lunes, 30 de diciembre de 2024

Lapsus, balance y buenos deseos


Jejejeje, me dan ganas de empezar este post con esa risa de bruja y diciendo: "¿Se creían que me iban a perder de vista? ¡Pues aquí estoy otra vez dispuesta a seguir dando la lata hasta que el cuerpo aguante!". Y es que las razones por las que he estado desde el 11 de diciembre sin pasarme por aquí son perfectamente respetables e independientes de mi voluntad. A algunos que me han preguntado ya se las he dicho: después de un fructífero, largo y feliz contubernio, mi ordenador me dejó plantada con un rotundo y definitivo "hasta aquí hemos llegado". En buena época lo hizo porque ahí estaban el viernes negro y Papá Noel, haciendo realidad eso de que "a rey muerto, rey puesto". Así que ya tengo un flamante ordenador con el que por ahora mantengo un romance iniciático de esos de "santito, dónde te pondré".

Lo estreno con este post en vísperas de nochevieja en que siempre se espera un balance del año anterior y un objetivo hacia delante, con la eterna pregunta de qué nos deparará el 2025. Un ojo entusiasta y otro amedrentado, que decía Rosa Montero.

Decido que la mirada hacia atrás se centre en los libros que he leído este año: me han dejado historias alucinantes, sueños posibles e imposibles, embrollos fantásticos, datos interesantes hasta ese momento desconocidos y, sobre todo, momentos felices... Todo lo que la literatura puede hacer por nosotros. No recomiendo ninguno porque creo que cada uno elige el libro que más se adapta a su ánimo en ese momento y que cada libro nos escoge también. Pero sí les comento.

He leído 133 libros en este año. De ellos llevo un registro con el tema y una nota final: Muy bien, Bien, Bien pero, Entretenido y Pssss. Los malos no los leo. Entre los que me han gustado mucho hay policiacos como El nudo Windsor de Sophia Bennet, Amores que matan de Elia Barceló o El último crimen de la escritora Emilia Ward de Claire Douglas; hay románticos, como El amor ha muerto de Ashley Poston, Lecciones de química de Bonnie Garmus, Quedará el amor de Alice Kellen o Nuestro último verano en la isla de Abril Camino; de libros y librerías, un género que me encanta, les puse "Muy bien" a El club de lectura del refugio antiaéreo de Anne Lyons, El eco de los libros antiguos de Barbara Davis, Cervantes para cabras, Marx para ovejas de Pablo Santiago Chiquero, Amor a pie de página de Eva Alton o La librería de los recuerdos perdidos de Susan Wiggs; y dos novelas que recuerdan a Jane Austen: La otra hermana Bennet de Janice Harding y ¿Qué haría Jane Austen? de Linda Corbett; de fantasía me pareció con encanto La sociedad secreta de brujas rebeldes de Sangu Mandanna; también una road movie , Los límites de nuestro infinito de Marc Levy, y dos audiolibros: El gran timo de las hadas de Félix J. Palma y La casa sobre el mar más azul de TJ Klune; para relecturas elegí novelas divertidas de mis autores preferidos, P.G.Wodehouse, David Safier y Sophie Kinsella; y un libro de no ficción, Tinta invisible de Javier Peña, que lleva de subtítulo Sobre la pérdida, la escritura y el poder transformador de las historias. Me gustaron mucho también Azul salado de Marta Simonet, La novia del viento de Brenna Watson y La vida después de Marta Rivera de la Cruz.

Esos libros me han hecho feliz en 2024. Para el próximo año espero nuevas lecturas y otros mundos por descubrir. Ojalá consigas lo mismo y, como dicen los versos del poeta canario José Miguel Junco Ezquerra, y que "al convite se sume con su canto un jilguero y el dolor te sea leve y la paz sea contigo".

Feliz año.

lunes, 9 de diciembre de 2024

A Belén, pastores


Esta semana he terminado el árbol de Navidad y el nacimiento, que no se diga que me coge el toro. Y después de terminar, derrengada de subir y bajar escaleras para poner las bolas y de recrear en lo imposible el pueblo de Belén, me quedé sentada en el sillón contemplando mi obra  (y mandándosela por wasap a familiares y a amigos, qué menos). Entonces me puse a pensar en Belén, un pueblo (supongo que ya una ciudad hecha y derecha) en el 5º pino, que casi nadie conoce pero de la que todo el mundo ha oído hablar. Y no solo hablar, sino que reproducimos en nuestras casas con una increíble falta de precisión.

Dicen que fue San Francisco de Asís el primero que reprodujo en una cueva italiana, con asno y buey incluidos, el portal de Belén allá por el siglo XIII. Pero después la gente se entusiasmó con el tema, los ricos empezaron a inventarse un belén con personajes elegantes (no hay más que ver los belenes napolitanos del siglo XVIII) y los pobres, culo veo culo quiero, también se afanaron con entusiasmo a hacer el suyo. 

Y ¡cómo nos gustaban los nacimientos a los niños! A los de mi generación nos llevaban a ver el que hacían en San Juan de Dios y todos coincidimos cuando hablamos de él en que sobre todo nos asombraba el momento mágico en que se ponía el sol poco a poco y se encendían las ventanas de las casitas. No me extraña la fascinación que se nos ha quedado por los belenes. Yo tengo unos 10 pequeños repartidos por la casa estos días (En la imagen uno de ellos, con bandeja marroquí detrás dándole un brillor y pastorcitos peruanos a los lados). Pero eso no es nada comparado con la mujer de un amigo mío que llegó a coleccionar 450 belenes, a cual más bonito. Empezó con dos mejicanos que le regalaron y ahí se le despertó el gusanillo que le llevó a buscar por todo el mundo. Llegó a escribir a dos embajadores de dos países de los que no tenía ningún ejemplar y uno de ellos le envió uno. Ha hecho exposiciones con éxito con el rótulo de "Belenes del mundo", pero ahora están en cajas guardados, sin nadie que los disfrute. ¿Para cuándo un Museo de la Navidad que reúna semejantes tesoros?

Muchos, antes que con el árbol de Navidad, hemos crecido con el nacimiento. Y mi madre, que era una novelera para estas cosas, primero nos llevaba al monte de Las Mercedes a coger musgo y después nos animaba a hacerlo entre todos y nos dejaba jugar con las figuras, acercándolas o alejándolas del portal, poniendo a hablar a unas con otras o llevándolas hasta una casa que había más allá del puente que cruzaba un río hecho de platina.

Así que ahora todos los de mi familia, seamos creyentes o no, hacemos el nacimiento todos los años, igual que compramos lotería de Navidad aunque estemos seguros de que nunca tocará. Lo hacemos por tradición, en recuerdo de aquellos años felices. Mi nacimiento, además, es muy sui generis, para andar por casa, nada que ver con los lujosos. El suelo es de agujas de abeto secas, de los árboles de años anteriores, y el techo del Portal es de hojitas de romero. Otra cosa no, pero bien perfumado sí que está. Y es muy cosmopolita. Están los personajes de siempre: la que lava la ropa en el lago (un espejo venido a más), el cagoncete escondido en una cueva, los pastores... Pero también está David el Gnomo con dos amigos, una figurita peruana tocando el sikus, una parejita de magos canarios dándose un beso, dos ovejas también muy cariñosas, una rana verde tomando el sol sobre la torre del Castillo de Herodes... Los Reyes Magos están en sus camellos sobre la repisa de la chimenea y solo bajan y se van acercando al Portal después de Navidad.

Hay muchas formas de vivir la Navidad. Los hay que quieren que pase rápido y están los que disfrutamos con ella, como si un poco del placer infantil permaneciera con nosotros. Pero si en algo estamos de acuerdo es en que es la fiesta más universal de todas y que incorpora mitos de todo el mundo, desde el Papá Noel del anuncio de la Coca-Cola de los años treinta hasta el árbol de Navidad, Dickens y sus fantasmas o la bruja que reparte regalos en Italia. Y, por supuesto el nacimiento que, aunque no se sepa a ciencia cierta que Jesús nació en invierno ni siquiera si fue en Belén, ni si hubo allí de verdad ángeles, pastores, mula y buey o Reyes Magos, lo asumimos como verdad incuestionable y lo celebramos y cantamos en todas las lenguas: "A Belén, pastores; a Belén, chiquitos, que ha nacido el rey de los angelitos...".

lunes, 2 de diciembre de 2024

Gomeros en Nueva York



¿Conocen esa canción que empieza diciendo: "Me gusta el olor que tiene la mañana, me gusta el primer traguito de cafééé..." y que el estribillo canta: "¡Ay, qué bonita es esta vidaaaa...!"? Bueno, pues si esta vida es bonita, lo tengo comprobado, lo es gracias a dos factores superimportantes: lo repetido y lo inesperado. Si se fijan en el día a día, los dos elementos se entremezclan para hacernos la existencia un poco más segura y más emocionante.

Lo repetido lo vemos en ese olor que tiene la mañana cada día y que nos hace respirar hondo cuando entran los primeros rayos de sol por la ventana; en el desayuno que es igual todos los días de Dios ¿Qué diríamos si cada día comiéramos, por ejemplo, lentejas al mediodía: "¿¿¿Otra vez lentejas???" Y sin embargo repetimos desayuno (yo un té verde, una tostada de pan integral con queso y un jugo de naranja), incluso cuando salimos de viaje y tenemos en el Hotel un bufé de exquisiteces a nuestra disposición. Y repetimos rituales, ahora el de Navidad. Yo ya estoy montando el árbol y el nacimiento, comprando turrones y lotería del 22, haciendo un calendario de adviento para mi marido y para mí, aunque los niños ya no estén y yendo a comidas de Navidad con amigos. Igualito que los años anteriores.

Lo inesperado surge ¿cuándo? Cuando menos te lo esperas, naturalmente. Que de repente te llame una amiga un viernes en que no sales y te ofrezca ir a oír a un grupo que toca música de los Beatles en Bajamar mientras te tomas un gin-tonic. O que tu hija gane un premio a la escritora más emprendedora y te veas orgullosa, cual madre de la Pantoja. O que ella te traiga de Londres y mi nieto de Laponia, bolitas de Navidad (en las imágenes)...

Me cuenta mi amiga Tamara que una vez en Nueva York cogió un taxi y cuando habló en español con la amiga que la acompañaba, el taxista se viró un poco y les preguntó: "¿De dónde son ustedes?". "De Canarias", contestaron. Y el taxista, con alegría desbordante, dijo: "¡¡¡Yo soy gomero!!!". Se puso tan contento que hasta las invitó a comer y todo, cosa que ellas declinaron porque se iban al día siguiente. También me contó que otra vez, al llegar a Nueva York, la policía de aduanas parece que encontró sospechosa la bolsa de gofio de "La Molineta" de La Laguna que ella le llevaba a su hermano y se la confiscó (¿pensarían que era marihuana de gofio?).Pero pronto se consoló porque luego fue a Broadway y debajo de un puente hay un mercadillo y se encontró ¿saben qué? ¡A un gomero que vende productos canarios: gofio, mojo picón y de cilantro, quesos de todas las islas...!

Eso es lo que hace chispeante la vida. Lo repetido te da seguridad, comodidad, confianza y esperanza en el futuro. Te ancla a la vida, como ese primer traguito de café de todas las mañanas. Pero lo inesperado nos muestra el lado mágico, nos hace reír y llorar, nos sorprende y nos remueve como a niños en noches de reyes. Así que hoy, que empieza diciembre, un mes impredecible, les deseo que abran la mente para repetir rituales, sí, pero también para encontrar "gomeros en Nueva York".

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