lunes, 7 de septiembre de 2020

¡Qué bien comíamos entonces!




Vienen mis nietos pequeños a casa en estos días de septiembre en que los padres empiezan a trabajar después de las vacaciones. Al segundo día la de 7 me dice que no le dé de postre polos de chocolate y almendras (el vicio de mi marido), que mamá le ha dicho que comer eso todos los días no es sano. Y como es normal, les he dado un Actimel, que en esas cosas hay que seguir lo que los padres dicen. Pero si yo les contara a esta generación del yogur (mis hijos) y del Actimel (mis nietos) la dieta con la que crecimos los de mi generación...

Para empezar no era raro que los niños tomáramos alcohol (daba sangre, decían). A veces lo recordamos cuando nos reunimos 4 o 5 de las de mi quinta. Mi amiga Lali, por ejemplo, recuerda que, cuando su familia empezó a veranear en Bajamar, hace unos 60 años más o menos, su tía los llevaba a ella y a sus primos a bañarse al mar a las 7 de la mañana. Y cuando terminaban el rito purificador y gélido, les daba allí mismo a cada uno un huevo batido en un vasito de vino para hacerlos entrar en calor. Para lo mismo mi madre llevaba a Las Teresitas cuando íbamos por las tardes una botella de vino Sansón (en la imagen) y, según salíamos tiritando del agua, nos iba dando un vasito lleno que nos sabía a gloria. También mi madrina, con la que íbamos a bañarnos a la Playa de Martiánez en los veranos realejeros, nos llevaba una ralea de gofio, vino y miel que levantaba a un muerto.

Somos muchos los de mi generación a los que se les daba semejante dieta sana. Mi marido, con 5 años, se bebió de un tirón un vaso de vino blanco que vio sobre el poyo de la cocina y que resultó ser aceite, cosa que no se le ha olvidado en la vida. Otros recuerdan beber chupitos de anís o sidra en navidad. Y también a algunas de mis compañeras sus madres las despertaban con una tacita de café para que se espabilaran y fueran al colegio bien despiertas. El caso es que el vino, el café, los bollos,el gofio, los huevos casi todas las noches... eran el mejor régimen para tener unos cachetes colorados y mofletudos, unas buenas pantorrilas y un cuerpo hermosote: el paradigma de la salud.

"El hombre es lo que come", decía allá por el siglo XIX Feuerbach. Y sí, tenía razón, cada generación es el producto de su dieta. Cervantes, antes de describirnos físicamente a Don Quijote, ya en la tercera línea nos cuenta lo que come: Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos. Y miren la comida de Huckleberry Finn: ... tortas de maiz y leche cremosa, y cerdo y repollo y verduras -no hay nada tan bueno en este mundo cuando está bien guisado-... Nosotros, los que fuimos niños en la posguerra, no conocíamos muchos de esos alimentos ni muchos de los de ahora: aguacates, berenjenas, champiñones, cerezas, puerros, espárragos, cordero, mangos... A lo mejor existían pero en otros mundos. Las ensaladas brillaban por su ausencia y, si alguna compañera de clase nos hubiese dicho que era vegetariana, le hubiésemos preguntado "¿Y eso qué es?".

Sí, es verdad que ahora a muchos de los que seguíamos la dieta de aquellos años nos gusta el vino (el buen vino, además)

Sí, ninguno está muy flaco (excepto los que tienen un metabolismo), a lo mejor producto de lo que ahora llamaríamos excesos (¿Les he contado que me criaron con leche condensada?).

Sí, no comíamos carne sino los domingos y fiestas de guardar.

Sí, no probamos ninguna de las muchas exquisiteces de ahora.

Pero las papas eran las mejores del mundo, las frutas sabían a fruta, los dulces de mi abuela eran para hacerles un monumento y no he comido en mi vida bistecs más buenos que los que mi madre nos hacía cada domingo con un buen majado de ajos y perejil y acompañado de un enorme plato de papas fritas.

Era una dieta insana, dicen, pero ¡qué bien comíamos entonces!

20 comentarios:

  1. Querida profe, no creo que nuestra dieta fuera insana escasa, algo triste y algo desiquilibrada, pero no insana. La generación de la Quina San Clemente, además del Sansón, te salutam. El licor 43 comprado a granel, y una gallina con un conejo criados en sendas jaulas en el balcón de casa en pleno Santa Cruz, año 58. No cambiaría las oportunidades de hoy por el romanticismo de antaño, pero somos hijos de nuestros recuerdos. Hoy no tenemos un problema de alimentación, sino de sentido común y de eso no se despacha. Un cariñoso saludo.

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    1. Qué sensato eres, querido Rafael. Eso es precisamente lo necesario a la hora de comer, sentido común. Ni nuestros padres nos emborrachaban ni todo es comida basura ahora para quienes usan el sentido común. En el patio de mi casa también hubo conejos y gallinas alimentados con hierbas y granos. Y no había finca que no tuviera sus vacas para abonar las plataneras en un bucle que excluía los componentes químicos. Algo sano salía de todo eso (los espectaculares bistecs de mi infancia, por ejemplo).
      Licor 43 y la Quina también había en casa. Aquí no hubo Ley Seca :-D
      Un abrazo, querido alumno.

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  2. Charo Borges Velázquez7 de septiembre de 2020, 15:14

    Si esas dietas que describes, hoy, Jane, eran y son insanas ¿qué diríamos de las de hoy, muchas veces a base de bollería industrial, cargada del dañino aceite de palma, o de la inventada por los de siempre, los norteamericanos, y conocida como comida rápida o comida basura...? Si tuviera que pronunciarme, seguramente elegiría la del huevo, el gofio, la miel y el chorrito de vino de la tierra o del vino Sansón. Cuanto más lo pienso, más convencida estoy...

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    1. Lo mejor de ahora es que estamos mucho más enterados de lo que es bueno y lo que es malo para la salud. En aquel tiempo nadie había oído hablar del aceite de palma ni de los colorantes artificiales. Y ahora además sabemos que incluso la llamada comida basura (una hamburguesa, por ejemplo) puede ser sana si la carne y los ingredientes son buenos. A mi marido, que no soporta las mermeladas del supermercado, le encantan las que hago en casa. La cuestión es que el material sea sano.

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    2. Charo Borges Velázquez8 de septiembre de 2020, 0:13

      Jane, quisiera aclararte que, cuando menciono la comida basura, me estoy refiriendo a la que nos venden en esos puntos tan americanos, populares y universales y cuya materia prima suele ser de dudosa procedencia y calidad.
      A mí me encanta una buena hamburguesa y unos ricos perros calientes, siempre que sepa que sus ingredientes son sanos y sin aditivos ni mezclas extrañas. Ya sea en restaurantes especializados, ya sea en mi propia casa.
      De vez en cuando, suelo disfrutar con cualquiera de ellos y una buena cerveza fría, preparándomelos yo misma. Teniendo en cuenta estos detalles se convierten en una comida equilibrada, sana, nutritiva y muy sabrosa. No en balde, la proteína de la carne va acompañada de los hidratos del pan y de los minerales y vitaminas de los vegetales que actúan de guarnición, además de las ricas salsas, que refuerzan los sabores de esos ingredientes. No soy muy amiga de la carne de vaca, pero, para mí, donde haya una generosa hamburguesa, que se aparte lo demás...

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    3. A eso me refería, Chari. Los ingredientes son fundamentales y, si no tienen alto contenido en grasa, azúcares, aditivos, como los que dan en restaurantes de comida rápida y en supermercados, puede resultar un plato sano y nutritivo. Compro muy pocos platos elaborados huyendo precisamente de eso.

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  3. Yo me acuerdo de las pelotas de gofio con pescado desmenuzado (sardinas) papas guisadas y mojo verde, a la salida del agua, en Martianez.
    Los ' no me acuerdo' de hace unas semanas me hicieron intentar recordar algunas situaciones pasadas. Unas con éxito, otras no.

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    1. ¡Es verdad! También llevaba esas pelotas de gofio tan nutritivas. No las he vuelto a comer nunca más. Los niños volvíamos al atardecer bañados y cenados y más felices que un día de fiesta.

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  4. Es curioso cómo lo que tú crees que los que compartieron contigo esos espacios y momentos que tú recuerdas, deben haber impactado del mismo modo en ellos y de eso nada. Mejor no preguntar.����

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    1. Al contrario, creo que es mejor preguntar. La realidad es como un puzzle y cada uno ha captado una pieza de él. Cuando compartimos y preguntamos qué es lo que recordamos salen recuerdos distintos que despiertan la memoria y la hacen más amplia. Y sé perfectamente que el impacto de unos estímulos depende de factores particulares (las expectativas, los gustos, la memoria...) que hace que nunca sea igual para todos.
      Afortunadamente. Compartiendo, la experiencia se enriquece.

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  5. Hola buenas noches Isa, para empezar te diré que tu texto me llena de recuerdos, de buenos recuerdos y de los recuerdos se me pasa a las papilas gustativas, tanto es así, que te escribo ahora estas palabras empezando a saborear un vasito de vino Sansón, imagina pues lo que me motivó tu texto.
    Pues, visto lo que algunos han vivido y lo que estamos viviendo ahora, creo que estaríamos hablando bastante sobre este tema y sus diferencias en cuanto a épocas, yo sólo añado un pedacito de mi experiencia, no soy demasiado viejo, soy del 65 y no soy de campo soy del barrio La Salud, el día de mi primera comunión, uno de los platos que se sirvió en mi pequeño almuerzo familiar para ese día(más bien mis primos cercanos), fue conejo en salmorejo, un conejo blanco que me regalaron y que yo mismo crié en una conejera con cajas de naranjas hecha por mi y alimentado con las sobras de una ventita de al lado de mi casa y las cáscaras de papas y otras verduras que sobraban de casa, en cambio hoy los niños tienen un conejo de mascota para mimarlo y quererlo con “locura”, sí y lo tuve para las hijas de mi pareja y se puso malo y lo llevamos al veterinario y me gasté 60€, y al día siguiente se murió de igual modo, pues más 25€ que costó y 25€ la jaula y accesorios y la comida especial comprada, pues un pico gastado y duró una semana, bueno, pero después tuvimos otro y como dijera en broma que “ya cogió el peso y con él si puede hacer un salmorejo”, entonces eran ellas las que querían comerme a mi, pero por rabia, jajajaja. Dos épocas diferentes

    Un saludo.

    José Javier.

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    1. ¡Qué bueno conservar un vinito Sansón para degustarlo de vez en cuando! Me has dado la idea de comprarlo, siglos hace que no lo tomo.
      Eres joven, cuando naciste, yo estaba empezando en la universidad. Conejo (y cabrito) en salmorejo eran de los platos típicos de las fiestas. En la nochevieja siempre se comía un cabrito que le regalaban a mis padres. Nosotros de pequeños teníamos claro que los conejos, las gallinas, los cabritos... eran animales para el consumo. No se nos ocurría ponerles nombre, como si hacíamos con perros, por ejemplo.Como dices, tiempos distintos.
      Un saludo y gracias por contarnos tu experiencia.

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  6. JeJeJe..... Yo también me acuerdo de las meriendas super nutritivas de plátanos remaduros y galletas Maria, todo muy bien escachado, a lo que se le añadía por aquello de complementar - jajaja- la nutrición, una buena dosis de leche condensada "La Lechera" o " Las Cuatro Vaca"; aún la diabetes estaba muy lejos. También había una variante más sana, se sustituía le condensada por zumo de naranja. Todo una delicia para nosotros. Cuando los plátanos estaban verdes, el sustituto de la merienda sana era un trozo de pan "panisien" (no sabíamos que se llamaba parisienne y menos su origen) acompañado de una jícara de chocolate "Nivaria".
    Y... con esas dosis de glucosa, hidratos... seguimos recordando aquellas sabrosas meriendas de los años 50.
    Un fuerte abrazo y gracias por compartir los recuerdos

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    1. Es verdad que esa era la merienda oficial de la época. Entonces no se tiraban los plátanos que se pasaban de maduros como ahora, sino que se escachaban muy bien con la galleta y, en mi casa, con naranja o limón. Bueno, realmente entonces no se tiraba nada. Fíjate que hasta conservo un libro de esa época (años 50) titulado "Las sobras". Y el pan con el chocolate... mmmmm, me encantaba. Mucho ha pasado, Lali, pero que nos quiten lo merendado. Algo de eso conservo en las caderas...
      Un besote y gracias a ti por ese recuerdo.

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  7. Jane, yo soy de tu generación, pero apenas bebí vino Sansón ni comí raleas de vino, gofio, huevo y miel. Sólo los tomé para probarlos y, la verdad, no me hicieron ninguna gracia. Muy fuertes, para mí.
    Lo que sí nos dio mucho, nuestra madre, fueron plátanos bien escachados, con un poco de jugo de naranja y con galletas trituradas, aunque a veces sustituíamos la galleta por un buen gofio. Aquella combinación, bien mezclada, nos sabía a gloria y era la mejor de las meriendas. Aún hoy, me la he hecho alguna vez y me sigue sabiendo igual. Creo que es un indicio claro de que cuanto mayores, más niños nos vamos volviendo...
    Para mí, también fue otra exquisitez el gofio guisado con leche, tibio y espeso como una natilla y al que le poníamos, por encima, la nata de esa leche que, al hervirla, se formaba en su superficie. Te lo estoy contando y se me está haciendo la boca, agua...
    Gracias, una vez más, por provocar estos recuerdos tan sabrosos.

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    1. Ya Lali en el comentario anterior habla de esas merendolas que nos gustaban tanto. Y la otra exquisitez, la leche con gofio. Había olvidado su sabor, porque yo no soy muy de lácteos, pero hace unos 40 años fuimos a pasar un tiempo en una granja en el Perigord y nos traían temprano la leche de las vacas recién ordeñadas. Y entonces recobré el sabor perdido de cuando la leche no se compraba en tetrabicks sino que venían las lecheras a traérnosla por las mañanas. ¡Esa leche sí me gustaba! Y el gofio comprado en la molina también era otro sabor distinto al actual.
      Gracias a ti por los tuyos.

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  8. Pues sí, como ha cambiado el libro de recetas. Quién le diría a mi madre, espléndida cocinera donde las haya, que hoy hablaríamos de fideuás y risottos.
    Eran menos alimentos, pero coincidirás conmigo, con más sabor.
    El queso era la pieza y su gusto nada que ver a las lonchas. Las galletas eran caseras o a granel. Los bocadillos de mermelada eran la merienda, junto a la leche sola y esos ponches tan ricos de yema y Sansón, el mejor reconstituyente para todo. El gofio combinaba en cualquier alimento, sólido o líquido y la leche en polvo era una delicia a revolver. Los chochos y las pipas en un cartucho, eran las mejores chucherías. Que gusto comerlas sin contar sus calorías, porque no nos pasábamos, sino cuando íbamos al médico y nos importaba un rábano la cifra. Eran otros tiempos con menos información y más tiempo para disfrutar de la mesa.

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    1. A nosotros nos daban un dinero a la semana y nos lo gastábamos en el cine y en chucherías: pastillas de a perra, melcorchas, pirulines, regalías... Los mayores veían eso como normal. Yo creo que por eso (entre otras cosas) me gustan los libros de Guillermo Brown. También él se gastaba su paga en la tienda del Señor Moss (yo en el carrito del Abuelo) en caramelos de mantequilla y de piña, en "besos de coco", en regaliz y chocolates. Lo que comprábamos era distinto pero las intenciones, las mismas.
      ¿Teníamos más tiempo para disfrutar de la mesa? Probablemente, sí, por lo menos en mi casa. Y, como dices, no sabíamos tanto de la buena alimentación pero sí lo suficiente.
      Un beso, Cande, y gracias por compartir.

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  9. Pues Jane... no sé si habrá gran diferencia entre los polos y el Actimel, XDDD
    Cuando era pequeña recuerdo oír a las madres y las abuelas recomendar mojar el chupete de los bebés en anís para aliviarles los gases. Ese era el nivel. :D
    Un abrazo enorme.

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    1. Pero ¿en anís de la botella del mono? Yo sí recuerdo darles a los míos biberones con agua de anís estrellado, que es bueno para los gases. Pero luego mi hermana (que es pediatra) me dijo que tampoco había que dárselo. Pero anís del mono sí que me parece excesivo para un infante, la verdad :-D No sé cómo no acabamos todos llamando a Alcohólicos Anónimos...
      Un abrazo grande.

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