La perplejidad puede tener varios matices: asombro, extrañeza, desconcierto, sorpresa, confusión, incertidumbre... Este sábado todos ellos se me mezclaron al hacer una visita con el grupo "Lo que las Piedras cuentan" al Convento de clausura de las Claras de La Laguna.
Hay asombro en cuanto cruzas el umbral del Convento -una mansión de gruesos muros que ocupa una manzana entera en el centro de la ciudad- y sorpresa al pisar las amplias salas abiertas al patio. Las recorres casi con reverencia, deteniéndote en sus nombres, tan sugerentes - De Profundis, Sala Regina Coeli, Sala Seráfica, Sala de la Redención, Sala Quién como Dios, Sala Corpus Christi-, y admirando un altar de plata impresionante con el que se viste el de la iglesia en días de fiesta, o los cuadros y esculturas de la Virgen, del Cristo y de los santos, o los retratos mortuorios -un poco espeluznantes, la verdad- de las Venerables, madres abadesas que murieron dando ejemplo de santidad. Como, por ejemplo, Sor Catalina de la Esperanza, de la que cuentan que, cuando murió, las palomas vinieron a posarse sobre su ataúd, lo que se consideró señal de virtud.
En los pasillos, limpios y silenciosos, descansan los baúles de cedro antiguos que en un tiempo trajeron dotes y pertenencias de las novicias. Hay relicarios de plata dorada, atriles de marfil, áureos cálices, crucifijos, navetas, patenas, casullas. Aquí y allá vemos libros, muebles y objetos de otra época; un tenebrarium magnífico; y un bombo y una colección de castañuelas de madera que resultan algo incongruentes. Todo, cada detalle de este convento, que suponemos callado y ajeno al ruido exterior cuando no lo invade el barullo de un grupo que comenta aquí la delicadeza de un Niño Jesús y allá el lujo de una corona con piedras preciosas, nos asombra y nos deleita.
Y mientras recorremos las salas, los patios, el ajimez que se levanta orgulloso sobre la ciudad... aparece otro tipo de perplejidad: la extrañeza ante el hecho de que este sitio, que es parte de la historia de La Laguna y que guarda tan rico patrimonio artístico y documental, haya estado 4 siglos cerrado al pueblo en general, en la más estricta clausura, desde su fundación en 1577 hasta hace solamente un año. El convento, que en todo ese tiempo permaneció en pie desafiando el tiempo, los incendios o los rayos -como el que el año pasado lo dejó trastabillando pero entero-, cerró siempre sus puertas a los que alguna vez pretendieron el privilegio del que ahora gozamos: recorrer sus pasillos y vislumbrar sus tesoros.
Al final, cuando ya nos íbamos, otra perplejidad asoma en las conversaciones en forma de desconcierto: ¿Qué es lo que lleva a mujeres de hoy en día -algunas, universitarias- a meterse entre cuatro paredes para no salir jamás? ¿Tiene sentido la clausura, por más que Aristóteles haya cifrado la felicidad en la vida contemplativa?
Entiendes que, en los comienzos y hasta nuestra época, los motivos eran más económicos y sociales que religiosos. Olalla Fonte del Castillo, la aristócrata que en el siglo XVI cedió su casa para que en ella se instalaran las monjas clarisas, lo hizo a cambio de que admitieran a tres de sus hijas (ya tenía otras dos dentro). Las ventajas eran muchas: se quitaba de encima y les resolvía la vida a cinco hijas de una tacada; las dotes del convento eran menores de las que tendría que reunir para un matrimonio del mismo status (y casar a cinco hijas ventajosamente tampoco sería muy fácil); además, tendría asiento preferente en la iglesia, un buen entierro y, por supuesto, enchufe para entrar en el Cielo. No es de extrañar que el Convento -que en la actualidad alberga a 13 monjas- haya llegado a tener más de 150.
¿Pero ahora, en el siglo XXI, es compatible la clausura con el valor que damos a la libertad? Ellas se sienten el corazón de la Iglesia, dedicadas al "vuelo místicamente azul de la plegaria", que diría Rubén Darío. La paz de los claustros conventuales tiene su atractivo para las personas a las que el mundo exterior les viene grande. Aquí cavan el huerto, hacen hostias para la Misa, bordan y cosen, preparan comidas para los necesitados e incluso -nos dijo la Madre Abadesa al final, mientras nos invitaban amablemente en el Locutorio a un licor dulce de misa, galletas y recortes de hostias- escuchan a quienes vienen a contarles sus problemas: son "psicólogas sin sueldo", dicen. Ellas han hecho su elección en la vida, una elección muy respetable, y se las ve felices.
Pero ¿no tendrán dudas o deseos de estar alguna vez en una alegre reunión familiar o de amigos? ¿No añorarán los largos paseos a la orilla del mar? ¿No sentirán anhelo alguno cuando miren a través de la reja del ajimez a la Calle Viana y a la Plaza del Cristo y oigan las risas de los niños y el discurrir de la vida en la ciudad?
Perplejidad. Perplejidad.Perplejidad.
(La calle Viana y, al fondo la Plaza del Cristo desde el ajimez)
(Sala Regina Coeli)
(Pasillo)
(Maqueta del Convento)
(Todo mi agradecimiento a la Madre Abadesa y a las demás Madres que nos acompañaron, a Margarita Gallardo que fue una guía estupenda, a Melchor Padilla que organizó la visita y a Alejandro Carracedo que me dejó sus fotos)
Siempre me ha fascinado la vida de clausura. Supongo que como todos, alguna vez me he hecho ésas preguntas que planteas, incrédula ante la idea de que alguien pueda no echar de menos codearse con los rincones del mundo exterior. Pero también es cierto que siempre he imaginado ésos lugares como exóticos remansos de paz, un lugar donde uno puede dedicarse a cultivar la mente y a ayudar a los demás, dos cosas que no están precisamente de moda aquí afuera.
ResponderEliminarGracias por el paseo virtual, me has dejado con ganas de recorrer esos pasillos en vivo.
Un beso.
Pues no dejes de ir, Mara. Ya que ahora tenemos la oportunidad hay que aprovecharla. es una joya poco conocida y poco visitada, que merece la pena.
EliminarLo del exótico remanso de paz hace honor a la verdad y entiendo perfectamente que haya ejecutivos y personas muy estresadas que de vez en cuando decidan tomarse unas vacaciones en un convento o monasterio, lejos del mundanal ruido. Encontrarse a uno mismo requiere sosiego.
Otra cosa es que ese alejamiento sea para siempre. Este hecho es precisamente lo que nos llena de perplejidad.
Un beso.
Una maravilla de sitio,no podrías haberlo descrito mejor.Un beso.
ResponderEliminarMuchas gracias, Ipi. Y también te invito a que lo visites una mañana fresca y soleada en la que La Laguna se llena de ruido y vida. Entrar en aquella casa es un contraste curioso.
EliminarUn beso.
Bueno gracias,por mi repetía,pero ya tuve el gusto el Sabado contigo y l@s demás.(soy Iri,jiji)
EliminarPues a repetir, Iris, que volver a los sitios que nos gustaron, siempre es agradable.
EliminarIsa, hace años fuì a una boda al convento de clausura, había oído que las clarisas no se dejaban ver, no fuè cierto, le cantaron la ceremonia. Recuerdo que un par de días antes las amistades mas allegadas tuvimos que llevar un carton de huevos, eso era lo que ellas pedían. no se si lo habrìas oído. tengo que decir que la ceremonia cantada fuè muy emotiva y bonita. De todas formas no tuvimos acceso al resto del convento, solo a la capilla.
ResponderEliminarLa iglesia, en el Callejón de las Monjas, ha estado abierta desde que yo me acuerdo. Y también recuerdo oírlas cantar en alguna misa especial. Evidentemente, ser de clausura no significa esconderse como detrás de un burka. Tienen locutorio para hablar, reciben a sus parientes, y hay mucha gente (panaderos, albañiles, pintores ,médicos...) con la que, por imperativos de la vida material, se tienen que relacionar. De hecho, nosotros estuvimos con la Madre Abadesa y con cinco monjas más, con las que hablamos con toda normalidad.
EliminarUn beso, Mary Carmen.
Ah, Mary Carmen, y lo de llevar huevos a las clarisas no es que ellas lo pidan. Es una costumbre instituida en todos los sitios donde hay convento de clarisas: se les empezó a llevar huevos para que rezaran por que el día de la boda no lloviera, y esa costumbre se institucionalizó. Se les lleva una docena o media o lo que quieras, pero no es obligatorio ni ellas lo esperan.
EliminarYo soy incapaz de entenderlo. Supongo que la libertad es algo demasiado preciado para mí como para perderlo de esa manera. Y tampoco creo que haya nada más allá, con lo que me parece un desperdicio de vida, pero, oye, cada cual hace con su vida lo que quiere.
ResponderEliminarPor lo menos, el sitio es bonito.
En las creencias se vive, decía Ortega. Lo cual supone que adaptamos nuestra vida a aquello que creemos, casi sin cuestionárnoslo. A una persona que no cree en el más allá el tipo de vida que se hace en una clausura le parecerá totalmente absurda. Y probablemente a ellas, totalmente convencidas de que hay cielo e infierno y de que sus oraciones contribuyen, no sólo a su salvación sino a la de todo el cuerpo de la Iglesia, lo que les parece absurdo es vivir de espaldas a esa creencia sobrenatural.
EliminarLo importante es respetarnos entre nosotros. No nos queda otra en este mundo inmenso y lleno de diferentes maneras de pensar.
Y sí, el sitio es precioso.
Muy respetable la decisión de vida de cada uno.Pero.......no es un poco,aún con sus ventajas, desperdiciar la vida que también Dios nos ofrece......Por mucho que su vida contemplativa también ayude a los semejantes,les está negado el derecho a sentir y disfrutar muchas cosas , de las que tendrían derecho si no hubiesen escojido esa vida.Por ejemplo la más sublime de todas ,conocer el sentimiento de ser madres.Esta de más decir que aún otras sin ser monjas de clausura,escojen libremente no conocerlo.El Edificio, todo un monumento histórico,precioso,espectacular....una pena que solo lo disfruten 13 personas.Es mi opinión......quizá nadie la comparta,pero es mi opinión.
ResponderEliminarTambién es respetable tu opinión, Ligia. Incluso dentro de la misma Iglesia no todo el mundo está de acuerdo en que esa sea la mejor manera de servir a Dios.
EliminarEscoger la castidad y decir "no" a la opción de ser madres (o padres) es común a todo el clero. Te copio lo que se dice del voto de castidad en la wikipedia:
"La decisión de castidad por parte de la Iglesia Católica sobre el cuerpo de sacerdotes, diáconos, subdiáconos y monjes, parte de una clara intención recaudatoria y de control sobre sus miembros. Al carecer estos de familia y gastos y distracciones consecuentes, los convertía en almas dedicadas al servicio de la congregación, sin más preocupación que esta, y con la regulación propia de sueldos y alojamientos. Todo esto ocurre en el Concilio de Letrán I, convocado por el papa Calixto II en 1123".
Como ves, no es ningún dogma establecido por Cristo y su Iglesia en sus comienzos, sino que obedeció a motivos económicos doce siglos después.
Un beso.
No todos los sacerdotes están obligados a profesar el voto de pobreza; por ejemplo, los que salen de los seminarios como el de La Laguna, los cuales pueden optar por este voto o no. Así que la definición de Wikipedia es un tanto incorrecta. Aunque éstos no se casen, los que no hacen este voto, pueden disponer de dinero y dejarlo a quienes ellos quieran "si no tienen descendencia" que es lo habitual; de tenerla estarían sujetos a lo dispuesto en el Código Civil. Saludos.
EliminarRealmente de lo que habla la wikipedia aquí no es del voto de pobreza sino el de la castidad y lo puse al hilo del comentario de Ligia sobre el hecho de que las monjas renuncian a tener hijos. Creo que, hoy por hoy, la polémica en torno al voto de castidad y al matrimonio de los religiosos es una de las más actuales en el seno de la Iglesia Católica.
EliminarUn saludo.
Hola Jane. Pues a mí más que darme perplejidad, me da cierto "yuyu". Sé que en muchas ocasiones, cuando una familia bien, tenía "problemas" con una hija, la "invitaban" al convento de clausura y ya no salía.
ResponderEliminarLo de las mujeres del siglo XXI que se meten en un convento de este tipo, no las entiendo. Al final creo que abusan del "buenismo" o tienen una "laguna" en el cerebro que llenan con la clausura.Eso de que se casan con Dios, no me "casa" mucho, pero claro no soy yo quién les va a dar consejos si no me lo piden. Si me lo piden les diría que mejor en la lucha que en la sombra...Un beso Jane. Juan
Yo creo, Juan, que el yuyu es otra de las facetas de la perplejidad. Me recordaste a Felipito el de Mafalda cuando Susanita le monta una escena de celos y él dice: "Los otros días leí en el diario cómo funciona la caja de cambios del "Ford-lotus" y tampoco entendí un pito".
EliminarEsa "invitación" al convento era muy común. Chicas sin ninguna gana de dedicar su vida a Dios ni a la oración se veían obligadas a hacer lo que no querían. Pero después de todo, también a lo largo de la historia ¡a cuántas no casaron contra su voluntad!
Lo que da yuyu es el papel que la mujer ha jugado siempre. Volviendo a Mafalda, "lo malo es que la mujer, en vez de jugar un papel, ha jugado un trapo en la historia de la humanidad".
Un beso, Juan.
Das en el clavo, Isabel, como siempre. Asombro y perplejidad.
ResponderEliminarPreciosa descripción de la visita
Gracias, Isabel. Y ahora a preparar otras (en la comida nos entusiasmamos tanto que hasta hablamos de ir a Luisiana y a San Antonio de Texas :-D)
EliminarSupongo que si tuviera fe y considerase que ésa es la forma de "servicio" que más me satisface lo haría... Lo que tengo que compadecer es a tanta novicia en sus momentos obligadas por sus familias a esa vida sin poder elegir otra cosa... Ni por Dios!!! Ahí las imaginaba yo... llorando en el ajimez... tras las celosías pensando en lo que pudo haber sido y no fue... Qué de desesperaciones!!! Fuertes tristezas...
ResponderEliminarYo creo, Gladys, que ese sentimiento tuvimos todos ante tanta reja. Como si algo de la desesperación y la tristeza de aquellas chicas hubiese impregnado las paredes. Ya ves que la literatura abunda en ejemplos de novicias sin vocación: la Doña Inés de Zorrilla, la Hermana San Sulpicio de Palacio Valdés, la monja que engatusa a Don Pablos en el Buscón de Quevedo...
EliminarLo cual no quiere decir que no haya otras que vivan una vida plena y feliz (sobre todo ahora, que son libres de dejar de ser libres).
Sentimientos próximos y parecidos nos afectaron a muchos lo largo de toda la visita. Tesoro escondido en Aguere que me ha hecho sentir, ante su descubrimiento, muy feliz.....Me gustó mucho tu descripción Isabel.....
ResponderEliminarGracias, Carlos. Yo tampoco me esperaba algo tan bonito e interesante. Estuve leyendo después un artículo de Eva Llergo e Ignacio Ceballos sobre "Las monjas del siglo de Oro, ¿fieles devotas o seductoras enclaustradas?" y enumera las condiciones de una clausura en aquella época. Las pongo para que veamos que la cosa se ha endulzado y racionalizado bastante:
Eliminar"En el Madrid del siglo XVII el veinte por ciento de la población pertenece a una orden religiosa (como seglar o como regular) y un tercio de su suelo estaba destinado a edificios para las diferentes congregaciones. Al parecer, las reglas de clausura se endurecieron a raíz de una bula que el papa Pío V promulgó en 1566. Aunque similares a las actuales, resulta sorprendente la lectura de las normas de la clausura de las religiosas de nuestro siglo XVII: locutorios y coro con rejas, púas de hierro y espesos velos en la parte interior para impedir la visión; tornos, puertas reglares con doble cerrojo; ventanas altas que impiden contemplar la calle; muros gruesos que ensordecen cualquier sonido del exterior; etc. Cuando las religiosas recibían visita de algún familiar otra hermana estaba siempre presente y si los temas de conversación se extrapolaban fuera de la religión la «auscultatriz» (así se llamaba a la vigilante) debía interrumpir automáticamente la charla. Las cartas que enviaban y recibían también pasaban un estricto control de censura. Evidentemente, todas estas medidas iban encaminadas a aislarlas del mundo y de la realidad".
A mi me sorprendió que se las veía muy felices...como sin ningún estrés.
ResponderEliminarA mí también me parecieron mujeres tranquilas y relajadas. No sé nada de su vida puertas adentro, pero me gustaron como personas.
EliminarBueno, lo veo como una opción de vida. Visto lo que hay por ahí , no andan descaminadas. Me ha gustado lo que has escrito , lo visitaré un día de estos.
ResponderEliminarDesde luego, Merci, en el convento no hay lugar para la crisis, ni para el ruido y la furia. Todo allí transmite paz y serenidad. Para mí es una buena opción, si incluyera la salida al mundo.
EliminarProbablemente lo visitemos con las amigas del colegio en diciembre, que va a haber además una exposición de belenes. Anímate y te vienes con nosotras.
Un beso.
La descripción magnífica, dan ganas de salir enseguida a verlo.
ResponderEliminarLa clausura, también me asombra hoy en día, la fe tiene que ser grande y aunque soy creyente, no comprendo esa vida, pero a ellas se las ve tan felices que.....
Sí, Úrsula, de ahí mi perplejidad, que es una vida elegida con toda la libertad del mundo. Estuve leyendo antes de ir artículos escritos por universitarias que han elegido ese camino después de terminar la carrera y dicen sentirse libres y felices.
EliminarGracias por tus palabras. Ya organizaremos una visita.
Un beso.
Absolutamente de acuerdo... Si es asumida, una vida monacal ha de ser gratificante para ellas... Les comenté que en vagabundeos laguneros en plenas canículas, mi refugio preferido era la iglesia de las clarisas? Qué paz! Qué olor a tea! Qué fresquito! Qué descanso!
ResponderEliminarMelchor siempre dice que, si algo bueno tiene la Iglesia Católica, es que es fresquita.
EliminarYo no he ido mucho a esa Iglesia, creo que sólo 2 o 3 veces a sendos funerales. Pero es verdad que recuerdo sentarme alguna vez en un banco de la Catedral de La Laguna sólo a meditar un rato (y no soy religiosa), y sentirme bien. Cómo bien dices, qué paz.
Gladys, durante el Antiguo Régimen la vida de una dama sola "en el siglo" no era muy divertida. El mundo de la clausura entonces hay que entenderlo en su contexto histórico. Antes de tomar el hábito, y renunciar a sus bienes terrenales, pasaba una especie de examen ante notario donde aseguraba que ingresaba libremente. Piensa que muchas jóvenes quedaban huérfanas y eran educadas dentro del mismo convento por una tía, una hermana mayor, alguien de la familia por tanto era lo que había conocido. Su dote quedaba asegurado y su manutención. Al vivir en una ciudad dentro de otra ciudad, no había problema de epidemias. La esperanza de vida en un convento era mucho mayor que "en el siglo" (en el exterior). Es fácil encontrar en los necrologíos fallecidas con más de 80 años. Seguro que en algún momento había alguna tristeza, también hoy tenemos tristezas... Pero en general en los beaterios se vivía con alegría con tranquilidad, cuidaban los pequeños jardines privados, rezaban las horas, bordaban, cantaban pues las religiosas de velo negro ingresaban para el coro. En fin no creo que subieran muchas veces al ajimez sino por divertimento.
ResponderEliminarGracias, Margarita, por tus aclaraciones. Muchas veces nos quedamos con un aspecto de la cuestión y nos olvidamos de otras ventajas que la vida monacal ofrecía a quienes la veían como un refugio o un medio de vida.
EliminarMargarita... hablo desde mi más absoluta ignorancia... y poniéndome en el lugar de las que no conocí... Como siempre pongo el brum... brum... Pero sentí tristeza allá arriba!!! Engañosa mi retroactiva empatía!!!
EliminarEso sí... Margarita... unos encantos las monjas... Todas... Las actuales!
Y agradecidísima por la oportunidad de conocer el convento y esas pedazos de mujeres!
Lo mismo digo, Gladys.
EliminarPerpleja me siento por la maravillosa descripción que haces de esta visita y de todas las sensaciones vividas.Tú lo has dicho: perplejidad,perplejidad,perplejidad. Gracias Isabel.
ResponderEliminarGracias a ti, América. Creo que era un sentimiento común. Un beso.
EliminarQuerida Jane, sabes que me hubiera encantado asistir a esa visita cultural, pero varios fueron los impedimentos que no me lo permitieron. Por eso te agradezco este paseo virtual que acabo de hacer contigo, a través de los pasillos y estancias del convento y, también, del tiempo que lleva esa lujosa construcción en medio de La Laguna.
ResponderEliminarY, fíjate, amiga mía, más que los siglos que nos contemplan, las riquezas que allí se custodian y las personas que en ella habitan, con esa peculiar y respetable forma de vida, a mí lo que me ha dejado perpleja y, a la vez, más indignada que otra cosa, es haber descubierto, gracias a esta casual visita, el que su existencia esté datada en 1577 y que hasta hace un año, en 2013, no se haya abierto, jamás, a la presencia de ciudadanos interesados en conocer uno de los edificios más valiosos, dentro de la única ciudad, patrimonio de la Humanidad, que tiene Canarias. ¡¡436 años de cierre y oscurantismo total, para los que vivieron a su alrededor...!!
Ese hecho y el que, en tamaña construcción, no vivan más que ¡13 personas!, en unos tiempos en que la necesidad de viviendas, para los que la han perdido y para los que nunca han podido tener una, es acuciante, perentoria y desesperada, me resultan absolutamente incongruentes con la filosofía cristiana de abrir las puertas de la Iglesia a todo el mundo y, sobre todo, a los más desheredados. En definitiva, me parece un lujo insultante en los momentos que vivimos y debió serlo, también, en otras épocas difíciles para la supervivencia de sus coetáneos.
Sé que es una joya arquitectónica, que honraría a cualquier lugar donde estuviera ubicada. Admito su valor histórico y la conveniencia de cuidarla y conservarla, para próximas generaciones. No niego la belleza de sus líneas y la fortaleza de sus muros, pero me cuesta muchísimo aceptar que su utilidad se limite a ser el reducto espiritual de un pequeñísimo grupo de personas, dedicadas a la oración contemplativa y poco más... Creo que esas legítimas vocaciones se pueden desarrollar, con la misma intensidad y eficacia, en un lugar más acorde con la humildad que se le debe suponer a quienes dicen predicar la palabra de Cristo. Y, todo esto, sin adentrarme en las platas, oros y piedras preciosas, de todo tamaño y forma, que atesoran los grandes templos y conventos, que se dicen cristianos, a lo largo y ancho del planeta Tierra.
De verdad, amiga Jane, que cuando leo, veo y oigo situaciones como la que hoy nos relatas tan bien, no puedo evitar imaginarme a la figura de aquel hombre, bueno, justo y lleno de humanidad y compasión, que debió ser Jesús de Nazaret, indignado y enfurecido ante tanta riqueza, en manos de los que se dicen sus seguidores, y cerca, muy cerca de ellos, seres humanos que no tienen sus necesidades básicas cubiertas.
Termino, preguntándome: ¿Hasta cuándo seguiremos viendo incoherenciasa e injusticias como ésta?.
Creo, Cehachebé, que el que apuntas es un debate que tiene la Iglesia pendiente. Cada vez hay más voces críticas dentro de la misma Iglesia sobre las riquezas que ésta atesora. Sólo con que se vendiera la plata que hay en dos enormes candelabros en la Catedral de Mallorca se podría alimentar un país durante un tiempo. Hay miles de conventos y seminarios semivacíos, y en lugar de que pasen a los necesitados, se produce el efecto contrario: la jerarquía de la Iglesia Católica está inscribiendo como propios miles de inmuebles en toda España (inmatriculaciones). Por ejemplo, la Catedral de Navarra fue reparada con dinero público, antes de que el Obispado la hiciera suya y pusieron precio a las visitas y a las actividades que se desarrollan en ella.
EliminarPrecisamente por el aspecto "millonario" de la Iglesia surgieron muchas de estas órdenes religiosas basadas en la austeridad y en vivir más de acuerdo con las ideas de Cristo. El Convento de las Claras no atesora muchas riquezas, Sólo lo que las monjas traían de dote y las donaciones que algún señor hacía. Visitarlo no da idea de opulencia ni mucho menos, como otros edificios religiosos (sin ir más lejos, la iglesia del monasterio de Melk, en Austria, que visité hace dos semanas, y que toda ella es una "bombonera dorada"), sino más bien de sencillez. Pero tienes razón en lo de que es demasiado grande para 13 personas y comparto también tu perplejidad por que se clausuren estos sitios.
Los propios fieles tienen la palabra. A ellos, -pero también a la sociedad que contribuye a sufragar a la Iglesia- les corresponde analizar las incoherencias e injusticias y ponerles remedio.
Gracias por tu comentario.
Si lo pienso fríamente me digo a mi misma qué razón de ser tiene este aislamiento. Y ya sé que las cosas han cambiado mucho y hasta que hay conventos que llevan contabilidades y redes sociales… pero me miro y me digo que yo no sería capaz de ese sacrificio y por otro que somos animales de costumbres…
ResponderEliminarNo llego a entender determinados rituales místicos, pero si soy capaz de percibir ese punto de emoción de un canto gregoriano, en una fila bien formada de monjas o en esos mensajes que recorren los conventos y monasterios. No sé si será la sugestión la que obra estas emociones.
Hace un par de años visité el Monasterio de Uclés (seminario menor), Cuenca, por cierto, maravilloso, y cuando recorría sus salas por las que parecía no haber pasado el tiempo y pude tocar los libros de canto de los niños me entró una tristeza enorme. Vi sus caritas en las orlas y parecían contentos. Un sensación rara. Me pregunté: ¿porqué ellos no pueden tener vocación y tu si?. ¿Los sacrificios que tu asumes son comparables a los suyos o depende de la escala de valores y principios que se tengan?
Ya una vez comenté, Vir, que, aunque no soy religiosa (pero sí creyente), me emociono ante los ritos: una procesión en la madrugada, un coro cantando, la comunión que se produce entre los fieles en un acto espiritual, el silencio, la paz de los claustros... Pienso que todo ello es un componente muy importante de la religiosidad y hay que tenerlo en cuenta cuando uno se encuentra ante el fenómeno religioso. Por eso, muchas veces buscar razones no casa con la religión. Tampoco yo soy capaz ni de explicármelo ni de vivirlo.
EliminarCuando he entrado en un convento de clausura, recuerdo una vez de pequeña con mis padres, es cierto que he sentido una paz enorme. Y, hoy por hoy, me gustaría pasar allí al menos una semana para,seguro, descansar pero también para saber qué se siente. Yo, como tú, sólo siento, perplejidad. Besos grandes.
ResponderEliminarConozco a gente muy estresada y muy metida en la vorágine de los negocios y los viajes que necesitan por lo menos una semana al año para desintoxicarse y desconectar de todo ese mundo. Entonces se van a un convento o monasterio de los que alquilan celdas y, hala, una semana sin wifi, sin tele, sin ruido... Sano es, desde luego.
EliminarMuchos besos.
Precioso edificio, Isa, y entrañable relato, como todos. Yo traté mucho, durante mis siete años en Toro, a las Madres Dominicas que tenían allí un convento de clausura y hospedería. La priora, Sor Lola, así la llamábamos, era universitaria y comunista. Al menos había pertenecido al partido comunista, y en el despachito del obrador, donde te atendían cuando ibas a hablar con ella, o a comprarles sus ricos dulces, tenía dos muñecos de fieltro, uno era una dominica y el otro era Santiago Carrillo, vestido de monje.
ResponderEliminarNo sé qué les puede llevar a vivir así, no me lo explico. Respecto a las castañuelas, que nosotros llamamos palillos, no sería de alguna clarisa maña o andaluza que no pudo desprenderse de ellos?
Tengo entendido que muchas cantan y tocan algún instrumento: el piano, la guitarra... Lo que no me pegaba eran las castañuelas y el bombo, Pero seguramente, como dices, vinieron en la dote de alguna andaluza como tú, o de alguna sudamericana,
EliminarA Santiago Carrillo le habría hecho gracia verse vestido de monje. Hay quien dice que Jesucristo fue el primer comunista de la historia. Aunque Platón también planteó en su República, 5 siglos antes, un cierto comunismo entre las clases dirigentes.
Querida Jane la primera visita a un convento de clausura, incluso para “las niñas de las Dominicas”, educadas con monjas, supone una sorpresa empezando porque no sabes ni como dirigirte a ellas, la reja que en un primer momento da una imagen de distanciamiento, pasados los primeros cinco minutos te has acostumbrado y ves la cercanía física y espiritual de las religiosas con esa cálida sonrisa que ilumina con su paz la grada, sin saber por qué, te sientes “como en casa”. La primera vez que fui al locutorio del convento acompañando a un viejo profesor de Zaragoza, capellán castrense jubilado, que pasaba temporadas con nosotros, me pidió que le llevara al convento de Santa Clara porque quería saludar a unas monjitas palentinas que acababan de incorporarse a la comunidad lagunera. Perpleja también me quedé al ver aquellas monjas tan sonrientes llenas de gozo con la inesperada visita cuando a lo largo de la charla fuimos conociendo las condiciones tercermundistas en que vivían; el convento estaba casi en ruina, la falta de tejas originaba goteras en todo el convento, salas, pasillos de los claustros se “decoraban” con cubos, llovía hasta en la Iglesia, el beaterio se caía por momentos, del mirador se desprendían trozos, las monjas tenían que cubrir con plásticos las camas para que no se mojaran, quedamos impresionados. Cuando el padre Aníbal con aquella franqueza “maña” les preguntó, ¿de qué vivían?, sin perder la alegría la contestación nos dejó aún más confundidos “de la divina providencia” y… así era. El pan lo regalaba un panadero pero no tenían ni leche ni azúcar para terminar el mes. Algunos tenderos del mercado que conocían las penurias que estaban pasando, al finalizar la semana les llevaban las verduras que, por su estado, ya no podían vender. Puedo decirte querida amiga que fue una época muy dura. Muchas gracias por la página tan bonita que has dedicado a esta visita.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me alegro muchísimo de que las cosas hayan cambiado y de que no sea sólo la divina providencia la que las alimente. En este tiempo en el que ya no hay donaciones importantes ni dotes millonarias, muchos conventos se han puesto las pilas y se dedican a hacer trabajos para la calle. Ya vimos en este los bordados, y en otros los dulces, que pueden ayudar algo. Pero también el cuidado del patrimonio y las visitas al convento pueden hacer que no se produzcan esas situaciones lamentables.
EliminarConfieso, Margarita, que ni podría vivir en un convento de clausura ni menos con esa alegría que tú has observado en ellas. El tener que guardar silencio (con lo alegadora que es una), la falta de libertad y el voto de obediencia (vamos a no hablar de los otros dos) se me harían muy cuesta arriba y me tendrían enfurruñada todo el día. Pero, como le dijo a Ortega el torero El Gallo cuando aquel le dijo que era filósofo: "Hay gente pa tó".
Un abrazo y gracias por todo.
Me ha encantado tu escrito y tengo pendiente una visita que no pude hacer con ustedes.
ResponderEliminarPues no dejes de hacerla, Esther. Te das un paseo por allí y después me cuentas.
EliminarUn abrazo.
Hola Isa: impresionante el convento de las clarisas
ResponderEliminarSí que lo es, Araceli. Una joyita en medio de La Laguna.
EliminarUn abrazo.
Magnífica descripción y mismos sentimientos encontrados, desde la primera vez que tuve la oportunidad de entrar al convento, hace muchos años (1994 creo recordar, aún no estaba reformado) a raíz de una catalogación de obras de arte para un proyecto del Ayuntamiento de La Laguna. Si, recuerdo la misma apreciación. Me parecieron personas de aspecto muy felices y de sonrisa eterna...
ResponderEliminarA mí también, Fernando. Aunque luego piensas en lo complicados que somos los seres humanos y más encerrados entre cuatro paredes. Siempre me acuerdo de la obra de teatro de Sartre, "A puerta cerrada", en la que concluye que el infierno es precisamente ese: estar encerrado en un único sitio unas pocas personas por toda la eternidad. Necesariamente surgen rencillas, egos heridos, envidias...
EliminarOjalá no se produzca esto entre nuestras monjitas de sonrisa feliz.
Recuerdo esa visita con placer... Pero me preocupa pensar que ya han pasado cuatro años!!!
ResponderEliminarEl tiempo vuela, Milo. A mí también me parece que fue ayer mismo. Fue una visita preciosa y recuerdo que luego fuimos a comer y me senté al lado de nuestra Nélida. Momentos felices...
Eliminarsi a mi me meten de por vida en un convento a OBEDECER por mucha belleza que encierre, me vuelvo loca.
ResponderEliminarEn un momento en el que creo que hemos conseguido que se respete el derecho a pensar, a actuar y a expresarnos como queramos, el que se nos diga cómo tenemos que pensar, actuar y expresarnos para mí es un contrasentido. Tarumba me volvería también, Elvira.
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