A mi amiga Ligia le han perdido la maleta. Ligia es venezolana y ha tenido que dejar su casa, sus cosas y su país por la situación insostenible en la que se vive allí. Reparte el año entre Tenerife, donde viven sus hermanas y estamos sus amigas, Granada donde está su hijo, y Miami, la residencia de sus dos hijas. En el viaje a Miami que acaba de hacer le han perdido el carrión, como dice ella (luego me enteré de que era el carry on, lo que llevas encima, el equipaje de mano) que, por insistencia de la azafata, también facturó. Al final, le llegaron las maletas (sin los turrones que les llevaba a sus niñas y que algún desgraciado -ojalá se le indigesten- le robó) pero ni humo ni pelos del carrión, en el que llevaba algo de ropa, una máquina de fotos y los bombones de Ferrero Rocher que yo le regalé. Le ha seguido la pista y parece que el carrión se fue a Algeciras, luego volvió a Tenerife y tal vez ahora esté en Tegucigalpa. Es cuestión de tiempo que llegue a Miami.
Yo le digo lo que nos decía mi madre cuando algo se nos rompía o perdía: "Es solo material". Si el extravío era más irreparable ella nos consolaba con lo de "Más se perdió en Cuba", perpetuando el desencanto y el duelo que tuvieron que sufrir los españoles allá por 1898 con la pérdida cubana. Pero creo que mejor le cuento una historia leída hace poco a Manuel Vicent donde también hay pérdidas, destierros y exilios. Habla Vicent de un judío sefardita, comerciante de ámbar, que conoció en el Gran Bazar de Estambul. Los sefarditas han arrastrado durante siglos la nostalgia de las cosas perdidas para siempre. Porque a unos Reyes les dio por echarlos de su patria, tuvieron que dejar atrás casas, amigos, posesiones, e ir hacia destinos inciertos y lejanos (Israel, Tesalónica, Estambul...) ¿Más se perdió en Cuba? Más perdió España entonces al quedarse sin una parte valiosa de su población, precisamente la que hizo de Toledo uno de los centros más prestigiosos de la antigüedad, un lugar donde las tres religiones de la Edad Media convivían y trabajaban en paz.
Desde entonces, muchos judíos -y este en particular- guardaron como un tesoro la llave de su casa española y la han pasado de padres a hijos como un símbolo de "la fatalidad del destino y la esperanza de un retorno". Este judío del que hablo ha viajado varias veces a Toledo, la tierra de sus antepasados. La casa y la puerta que abría su llave ya no existen, pero pensó, cuenta Manuel Vicent, "que tal vez la cerradura pudiera andar perdida en manos de algún chamarilero. Después de recorrer decenas de anticuarios por toda España un día se produjo el milagro. Entre los cachivaches de una almoneda, que regentaba un gitano de Plasencia, el sefardita encontró una cerradura herrumbrosa del siglo XV en la que su llave encajaba y funcionaba perfectamente. En el bazar de Estambul el sefardita me hizo una demostración. Metió la llave en la cerradura, la accionó varias veces y con palabras pronunciadas en ladino meloso me dijo: así es cómo se abre y se cierra el destino.".
Me gustó la historia porque es optimista y consoladora ¿Cómo no se va a encontrar un carrión perdido por unos cuantos aeropuertos, le digo a Ligia, si se encontró una cerradura traspapelada por toda España desde hace 5 siglos? Nos pasamos la vida perdiendo llaves, trenes, sueños, amores, que muchas veces ya no podemos recuperar y de los que nos queda un recuerdo nebuloso y agridulce. Pero tenemos que reconocer que hay veces en que se produce un milagro.
Postdata de última hora: Ligia ya ha recuperado su carrión y sus bombones.
JAJAJA....me sorprende que la pérdida del carry on,te haya inspirado para escribir tu blog....la verdad es que para mi fué una sorpresa que me lo hayan devuelto,y aún más que llegara completo,sin faltarle nada....ya había perdido las esperanzas,después de 8 días. Dicen que nunca es tarde,cuando la dicha es buena.
ResponderEliminarSiempre les digo a mis amigas que son una fuente inagotable de historias. Con las de tus viajes hasta se podría hacer un libro :-D
EliminarY ¿ves? Nunca se puede perder la esperanza en el ser humano. Por más que te hayas quedado sin turrones, eso no quiere decir que haya gente que no respete una maleta-carrión volandera y viajera que se ha paseado por medio mundo y que te ha llegado fresca como una rosa e intacta como una virgen. Y ahora a disfrutar con los bombones y con la navidad americana con tus hijas y nietos.
Un abrazo grande.
Precioso, gracias mi niña, salud y paz para todos.
ResponderEliminarGracias, Carmelita. Por tu apreciación que siempre es bien recibida y por tus buenos deseos. Hoy que tengo un catarro de esos de mocos y pañuelos, lo de la salud se desea por encima de todo. Pero la paz es un deseo eterno (Les Luthiers decían: "Pero La Paz... se encuentra en Bolivia")
EliminarUn abrazo, mi niña.
Me alegro por ella. Me encantó la historia.
ResponderEliminarA mí también. Esa mezcla de nostalgia, casualidad y sorpresa tiene todos los ingredientes para gustar. Puede hasta ser el principio de una novela sobre los sefarditas ¿verdad?
EliminarGracias, Esther.
El año pasado, estuve en Toledo y la Guía nos contó una historia muy parecida a la tuya.
EliminarGracias a ti por deleitarnos con tus escritos. Espero verte pronto.
Sí, me han dicho que ya la conocían. Igual Manuel Vicent la ha contado más veces. Yo se la leí hace un par de semanas cuando él hablaba de otra cosa, de un pintor llamado Daniel Quintero que está exponiendo en la Sinagoga del Tránsito en Toledo una galería de retratos imaginarios de grandes personajes sefardíes de la Edad Media (como Maimónides, por ejemplo). Al hilo de esto, Vicent cuenta que conoció a un sefardí en Estambul y que esta era su historia.
EliminarGracias a ti por estar ahí. Y síííí, nos veremos pronto.
Me ha parecido fantástica, estupenda historia, Isabel.
ResponderEliminarMuchas gracias, Carmen Paz. Sí que tiene también algún elemento fantástico ¿Son posibles esas casualidades en la vida? Es como aquella película de la que hablé hace poco, "Serendipity", en la que se firma un billete, se entrega al comprar algo y ¡hala! a esperar que vuelva alguna vez a tus manos ¡Y vuelve! ¿Será posible esto según el cálculo de probabilidades?
EliminarIgual, sí, y la vida es así de sorprendente.
Un abrazo.
Qué bien hilas tus historias!!!
ResponderEliminarViniendo de ti el piropo es doblemente agradecido.
EliminarPero tienes que reconocer que hoy existen historias muy parecidas para hilar: historias de desarraigos, historias de pérdidas a veces imposibles, historias de casualidades increíbles... La realidad a veces me lo pone fácil.
Mil gracias otra vez y un abrazo muy grande.
Me reitero. Eres una artista. Del carrión extraviado y del inconveniente que supone has sacado una lectura positiva y entretenida, que además has podido bordar con feliz e inesperado final.
ResponderEliminarClaro que sí, todo se puede encontrar, solo es necesario no olvidar lo que buscamos, que en mi caso la memoria ya juega a hacer travesuras. Mientras busquemos, estaremos entretenidas ¿verdad?
Todo, todo no se puede encontrar, creo, Cande. Incluso los amigos de hacer refranes y sentencias dicen que hay tres cosas en la vida que, si las pierdes, nunca regresan: el tiempo, las palabras y las oportunidades. Y yo añadiría aquel paraguas tan bonito con pinta de antiguo que vete tú a saber donde lo dejé, mi rebeca roja (con lo calentita que era), unos zarcillos de plata con una piedra azul... y más, muchas más cosas que sería interesante saber qué rumbo cogieron.
EliminarBonita historia la de la llave judía Isa, no la conocía.
ResponderEliminarYo tampoco, Mandi, pero hay quien me ha dicho que sí. Las llaves antiguas hacen pensar ¿Qué puertas abrirían, qué historias habría tras ellas? Hace poco un coleccionista pagó 17.647 euros por la llave de la celda donde Oscar Wilde estuvo encarcelado 2 años. Yo no lo haría ni loca (si tuviera 17.647 euros), pero entiendo la fascinación por ellas.
EliminarHola Isa, confieso que llevaba varias publicaciones tuyas sin leer y hoy me he puesto al día y como siempre, muy gratamente.
ResponderEliminarTu historia me recuerda al libro "Cuando leas esta carta" de Vicente Gramaje, donde un médico realiza un viaje de reencuentro consigo mismo visitando el norte de Marruecos, y halla una botella lacrada en cuyo interior hay una carta, quizá las últimas palabras que un capitán fallecido en la masacre de 1921. Si no lo has leído, te aconsejo que le dediques un rato porque vale la pena. Y es cierto, tarde o temprano, las noticias nos encuentran.
Muchos besossss y felices fiestas.
¿Qué bien verte por aquí, Flor! ¡Y además con una buena recomendación para leer como en nuestros buenos tiempos! Los echo de menos, sabrás. Y queda apuntado el libro. Caerá.
EliminarYo sigo también tus cuentos y tus maravillosos dibujos. Menos mal que este fabuloso invento que es Internet nos permite seguir "viéndonos".
Un abrazo muy grande y pasa unas fiestas estupendas.
Recuerdo con añoranza muy a menudo, aquellas reuniones de trabajo y placer, porque disfrutábamos con ellas. Y también nuestras risas, comentarios sobre libros y nuestras vivencias, preocupaciones laborales y desvelos. Fue una suerte tener tan buen@s compañer@s.
EliminarAbrazos navideños para toda la familia.
Sí, fuimos unos privilegiados en aquellos años, trabajando en lo que nos gustaba y en tan buena compañía.
EliminarFeliz Navidad.
Qué increíble historia la de la herradura. Fíjate que me parece un invención, no puedo evitar pensarlo porque qué probabilidad había de encontrarla. Me alegro de que aparecieran todas las maletas. Puede que sean cosas sustituibles, pero menuda lata!
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
Yo también lo pensé, no creas, Dorotea. Como le dije a Carmen Paz más arriba,¿será posible según el cálculo de probabilidades? Pero a veces pasan casualidades asombrosas. Como aquella vez (lo he contado ya) en que mi consuegra y yo nos compramos zapatos idénticos para la boda de nuestros hijos, ella en Madrid y yo en Tenerife, cada una en zapaterías distintas y sin ponernos de acuerdo para nada en forma o color ¿Qué probabilidades había? Pues eso.
EliminarOtro abrazo para ti.
Qué bonita historia nos has contado hoy, y como admiro tu capacidad e ingenio para hilar historias. Ah, y no olvidarnos de San Cucufato cuando perdemos algo (ja,ja,ja). Un abrazo amiga.
ResponderEliminarDicen que perdemos hasta 9 cosas al día y que pasamos hasta 15 minutos buscándolas. A eso habría que añadirle el tiempo que perdemos rezándole a San Cucufato (y atándole los cataplines), o a San Antonio, que era el de mi madre, o a San Fanurio, como ya conté una vez.
EliminarYo pierdo muchas cosas pero, ya tú ves, lo que nunca pierdo es peso.
Un abrazo, mi amiga.
Hola Jane. La pérdida a veces no tiene importancia porque si es algo "material" se puede olvidar y ya está.Pero en otras ocasiones, la pérdida puede ser dolorosa y acompañarnos durante mucho tiempo: Esa foto única en la que estábamos con aquella persona "importante" para nosotros y que un día buscamos y no encontramos.
ResponderEliminarO la pérdida de un buen amigo o amiga , y que deja en nosotros un hueco que a veces no se rellena con nada ni con nadie........ Un beso Jane.Juan
Sí, Juan. tienes razón. Fíjate en Ligia, que ha perdido por ahora sus raíces. O esos sefardíes que nunca más volvieron a su Sefarad. Se entiende que quisieran conservar aunque sea una llave y una cerradura que no abre ninguna puerta. No, la pérdida de cosas no materiales es mucho más dolorosa que perder un sombrero o un paraguas (por mucho cariño que les tengamos). O también, como dices, cuando es lo único que tenemos de una persona. Me pasó cuando me puse a romper cartas y encontré las de una amiga muy querida que murió muy joven. No pude seguir.
EliminarAsí son las cosas...
Un beso, juan.
Mi madre era otra de las que utilizó más de una vez el dicho "Más se perdió en Cuba". Recuerdo especialmente aquella vez en que yo tenía de hobby armar y pintar barcos en miniatura y una vez que acabé con el Victory (nada menos que el barco de guerra del almirante Nelson con sus tropecientos cañones y no sé cuantos palos con sus correspondientes velas), se me ocurrió colocarlo sobre un muro en la azotea para que se secara antes la pintura. Y que pasó? Pues que vino un golpe de viento y el barco voló unos cuatro metros hasta encontrarse con el suelo. La llantera y la rabia mía era incontenible, hasta que mi madre me soltó la frase. Poco después apareció con otro barco de armar para mi tranquilidad.
ResponderEliminarPor descontado, yo heredé el dicho y lo he utilizado a menudo con mis hijos y mis nietos cuando algo se pierde o se rompe sin posibilidad de arreglo.
Si miras en San Google, el dicho se completa con "y volvieron silbando" o "y volvieron cantando", dando a entender que, aunque nos parezca que el desastre es mayúsculo, siempre se puede encontrar algo positivo. Lo positivo en ese entonces fue que los soldados españoles que se salvaron (murieron unos 60.000) volvieron contentos de estar sanos y de dejar atrás una guerra que ni les iba ni les venía.
EliminarTu madre y la mía eran de la misma cuerda. Y hacían bien. No hay que llorar por la leche derramada (otro dicho), sino mirar para delante (y ponerse a construir otro barco que no se pondrá jamás en la vida a secar en el muro de la azotea). De todo se aprende.
Un abrazo, Enrique.
Qué formidable historia la de la llave.
ResponderEliminar¿Verdad que sí? Lo tiene todo: intriga, emoción, curiosidad... Y sobre todo, esperanza. A mí me encantó.
Eliminar¡Qué precioso relato, Isa.! El otro día alguien habló de esas llaves que muchos sefardíes guardaron en el exilio!
ResponderEliminarParece mentira como la nostalgia por la patria perdida ha podido pasar de esa manera de padres a hijos durante siglos. Los judíos son una gente que recuerda y guarda recuerdos muy, muy profundamente. No sé si es bueno o malo, pero es admirable en todo caso.
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