Su boda fue la primera a la que asistí en mi vida, yo con 10 años recién cumplidos y ella aún con 19. Recuerdo que a la puerta de la iglesia de San Francisco oí exclamar a una señora, de esas que siempre van a ver y a cotillear: "¡Pero si es todavía una niña!". Yo, que sí lo era, la miré asombrada pensando que estaba loca, porque para mí era como una princesa. Llevaba un vestido precioso de encaje con cuello alto y perlitas cerrando el corpiño y una sonrisa radiante. Después, la vida, como hacen todas las vidas, le dio gozos y sinsabores, hasta que murió hace 4 años, a los 83 años, pero todavía joven, todavía guapa.
No me acuerdo mucho de la ceremonia, la verdad, pero sí recuerdo la celebración porque fue en mi casa y todavía no me explico cómo cabía allí tanta gente. Además, fue a base de dulces acompañados de chocolates y licores, nada de menús y cosas así. Mi abuela, que era una gran repostera, mi madre y mis tías se pasaron la semana anterior haciendo bollos, rosquetes, quesos de almendra, marquesotes, almendrados, bizcochones, tartas, esponjosos merengues y dulces de todos los sabores. Yo iba sorteando entre las gentes, oyendo historias de otros casorios, pescando dulces y compartiéndolos con mis hermanos y primos, y pensando maravillada, porque todo me parecía mágico: "Así que esto es una boda...".
Esta semana, 67 años después de su boda, he asistido a otra, la de su nieta María, tan parecida a ella que, cuando entró en la iglesia, volví a ver a su abuela, igual de delgada y preciosa, igual de alegre, y su recuerdo sobrevoló en sus hijos, sus nietos, nosotros... todos los que compartimos su vida y la quisimos.
¡Y qué distinta ha sido esta boda de aquella primera! Ahora: una celebración en un sitio precioso de La Orotava, con escalinatas y jardines. Antes: en un piso pequeño de la calle del Pilar. Ahora: un menú exquisito de vichyssoise con timbal de marisco, presa ibérico y tartas de chocolate y de parchita, precedido de dos horas de aperitivos deliciosos mientras tomábamos champán. Antes: dulces a tutiplén, riquísimos, eso sí. Ahora: actuaciones variadas, como un coro en la iglesia o un cantante venido de Londres que cantaba como Sinatra. Antes: no se cantó ni una folía. Ahora: hubo discursos de amigos, primos, hermanos y madrina; hablaron los novios de sus sentimientos, de como se conocieron y de sus proyectos de vida. Antes: ni mu. Ahora: una boda se organiza con un año de antelación. En septiembre del 24 me llegó un wasap de la madre de la novia diciendo: "La María se nos casa". Antes. en un mes se decidía todo. Ahora: se hicieron miles de fotos y vídeos. Antes: hay solo 3 fotos de la boda: la que les pongo arriba, otra en el altar y otra entrando al coche.
Pero las dos ceremonias fueron igual de bonitas. En las dos, todos nos pusimos las mejores galas; en las dos, comimos fenomenal; en las dos, compartíamos con los novios su momento más feliz; y en las dos, solo por ver la sonrisa de las dos novias, tan parecidas y tan luminosas, merecía la pena asistir.
En la boda de este sábado pasado, uno de los discursos se refirió a la novia, María, diciéndole que tenía la capacidad de "vivir riendo". Si existiera otra vida, seguro que Carmita hubiera comentado desde los celajes: "¡Igualito que yo!", mientras nos envolvía con sus carcajadas y su cariño.
Así que esto, este rito feliz, es una boda. Felicidades a todos los que disfrutan de ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario