Cuando era chica, en aquel patio de mi
colegio, sombreado con enormes laureles de Indias, las niñas formábamos
interminables filas: filas para entrar y salir de las clases, filas para las
tablas de gimnasia, filas para cualquier acto religioso. Los colegios y las
filas eran términos y realidades afines e inseparables. Y yo, mientras esperaba
mi turno y veía pasar por delante de mí a mis compañeras como hormigas, una
detrás de otra, me fijaba, no en el paso marcial o cansino, ni en los himnos
religiosos o patrióticos que cantábamos con un entusiasmo digno de mejor causa,
sino en las narices.
¡Qué diversidad de narices! Chatas,
aquilinas, respingonas, clásicas… No había ninguna igual a otra. Y también,
detrás de ellas, había pensamientos, deseos y aspiraciones diferentes que,
igual que las narices, podían ser desafiantes, altaneros, curiosos, arrugados,
graciosos, respondones…
No sé por qué me llamaban tanto la atención.
La nariz, después de todo, es la hermana pobre de los órganos sensoriales, la
más olvidada (Nietzsche dice que ningún filósofo –hasta él- ha hablado de ella
con veneración ni gratitud, hay que ver) Cuando lloramos, las lágrimas parecen
hasta poéticas, pero no hay manera de encontrarle poesía a una nariz con mocos.
Aun cuando Quevedo la convierte en protagonista en su “Érase un hombre a una
nariz pegado, / érase una nariz superlativa…”, lo hace para vilipendiarla y
calumniarla. No la pone bonita, no.
No nos definimos bien hasta que dejamos atrás
las narices de la primera infancia, que se parecen todas. Y después, cuando ya
tiene un buen tamaño, nos ponemos a buscarle faltas si no responde al modelo
establecido por la moda del momento. Rachel la de Friends, la princesa Letizia y mi amiga Ángeles, por ejemplo,
reemplazaron por eso una nariz aguileña, con personalidad, por una recta y
normalita que no dice mucho.
Porque la nariz define el estilo de tu cara,
la centra, le confiere carácter. Cyrano no pasaría de ser un amante desairado
si no hubiera tenido su descomunal nariz. La de Pinocho es tan expresiva que se
convierte en termómetro de la mentira. Y siempre se ha dicho que si Cleopatra
hubiera tenido la nariz un pelín más corta, habría cambiado la faz del mundo,
nada menos.
Pues será, como bien dices, cuestión de echarle narices...
ResponderEliminarYa que estamos hasta las narices de ver lo que tenemos delante de las narices, habrá que echarle, como dices, narices, para no quedarnos con un palmo de narices.
ResponderEliminarYo estaba convencida de que tenía una nariz espantosa, horrible, terrible, allá en mi lejana adolescencia, cuando por cierto estaban de moda las narices respingonas.
ResponderEliminarAhora me veo y me pregunto por qué le tendría tantísima manía, angelica.
¿Cantábais con ímpetu esas cancioncillas?
Nosotras no, nosotras cantábamos que daba pena oírnos... hasta vernos daba pena.
Es que la adolescencia es la adolescencia y no solemos querernos nada. Que si nos falta por aquí, que si nos sobra por allá..., cuando lo que tenemos que hacer es aprender de Rossy de Palma, que ha convencido a todo dios de que tiene una nariz picassiana y se ha ganado la vida con ella, sí señor.
ResponderEliminarEn el colegio nosotras supongo que daríamos pena a cualquier espectador, pero ¡le poníamos un entusiasmo al "montañas nevadas, banderas al viento" y a "Es María la blanca paloma"...! Era a ver quién gritaba más. Un número.
Después de repasar esta ultima entrada del blog, con las gafas sobre una nariz que siempre he odiado, la miro con ambos ojos y me reconcilio con ella. Acabo de caer en que SIEMPRE va a estar ahi, para que odiarla. Un abrazo! ;)
ResponderEliminarPiensa en que, si no tuvieras nariz, tendrías que clavarte con chinchetas las gafas a las orejas. Si no tuvieras nariz, te perderías los aromas y, aunque los hay apestosos, también los hay embriagadores. Si no tuvieras nariz ¿qué te taparías cuando dices "fooos"? De la nariz todo son ventajas. Así que me parece muy bien que la mires con buenos ojos (aunque te pongas bizco para hacerlo) Eso, el aceptarse, es estar madurando, Javi. Un abrazo.
ResponderEliminarToda la vida he pensado que soy un bicho raro, y mira tu por donde he encontrado a mi otro bicho raro (tu).Me encanta fijarme en las narices de la gente,sobre todo de los hombres, cuanto mas raras son mas me fascinan.Me siento muy atraída por las narices, no se si desde pequeña no lo creo,pero en mi juventud, siempre me atrajo primero la nariz de un chico que cualquier parte de su cuerpo.Mi pareja tiene una nariz espectacular, de esas raras, de esas que me gustaría tener a mi.Me has alegrado el día viendo como coincidimos en algo,un beso fuerte.
ResponderEliminarCreo que tú y yo coincidimos en muchas cosas (menos en lo artista que eres con los pinceles y en eso de tener gemelos, que yo, a estas alturas, creo que no estoy por la labor). Pero también mi marido tiene su buena nariz (la 6ª, por la izquierda, de la fila primera) y a mí siempre me gustó. Aunque también me atraen las manos de una persona, sobre todo si son de dedos largos y finos (de pianista o ladrón) y el sentido del humor. Es curioso el tema de las atracciones. Gioconda Belli tiene un poema sobre el hombre en el que dice: "Las piernas también son importantes / pero les perdonamos las torceduras, / lo tosco, las imperfecciones, / si al encontrarnos con la boca/ vemos una sonrisa en la que poder confiar / y unos ojos que nos aseguren la mañana".
ResponderEliminarUn abrazo, bicho raro.
Yo también creo que coincidimos en muchas mas cosas,lo de artista es relativo.para mi todo el mundo es artista, tu sin ir mas lejos eres una artista en muchas facetas, en escribir, en dar clases...así que para que expresarte con un pincel,¿no?.Eso si lo de tener gemelos no te lo recomiendo, pero bueno es solo un consejo que te doy, haya tú si lo aceptas.
ResponderEliminarLa nariz de tu marido, espectacular!!la de "mi Manolo" se asemeja a la 5ª de esa misma fila empezando por la izquierda.Me repito lo de las narices me fascina,me chifla, me apasionan,me atraen...en fin. Bueno eso y las canas,cuando a "mi Manolo"le salgan las canas,que eso espero sino ya me dirás que decepción se convertirá en el "David de Miguel Ángel",un ser perfecto.
A mi las manos ni fu ni fa, pero sin embargo,le doy mucha importancia al sentido del humor, aunque soy mas de hacer reír,disfruto mas viendo a la gente reír conmigo que riéndome yo.
Besos, Susana.
Pues ya tu ves, a mí las manos me encantan. Tan expresivas, tan acariciadoras, tan capaces de todo, de lo bueno y de lo malo. "El hombre es inteligente porque tiene manos", decía Aristóteles (y, si te acuerdas, él sabía mucho).
EliminarY lo de los gemelos, no hay cuidado. Un poco tarde para pensarlo yo.
Un beso, Susana.
¡Y tú, querida Jane, preocupada por la probable caída en el número de comentaristas a tus entradas, porque te mudabas de casa!¿Has contado los que llevas en esta y los que ya tienes en tu primer post?.
ResponderEliminar¡Manda narices (que no lo que diría el inefable ex ministro pepero), lo modesta que eres, amiga!. Y hablando de narices, yo me recuerdo mirando mi perfil, en mi adolescencia, con ayuda de dos espejos y preguntándome: ¿Será griega, será etrusca o aguileña?. Influencias de lo que estudiábamos o de las películas que veíamos, seguro... Simpática entrada y un besito esquimal, por aquello de las narices.
Un blog vive del diálogo porque su finalidad es comentar entre todos qué nos parece la vida. Por eso me alegro de tu comentario y del de los demás. Así, juntos, sacamos el jugo al tema de las narices y, de paso a lo que tenemos delante de las narices. Que algo tendrán de especial cuando los esquimales las han elegido como lugar de los besos.
ResponderEliminarAh, y la tuya es clásica, romana, diría yo. La mía (la 3ª por la izquierda de la 1ª fila), judía más bien ¿no?
Un abrazo.