La Estatua era el lugar de citas cuando éramos jóvenes. “Quedamos en la
estatua” era la frase para reunirnos con las pandillas para ir después al cine,
o con algún amor temprano, o con los compañeros a la salida del cercano
Instituto.
La Estatua –en realidad un busto de bronce- estaba y está en la Rambla en
Santa Cruz y todos los de mi generación la conocen por ese nombre. Nadie o muy
pocos saben a quién representa. Sólo que está ahí para oír a los jóvenes, que se
reunían a sus pies, desgranar chismes, risas, penas de amor, planes, saludos
cariñosos o despedidas.
Hace poco me di un paseo mañanero por Santa Cruz. Fui por toda la Rambla,
desde la Piscina Municipal hasta mi barrio del Toscal, en un día luminoso y
limpio, agradeciendo en la piel el aire tibio. Al pasar por la estatua, por
primera vez, después de tantos años, miré a quién estaba erigida y leí que era a
un capitán de infantería llamado Diego Fernández Ortega que “dio su vida por la
patria el 5 de enero de 1915”.
Me quedé pensando en esa persona que murió el día en que vienen los Reyes y,
cuando llegué a casa, busqué quién fue y cómo dio su vida por la patria. Resultó
ser un militar nacido en Santa Cruz pero que se marchó de aquí con 1 año. Se
quedó huérfano de padre, también militar, con 12 años, ingresó en la Academia de
Infantería a los 15 y murió en la guerra de Marruecos mientras arrastraba el
cadáver de un compañero, cerca de Ceuta, en medio de un tiroteo. Tenía 7
medallas al mérito militar pero sólo 26 años. No tuvo mujer ni hijos. Sólo se
había dedicado a combatir y había sido ya herido gravemente en dos ocasiones
anteriores.
Forges decía hace poco en una de sus viñetas: “No hay guerras justas y
guerras injustas: sólo hay malditas guerras”. Y en una novela escrita en el año
43 (“Magnus Merriman” de Eric Linklater), en la que, entre otras cosas, se habla
de la Gran Guerra, la 1ª Guerra Mundial, ese desastre absurdo en el que murieron
cerca de 10 millones de hombres, leí: “Muchos reyes han caído y muchas naciones
perecido, muchos ejércitos se habrán agotado y muchas ciudades fueron arrasadas,
para esto y sólo para esto: para que los desgraciados de las tabernas tuvieran
un gran caudal de recuerdos”.
¡Qué tiempos aquellos, Jane!. Con pocos coches y muchos jóvenes que repartíamos nuestros puntos de encuentro entre la estatua y el reloj del Parque.
ResponderEliminarHoy, la primera está permanente agobiada por la presencia constante de vehículos de todo pelaje. Sobre todo a las horas de salida y entrada a los colegios próximos. Madres, padres y abuelos que van a dejar y/o recoger a sus pequeños estudiantes forman lo que parece un enjambre de coches y personas. Colas interminables y bocinazos impacientes con el ritmo que marcan los semáforos del lugar.
Paso casi a diario por la zona y más de una vez he pensado "¡Qué sola está la estatua, a pesar de este guirigay". Hoy es impensable encontrarla rodeada, como aquel entonces, de jóvenes que se citen allí para dar una vuelta o ir al cine. Esa maraña automovilística lo desaconseja y, supongo, que la autoridad competente lo prohibiría.
En el reloj del Parque no existiría ese riesgo, pero... mejor podrías contarlo tú, que para eso fuiste vecina, por los cuatro costados, de ese emblemático rincón toscalero. Además, tu sabiduría y tu buen escribir son los idóneos para rescatar los recuerdos que ese reloj te traiga. Ya los estamos esperando con mucho interés. Como siempre
Pues, ya tu ves, no era el reloj del Parque mi lugar de citas habitual. Sí que recuerdo muy bien cuando lo hicieron, en 1958. Yo tenía 10 años, vivía a dos pasos y me quedé con la boca abierta al ver un reloj de ese tamaño, con flores frescas siempre ¡y funcionando!.
EliminarPero sí, el Parque era mi patio de juegos y alguna vez hablaré de las partes que más me gustaban: del minigolf, donde alguna vez jugué con mi padre; del paseo de los bambúes, tan romántico; de la placita de la tortuga; del estanque; de las estatuas de las cuatro estaciones... ¡Qué bien que sigan existiendo!
En la estatua nos reuníamos todos los recreos, cuando estábamos en el Instituto, porque allí, a los dos lados de la Rambla había 2 carritos donde yo compraba bocadillos de chorizo de a perra y regalías de postre. Y también allí nos congregábamos cuando había programada una fuga. Era un buen sitio para ver aparecer en su Renault a Don Antonio García Frescas, que era el Jefe de Estudios, y salir por patas hasta el Parque García Sanabria. Nosotros tampoco sabíamos de quién era la estatua y, como no teníamos Google (ni curiosidad), tampoco lo averiguamos nunca.
ResponderEliminarAy, es verdad, ya dije una vez que San Google es el que busca y rebusca. A él y a Santa Wikipedia le debemos un considerable ahorro de tiempo.
EliminarNo sé si coincidimos en el Instituto. Cuando yo hice Preu allí, también nos dio clase de Ciencias Naturales (aunque entonces no era Jefe de estudios) Don Antonio García Frescas, un buen profesor con un refrescante sentido del humor. Recuerdo que nos decía que la fructosa no era la chacha de la casa de enfrente. A mí me parecía muy mayor (igual tenía mi edad), y de hecho el infarto del que murió le dio en nuestra clase delante de todos. No sabíamos qué hacer. Murió al día siguiente.
Y una vez que nos fugamos por San Diego nos pusieron un 0 redondo en todas las asignaturas. No se andaban con chiquitas, no.
Felicitaciones Jane por esa estampa. Buenísima descripción. Me gustó. Recuerdo a los carritos que comenta Visitante, pero los bocadillos me costaban 1/2 peseta. En verdad, soy algo mayor pero no tanto como él. Va a resultar que el amigo Visitante llevó de la mano a Cervantes a la escuela. Ojalá no se ofenda con este comentario. A cuidarse, pues.
ResponderEliminarAh, no, Agroteide, los bocadillos de lso carritos de la Rambla no costaban una perra, ojalá (y yo creo que ni en tiempos de Cervantes). Si acaso, lo que costaba eso eran las pastillas de naranja y limón. A los que se refiere el visitante es a los chorizos perreros (o de a perra), esos embutidos rojos que se untan en el pan y que son buenísimos. Hoy los seguimos llamando así, chorizos perreros, aunque cuestan mucho más. Son muy ricos los de La Palma y los de Teror.
EliminarUn abrazo.
Qué pena Jane, siempre das en el clavo:
ResponderEliminarPor mucho que se repita, cada vez que piensas en todas esas personas, con nombres y apellidos, que murieron "por defender a su patria".
Y todo ¿para qué?
"para que los desgraciados de las tabernas tuvieran un gran caudal de recuerdos"
Qué gran frase y qué gran verdad, me ha hecho sonreír, pero con una sonrisa muy triste.
Sí que es una historia triste. Y luego lees que su madre pidió que le dieran a título póstumo la Cruz de San Fernando (para lo que le sirvieron las otras siete...) y se la denegaron porque no se había precisado si las heridas que lo mataron fueron "simultáneas o sucesivas", que ya me dirás tú.
EliminarMuchos estamos convencidos de que las guerras son un disparate inútil que sólo sirven para enriquecer a los que no arriesgan la vida. Lluis Bassets decía en un artículo hace poco que la guerra es sucia, inmoral, corrupta y corruptora hasta destruir el alma de quien la emprende aunque tenga las todas las razones morales y legales a su favor. Y, a pesar de todo, ahí ves a los sirios matándose, el Oriente Medio saltando en chispas, guerras eternas en África... El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y, como también le leí a Savater, "sigue dándole patadas y patadas porque la confunde con un balón".
Siempre he pensado que la muerte en una guerra debe ser tristisima, no sólo porque mueres(generalmente solo), porque puedas sufrir o porque mueres lejos de los tuyos. Lo más triste es darte cuenta que estás en una guerra para defender los intereses de aquellos de aquellos a los que tú no les interesas, salvo como carne de cañón.
ResponderEliminarLa verdad es que la historia del militar de la estatua es muy triste, aunque seguro que alguno dirá que fué una "vida apasionante".
Hoy hablando con un grupo de jóvenes de 17 años, me preguntaron si en en España ibamos a tener guerra como había en Grecia. Al principio no entendí nada: ¿Qué estaba pasando por sus cabezas para confundir las protestas de Grecia con una guerra?.Después de hablar un rato, pensé:¿ En qué esquina perdimos el rumbo al educar a nuestros hijos y qué valores le hemos transmitido?.
Lo mejor será que sigan reuniéndose bajo la estatua, y que hablen, se amen, se rían y de vez en cuando que lloren por sus cosas y no por las cosas que pasan en Grecia (en la cuna de nuestra civilización), porque mucho me temo que pronto veremos cosas parecidas por aquí
La verdad es que esto me ha salido demasiado gris oscuro, y eso no es bueno para el alma. Un beso Jane.
Vi hace poco en Facebook una frase de Paul Ambrose Valery que decía "La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de gente que sí se conocen pero que no se masacran. Y es más o menos lo que decía Kant en "La paz perpetua", que la guerra no se puede dejar en manos de quienes no van a perder ni su casa ni su vida.
Eliminar¿Qué podemos hacer, Juan? Yo creo que lo que hacemos: propagar, como educadores, valores cimentados en la paz y el diálogo y seguir denunciando las guerras. Cuando la de Irak, me gustó manifestarme al lado de mis alumnos con la camiseta puesta de "No a la guerra". Y, si te fijas, a pesar de que el siglo XX es el siglo de Hitler, de las dos Guerras Mundiales y de múltiples desastres, también ha sido el siglo de los derechos humanos y hemos visto, desde que nacimos hasta hoy, cómo ha aumentado el respeto a las minorías, el papel de la mujer, la expansión de la educación a todos los niveles, el conocimiento de otros países y otras culturas gracias a los medios de comunicación, la crítica frente a los abusos. Le leí a Muñoz Molina: "El horror sigue existiendo pero el escándalo que nos provoca no es indicio de que sea más frecuente que en otras épocas, sino de que ahora somos mucho más sensibles a él". Eso hemos ganado y eso indica que vamos en la buena dirección.
Ánimo y un abrazo.
Yo soy lagunero, pero tengo muy buenos recuerdos de la estatua. Ahí íbamos los de la pandilla cuando alguno conseguía un coche del padre para bajar a Santa Cruz, poniendo entre todos 10 pesetas de gasolina, para ver a las niñas salir del colegio, pues había algunos ligues. También me citaba en la estatua con mi novia, hoy mi esposa, que estudiaba en el colegio Alemán, para salir por la tarde. En fin ¡ qué tiempos!
ResponderEliminarLa popularidad de la Estatua le venía por la proximidad a tantos colegios: mi Instituto, que luego fue el Colegio Alemán de tu novia, las Escuelas Pías, la Pureza. Estos dos últimos siguen allí, más el Hispano Inglés. Siempre la Estatua ha sido testigo de ligues pero también de risas de niños y de juegos en los recreos. Es un consuelo.
EliminarPara ser más concretos, en el que llamas tu instituto, también estudié yo. Antes de serlo fue la primera ubicación del Colegio Alemán, que dejó de serlo después del 36, y donde se ubicó por primera y última vez el instituto. Mientras tanto el Colegio Alemán pasó a estar en una casona de la Rambla, frente a Sanidad. Y a la par estaban: el colegio de las Escuelas Pías de abajo (los pequeños)donde hay está el Hispano Inglés, la Pureza donde siempre y las Escuelas Pías de arriba (los mayores) en el Quisisana. Y claro está en la Estatua confluían todos que para hacer honor a la verdad, no quedaban en la misma Estatua porque que cabían todos, sino en los dos tramos de Rambla aledañas. Un abrazo.
EliminarYo estuve en ese edificio de la calle Enrique Wolfson (bastante maltrecho el pobre) el último año en que funcionó como instituto. De hecho, a final de curso nos mudamos a donde ahora está el Andrés Bello, que entonces era un único instituto, el de Santa Cruz. Años después, ese fue mi centro de trabajo durante 13 años hasta que me trasladé al Cabrera.
EliminarIncluso en la Estatua nos citábamos las de las Dominicas que estábamos más lejos; pero es que la atracción era mucha...
A la par que el Andrés Bello edificaron algo más arriba la llamada "sección delegada" donde estuve un par de años. Después fui a la privada, nuevamente. Como un zurrón de gofio, ¡así estudié yo! Hasta otra.
EliminarBueno, así acumulaste experiencias. Hasta podrías hacer un tratado de diferentes métodos y profesores...
EliminarHace tiempo que no escribo porque estaba de viaje pero al leer este excelente blog , me acordé de mis tiempos mozos, en los que no quedabamos en la estatua sino en el carrito del parque.Como yo soy bastante puntual, no vean las golosinas que me mandaba esperando a los de la pandilla. Hoy , mi dentadura me recuerda aquellos felices dias y mi dentista debe estar privado arreglandome el desaguisado de mis años juveniles.Un besote
ResponderEliminarIgual que las ciudades se asentaron en los bordes de ríos y caminos, así los niños quedan en sus citas cerca de las golosina, y los mayores, cerca de cafeterías donde entretener la espera. Cuando alguna vez hagamos un inventario de lugares para quedar con los amigos, verás que este es un supuesto comprobable.
EliminarY cuida esos dientes y para la pata, querida Tona.
Quisiera poner de manifiesto que las reuniones a las que aludes se llevaban a cabo en los meses de "clase" por los estudiantes de la zona. Pero no debemos olvidar que también por aquella época nos reuníamos tanto allí como en la Avenida de Anaga en los sábados y domingos, y además de estudiantes iba toda clase de personas; el Parque García Sanabria nunca fue lugar de reunión masiva, entre otras cosas porque los guardianes de la época (habían tres y con sus varitas de bambú) no te dejaban estar a ciertas horas.
ResponderEliminarLos mayores llamaban "el tontódromo" a la Avenida de Anaga. Había modas porque recuerdo una época en que nos dio por pasear después de los cines por la Rambla. Pero solo en el trocito que va del Víctor a la Plaza de Toros. La Avenida de Anaga, de todas formas, era la preferida antes de que nos robaran el mar.
EliminarMe has traído recuerdos de mis años en el Instituto donde cursé Sexto y Preu. Allí conocí amigos que todavía hoy conservo. Gracias Isabel por tus relatos tan sabios. Un abrazo
ResponderEliminarPor lo menos el Preu lo compartimos, Sole. Y tengo recuerdos buenísimos de ese año, el primero en el que no estábamos encerrados (por lo menos, las que veníamos de un colegio) entre los muros de un centro. Recuerdo salir de las clases y ponernos a alegar en un banco de la Rambla, comprar en los carritos al lado de la Estatua, fugarnos en San Diego, ir todos de excursión al Teide... Éramos un montón pero nos organizábamos bien. Y nos reíamos ¡Que nos quiten lo bailado!
EliminarBuenos tiempos Isabel para una niña de pueblo como yo y que Santa Cruz me parecía el centro del mundo donde cada día me podía ocurrir cualquier acontecimiento maravilloso como , por ejemplo, ver una película en el cine Víctor, pongamos por caso, Desde Rusia con amor, con James Bond.
Eliminar"Desde Rusia con amor" nos dejó impactados a todos. Ese Sean Connery, el mejor de los James Bond, los miles de aparatos camuflados, ese paseo final por los canales de Venecia... ¡qué bonita! Me enteré que se hizo porque era una de las novelas preferidas del Presidente Kennedy. Sí que eran buenos tiempos para descubrir la vida.
EliminarPedrin decía "la estatuna"
ResponderEliminarHasta más difícil es decirlo, Merci.
EliminarUna anécdota de Pedrín que contaron en "El Día": "Había un tal Pedrín, muy bajito, con el que todo el mundo se metía porque tenía la cabeza chiquitita, y que además era muy contestón y utilizaba palabras soeces. Cuentan que un día en la calle El Norte, donde cruza con Castillo, estaba agachado buscando algo, cuando un comerciante muy conocido se quiso meter con él preguntándole qué estaba haciendo. Muy tranquilo le contestó que buscando chiribitas y el otro extrañado preguntó: ¿Qué son chiribitas? Lo remató con su respuesta: "Espera que encuentre alguna y te lo digo". Tan tonto no era." También decían que pellizcaba el culo a las chicas.
Muy interesante historia.
ResponderEliminarGracias, Marisol. A mí también me interesó, pero a la vez me escandalizó que se pierda una vida tan joven por algo que hoy ni tiene importancia. La guerra y sus vaivenes.
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