Sin llegar a la categoría de sirenas que le asigno a dos amigas mías que se
han bañado en las heladas aguas del Mar del Norte, yo no concibo estos días en
los que ha cambiado el sentido del tiempo sin la presencia del mar, no sólo por
el placer de bañarme o de hacer ejercicio en el agua (ahora lo llaman
“acuayin”), sino también por la paz que me inspira su contemplación.
Esa presencia ha sido constante en mi vida. En las largas tardes de verano de
mi niñez, mi madre nos llevaba a Las Teresitas. Íbamos en guagua por aquella
carretera alta, estrecha y peligrosa de San Andrés, nos bañábamos con unos
flotadores de corcho y merendábamos pan con chocolate o unas pelotas de gofio
que te podías morir (a veces acompañado todo con un trago de vino Sansón que se
suponía tonificante para los niños). Al final, volvíamos a casa cansados, llenos
de salitre y arena, felices, mientras mirábamos caer el atardecer sobre el mar.
Venía con nosotros a veces una vecina muy amable llamada Paulita, que era la
persona más grande que yo había conocido. Era grande en todas las dimensiones.
El día en que la vimos por primera vez en bañador fue memorable. Se lo había
hecho ella misma y era una construcción en lona azul, con asillas y luego recto
hasta los muslos, y, a partir de allí, una falda con tablas que le llegaba hasta
las rodillas debajo de la cual llevaba unos pantalones bombachos. Los niños,
boquiabiertos, la mirábamos como quien ve el Everest. Y de esa guisa nos
acompañaba a Las Teresitas.
Los jóvenes de hoy no saben lo que eran Las Teresitas de entonces: una playa
de arena negra (arena que no se veía cuando había marea alta), con unas olas
enormes que nos hacían tenerle al mar un respeto imponente. En una de estas, la
amable Paulita me convenció de que a su lado no me podía pasar nada y de la mano
de aquella mole azul entré confiadísima en el agua. En ese momento vino la madre
de todas las olas que arrastró, volcó y zarandeó a Paulita, a sus kilos y kilos
de lona azul y, debajo de todo, a mí. Esa experiencia, que no sé cómo no me
traumatizó para siempre, no me quitó el amor al mar pero sí me hizo desconfiar
de las amables Paulitas.
Desde entonces me gustan los vaivenes del mar, esa "imagen de la paz que tanto anhelo, / lo he visto manso, halagador, riente, / y luego, imagen de la guerra, hirviente, / subir bramando hasta tocar el cielo" (José Plácido Sansón Grandy 1815-1875)
Y muchas tardes ahora paseamos mirándolo o nos quedamos quietos y se nos pasa el tiempo contemplando, embobados, los remolinos, la espuma, los cangrejos en las rocas, la luz sobre el mar, la fuerza de las olas. Y es tanta la serenidad que transmite que, después de un rato largo de silencio, mi marido me dijo la otra tarde:
Y muchas tardes ahora paseamos mirándolo o nos quedamos quietos y se nos pasa el tiempo contemplando, embobados, los remolinos, la espuma, los cangrejos en las rocas, la luz sobre el mar, la fuerza de las olas. Y es tanta la serenidad que transmite que, después de un rato largo de silencio, mi marido me dijo la otra tarde:
(Hace 4 años)
ResponderEliminar¡Qué mérito el tuyo, querida colega, para no haberte quedado trabada para siempre con esa avalancha, doblemente azul, que se te vino encima. Yo también viví esas tremendas olas "teresiteras"(pero sin Paulitas, claro) que, si no las cogías debidamente, te revolcaban, cual pelele, y parecía que tu cuerpo se desmembraba en todas las direcciones.
En mi caso, mis primeras experiencias marinas fueron en el Balneario y allí, en su playa de callaos, aprendí a nadar con mi padre, que lo hacía muy bien. También en Bajamar, en veraneos con mis abuelos, fui aumentando mi afición por el mar y, cuando tenía trece o catorce años me inicié en saltar olas en esas Teresitas de arena negra que tú evocas. Y hasta hoy, en que sigo fiel a ellas y a las que he visto transformarse, casi día a día, durante más de cuarenta años, sintiendo mucho que, en estos tiempos, la torpeza, la avaricia y el afán protagonista de los políticos, estén acabando con un espacio que para mí y para muchos, resulta entrañable porque forma parte de nuestros recuerdos de infancia y juventud.
Yo aprendí a nadar entre Las Teresitas, Bajamar, el Charco de la Coronela en el Puerto de la Cruz y El Médano. Siempre llevaba los flotadores de corcho y un día me los quité y me di cuenta de que ¡flotaba! Fue una sensación placentera y maravillosa. Lo que no quita que, en medio, el mar y sus olas me zarandearan, sacudieran, vapulearan y baquetearan. Pero los niños tienen los huesos de goma.
ResponderEliminarAhí tienes una imagen de Las Teresitas hace 45 años. Nada que ver con lo de ahora.
La verdad es que los revolcones de las olas de Las Teresitas los recuerdo mejor que las demás cosas que nos ocurrían en ella. Nosotros éramos más de la playa de Los Trabucos, cogíamos la misma guagua de San Andrés pero nos quedábamos en Jagua, bajábamos por unas vereditas algo difíciles hasta la zona de callados y luego por la orilla hasta donde estuvo el Oceanográfico. Piedras lisas y arena negra. Mi padre enseñándome a coger olas... él era un experto... nadie era capaz de aprovechar una ola hasta la mismísima orilla como lo hacía mi viejo. Pero a pesar de sus enseñanzas nunca lo conseguí hasta bastantes años después cuando aprendí a nadar en una estanque de agua dulce en mi primeros años de adolescencia. Mi revolcón más "traumático" en Las Teresitas me ocurrió de la mano de mi madre... ni ella ni yo sabíamos nadar y éramos pesos mosca o menos... despistados hablando uno con la otra nos pilló una de las grandes y nos transportó entre buches de agua y remolinos arenosos en los ojos hasta la misma orilla donde descubrí que mi bañador había desaparecido y el de mi madre estaba arrollado a su cintura como un tanga... menos mal que ya no quedaba mucha gente... pero la vergüenza y cierta dosis de humillación tardaron bastante en olvidarse.
ResponderEliminarMe traes palabras de sitios casi olvidados pero que todavía permanecen: Jagua, Los Trabucos... Yo también fui a la playa del Trabuco (nosotros la llamábamos en singular). Era una playa estupenda, hoy tragada por la Dársena Pesquera. Pero por ser la bajada más difícil siempre terminábamos en Las Teresitas. Y tu revolcón traumático casi se parece al mío de la mano de Paulita. Pero su bañador, que casi parecía una tienda de campaña para un regimiento, no lo desaparecían ni enrollaban a la cintura ni las furiosas olas de Las Teresitas. Era casto a prueba de olas.
ResponderEliminarCoger olas y ser zarandeado por ellas, disfrutar de la arena negra, merendar a la caída de la tarde con el buche de vino Sansón de postre, aprender a nadar... ¡Qué experiencias!
Interesante relato,me encanta.Leyéndolo me vienen antiguas imágenes,similares recuerdos.Lo del baño de esas amigas,me recuerda a la Playa de la Concha,allì se bañan durante el invierno un grupo de personas mayores,la mayoría mujeres.Conociendo el lugar,estuve en enero,se me eriza el cabello.No reparé en ellas durante mi estancia en esa bella ciudad.Si que ví en pleno diciembre a un señor,unos 30_40 años,bañarse en las playas cercanas al Palacio de la Magdalena,en Santander.Aún de pensarlo me entran escalofríos.
ResponderEliminarCon referencia a los poemas de Machado,me encanta este poeta.Me gusta esa reflexión de tu marido.No por ello voy a dejar de lado al poeta andaluz.Me vienen a la memoria,con referencia al mar y su inmensidad,unos verso de nuestro ilustre Nicolás Estévanez Murphy.Son estos: La patria es una fuente,/la patria es una roca,/la patria es una cumbre,/la patria es una senda y una choza./Mi espirítu es isleño/como las patrias costas,/donde la mar se estrella/en espumas rompiéndose y en notas./
Unos bellos versos de D.Nicolás.Muy a cuento con el comentario mencionado.Buen sábado para todos-as.Cs
"... donde la mar se estrella en espumas rompiéndose y en notas" ¡Qué bonito y sugerente es! También Tomás Morales y muchos de los poetas isleños cantan al mar. No puede ser de otro modo, siendo éste nuestro horizonte y referente.
ResponderEliminarYo recuerdo que nos bañábamos hasta bien entrado el invierno. Claro que nada que ver con los que se bañan en La Concha casi nevando (yo también los he visto) Un poco masoquistas sí que son.
Buen sábado y fin de semana para ti también. Y a disfrutar del mar.
Jane, yo por mi parte, viví una infancia atemorizada por la mar y sus demonios.Me vi muchas veces fallecer en sus profundidades, atrapado por sus fuerzas incontroladas. Mi padre, fiel amante del arte de nadar, se llevaba a toda la tropa( siete hijos) a bañarse al Arenal. Uno de mis primeros recuerdos es colgado del cuello paterno mientras él, nadando cual marsopa, se sumergía una y otra vez en aquellas aguas, mientras que yo, tragando más agua que un tonto, lloraba y lloraba, entre buche y buche. Muy educativo. Saluditos amiga
ResponderEliminarDe todas maneras tu padre era un atrevido ¡El Arenal nada menos! Con las olas grandotas y esas corrientes fuertes del mar del norte... Ahora eso sí, después de ese aprendizaje, Las Teresitas y las demás playas del mundo para ti serían pan comido. Si sobreviviste es que sí fue muy educativo.
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