lunes, 13 de mayo de 2019

La tortura china y Cortázar




Cuando yo era pequeña la China era una galaxia muy, muy lejana. Ninguno de nosotros había visto un chino en su vida. Para mí, igual que un dragón o un hada, eran personajes de los cuentos y aparecían, por ejemplo, en los de Calleja vestidos con exóticos y brillantes trajes, grandes bigotes a veces, y siempre con una larga coleta que asomaba bajo un sombrero estrambótico. Sabían hacer complicados artilugios como ruiseñores mecánicos que cantaban mejor que los vivos y lámparas maravillosas, como la de Aladino, que concedían todos los deseos.

Después, cuando yo tenía más o menos 20 años, empezaron a aparecer por aquí los restaurantes chinos, y el arroz tres delicias y las salsas agridulces se hicieron populares. Más adelante, vinieron las grandes tiendas chinas (cerca de mi casa hay dos) en las que hay de todo como en botica. Y además, ahora todo, todo, hasta un traje de alta costura parisiense, viene de China.

De ahí precisamente vino el regalo que mi hija mandó a pedir y que me regaló el Día de la Madre. Tardó mes y medio en llegar, que no es nada comparado con lo que duró el viaje de Marco Polo allá por el siglo XIII (de 1271 a 1295). Es una pulsera negra y liviana con una pantallita también negra que no solo da la hora y el día sino también los latidos del corazón (con y sin ejercicio) y los pasos que una da al día. Es un trabajo de chinos, no le falta sino hacer croquetas. Mi hija tuvo que meter mi altura y peso para que el chisme calculara los pasos que debo hacer cada día (8000) y ella me rogó encarecidamente que los hiciera porque eso repercutiría enormemente en mi buena salud.

Así que vale, me he puesto a ello, hala, a caminar distancias de 8000 pasos cada día, si es posible en llano. Aunque viviendo donde vivo, en la ladera de una montaña, lo tengo un poco difícil. Por eso me he hecho un listado de algunos recorridos en los que pueda llegar a los dichosos 8000 pasos de una manera entretenida y sin demasiado coste mental.

1. En casa, en lugar de tumbarme a leer que es lo que hacía antes, ahora doy vueltas incesantemente arriba y abajo, alrededor de los muebles, de la casa, de la huerta; saco y meto cosas en los armarios, tiendo ropas, las recojo, las vuelvo a tender, las vuelvo a recoger, camino sin parar hasta cuando me llaman por teléfono, y, ufff, al final... 8000 pasos.

2. Recoger a mis nietos de 4 y 5 años en el colegio, lo cual implica no solo ir hasta sus clases respectivas sino también llevarlos a los columpios o ir a Gorgorito al Parque, buscarlos como una loca cuando se echan a correr, llevarlos a que se coman un helado y distintos juegos alternativos. 9000 pasos.

3. Ir a comprar una bombilla a IKEA. En lo que subo al primer piso, sigo las flechas del suelo, sorteo los sillones, las camas, las cocinas, paso por la cafetería, bajo los escalones, sigo por la loza y las cortinas, llego a las bombillas, las compro y las pago, consigo a veces hasta 10000 pasos.

4. Otras posibilidades que a ustedes se les ocurran y que tengan a bien sugerirme para hacer estos maratones a los que ahora me siento obligada.

Y es que aquí me ven, a mí, que hace 11 años, cuando me jubilé, me quité el reloj para siempre jamás; yo, que no me apunté a ningún curso, ni siquiera de macramé, para no tener horarios, con la pulserita negra atada a mi muñeca desde el alba hasta la noche, llevándome de aquí para allá y prisionera de ella. Como las anillas de las palomas mensajeras de mi marido, como las pulseras fluorescentes de los turistas en los hoteles, como la cadena atada al reo en su celda. Me recuerda el escrito de Cortázar en "Historias de cronopios y de famas", "Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj": Cuando te regalan un reloj -dice- te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire (...) Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se caiga al suelo y se rompa... A mí también me han regalado el tener que ponérmelo al levantarme y quitármelo al acostarme, la necesidad de mirarlo a cada rato y sobre todo la obligación de hacer pasos (y apuntarlos en la agenda cada día). ¡Demonios! Como le pasa a Cortázar, no me han regalado nada. ¡Yo soy la regalada a la pulsera-reloj-marcapasos- tortura china!

¡Socorro!

12 comentarios:

  1. Hija mía, toda la vida supeditada a los horarios del trabajo, del Colegio de los niños, etc., y ahora que podemos hacer lo que nos dé la gana (siempre que el cuerpo nos dé permiso), nos vamos a someter a semejante control?. No hija, no!!!. A mi me regaló mi hijo, hace años, un controlador de esos y, lo metí en una gaveta y no lo he usado jamás. Ni que fuera una paloma mensajera.

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    1. Jajajaja, muy bien dicho, Ani. Pero el caso es que es verdad que necesito caminar o hacer algún tipo de ejercicio y, si no me obligan, me parece que serán más las veces que me quede leyendo o escribiendo o viendo "Pasapalabra". En el verano, que suelo nadar media hora (algo nada extenuante, no vayas a pensar), a lo mejor me libero del pequeño amo dominador que se ha aferrado a mi muñeca. Ya te contaré...

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  2. Carmen María Duque Hernández13 de mayo de 2019, 15:11

    Salud y besitos para todos, buenisimo, qué bien lo haces

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    1. Muchas gracias, Carmelita, tú siempre tan cariñosa. Por lo menos nos reímos un ratito ¿no? que no viene nada mal.
      Más salud y más besitos para ti.

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  3. Eres divina hasta para dar los pasos que el reloj te pide. Cómo me han gustado los recorridos, todos. Los tienes ya controladísimos.
    Da igual que te hayan regalado el reloj o que seas tú la regalada (al reloj, dueño y señor no solo de tu muñeca), lo importante es esa vitalidad que desprendes.
    Besotes!
    Pilar.

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    1. Muchas gracias, Pilar. Y no te creas, después de los 8000 y más pasos lo que desprendo no es vitalidad sino cansancio. Y digo la frase favorita de mi marido: "¡Qué necesidad!".
      Muchos besos.

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  4. Por qué será, Jane, que aún estando convencidos de que hemos de hacer algo que nos conviene, sobre todo, en asuntos de la salud, no seamos capaces de hacerlo hasta que alguien no nos obligue, por medio de algún artilugio tan esclavizador como esa pulsera negra, contadora de pasos, que te tiene tan dominada.
    No sabes lo que me he reído imaginándote recorriendo tu casa, una y mil veces, buscando ganarle la partida a la tortura china que envuelve tu muñeca, cada día. Pero, al mismo tiempo, compadeciéndote por el gran esfuerzo que supone hacer ¡8.000 pasos!. Eso es una barbaridad.
    Y te compadezco, porque no sé si es peor ese regalo envenenado que te hizo Ana o contar, una misma, los pasos que da, cuando sale a caminar. Este último es mi caso y quizá lo que tiene de bueno esta costumbre es que te obliga a concentrarte en la cuenta y, sin ser muy consciente, terminas consiguiendo el objetivo que buscabas y que no es otro que el de hacer un poco de beneficioso ejercicio. Incluso, me ayudo de referencias, como un árbol, un semáforo, la puerta de un edificio... de los recorridos que suelo hacer, para saber cuántos pasos hay entre una señal y otra y, si algún día, no me apetece concentrarme tanto, para contar pasos, me limito a repetir itinerarios que ya tengo controlados con esas ayudas.
    En cualquier caso, ya sea tu pulsera o ya sea mi método "cuentapasos", pienso que los dos buscan un buen objetivo y quizá el lograrlo justifique que sigamos aprovechando sus beneficios con el mejor de los ánimos y la más grande de las sonrisas.

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    1. No me veo contándolos, Cehachebé. Con la cabeza que tengo me distraería viendo una fachada curiosa, una planta llena de flores, un velero pasando por la bahía o un cartel divertido... Y después diría: "¿Por dónde iba?". De todas formas 8000 pasos no es mucho, más o menos una hora caminando. Así que no te preocupes, exagero un poquito. :-D

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  5. Mari Carmen González Zamorano14 de mayo de 2019, 15:08

    Isa a mi me haría falta un reloj de esos porque soy muy vaga para caminar pero también es verdad que estoy en la piscina 2 horas haciendo bicicleta. Más los pasos que doy en mi casa que no es poco. Pues nada mí niña a caminar para que no nos engorden los vinitos y chupitos que esos no pueden faltar. Un beso.

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    1. ¡2 horas en la piscina! Yo saldría como un garbanzo y muerta de frío. Media horita y va que chuta es mi récord en esas mañanas de Bajamar, cuando el agua ya no está tan fría y hace calorcito fuera.
      Y por supuesto que lo que no puede faltar es vino, chupitos y carne con papas. Faltaría más. ¡A gozar!
      Un besote.

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  6. El recorrido de Ikea, estupendo, siempre que no hagas parada en el restaurante. :D Caminar hay que caminar, pero a mí esas pulseras me parecen infernales, yo también la guardaría en el cajón igual que Any. Que cuenten los pasos, vale, pero el resto de la información me estresa. :(
    Besos.

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    1. Yo me la pongo solo por los pasos, que ya parezco una penitente de la cofradía del Señor de las Tribulaciones (o de las Tres Purgaciones, como decía el de mi barrio). A veces nos sale el masoquista y, m'hija, no hay quien lo pare. Deséame suerte, ya hoy voy por 3472.
      Un besote.

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