En una tierra tan pachorruda como la nuestra en la que hasta su himno oficial es un arrorró, hablar del estrés parece un contrasentido. Pero haberlo, haylo.
Cuando yo estudiaba en Madrid, desde el año 67 al 71, los primeros días
siempre me pasaba de parada en la guagua, porque, mientras esperaba a que parara
completamente, me levantaba y llegaba a la puerta, la guagua ya había arrancado
y volaba a la siguiente parada.
Luego, en los veranos, cuando volvía a casa, ocurría lo contrario. Me acuerdo
de coger la guagua de La Esperanza para ir a la IPS a ver al que entonces era mi
novio, que hacía la mili allí. Yo, que traía el ritmito de Madrid, me levantaba
dos minutos antes de la parada, echaba una carrera por el pasillo y me ponía en
la puerta, preparada, lista, ya, para saltar. En una de estas el chófer,
acostumbrado a llevar a un montón de novias al campamento, me dijo con toda su
calma: “¡Cristiaaana! Espere que apare, que se va a romper la cabeza ¿Tantas
ganas tiene de verlo?”.
Así que el Movimiento Slow, el vivir despacio, sobre el que ahora sacan
libros y que presentan como el descubrimiento del siglo XXI para disfrutar de la
vida, ya lo ponía en práctica, hace 40 años, un guagüero de La Esperanza. Nada
hay nuevo bajo el sol.
Hoy, sin embargo, tengo la sensación de que esta vida tranquila de mi tierra
se ha ido acelerando poco a poco. Más pitas en los atascos, más prisas en las
calles, más agitación en los que trabajan. Como el otro día que fui a comprar
unas bombillas y un dependiente, superactivo y haciendo mil cosas a la vez, me
dejó a mí también taquicárdica e hiperventilando, que diría mi hija.
Tengo una amiga con 3 hijas, marido, casa, trabajo y cursos fuera, que va tan
corriendo a todas partes que el otro día sacó 400 euros en el cajero, salió
pitando a comprar y se dejó el dinero. Menos mal que todavía hay almas nobles y
una jovencita que entró detrás, salió corriendo hasta que la alcanzó y se lo
dio.
Y a mí, en este momento que vivo sosegada,
me gustaría ver la calma de otros tiempos:
dibujar en las nubes, captar una mirada,
recuperar espacios, tomar el pulso al viento.
Por lo pronto, mi amiga, la que se va dejando los dineros atrás, ya se ha
apuntado a yoga algunas mañanas y a un bañito en el mar después.
Está recuperando espacios de pachorra.
(Hace 4 años)
ResponderEliminarBien está lo del yoga, e intentar tomarse las cosas con más calma y lo del bañito en el mar (que por cierto, me ha dado una envidia horrible), pero la verdad es que viviendo en una sociedad estresada (yo vivo en Madrid) tienes que llevar ese ritmo, quieras o no.
Explícale tú a tu jefe que no has cumplido el plazo porque perteneces al movimiento "slow".
Lo del tráfico y los transportes públicos, directamente es una locura, si no vas muy deprisa (y aún así) te empujan, te pitan (si vas en coche), o te grita el conductor "Pero entra o qué???" (me pasó hace unos días, por unos 7 segundos)
En fin, que como muy bien has dicho: o te levantas antes, o se te pasa la parada (en más de un sentido)
Madrid es lo que tiene, y mira que me encanta ir de vez en cuando a darme un paseo o una vueltita por los alrededores o ir al teatro... Pero las carreras de todo el mundo y, algunas veces, las consecuentes caras de mal humor, me pueden. Estoy unos pocos días para quitarme la morriña (aquí decimos "las maguas") y con la misma me vuelvo. Como es normal que yo lo diga, la cosa hay que tomársela con filosofía.
ResponderEliminarA mí me hace falta últimamente buscar "espacios de pachorra". A ver si este puente lo consigo...
ResponderEliminar¿De quién es el poema?
Los versos son míos (lo de poema me parece exagerado). De vez en cuando me sale la vena poética...
ResponderEliminarY en este puente, ya sabes: escapaditas al sur a bañarte que allí todavía es verano y hacer el árbol de navidad con los niños.
(Hace 4 años)
ResponderEliminarPachorra, lo que se dice pachorra, a lo mejor, no, querida Jane. Un poquito más de sosiego y tranquilidad, cuando no hay necesidad de esas angustias, sí que pienso que hay que reivindicarlo. Yo he sido, durante mucho tiempo, lo que llamamos por aquí un "reguilete". Aún hoy, dejo ver ramalazos de esa condición, pero siempre he creído y sigo creyendo que tenerlo por norma, no lleva a cosas buenas. ¿A qué se deberá ese aumento de la vida agitada?. ¿Será porque la gente no quiere perderse nada de lo mucho que se le ofrece y el día no tiene más que 24 horas?. Trabajar, ir al gimnasio, llevar a los niños a clase, a kárate, a música, ir a un concierto, ir a la Escuela de Idiomas, quedar con unos amigos y qué se yo más... sólo puede generar estrés. ¿Por qué no se aprende a ser algo más selectivo y se enseña a disfrutar con aquello que se elija?. Me he puesto muy seria, pero es un tema que me preocupa cada vez más. Tú, como siempre, acertando con lo que escoges para tus posts.
Tienes razón, Cehachebé. Ya he dicho muchas veces que en mi jubilación no quiero tener horarios ni estar sometida a ninguna regla ni condicionantes más allá de los que ya la vida te impone. No me he apuntado a ningún curso. No pongo el despertador. No me pongo el reloj durante el día.
ResponderEliminarTomarse la vida con calma te ayuda a saborearla, a darte cuenta de los detalles y a disfrutarla.
Un beso y gracias por tu comentario.
Recuerdo cuando viviamos en S/Cruz, y salía con mi madre a alguna cosa, que ella al poco tiempo de ir por la acera, me cogía de la mano, y bajábamos a la calzada,y despues de unos pasos rápidos, volviamos a subir a la acera en la que habiamos adelantados unos metros. Yo sabía que aunque mi madre era tranquila, la lentitud de los viandantes la enervaba.
ResponderEliminarNo me puedo creer que la tranquilidad canaria se haya perdido.
Estando en Cartagena de India, Mane que es la hiperactividad, no paraba de llamar al camarero que nos estaba atendiendo una y otra vez, porque no nos traía lo que le habiamos pedido, pues bien, el camarero se planta delante y le dice con mucha parsimonia: "Señor está a gusto?, se encuentra bien?. Pues entonces a qué viene tanta prisa?. Pues eso es lo que yo digo. Besos.
No, no se ha perdido totalmente. Todavía seguimos muchos tomándonos la vida con calma. Tenía razón tu camarero de Cartagena de Indias (aunque le podías haber contestado: "Sí, pero tenemos hambre...")
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