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(Santa Sofía ¿trasunto de Atenea?) |
Cada vez estoy más convencida de que es de sabios huir del ruido y la furia. En estos tiempos preelectorales que hemos pasado, sobre todo si tienes las cosas claras, no hay nada como olvidarse del fragor de las tormentas y buscar la paz y la salud mental variando la rutina: menos soflamas y más relax. O, como hemos hecho unos cuantos la semana pasada (jubilados, eso sí), poner tierra por medio y hacer un viajito a Bulgaria, la tierra de los tracios, de Espartaco y de Orfeo, que está, como quien dice, a la vuelta de la esquina.
Y así, en lugar de fake news, de posverdades y de trolas, disfrutamos de una capital cuyo nombre, mira por dónde, significa "Sabiduría". Sofía, la capital búlgara, tiene, nos dice Minna, nuestra guía, el mismo lema que una mujer: "Crece pero no envejece". Y esa es la sensación que da, una ciudad joven y viva, que nos recibe en plena fiesta de Domingo de Ramos (una semana más tarde que el nuestro): coronas de hojas de sauce en la cabeza (aquí no hay olivos), pompas de jabón gigantes entre niños que corren tras ellas en el Parque del Teatro Nacional, pulseras rojas y blancas en los árboles para desear una feliz primavera, tulipanes y glicinias en plena floración. Y en medio de tanta vida, iglesias con tejados forrados de oro puro, grandes monumentos, y estatuas y museos llenos de historia y leyendas.
En lugar de peleas entre partidos (el "y tú más" y el insulto gratuito) y de la lucha por el poder, aprendemos de la paz del bellísimo Monasterio de Rila y de las enseñanzas de su fundador, San Juan de Rila, que despreciaba por inservibles los platos de oro que el rey le regalaba y se quedaba con las frutas que contenían. Aunque alguna vez tuvo hasta 400 monjes, hoy solo hay 30 y es una hospedería sin tele ni wifi, al pie de montañas nevadas que alimentan riachuelos y fuentes de agua limpia y fría.
En lugar de ver siempre las mismas caras de los mismos candidatos, visitamos pueblos con encanto, como Plodvid, con restos romanos y callejuelas empedradas y casas curiosas que crecen ensanchándose en cada piso; o como Nessebar y Sozopol, con paseos a las orillas del Mar Negro, la Vía Póntica, y bancos para sentarse y mirar lejos; o como Burgas, que tiene el sabor de lo antiguo.
En lugar de oír siempre lo mismo, descubrimos otras maneras de vivir y de pensar: el canto disonante de las abuelas búlgaras en las aldeas, el baile sobre brasas encendidas que no queman porque ahí están San Constantino y Santa Elena para protegerte; los ritos y artes mágicas conservados de todos los pueblos que han pasado por aquí; el convencimiento de que para borrar los pecados no hay nada como pasar en la iglesia por debajo de una mesa en viernes santo (los artríticos lo tenemos crudo)...
Y en lugar de rumiar noticias, ensanchamos el alma en sitios curiosos, como el Valle de las Rosas en Kazanlac, con campos enormes sembrados de rosa damascena, el oro líquido de Bulgaria (un litro de aceite de rosas vale más de 11.000 euros), con la que se hace de todo: caramelos, licores, mermelada, lociones, cremas, jabones, colonia...; o como Etaran, un parque a la orilla de un arroyo con casetas en donde los artesanos trabajan la madera, el cuero, el metal, el cristal; o como en Veliko Tarnovo, la antigua capital, la colina Tzarevetz, una fortaleza antigua como salida de un cuento medieval, rodeada por todas partes menos por una de un río y con su portón, su puente levadizo, sus campanas enormes en el camino, sus murallas y sus historias detrás (todos los reyes que la habitaron, menos uno, fueron envenenados).
Los búlgaros han sido un pueblo castigado por la historia. Por sus tierras, tan fértiles y bellas, han pasados los tracios, que no hacían otra cosa que pelear entre sí, los griegos, los romanos, los judíos, los turcos, los gitanos, los rusos... Han participado en guerras continuas desde siempre. Pero ahora están en paz, forman parte de esta Europa nuestra y han sabido construirse como nación, orgullosos de ese pasado y de sí mismos. Ellos, que tienen el nombre más antiguo, tienen también el oro trabajado más antiguo del mundo, inventaron el ordenador y el yogur y hacen una musaka, unos baklavas y un hojaldre (banitsa) riquísimos. Son serios pero tienen su punto de humor y hacen chistes acerca de sus propias particularidades (por ejemplo, de la de llevar la contraria al resto del mundo, meneando la cabeza hacia los lados para decir "sí" y de arriba a abajo para decir "no").
Una semana con ellos basta para conocer otro pueblo, con sus mitos y su historia, abrir la mente, relajarnos y llegar el domingo 28 de abril, con el espíritu limpio, a tiempo para meter la papeleta en la urna. Ycnéx! (¡Buena suerte! en búlgaro).
(Monasterio de Rila) |
(Casa de Lamartine en Plodvid) |
(Tracio enseñándonos la lengua. Museo de Nessebar) |
El mar Negro |
La Colina Tzarevetz en Veliko Tarnovo |
(Mi agradecimiento a Minna, nuestra guía búlgara, que no sólo nos instruyó con paciencia, humor y abundancia sobre su pueblo sino que también nos enseñó a teñir huevos de pascua y a pasar bajo la mesa de viernes santo.
Y también a los que nos acompañaron, que son la sal que adereza un buen viaje)
Y también a los que nos acompañaron, que son la sal que adereza un buen viaje)