lunes, 21 de noviembre de 2022

El animal que hace colas


Cola en Doña Manolita

La semana pasada, como algunos se habrán dado cuenta, no estuve por aquí sino que fui a darme una vueltita exprés por Madrid, a cambiar de aires un rato. Ya saben, un vermut en el Mercado de San Antón, una visita a Segovia, una noche al teatro, los churros del desayuno, caminatas hasta el Retiro, compra de algunos turrones en "Casa Mira"... y para de contar, porque fue un visto y no visto. Pero esta vez, además, me llamó la atención la cantidad de colas que había por todos lados. Hasta me salió un aforismo filosófico, tal como si fuera un Heráclito redivivo: "Todo viaje empieza con una cola".

Es la verdad de la vida. En el aeropuerto, nada más entrar, te obligan a hacer una cola serpenteante, a la derecha, a la izquierda, hasta llegar con la lengua fuera al mostrador de facturación. Y luego, durante la estancia, vi colas para entrar en el Congreso, colas en el Thyssen para una exposición de Picasso/Chanel, colas en el Museo del Prado, colas para entrar en Primark antes de que abran las puertas, colas en el Museo del Jamón, en "1902" para desayunar churros, en el WC de mujeres del aeropuerto... Y, sobre todo, colas kilométricas (recorrían toda la calle del Carmen y luego por lo menos dos manzanas de la Gran Vía) para comprar lotería de Doña Manolita. Gente de todo pelaje y condición regalando horas y horas de su tiempo esperando el santo advenimiento, como nos decían en el colegio. ¿Por qué lo harán?.

Leí hace poco un artículo ("Radiografía de las colas" de Enrique Alpañés) en el que explicaban que hacer colas es un mecanismo de supervivencia en ciudades muy pobladas donde hay pocos recursos para mucha gente: hacen cola para no perderse lo que sea que estén ofreciendo. Que a lo mejor también es por imitación, por eso de "¿Dónde va Vicente? Donde va la gente". O tal vez sea por el instinto gregario, para sentir que formamos parte de algo: "Ah, yo no estaré en el Orfeón Donostiarra, pero hago colas que es un primor"... No sé, pero yo he llegado a pensar que a lo mejor es por vicio.  En las colas de Doña Manolita estaban horas de pie, derechos como postes, con un frío que pelaba y a veces bajo la lluvia. Al lado había mujeres y hombres con paneles llenos con la misma lotería, solo que 2 euros más caros, lotería que cualquiera podía comprar sin hacer cola. ¿Ustedes vieron que alguien se movió hacia ellos para ahorrarse las fatigas? Pues yo tampoco: nadie. Alguna explicación tiene que haber, algún atractivo que los anticolistas no hemos captado todavía.

Como últimamente me estoy poniendo sentenciosa (debe ser la edad), he registrado otra definición del hombre al lado de las que les conté aquí, cuando hablé de la faceta bailona: El hombre es el único animal que hace colas. Cuando un perro, un león o un buitre se acerca a la comida, la cosa es para el primero que llega, nadie dice aquello de "¿Quién da la vez?". 

Y porque ahora no me está dando por lo antropológico, como en otros tiempos, porque ¡menudo estudio se podía hacer de las colas! El tipo de personas, que hay en cada una, las relaciones que pueden surgir (tantas horas esperando dan para  contarse hasta los secretos más perturbadores de toda una vida), el arte de colarse en una cola (creo que los chinos son unos expertos), la diferencia entre las conversaciones de las distintas colas (yo hice una vez una cola para hablar con Joel Dicker en la Feria del Libro y en el tiempo que esperamos me hice amiga de otro lector y entre los dos analizamos su "La verdad sobre el caso Harry Quebert" por delante y por detrás. Imagino que en la cola de Doña Manolita la conversación girará sobre aquella vez que no les tocó el Gordo por solo un número y cosas así). Incluso se podría hablar de la incoherencia del hecho de hacer colas con los refranes de toda la vida, como "El que espera desespera" o "El tiempo es oro", cosas que la realidad de las colas desmiente totalmente.

Cuando volvímos a Tenerife, estuvimos metidos en el avión sin salir durante media hora ¿Qué esperábamos? A que al avión, que era el último de una larga fila de aviones que hacían cola, le dieran permiso para volar. Entonces completé mi aforismo heracliteano: "Todo viaje empieza y termina en una cola".


Cola en el Thyssen


27 comentarios:

  1. Pues sí, lo de las colas es tremendo. A mí me pasa como a ti, cada vez tengo menos aguante. De todas formas conociendo la ciudad se puede esperar menos: ya conoces los días y las horas en las que hay menos gente, pero sí, esperar una cola, es perder la paciencia y el tiempo.
    SAludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y hay incluso oficios ligados a las colas, como que contrates a alguien para que haga la cola por ti. Es todo un mundo. Y conozco gente que pasa noches haciendo cola (¡¡¡¡!!!!)
      Yo no tengo aguante ni paciencia ni ganas de perder mi tiempo, que es sagrado. Y cuanto más vieja me hago, menos.

      Eliminar
  2. Y te olvidaste de la cola para comprar un helado en Copelia!!! (la Habana)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Las colas para comprar helado o turrones o cualquier otra exquisitez las comprendo. Pero nunca entenderé las colas para ver a un muerto que no conoces de nada. Las colas para ver a la fallecida reina Isabel II de Inglaterra alcanzó en septiembre cinco kilómetros de longitud y el tiempo estimado de espera era de 14 horas, aunque en algunos momentos podía llegar a 35 ¿Tú te lo explicas? Ni loca que estuviera haría algo así.

      Eliminar
  3. Estoy a punto de irme de viaje ya ya se me están quitando las ganas. Huyo de las colas, aunque me regalen el oro y el moro. ¡ NO QUIERO COLAS !

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Alguna tendrás que hacer aunque sea en el aeropuerto. Pero de muchas otras puedes prescindir si vas a tu aire. Y sobre todo de las colas para hacer compras. A veces no merecen la pena.

      Eliminar
  4. Me encantó.Todo cierto

    Cuando ponga la Guagua gratis el 1 de Enero sabremos lo qué son colas

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Van a poner guaguas gratis? Voy a tener que coger una de las cinco que pasan por mi casa. Por lo menos para sentir qué es eso :-D

      Eliminar
  5. Nola Duque Hernández25 de noviembre de 2022, 17:11

    Por fin, hoy me volvió a aparecer...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro, Noli. Estas apariciones y desapariciones son misteriosas para los analfabetos digitales. A ver si no nos vuelve a pasar.

      Eliminar
  6. Jajajaja Es verdad. Yo me pierdo lo que sea ( con alguna excepción) por no hacerla.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y yo, con alguna excepción también (por ejemplo, me acuerdo de hacerla para ver a Les Luthiers).

      Eliminar
  7. Charo Borges Velázquez25 de noviembre de 2022, 17:13

    Ay, las colas, Jane.
    A pesar de lo democráticas y justas que las consideremos, qué odiosas pueden llegar a ser...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por eso lo mejor, cuando no te queda más remedio que hacerlas, es buscar medios para hacerlas cómodas: llevarte una sillita para sentarte mientras, leer (u oír) un libro, chatear con los amigos, hacerte amiga de tus compañeros de infortunio, oír música... Todo antes de aburrirse haciendo una cola kilométrica.

      Eliminar
  8. ¡Qué gracia con las colas! Hoy salí temprano para hacerme una analítica en el Hospital y cuando llegué, vi una cola larguísima de gente y me dicen: "Coja un número" y yo le digo:"¿Como en la carnicería?". No tenía dónde sentarme, menos mal que una señora con cara de compasión me vio y me ofreció un asiento. Yo no me desespero porque la vida me ha enseñado que en las colas no hay que estar protestando ni mal puestas ni estar diciendo que a qué hora voy a salir y que esto qué es... La gente protesta mucho pero yo callada y quieta. Enseguida se aligeró y al momento estaba en casa. No merece la pena cogerse una perrera por una cola.
    Hay colas para todo, hasta para ir al cielo, porque al fin y al cabo ¿qué es el Purgatorio sino una cola , estar allí pendiente para llegar al cielo?
    Me ha encantado, Isa, la verdad. Es tanto el cariño que nos transmites que tú seguro que no vas a tener que hacer cola para el cielo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Nievitas, me has hecho reír porque te imagino despistada en el Hospital con tu comparación con la carnicería. Tú sí tienes una admirable filosofía de la vida, amiga. Nada de desesperarse ni de perreras y menos ponerse a protestar, que lo único que hace es molestar a todo el mundo.
      Y lo que me encantó fue lo del Purgatorio, ni se me había ocurrido. Gracias por tus palabras y tu amor.

      Eliminar
  9. Ay, Cande, hay poca gente como tú. En la vida actual todo el mundo va con prisa, en tensión continua, como si se fuera a acabar el mundo al minuto siguiente. No hay momento para encontrar la quietud y la serenidad, tal como haces tú. Y creo que es por eso por lo que siempre que te veo estás feliz y en paz. Qué bueno, amiga.

    ResponderEliminar
  10. Yo no tengo paciencia para las colas. Pero las hago. No queda otra. El colmo de las colas para mí es para pagar en los supermercados. El avance que significó para el consumo poder servirte lo que querías. Nada que ver con la ventita donde la dependienta se entretenía con los vecinos hablando mientras todos esperábamos pacientemente. Pero el avance ha quedado bastante deteriorado. Es horrible cuando la cajera manda a que vayan a mirar el precio de un producto que está en el otro extremo y toda la cola esperando. Me saca de quicio. Esto es una queja. Me desahogo en tu bloc.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A mí me gustaban las ventitas de antes, incluso con colas. La gente ya sabía a lo que iba y no había tanto correcorre. Te enterabas de las últimas noticias del barrio y luego el ventero te llamaba por tu nombre o te decía "¿Qué se te ofrece, guayabito?". Era muy tierno.
      Pero tienes toda la razón con las colas del súper, a veces nos desesperan. Pero para eso está la paciencia, una virtud que hoy no mola mucho pero que nos ayuda un montón en el día a día. Ánimo.

      Eliminar
  11. Lo anunciado es deuda y aquí estoy, Jane, para contarte dos de las muchas colas que a lo largo de una larga vida, se llegan a hacer. La primera, nunca la hice, porque no concibo tener que hacer colas para poder comer. Fue en Praga, en 1985 y aún bajo el yugo y la tiranía del ya felizmente desaparecido Telón de Acero.
    Recuerdo que mis amigos y yo, cuando llegamos al hotel, acordamos visitar la ciudad por nuestra cuenta y a pie. Cuando llegó la hora de comer, buscamos algún restaurante donde hacerlo y cuál no fue nuestra sorpresa que en todos los que lo intentamos había que hacer cola para todo. Para pedir lo que querías, para pagar lo pedido y para que te sirvieran lo encargado. En ese mismo orden. Mi indignación fue tal que me negué a hacerlas y ese día me quedé sin comer, hasta la hora de la cena, que se hacía en el hotel.
    La otra cola tuvo un carácter más cultural, no de supervivencia y creo que el acontecimiento la justificaba. Fue en Madrid, en 1990, y para disfrutar de una muestra antológica del Maestro Velázquez, en el Museo del Prado. Los medios de comunicación hablaban de colas de 10 y más horas y siempre creí que era una exageración. Pero, no, no se exageraba nada, porque yo viví una de ellas y prácticamente a pie firme. Gracias a que fui con una de mis hermanas, pudimos turnarnos para ir al baño y para comer algo. Nos incorporamos a la cola a las 9 de la mañana y pudimos entrar al Museo a las 19 de la tarde. Sólo se nos permitió visitar la exposición durante algo menos de una hora, pero para mí, valió la pena la experiencia, a pesar de la desproporción horaria entre cola y disfrute ante los cuadros.
    Hoy somos muchos más habitantes sobre la faz de La Tierra, todos queremos viajar y conocer otros lugares, acudir a espectáculos, comprar en grandes superficies... y, lógicamente las colas se forman a diestro y siniestro.
    En mi caso, lo peor no son las esperas, duren lo que duren, porque sé que son inevitables. Lo que peor llevo es lo dañino que es, para mi castigado esqueleto, estar tanto tiempo a pie firme, así que he aprendido, sobre todo para los viajes, a llevarme un sillín plegable que haga más llevadero ese tiempo de espera. Creo que es la única solución a nuestro alcance, dadas las circunstancias, y si queremos seguir con actividades que implican la existencia de largas colas.
    ¡¡Ánimo, amiga, y que no se diga que las colas pueden con nosotras!!.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo de Praga me descolocó. Yo fui en el 96 y fue una gozada y comí estupendamente en todos los sitios. Es verdad que fui años después con un amigo de allí y nos llevó a sitios no turísticos, donde comen los praguenses, y era un sitio de hacer colas, un self-service, vaya, pero nada del otro mundo (como para quedarse sin comer).
      Lo que sí me dejó más descolocada todavía fue la cola de 10 horas para entrar al Museo. Creo que no sería capaz de esperar tanto tiempo.
      Y muy buena idea la del sillín pleglable, lo tendré en cuenta si alguna vez me veo en la tesitura (que no creo).
      Gracias, Cehachebé, por tus palabras y por contarnos tus experiencias.

      Eliminar
  12. La primera vez que vi la cola en Doña Manolita casi me dio un síncope, aún estaba en su ubicación anterior. Pero es que con el tiempo ha crecido, o al menos yo tengo la sensación de que cada vez es más larga según se va acercando el día del sorteo de NAvidad. No voy a decir que como no me llamo Vicente no hago colas, pero cada vez les huyo más, solo las que son por obligación.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En la ubicación anterior la conocí yo, cuando en los últimos años 60 estudiaba en Madrid. La conocí porque mi tío Néstor me pedía que le llevara de allí un número por Navidad (nunca se sacó nada). La cola que había era de unos cuantos por delante nada más, 5 minutos si acaso.
      Lo de esta vez era exagerado. Nos quedábamos cerca y había colas kilométricas mañana, tarde y noche. Yo también las huyo, quita, quita.
      Otro abrazo para ti.

      Eliminar
  13. María Antonia Castellanos1 de diciembre de 2022, 14:28

    Los cubanos ,vivimos y morimos en ellas ,pues en verdad algunos han fallecido haciéndolas ,triste realidad .mis saludos y bendiciones

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Parece ser ese un destino de países comunistas (ya otra amiga más arriba habla del caso de Praga) y la verdad es que no sé por qué. ¿A nadie se le ocurrió la idea de cómo agilizar cualquier trámite? Como dices, es una triste realidad.
      Lo siento, María Antonia. Muchos saludos.

      Eliminar
  14. Lo de las colas, etc.etc... No lo soporto!!
    Cuando vas a un restaurante y ves a la gente haciendo cola... Desaparezco inmediatamente.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Te entiendo, Yoli, nosotros siempre reservamos para evitarnos las colas. Cerca de mi casa tenemos a Juan el de las costillas y a El Nervioso y siempre que pasamos por allí hay gente esperando para comer ¿Qué les costará reservar? A lo mejor es que les gusta estar allí muertos de hambre. Yo huyo también.

      Eliminar

google-site-verification: google27490d9e5d7a33cd.html