A una de mis amigas le ha dado ahora por buscar últimas palabras para estar preparada cuando le llegue la hora de pronunciarlas. Mi amiga está más sana que una manzana y no es nada morbosa, pero siempre ha sido muy fina y educada, y le parece a ella que marcharse de un sitio sin una despedida decorosa no está nada bien. Se ha puesto a rebuscar en periódicos y redes, y me vino el otro día con un montón de hojas bajo el brazo, producto de su investigación.
- Mira, mira -me enseñaba, un poco enfadada, me pareció- , es que la cosa no es nada fácil. No es cuestión, cuando estés estirando la pata, de soltar un "¡Viva la Virgen de Candelaria!", como dicen que dijo Fran Rivera de la del Rocío, después de una cornada, pensando que serían sus últimas palabras ¡Ni que estuviera en una romería! Ni de empezar a pedir cosas, como los caballos que piden José Gervasio Artigas ("¡Mi caballo! ¡Tráiganme mi caballo!") o Ricardo III con eso de "¡Mi reino por un caballo!" ¿Para qué se quiere un caballo en ese momento? También Dalí se murió preguntando por su reloj, vete a saber por qué ¿Y qué les pasa a los casi difuntos con la luz? A Goethe se le oyó pedir "¡Luz! ¡Más luz!" y a Roosevelt, "Apaguen la luz" (y eso que no la iba a pagar). No, una no va a pasarse toda la vida siendo una persona normal para al final decir una bobada o una bastada, y que te recuerden después por eso. Ni hablar. Fíjate, aquí pone -me enseña otra hoja- que al rey Jorge V de Inglaterra le dijeron, antes de sedarlo, que se iba a poner bien y volvería a pasar las vacaciones en Bognor, al sur de Inglaterra ¿Y sabes qué contestó? "¡Que le den a Bognor!", que ya me dirás tú si no es poco regia la expresión. Y mira éste, el Mariscal Antonio José de Sucre, que nunca en su vida había dicho una palabrota, ¡ni una sola!, y cuando le dispararon en la selva de Colombia va y dice: "¡Carajo, un balazo!", poniendo un manchón en el último instante a una vida impoluta. Y tampoco es cuestión de ponerse entonces en plan preguntón para quedarte luego sin respuestas. Mira. aquí tengo unas cuantas de esas: "Doctor, ¿cree usted que habrá sido el salchichón?" (Paul Claudel); "¿De dónde sacarán el dinero las Diputaciones? (el padre de Joaquín Sabina); "¿Me estoy muriendo o es mi cumpleaños?" (Nancy Astor, en un momento que despertó de la inconsciencia y vio a todo el mundo alrededor); "¿Está seguro de que está haciendo esto bien?" (Williams, un condenado a muerte a su verdugo, que no acertaba a matarlo); el mismo Julio César con su "¿Tú también, hijo mío?", como si no estuviera claro. No, estas últimas palabras no me sirven, no transmiten la serenidad que una debe desplegar en su despedida.
- ¡Pero, bueno! -le pregunto- ¿Qué buscas exactamente?
- Pues no sé, algo atinado y digno de ser recordado, que no sea pomposo ni complicado. Me gustan algunos adioses con humor, tipo el de Buster Keaton que, cuando en su lecho de muerte oyó a los parientes (que no sabían si estaba vivo o no) hablando de tocarle los pies porque los muertos siempre tienen los pies fríos, les soltó: "Juana de Arco, no", y después se murió. O Pedro Muñoz Seca que, cuando iba a ser fusilado, le dijo al piquete: "Me temo que ustedes no tienen intención de incluirme en su círculo de amistades". O Tomás Moro, que le pidió al verdugo que lo iba a decapitar: "¿Puede ayudarme a subir? Porque para bajar, ya sabré arreglármelas por mí mismo". Son frases increíbles. Pero se necesita mucha genialidad y sangre fría para ponerte a vacilar en esos momentos...
- Pues mira -le digo para ayudarla-, leí hace tiempo un artículo de Javier Cercas que justamente estaba haciendo lo mismo que tú. Decía que pensar en las últimas palabras era como hacerse un plan de pensiones, algo obligado al llegar a cierta edad, y que era una idea muy prudente para no quedar como un papanatas al final de toda una vida. Él ya hasta tenía preparadas las suyas. Se las cogió prestadas al practicante de su pueblo que, cuando se despedía de sus pacientes, decía siempre: "En vista del éxito obtenido, / me marcho por donde he venido".
- No sé, no sé, no me convencen mucho... Yo venía a ver si tú, que has leído a los filósofos, recuerdas alguna de sus frases que me pueda venir bien. Después de todo, son los sabios y los que más han reflexionado sobre la vida, la muerte, el alma, el más allá...
- No creas, me da que en esa coyuntura uno va a lo que va y no se mete en muchas disquisiciones filosóficas. Mira, por ejemplo, las últimas palabras de Platón: "Critón, debemos un gallo a Esculapio, no te olvides de pagar la deuda". Hobbes también tendría algún problema con la luz porque habló de "Un gran salto en la oscuridad". Y Marx se puso antipático: "¡Váyanse! Las últimas palabras son para los tontos que no dijeron lo suficiente".
Pero entonces me acuerdo de otro filósofo, Ludwig Wittgenstein, y le digo a mi amiga sus últimas palabras.
- Y ¿sabes? -concluyo- no busques ni rebusques más y dedícate a vivir bien. Al final, te saldrán solas.
Me da que se fue contenta. Las últimas palabras de Wittgenstein, dichas a su hermana, fueron: "Diles que mi vida fue maravillosa".
Mi mujer me dice que, si muero primero que ella, me pondrá en la lápida:
ResponderEliminar¡Joder, y todo para esto!
No sé bien por qué lo dirá. Jeje.
Buen post y buenos días nos de Dios.
Un abrazo
¡Pues no está nada mal el epitafio!
EliminarYo me he reído mucho con los libros de Nieves Concostrina "Polvo eres" y "Y en polvo te convertirás" en el que hace un repaso por los cementerios y encuentra frases maravillosas. Un señor muy educado de Murcia que puso "Perdone que no asista a su entierro"; otro epitafio en Vitoria, "Que conste que yo no quería"; uno que pone: "Cuando nací, todos reían y yo lloraba. Viví de tal manera que, cuando morí, todos lloraron y yo reí. La marihuana es lo que tiene"; y otro, muy sincero él, que afirma "Aquí yaces y haces bien. Tú descansas, yo también".
Gracias y un abrazo.
No he parado de reír mientras lo he estado leyendo. ¿ Eso significa algo?. No lo sé. Quizá no deje de recordarlo más adelante. Gracias.
ResponderEliminarPues a lo mejor, sí, Nazario. Puede significar que has llegado a ese momento en que caes en que vida y muerte son simplemente dos caras de la misma moneda y que no hay nada que tenga que tomarse muy a la tremenda. Me alegro de que podamos reírnos de la imaginación y del buen humor de los seres humanos.
EliminarGracias a ti.
A mi no se me ocurre nada ingenioso que decir, tal vez un buen perfume en la habitación donde me encuentre, en cambio mi marido hace tiempo que lo tiene claro y lo repite siempre; quiere un teléfono en su ataúd por si acaso, yo le he dicho que si, pero como llame alguien yo salgo a escape.
ResponderEliminarTe copio un cuento de Juan José Millás que iba de eso:
Eliminar"Estábamos enterrando a un amigo cuando un teléfono móvil interrumpió la grave ceremonia. Tras un breve intercambio de miradas reprobatorias, comprendimos que el ruido procedía del cadáver, cuyo féretro había sido abierto para que el finado recibiera el último adiós. La viuda, después de unos segundos de suspensión, se inclinó sobre el muerto y le sacó el teléfono de uno de los bolsillos de la chaqueta. "Diga", pronunció dolorosamente. No sabemos qué escuchó al otro lado, pero la vimos palidecer; enseguida gritó: "Fernando falleció ayer y usted es una zorra que ha destruido nuestro hogar". Dicho esto, interrumpió la comunicación y devolvió el artefacto a su lugar. Al abandonar el cementerio supe por alguien de la familia que había sido deseo del propio Fernando ser enterrado con su móvil, lo que, constituyendo una excentricidad perfectamente afín a su carácter, me devolvía la imagen menos grata y oscura de quien sin duda había sido una de las referencias más importantes de mi vida. Como es costumbre, me dirigí en compañía de los íntimos a casa de la viuda para darle consuelo. Ella nos ofreció un café que estábamos saboreando mientras hablábamos de cosas intrascendentes, cuando sonó el teléfono. Tras unos instantes de terror, los presentes alcanzamos un acuerdo tácito: nadie había oído nada, ningún sonido de ultratumba se había colado en aquella reunión de amigos. Después de diez o doce llamadas, el aparato enmudeció y la propia viuda se levantó a descolgarlo. "No estoy para pésames", dijo.
Aquella noche, a la hora en la que los insomnes suelen descabezar un sueño, me levanté, fui al teléfono y marqué el número del móvil de Fernando. Lo cogieron al primer pitido, pero colgué antes de escuchar ninguna voz. Sólo quería comprobar que el infierno existía"
Así que, como ves, mejor no. Dile que es mala idea :-D
"Adiós y ya está , besitos para todos".
ResponderEliminarPues tampoco está mal, Carmelita, como últimas palabras. Sencillo y al grano ¿para qué más?
EliminarHola Jane. Nunca he pensado en ello. Me imagino que si llego despierto y tranquilo, ya se me ocurrirá algo. Pero como seguramente no estará "el horno para bollos" no me voy a estar preocupando sobre lo que voy a decir.
ResponderEliminarLo único que le he pedido a mis amigos es que cuando ocurra se metan entre pecho y espalda unos rones a mi nombre, y se "echen unas risas". Yo desde el otro lado, en caso de que haya otro lado, también procuraré hacer lo mismo.Un beso Jane. Juan.
Yo mejor no encargo nada a mis amigos, Juan. Que conozco el caso de uno que le dijo a su mujer que organizara una garbanzada con los amigos cuando él muriera, y la pobre mujer tuvo que pegarse un trabajazo, con el cuerpo como lo tenía, para cumplir la voluntad de su marido. Quita, quita.
EliminarAunque lo de los rones no está mal, mira. Que nos recuerden para seguir viviendo.
Y, como dices (y le digo hoy a mi amiga), mejor vivir y no estarse preocupando de nada, que ya va bastante tiene uno con alegar todos los días.
Un beso, Juan.
Yo igual que Juan. Creo que preferiría no decir nada, aunque quién sabe, igual llegado el momento me da por soltar un taco, o algo verde del todo inapropiado. Pero sí que le he comentado alguna vez a mi familia, que me gustaría que rieran y, conociéndolos, probablemente será con ron o con lo primero que tengan a mano.
EliminarUn abrazo, Jane. Un texto muy divertido :)
Gracias, Dorotea. Mejor reírse que angustiarse. A mí me asombran esas personas que en momentos tan trágicos todavía dicen una agudeza que hace reír. Como Lacenaire, poeta y criminal, que el día de su ejecución, un 9 de enero de 1836, dijo "Vaya, esta semana empieza mal". Lo prefiero a los que echan sapos y culebras.
EliminarHace poco leí una novela histórica sobre los templarios y cuenta la historia del último maestre del Temple, Jacques de Molay, que, al ser quemado en la hoguera, maldijo al rey Felipe IV y al Papa Clemente V, profetizando que morirían en menos de un año (como así ocurrió). Sus últimas palabras probablemente alentaron a alguno de sus seguidores para hacerlas realidad. Mil veces preferiría un taco o un chiste verde, como dices, antes que a un agorero de este tipo.
Un abrazo, Dorotea.
Pues yo creo también que las palabras vendrán solas y serán según las circunstancias de la despedida. Imagino que si la fatiga es tras un accidente torpe, pues diremos "fuerte caída tonta" y, si el dolor es de estómago, gritaremos "sáquenme estos sapos de la barriga...".
ResponderEliminarAhora fuera de broma, a la mayoría no nos dará tiempo de pensar algo corto y profundo para dejar a los que estén a nuestro lado en ese lúgubre final. Entiendo que tu previsora amiga ande preocupada para dejar una bonita huella antes de su último aliento.
Y yo pensando que era controladora ja ja ja. Me ganó por goleada.
¿Sabes qué, Cande? Que yo creo que no hay que preocuparse por esas cosas. La huella la dejaremos con nuestros hechos a lo largo de la vida y no va a importar nada de nada lo que digamos al final. Me acuerdo que una vez fui a visitar Alba de Tormes, donde está enterrada Santa Teresa. Nos contaron (no sé si es verdad) que, cuando se estaba muriendo, le preguntaron que dónde quería ser enterrada y ella dijo: "En A..." y se murió. Los de Alba dicen que quiso decir "en Alba" y los de Ávila que "en Ávila". Con esto te quiero decir que a veces importa poco lo que digas (te van a interpretar a conveniencia). Importa mucho más cómo eres.
EliminarY tal vez lo mejor, lo que querría para mí, es no decir absolutamente nada.
No sé por qué los sudamericanos tienen tanto recato al usar el término carajo. Gracias a este dispositivo Rodrigo deTriana pudo gritar ¡¡Tierra!! Y no embarrancar la carabela. En la batalla de Las Queseras, en el estado de Apure, según la tradición popular, cuando los soldados reales huían derrotados por el General Páez, este gritó: ¡¡Vuelvan, carajo!! Sin embargo, en las leyendas de los monumentos al general está escrito el famoso ¡¡Vuelvan cara!!
ResponderEliminarEs verdad, Adalberto. Aunque la RAE no recoge ese significado (cofa, puesto de vigía de los galeones), sí lo hace el Diccionario Náutico Abreviado de G.Poncio, L.Ballester, R.Nicotra y A.Will.
EliminarHay una tendencia a los eufemismos con todas las palabrotas. "Carajo" es una de las palabras que más eufemismos acepta: caramba, caray, canastos, caracoles, cáspita... El "cara" que le han atribuido al General Páez es uno más.
Gracias por tu comentario. No conocía ni esa anécdota ni al General Páez, que debía ser de armas tomar. Según lo que he leído de él, era epiléptico y tenía ataques incluso encima del caballo, ataques que él dominaba. Me imagino la pinta que tendría...
Pues ya ves. A mi me gustaría irme "a la francesa", es decir, que nadie, absolutamente nadie, se dé cuenta en ese momento que te has largado y que noten tu falta después, como en los pocos eventos en que me he pasado con el alcohol, que siempre desaparecí sin despedirme y mis amigos o familiares se preguntaban donde podría estar.
ResponderEliminarUn personaje de R. Pilcher, una señora mayor, decía que lo mejor de las fiestas es irse sin que nadie se dé cuenta y cuando lo estás pasando bien. Tal vez esto sea aplicable a la vida. Irse sin estar deteriorado y sin dar la lata. No es mala filosofía.
EliminarEs verdad...al final no sabes lo que dirás....
ResponderEliminarProbablemente nada, Helena. A lo mejor piensas que ya está dicho todo y total ¿para qué molestarse?
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