lunes, 19 de junio de 2023

El tiempo de las cerezas




El tiempo de las cerezas es el título de una novela de Nicolás Barreau, continuación de La sonrisa de las mujeres, que me gustó mucho y que se refiere al nombre del restaurante de la protagonista en París: Le temps des Cerises. Pero hoy les voy a hablar de mi particular tiempo de las cerezas: el mes de junio.

Hasta que tuve 20 años yo nunca había probado cerezas de verdad en mi vida. Sí que había comido las cerezas escarchadas de las tartas o las guindas en almíbar que venían en frasquitos. Pero ni guindas, ni cerezas, ni picotas había en las ventas de mi niñez ni en los huertos de la isla. A los 20 años, el primer junio que estuve en Madrid, las probé por primera vez en una frutería de la calle Princesa, escenario de nuestros esparcimientos entre examen y examen de 3º de Filosofía. El flechazo fue inmediato. Recuerdo como si fuera hoy el sabor dulce y delicado de las picotas grandes y maduras en mi boca y el pensamiento de que nunca había comido nada tan rico. En el mes de junio, durante los 4 años que estudié en Madrid, cogía la guagua a cada rato para ir desde mi colegio mayor hasta Princesa y comprar un cartucho de cerezas que me iba comiendo por el camino de vuelta. ¡Qué delicia!

Ya en casa, pasó un tiempo hasta que poco a poco empezaron a aparecer aquí. Cuando nos mudamos al campo hace 40 años, lo primero que hicimos fue plantar un cerezo en la huerta. Pero, al revés que en la canción de Jorge Sepúlveda, "aquel cerezo rosa NO creció en un rincón de mi jardín..." y no hubo manera.  De todas formas, desde entonces, el mes de junio ha seguido siendo para mí el tiempo de las cerezas, ahora compradas en la frutería de mi pueblo.

Y ellas, las cerezas, arrastran otras muchas sensaciones asociadas a este mes: los primeros baños en el mar, ya no tan frío como en meses anteriores; las fiestas vinculadas a la vida y a los frutos de la tierra, como las romerías o la noche de San Juan; las tardes perezosas leyendo un libro o contemplando atardeceres eternos en los que solo apetece dejarse llevar por un sueño de colores; las comidas con los amigos o la familia al aire libre; la desaceleración del curso alrededor, que incluso los jubilados sentimos: los niños ya sin tareas, los exámenes ya finalizados, los planes para el tiempo libre; las noches estrelladas y tranquilas, salvo el chirrido de los grillos de fondo... Junio, fugaz, alegre primavera, / árboles de lo vivo, peces, pájaros, / niñas color azúcar devanando / un agua que refleja un cielo inútil., decía Vicente Aleixandre. Y también Emilio Ballagas pedía: Llévame por donde quieras, / viento de la luz de junio / -remolino de lo eterno.

Y por encima de todo, este mes ya casi estival nos trae la melancolía del paso de la vida, el pensamiento de que quedan hacia delante menos tiempos de cerezas que los que hemos disfrutado hacia atrás. Igual que en aquel poema de Juan Ramón Jiménez que dice: Y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando, también aunque no estemos, quiero pensar que siempre pervivirá un tiempo de las cerezas para los que vengan después. Que lo disfruten.


10 comentarios:

  1. Buenas tardes a todos
    Isabel, bonita entrada como siempre. Únicamente comentar que en nuestra bonita isla si que se comercializarán las guindas. Recuerdo ir todos los veranos a Puntagorda con mi padre a comprar guindas, que unas vez secas se le ponían al mosto para mejorar el color del vino. Pero eso sí, creo que es donde único se podían comprar

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    1. Tienes razón, Isabel, me han hablado de fincas en las que había guindos, pero yo nunca las vi (y menos las caté). Me he enterado que cerezas y gundas son de la misma familia pero no de la misma especie. Las guindas son prunus cerasus y es más pequeña y más ácida y la cereza es prunus avium y es más dulce. Sea como sea son riquísimas.

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  2. Hola, Jane:
    Las cerezas son una delicatessen. Mis abuelos tenían un par de cerezos en la huerta y siempre que las como, quizás porque es pocas veces, me voy inmediatamente a aquel lugar en los años de mi infancia. Por supuesto, las compradas no saben igual. :D
    Un abrazo enorme

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    1. A mí me pasa lo mismo con los plátanos. Tenemos en un rincón de la huerta unas 10 plataneras (yo lo llamo "la finca de plátanos") y dejamos que las piñas se maduren en la mata. Los plátanos son deliciosos y no se parecen nada a los comprados por ahí. Así que me puedo imaginar perfectamente lo ricas que estarán las de tus abuelos. Disfrútalas.
      Un abrazo grande.

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  3. Charo Borges Velázquez19 de junio de 2023, 17:24

    Poético canto a esas joyas frutales que llamamos cerezas, Jane.
    También yo las descubrí en Madrid, por esas fechas, pero en mis tiempos de impenitente opositora. Mucho me acompañaron en los colegios mayores en los que me alojé y mucho refrescaron mis calurosas tardes en el lugar...
    Desde que las tenemos por aquí, las compro en nuestra recova y las disfruto todo lo que puedo.

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    1. Es que son ricas de todas maneras. Comidas así tal cual, por supuesto; pero también le debo a nuestra común amiga Conchi la receta del clafoutis de cerezas, un postre muy bueno en la que se mezclan con una crema y se ponen al horno. O mezclarlas con licores y ponerlas a macerar meses. Si te las comes con un vasito hecho de chocolate es una exquisitez. Mmmmm... ya se me están poniendo los ojos tiernos. Es una suerte que, por lo menos en este mes, podamos disponer de ellas.

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  4. Como siempre un precioso escrito. Parece que estoy degustando las cerezas.👏👏👏 Gracias Isa

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    1. Desde que escribí esto, Mila, a mí me pasa lo mismo. Me obligo a comerme 4 o 5 cada vez, por lo menos para que me duren un poco más. :-D
      Gracias por todo, Mila.

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  5. Mari, me encantó tu post "El tiempo de las cerezas".
    ¡¡¡¡ENHORABUENA!!!!
    Me trajo muy buenos recuerdos. Describiste perfectamente ese sabor dulzón, pero un poco ácido, exquisito, de las cerezas.
    Allá por los años 80 los profesores del "IES Tomás de Iriarte", normalmente por el mes de abril, cuando los cerezos estaban en flor, organizábamos la tradicional excursión, con barbacoa incluida, al valle precioso de Chivisaya, en Arafo, lleno de cerezos, donde se daba un magnífico contraste entre las arenas negras del volcán y las flores blancas de los cerezos.
    Disfruté muchísimo leyendo tu post.
    ¡¡¡Muchas gracias!!!
    ¡¡¡Las cerezas y las picotas son mis frutas preferidas!!!

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    1. También yo recuerdo, Rosaura, ir de excursión a ese valle casi mágico, totalmente en flor, acompañando a mi marido, cuando él estuvo trabajando en el Tomás Iriarte. La pena es que nunca fuimos cuando la fruta estaba en su punto. ¿Te imaginas sentarse a su sombra y comer todo lo que una pudiera? Podría ser una imagen del cielo en la Tierra.
      Muchas gracias por tus palabras y por haber traído tu recuerdo y haber despertado el mío.
      Un abrazo grande.

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