Dado que casi todos los de mi generación éramos de francés y no tenemos ni
repajolera idea de inglés, una de las preguntas que la gente me hace ahora,
adjudicándome ya la tarea propia de esta etapa, es: “Te pondrás en clase de
inglés, ¿verdad?”.
El problema es que yo he tenido bastante mala pata con los profesores de
inglés. El primero fue el marido de mi peluquera que el primer día nos dijo que
él era el tícher y en una semana nos enseñó a decir “The cat is under the
umbrella” y luego se marchó y no lo volví a ver más.
Yo sé que aprender una frase no está mal para empezar una conversación pero
inevitablemente después ésta languidece. Un amigo mío, que se casó en Estados
Unidos con una americana, sólo sabía decir en inglés la frase “Yo nunca me
levanto tarde en domingo” y se la soltaba en la boda a todo el que le venía a
felicitar. Algunos lo miraban desconcertados, atribuyendo la cosa al exotismo
del personaje; otros se partían de risa, pero la mayoría le seguía educadamente
la conversación, suponía él hablándole también de sus hábitos mañaneros.
La segunda vez que intenté lo del inglés me apunté como Dios manda a una
academia. El tícher este decía que para aprender lo mejor era conversar entre
nosotros y nos dejaba haciéndolo mientras él se iba a sus cosas. Nosotros,
claro, terminábamos en animadas conversaciones hablando de lo divino y lo humano
en español. Una amiga, cuando me quejé de lo malo que era mi profesor, me dijo
que el suyo particular era estupendo, wonderful, y que había aprendido montones.
Lo curioso es que un día, estando juntas, lo vimos y resultó ser el mismo
profesor que el mío. Esto nos llevó, como si fuéramos Einstein, a la conclusión
de que todo es relativo.
Dado que pienso que sí, que el inglés es necesario y que hasta mis nietitos
lo chapurrean, he seguido intentándolo por diversos métodos: la tele –un poco
infantil el método que vi, con dos japonesitas dándose los buenos días todo el
rato-; los cassetes –me aburrí un poco-, e incluso la traducción directa: una
vez me puse, diccionario en mano a traducir un texto de física y un colega de mi
marido que lo leyó dijo: “Oye, quien te tradujo esto no sabía ni inglés ni
física”.
Pero claro, ¿qué se puede esperar de una lengua en la que “zenkiu” se escribe
“thank you” y en la que “water” es el agua cuando todos sabemos que el water es
el water? Pues eso.
¿Necesario para qué? En los viajes, se usa el idioma universal: las señas.
ResponderEliminarEs curioso que sin hablarlo, las dos hemos terminado hoy hablando de los idiomas :-D
He mantenido largas conversaciones con ingleses o americanos que no sabían español. No me digas cómo pero nos terminábamos entendiendo aunque era una amistad con poco porvenir. Ya para escribirnos, no. Si acaso una postal en navidad con "Merry Christmas", que eso se lo sabe todo el mundo.
ResponderEliminarLa verdad es que nunca he tenido problema con las señas (no sé si reciclarme en tícher de señas), aunque puede haber algunas engañosas en aquellos países en los que mover de arriba a abajo la cabeza en vertical quiere decir no y al revés. Pero con no ir ahí, ya está.
(Hace 4 años)
ResponderEliminarComo te prometí, aquí estoy disfrutando de tus sufrimientos (qué sádica) con esos magnos profesores, me ha encantado lo de que la conversación probablemente decaiga después del prometedor comienzo del gato.
Y eso, Loque, que mi marido, que también venía a clase conmigo y que fue el primero en tirar la toalla en esto de las clases, asegura que también nos enseñó "The mouse is under the table" ¿Tendría ese señor una manía, llamémosla "Tom&Jerry"?
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