Vengo desde hace 30 años de vez en cuando a la casa –blanca con ventanas azules, como casi todas las gracioseras- que mi hermana tiene en
La isla te ofrece regalos previsibles: el
sol, las playas, el goce del silencio –mar y viento en los sentidos- o el ritmo
tranquilo que se palpa en las calles de arena de La Caleta , con sus bellos
nombres marinos: La Crujía ,
Las Sirenas, La Popa ,
Noray, La Carnada ,
La Eslora ,
Virgen del Mar…
Pero también la isla te da momentos
impagables. Como la cola del pan, por la mañana temprano, donde te dejan pasar
para seguir un ratito allí, alegando. Y el café de después, frente al mar y los
riscos de Famara, en donde no se habla de la prima de riesgo ni del desastre
que es el país, sino del tiempo, del estado del mar o de ir a calamarear a la
caída de la tarde.
Y también brinda sorpresas, como ver en la
iglesia –pequeñita y marinera – una pila bautismal hecha con una concha de
tortuga sobre una nasa; o encontrarte, detrás de las dunas, con Los Arcos,
puentes naturales sacudidos por las olas, o con El Jameíto, donde te bañas bajo
las rocas jugando con la luz y el color. O visitar un lugar curioso adonde no
va casi ningún turista, el Cementerio, que, a pesar de todo, canta a la vida,
con lápidas donde se ve a los que se fueron, limpiando pescado o felices a
bordo de su barca. En una de las tumbas decía: “Si en el mar te ves perdido / y oyes un timple sonar, / echa rumbo a La Graciosa / que pronto la
has de encontrar”. Y en otra: “Si el
tiempo nos lo permite / y la pesca se les da / traen marcadas en sus rostros /
huellas de felicidad”.
Y, como en todos sitios, lo mejor es
disfrutar de la amistad de la buena gente graciosera. Como Piedad y Lala, o
Valentín, que sabe donde viven los pulpos, o Mingo, que inventa y canta folías
mientras pesca (“Marinero que navegas, /
ten cuidado con tu vida, / porque te vas navegando / junto a dos tablas unidas”).
Sólo aquí pueden invitarte, de hoy para mañana, a unas cabrillas “que todavía
están nadando en el mar”, o a unos calamares transparentes, pescados la noche
anterior, que, al comerlos asados, te transmiten todo el sabor de la maresía.
Esta vez no te leo como siempre, los martes mientras desayuno, porque sabía que ibas a escribir sobre La Graciosa y no podía esperar a mañana. Hace sólo tres días que regresamos y ya la echamos de menos. Espero poder decir algún día yo también eso de "vengo desde hace 30 años..."
ResponderEliminarUn placer leerte, como siempre.
Yaiza
La Graciosa, como La Laguna, "es un amor que dura toda la vida". Mis hijos fueron por primera vez cuando tenían la edad de los tuyos ahora. Desde entonces no han dejado de ir, sobre todo mi hijo, que ha pasado, con mi hermana, mi cuñado y mis sobrinos, incluso fines de año allí.
ResponderEliminarMe alegro de que, al acercarte aquí, encuentres imágenes para el recuerdo, como Playa Cocina y Las Conchas, para mí dos de las playas más bonitas que he visto. No puse fotos de la playita de Barranco de los Conejos (qué buena estaba ¿verdad?) ni de la de Pedro Barba ni de La Francesa, por no entullar el post de playas maravillosas, pero en ellas me he dado (y seguro que ustedes también) los mejores baños del año.
Un abrazo, Yaiza.
Mi hija lleva yendo tres veranos con este ( se va mañana) y cada vez que regresa viene con el semblante cambiado ( relajada y feliz). Yo no he ido, pero lo tengo en mente. Envidia sana me dan tu y mi hija. Besos.
ResponderEliminarPues no lo dejes para más tarde. Está ahí mismito, no tardas ni un par de horas contando el viaje en avión a Lanzarote, la guagüita a Órzola y el viaje en barco desde Órzola a La Caleta, que es, además, otro de los atractivos: el paso por Los Fariones, donde el mar cambia el ritmo y se echa, la primera imagen de la isla recibiéndote y ese agua de un color turquesa inigualable... Ya desde ese momento, se olvida una del estrés y de las demás majaderías. Y al volver a casa, lo hacemos como tu hija, relajados y felices.
ResponderEliminarAsí que ya sabes, a animarse. Un beso.
Que bonito recorido por la graciosa y que bueno que mi gente te trate bien son nuestras costumbres heredadas de nuestros abuelos padres y la mar que nos rodea..gracias Jane...
ResponderEliminarLa hospitalidad es un regalo de la buena gente y la hemos recibido desde la primera vez que fui a La Graciosa y nos quedábamos en la pensión de José Manuel y Margucha, donde nos recibieron con una bandeja de cangrejos recién cogidos y donde nos cocinaban siempre lo que habíamos pescado en el día. Entonces desayunábamos en casa de Juanita y Felo y por las noches jugábamos al cinquillo o hacíamos una parranda con todos hasta que apagaban el motor (no había luz en La Graciosa en aquellos años) Buenos tiempos que se repiten en cada visita. Gracias a ti, María José, y a los gracioseros por conservarnos la isla y permitirnos disfrutarla juntos.
ResponderEliminarNo puedo comentar mucho, porque la envidia me ciega.
ResponderEliminarNo sé qué me da más envidia, la playa, la gente, o el pescado recién pescado...
Lo dicho, que estoy muy tiñosa ahora mismo.
me alegro que hayas disfrutado de nuestra octava isla. La conozco tambien desde hace muchos años, tantos que ni me acuerdo pero todos los años cuando llego, es como la primera vez : mágica, tierna y saludable. Sus gentes , a los que quiero como a mi familia, sus costumbres, sus playas..En fin , es verdad que no será el paraiso pero se le parece. Un abrazo
ResponderEliminarLoque, para no darte mucha envidia, voy a hacer de abogado del diablo, porque no todo es paradisíaco. Es verdad que mucha gente dice al irse: "Me quedaría aquí para siempre", y que algunos lo han hecho, pero la Graciosa tiene una gran dependencia del exterior (las verduras, la carne, el aceite... son carísimos) y los gracioseros han llevado una vida dura. Los más viejos se acuerdan de cuando las mujeres cruzaban a Lanzarote y luego subían el risco con su cestón en la cabeza a vender pescado, y de cuando no había médico y faltaban muchas cosas necesarias.
ResponderEliminarPero bueno, sí, a pesar de todo, es un buen lugar para perderse, relajarse, embadurnarse de arena como una croqueta y ponerse negra como un conguito (si no te pones protección total) Anímate a ir alguna vez.
Tona, mi sobrino dice que no hablemos tan bien de la isla, que se nos va a llenar de gente. Que, cuando me vean morenita y saludable, diga que es que vengo de Cabo Verde... Él se va dentro de unos días y mi hermana un poco después. Allí se sienten tan a gusto como tú. Disfruten el verano. Un beso.
ResponderEliminar"la felicidad, en esta isla del Atlántico, cubre musgosamente las rocas, en las que la gente del pueblo la siente bienvenida”.
ResponderEliminarNo habria pasado nada si este hombre, que por otro lado me gusta, hubiese sabido que en La Graciosa, como en Lanzarote, la felicidad cubre liquénicamente las rocas!!
Besos
Ana
Muy bueno, Ana. Nadie, sino tú, la persona que más sabe de líquenes del mundo, se hubiera dado cuenta de la pifia de Aldecoa. Gracias por el aviso. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Que envidia sana me das,amiga! Hace como unos 20 años fui a La Graciosa durante tres veranos seguidos con un grupo de amigos en las fiestas del Carmen. Que buenos ratos pasamos!Comimos el mejor pescado,los mejores pulpos y disfrutamos de la mayor tranquilidad. Nos bañamos en las mejores playas de aguas cristalinas muy frías, eso si.Recuerdo que hicimos varias excursiones por la isla en el camión de la basura que era el único transporte disponible. Así conocimos la playa de las Conchas y otros lugares de belleza, para mí, que ahora me los has recordado, incalculable!Y desde luego no puedo olvidar las excursiones que realizamos a La Alegranza con pesca de gueldes incluída comida que se hizo respetando la tradición de los pescadores que nos habían invitado. Habían 2 supermecados el de Margarona y otro . Y solamente un barito. Pero nuestro lugar habitual de reunión era la cofradía de pescadores...En fin me has recordado esos buenos momentos que quiero compartir. Espero poder ir nuevamente.Un beso
ResponderEliminarNunca ha cuadrado el haber ido a Alegranza y tengo muchas ganas. Sí hemos ido en el barco de Mingo a la playa de enfrente en Lanzarote (o "la playa bajo el risco", como dicen ellos) o a playa Cocina. Y tienes razón en todo lo que dices: la comida fresca, recién salida del agua, la tranquilidad, la luz y la belleza de la isla, el mar transparente... son cosas que la hacen una isla amable, en el sentido original: una isla que puedes amar.
ResponderEliminarEspero que vuelvas y que yo te vea también. Un abrazo.
Tengo que ir más pronto que tarde...
ResponderEliminarSiempre dejamos las islas para luego, lo más cercano por lo más lejano, y tal vez no debería ser así. Sobre todo porque cada isla, aunque sea pequeña como esta, tiene un carácter único y no es continuación de nuestro entorno. Hace poco tiempo terminé de conocer la que me faltaba, Fuerteventura, y me dejó más que sorprendida.
EliminarSí, vete prontito. No te arrepentirás.
Una amiga mía le pasó lo mismo...tuvieron que ir a buscarla.
ResponderEliminarJajaja, me lo imagino. Sobre todo cuando la vida real consiste en un trabajo que no te llena y en un piso lleno de vecinos. Aquello, como dije, se parece al paraíso. De todas formas, para mí siempre es mejor que la estancia tenga sus límites, no sea que nos acostumbremos demasiado a rascarnos la barriga...
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