lunes, 25 de agosto de 2025

Una tremenda injusticia



Me siento estafada. Profundamente estafada. Y envidiosa también, todo hay que decirlo. Y víctima de una injusticia flagrante (signifique lo que signifique flagrante). Les cuento.

Mi amiga Esther, que vive en Candelaria, me dice que en su pueblo pasa un microbús cada media hora por todos los barrios, recogiendo a quien se quiera dar una vuelta y llevándolo a la Estación de guaguas, desde donde puedes coger una y desplazarte a cualquier punto de la isla. ¡Y gratis! El pueblo (y ella) está encantado, dice.

Esther es de mi quinta y le pasa lo mismo que a mí, que pensamos que hay demasiados coches, que el tráfico está imposible (el otro día tardó hora y media en recorrer 10 km.), que a nuestras edades lo de conducir ha perdido mucho de su atractivo y se ha convertido en una responsabilidad muy grande y en un peligro, que vamos sorteando obstáculos como en los cochitos locos y que ¡qué necesidad! Así que esta semana se levantó temprano, cogió su microbús y después su guagua y se fue tan ricamente a Los Gigantes a ver a unas amigas y se lo pasó estupendo: viendo el paisaje, sin nervios ni sustos, hablando además con su vecina de asiento, que era una cubana que le contó su vida... Incluso, a la vuelta, se bajó en Las Caletillas y se fue caminando hasta Candelaria al fresquito del atardecer. Un día redondo.

Y no hay derecho porque, como ustedes saben porque se lo he contado muchas veces, por mi zona solo pasan 5 guaguas al día y va que chuta. Y en otros pueblos no es así. Hasta hay sitios como la Santa Marta colombiana que tiene tren aunque no tengan tranvía. Pero aquí ni tren, ni tranvía, ni microbuses, ni casi guaguas. Y me siento agraviada, la verdad.

Además, ¿qué tiene Candelaria que no tenga Tegueste? ¿Será por la Virgen? En mi pueblo están la de los Remedios y la del Socorro, que son dos frente a una. Pero claro, esa una es la Patrona de Canarias y las de aquí, frente a eso, no deben pintar mucho a la hora de las rogativas.

Así que hoy aquí va mi propuesta dirigida a quién corresponda (¿Ayuntamiento, Gobierno, Tribunal de Derechos Humanos de La Haya, el Cielo...?): yo también quiero tener un microbús cada media hora, yo también quiero darme un paseo sin conducir por la isla, yo también quiero hacer amistades con cubanas... ¿No es una tremenda injusticia que unos tengan tanto y otros tan poco? Ruego, por tanto, que esto se repare inmediatamente y que, si es por vírgenes, de las dos mías, una pide socorro y la otra exige remedios. ¡Será por vírgenes!

¡Un microbús cada media hora que nos lleve a la Estación, ya! ¡No a las injusticias, sean flagrantes o no!

lunes, 18 de agosto de 2025

El asunto de los regalos



El verano es también en mi familia tiempo de celebraciones. Se han puesto de acuerdo para cumplir años en esta luminosa estación mi marido, mi hija, tres de mis nietos, mi cuñado, mi primo, mi ahijado... Por lo tanto, también es tiempo de regalos, una larga tradición que vete a saber cuándo se originó (aunque sé que ya los antiguos griegos acostumbraban dar flores y amuletos a los niños por su cumple), pero que se aceptó enseguida, faltaría más. Yo no conozco a nadie que no regale (o que no quiera que le regalen).

El problema está en pensar qué regalar, porque no es cuestión de hacer como aquel que le regalaba a su mujer cada año una caña de pescar y unas botas del 45. Esta semana me leí una novelita romántica y divertida (Matrimonio de conveniencia de Felicia Kingsley), en la que él es un duque arruinado y ella una hippy que, para recibir una herencia, tiene que casarse con un aristócrata. Y se casan, claro, aunque se odian y no pegan ni con cola. Pero se ve que la cosa va cambiando al hacerse los regalos de cumpleaños. Ella le monta un parque de atracciones en los jardines de la mansión (al pobre niño rico nunca lo habían llevado a uno) y él le regala unas entradas en la tribuna central para el primer partido de la Liga de Campeones contra el Barcelona (ella es forofa). Estos dos regalos tienen las características que debe tener todo regalo que se precie: el primero, es un curro considerable montarlo, y el segundo es un regalo deseado y original. Son regalos pensados porque nos importa la otra persona.

Esos son los regalos que me gustan. A mi nieto mayor, por sus 20 años ahora, una amiga nos pidió a todos que le escribiéramos una carta a mano y, con todas ellas, editó un cuadernillo que tituló "De todas las personas que te quieren" (imagen inicial). Ni que decir tiene lo que le gustó y emocionó a él, que ahora se va un año a EEUU, tener ese recuerdo para siempre. 

También mi nieto de 10 años le hizo otro regalo entrañable a su hermana, que cumple los 12 esta semana. Durante toda una mañana se encerró en el cuarto de estudio de casa, en alto secreto, poniendo carteles en la puerta cerrada de "NO PASAR. ¡¡¡Nadie!!! ¡¡¡Nadie!!!" y otro que me decía: "¡¡¡Ni tú, Aba!!!", y se dedicó a hacerle una poesía preciosa a su hermana ("Ella es maravillosa, más linda que una rosa...").

12 citas románticas, una cada mes, ya organizadas y datadas, fue el regalo que mi hija le hizo a su marido en Reyes: una cena en el Puerto, un curso juntos para hacer pan, un día de baño en Garachico, escapadas a distintos sitios de la península o de las islas... Es también original y trabajado el regalo que ya les comenté cuando hablé de canciones: un cassette con 20 canciones que hablan de Isabel. O el montaje de mis hijos cuando cumplí los 50: un vídeo con 50 fotos por cada año de mi vida. O mi hija que una vez me regaló tiempo, uno de los regalos más valiosos.

Todo lo que hay que hacer con los regalos son esas dos cosas, pensar qué puede gustarle a la persona regalada y trabajárselo bien. Por el cumpleaños de mi marido le organicé dos fiestas, una familiar en el sur y otra con amigos en casa en la que se montó una parrandita de guitarras que lo hizo feliz. Pero también unos vaqueros, unos tenis, tres camisetas finitas de algodón y unas gafas, algo práctico. Porque igual le pasa lo que a Dumbledore en los libros de Harry Potter, cuando ante el Espejo de Erised que muestra el deseo más profundo de nuestro corazón, Harry le pregunta a Dumbledore cuál es el suyo. Y el profesor contesta: "¡Un par de calcetines de lana! Uno nunca tiene suficientes calcetines. Ha pasado otra Navidad y no me han regalado ni un solo par. La gente sigue insistiendo en regalarme libros":

lunes, 11 de agosto de 2025

Agosto sobre el sombrero



Elijo el título para este escrito de hoy por una frase que le leí a Manuel Vicent en estos días: "Hay que dejar que agosto discurra suavemente sobre el sombrero de paja". No se me ocurre mejor imagen para el verano. Agosto es como la crema bronceadora que tan alegremente nos gastamos este mes: fluye con generosidad sobre la piel preservándonos de quemaduras de todo tipo y de malos rollos.

Agosto es que venga a verme mi nieto después de un mes haciendo voluntariado en Ecuador y que me traiga de regalo unos zarcillos hechos con semillas de tagua, el marfil vegetal (no me los quito de encima). Es que, durante una comida en el porche, me cuente cosas de un país que nunca visitaré, como que la línea del ecuador la marca el monumento "Mitad del Mundo", que es el más visitado, pero que con los avances del GPS se determinó que estaba 240 m. más al norte y que hay un tercer ecuador, Catequilla, que los indios señalan como el más preciso. Me habla del volcán de Pichincha y de la ciudad, a casi 3000 m de altura, en la que vivió. Agosto es imaginar desde mi casa tierras, gentes, costumbres, objetos que están al otro lado del mundo, en mi terra incognita.

Agosto es celebrar el cumpleaños de mi marido con una parranda de guitarras que le hace feliz. Es reunirnos dos días toda la familia a la orilla del mar en la casa del sur a disfrutar de la charla y la buena compañía. Es el desayuno largo en la terraza mirando el mar y probando la tarta de manzana que ha hecho mi hija para la ocasión. Es el baño en aguas transparentes por la mañana como si estuviéramos en un cuadro de Sorolla. Es la siesta perezosa y la conversación después de la cena bajo una luna llena que parece escucharnos y promete frescor.

Agosto es leer por placer, cuando apetece: en la siesta posdesayuno, en la siesta oficial, a la caída de la tarde o en la cama, antes de dormir. Esta semana terminé la trilogía de la Saga de los Longevos, tan imaginativa, de Eva Gª Sáenz de Urturi y me leí también un libro delicioso de Joel Dicker (al que conocí una vez en la Feria del Libro de Madrid): La muy catastrófica visita al zoo.

El embrujo de un agosto cambió la vida de muchos en el Sueño de una noche de verano. Dejémonos llevar por ese embrujo y, cuando la luz se filtre por las fibras del sombrero con el que nos resguardamos del sol, disfrutemos del instante e imaginemos todos los mundos posibles e imposibles. Esa es la esencia del verano, la conciencia de estar vivos y de no necesitar nada más.




lunes, 4 de agosto de 2025

Canciones para una vida


Ahora que estamos en verano, esta estación en que uno no se toma ni a sí mismo en serio, me pregunto si sigue estando de moda aquello de la canción del verano ¿Se acuerdan? La verdad es que yo casi que no. Me vienen como ráfagas lo de "Tengo un tractor amarilloooo...", el "Vaya, vaya, aquí no hay playa" y el "Aserejé, ja, dejé", pero poco más. Y es que no me gusta mucho eso de reclamar solo una estación para una canción. Las canciones, nos gusten o no, son para perdurar en la memoria de toda una vida. Así que ahí van canciones que sí recuerdo.

La canción que cantaba, guitarra en mano, mi futuro marido, el padre de mis hijos y abuelo de mis nietos, cuando yo puse por primera vez mis ojos sobre él (y mis oídos): Camino de México. "Por el camino de México voy, con mi tequila y mi guitarra qué feliz yo soy...".

Una de mis canciones favoritas: Se vive solamente una vez, hay que aprender a vivir y a querer, hay que saber que la vida se aleja y nos deja llorando quimeras. No quiero arrepentirme después de lo que pudo haber sido y no fue, quiero gozar de la vida, teniéndote cerca de mí hasta que muera..."

Canciones que no soporto: las metafóricas, como El colibrí: "Yo soy el colibrí, si tú me quieres, mi pasión es el torrente y tú, la flor..." ¡Agggrrrgh!

Canción que mi amigo Melchor no soporta: El niño y el canario: Empieza con "Era el canario un primor..", y termina con lo de "Lloró la pobre criatura al cavar la sepultura de su cantor sin igual", pero Melchor siempre dice: "de aquel infecto animal".

La canción que siempre anima un cotarro cuando la cosa se va amuermando: Somos costeros. Sobre todo lo de "Es moreno mi niño y tan alto que no pasa su busto esa puerta; yo soy chica y también morenita, entradita en cintura y dispuesta".

Canción desgarradora para cantar estilo Lola Flores: ¡Ay, pena, penita, pena -pena-, pena de mi corazón, que me corre por las venas -pena-, con la fuerza de un ciclóón!.

La canción que mi amiga Pili, en los 23 años que lleva yendo a EEUU, oye siempre en algún momento del viaje, en la radio, en un mail, en un restaurante...: I will survive. Y que Kevin Kline borda y baila en In&Out.

La canción que llamo "la interminable": Se me olvidó otra vez. Cuando está diciendo que "se me olvidó otra vez que solo yo te quise", vuelve a dar la matraquilla con "probablemente estoy pidiendo demasiado" y vuelta con "por eso aún estoy en el lugar de siempre" y dale que te pego.

Canción de dúo (él y ella) que me gusta: Él: ¿Dónde vas con mantón de Manila? ¿Dónde vas con vestido chiné?" Ella (muy chula): "A lucirme y a ver la verbena, y a meterme en la cama después".

Canción de película que siempre oigo (y bailo) con una sonrisa: Cantando bajo la lluvia. I'm singing in the rain, just singin' in the rain, what a glorious feeling, I'm happy again... (Y abrimos bien los brazos para recibir la lluvia en la cara)

Canción que mi madrina con alzheimer a los 90 y pico años nunca olvidó: A la orilla de un palmar, yo vide una joven bella, su boquita de coral, sus ojitos dos estrellas...

Canción que mis amigos y yo interpretamos una noche en un pub irlandés cerca de Galway: Piensa en mí. "Si tienes un hondo penar, piensa en mí. Si tienes ganas de llorar, piensa en mí...". Nos aplaudieron y todo.

Canción guineo, esa que no se te va de la cabeza en todo el día y te ves cantándola hasta en la cama. La última, esa de "que allá en el otro mundo en vez de infierno encuentres gloria...", así hasta 800 veces.

Canción que mi prima Rosi siempre cantaba a sus nietos: "Pimpón es un muñeco más grande que un ratón..." Desde entonces todos sus nietos la llaman Pimpón.

Canción que le encanta oírnos a mi amigo austriaco Walter: Bendita mi tierra guanche. Eso de "Y el Teide por Tenerife" le llega al alma.

Canciones de mi adolescencia, como 15 años tiene mi amor o Popotitos baila rock and roll... ¡Viva el Dúo Dinámico!.

Canción con la que me rondaron un verano, siendo jovencita, en Los Sauces: "Paloma mensajera, cruzando el viento, ve y dile al amor mío que aquí la esperooo...".

Canción que me hacía llorar cuando era pequeña (y que mis tías me cantaban para eso): Inocencia: "La casa está triste, murió mi vecina..."

Canción que me hace llorar ya más mayor: Madre, anoche en las trincheras, laralalalá...

Canción que mi amiga Clari, que siempre ha vivido así, quiere que pongan en su entierro: My way, A mi manera, de Frank Sinatra.

Canción cómica de la tuna que siempre me hace gracia: Querida Enriqueta, con esta te escribo que un notario en Burgos murió antes de ayer, me deja su herencia pero he de casarme con mi prima Rosa la de Santander" (Lo mejor, la respuesta de  Enriqueta).

Canción del colegio que me gustaba y que cantábamos como si nos fuera la vida en ello: Cantad a Catalina pleegarias fervorooosas...

Canción que nunca he entendido: Zamba de los yuyos. "Yuyos hay para el mal, otros que hacen engualichar, yo conozco un gualicho mejor, zamba de los yuyos pa enamorar...". ¿Mande? ¿Qué es un yuyo? ¿Qué es un gualicho"? ¿Qué es engualichar? No es de recibo cantar con diccionario al lado.

Canción que es casi una novela con inicio, nudo y desenlace: Tatuaje, que empieza con "Él vino en un barco de nombre extranjero..." y termina (perdón por el spoiler) con: "Si te lo encuentras, marinero, dile que yo muero por él".

El ramillete de canciones que mi amigo Luis recopiló en una cinta de cassette y me regaló, todas con un denominador común: todas hablan de Isabel.

Y así muchas más... Seguro que ustedes, si echan la vista atrás, también tienen otras muchas en el baúl de los recuerdos (a propósito: "Buscando en el baúl de los recuerdos, uuuuh..."). Y es que las canciones nos acompañan, ensanchan el alma, jalonan la existencia... Al fin y al cabo, la vida es una canción.





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