cuenta para salir de esta crisis que nos invade.

      Un abrazo.

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  6. También hay cada vez menos relojeros y zapateros: compramos y tiramos en vez de reparar. Hace apenas 20 años (en mi adolescencia) los tenis los recauchatábamos. Esa misma era la palabra que utilizábamos: "recauchutar". Mi madre los llevaba a un zapatero que había en Heraclio Sánchez, frente al edificio Galaxia, y éste les ponía una nueva suela blanca sobre la anterior, gastada de partidos de basket y gamberradas. Eso te permitía prolongar la vida de nuestras queridísimas Nike, Converse o Pony algunos meses más. Era algo habitual entre mis amigos. Hoy la idea de recauchutar unos tenis me suena a algo mucho más lejano: a la posguerra española, a la medina de Fez... pero no desde luego a mi adolescencia. Aunque quizás lo que ocurre es que mi adolescencia empieza a estar ya, también, bastante lejos.

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    1. Los de mi generación fuimos educados para no tirar nada y reciclarlo todo. Nos parecía, además, que siempre iban a estar ahí el zapatero, el latonero, la ventita de la esquina... y ahora vemos que ni siquiera han perdurado las tiendas de discos y que están desapareciendo las agencias de viajes. Estamos atravesando una época de cambios tan rápidos que a veces nos sobrecoge, otras nos hace añorar un pasado que se nos antoja cercano y otras nos enorgullece de ser testigos de ella.

      De todas formas, de nuestra educación nos queda el que nos cueste tirar a la basura los objetos. Hace poco tuve que calificar de "arretranco" a mi vieja máquina de escribir (que sigue funcionando perfectamente, eso sí) y, no veas, casi me pareció una traición a la compañera de tantos trabajos.

      Un abrazo.

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  7. Cuando quieras nos vamos unas vacaciones a La Palma para que recuerdes; al levantarte ya tienes el pan en la talega que cuelga de la puerta, a media mañana los voladores anunciando la llegada del pescado a la plaza, el de la bombona te la deja al lado de la puerta si es que te has ido de paseo, el latonero, si está sobrio y ha abierto, te hará cualquier artilugio que se te ocurra, el zapatero recauchutará lo que le lleves.
    Son costumbres basadas en la buena fe, a nadie se le ocurre quitarte el pan de la talega, llevarse la bombona que está en el camino. ¡Ah, y por la noche, seguro que oirias alguna ronda¡.
    Por lo demás, sigue siendo un pueblo encantadoramente normal.

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    1. Mi prima Mari Carmen escribió hace años un poema que empezaba diciendo: "Sauces queridos, de lejos te recuerdo...". Tú me los has hecho recordar (y añorar) y me parece mentira que todavía siga siendo así, como yo, de lejos, lo recuerdo. Hace más de 10 años que no voy por allí y 20, desde la última vez que me quedé a pasar unas cuantas noches. Así que te tomo la palabra y un día te acompañaré. Y a lo mejor hasta me rondan (con voz cascada, si son los mismos cantores de hace 45 años cuando me cantaron: "Paloma mensajera, cruzando el viento...")

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  8. Supongo que conocíste a Lucrecia, que ponía inyecciones al barrio con una puntualidad increible, ahora pienso el trabajo que le costaría salir de su casa para cumplir con los horarios de los tratamientos. Besos.

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    1. No, no la conocí porque en mi casa las inyecciones las ponía siempre mi padre (él nos decía que "sin aguja"). Pero, ya casada, cuando tenía que pinchar a los niños, venía Don Argelio, que vivía en el barrio de Salamanca, también siempre puntual y muy buen profesional. ¿Seguirá habiendo todavía practicantes a domicilio? A mí me resolvía la vida.

      Besos.

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    2. Creo que no. Hoy estaría mal y es mucha responsabilidad. Tanto las profesines que nombras como la de practicante que se llamaba. No es que lo hicieran mal; pero estan los años de estudio,los títulos y lo más importante controlar el dinero para que sea blanco y no negro.
      La sanidad ¿Te imaginas dándole un vaso de leche a tus nietos de una cabra ordeñada en la calle? .O ¿Ponerles una inyección hirviendo la aguja en un caldero?. No, me parece que son recuerdos bonitos pero impensables hoy, Besos.

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  9. Tal cual
    Esa melodía es una vuelta al pasado.
    Cuántas actividades. Recuerdo poner los veranos a mi hija a aprender a bordar con una amiga de mi madre . Después las clases particulares de matemáticas en Ramón y Cajal algún verano. Más tarde era ella la que recibía un jornal por hacer de canguro en el edificio alguna tarde o dar clases de inglés a hijos de conocidos. ..Cuando ya fue mayor plasmó lo aprendido en alguna exposición de labores...era un círculo. .Dinerito negro que hacía realidad sus deseos rosa.

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    1. Sí, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, :-))
      Claro que hay dineros negros y dineros negros...

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  10. Francisco González14 de febrero de 2015, 21:06

    Buen recordatorio a viejos y entrañables oficios.A unos tiempos de economía de autarquía,Y parodiando tu último comentario,diría: que hay dineros negros y negros del dinero.-¿no hará falta comentar quienes y donde están,supongo?-
    Buen fin de semana a todos-as.Cs

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    1. Creo que no, Francisco. Desgraciadamente, cada día la prensa nos da nuevos nombres y nuevos datos que nos hacen clamar, no tal vez por una economía de "juan palomo", sino por un poco de decencia en nuestros políticos. Ojalá lo consigamos alguna vez.
      Buen y carnavalero fin de semana.

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