lunes, 29 de septiembre de 2025

Soy Matusalén



Yo hay días en que me siento Matusalén. Los niños de ahora, que no han estudiado Historia Sagrada como hacíamos nosotros, no tienen ni idea de quién era este señor pero, si buscan en Google, sabrán que fue un personaje bíblico antediluviano, abuelo de Noé (por lo que supongo que también estuvo en el Arca), y que vivió 969 años, una edad nunca más registrada. Claro que nada que ver con Iago del Castillo, el personaje principal de La Saga de los Longevos de Eva Gª Sáenz de Urruti, que tiene 10300 años y que nos puede informar de la prehistoria con todo lujo de detalles. Pero bueno, al margen de estos abuelitos, repito, yo hay días en los que me siento así, muy muy muy mayor.

Y es que no es solamente que me duelan todos los huesos (mi abuela diría: "Eso es pa calor..."), o que no pueda dormir a pierna suelta como en mis años mozos, o que tenga una flojetud que me lleve a que sean las 11 de la mañana y no he vendido una escoba (mi abuela también diría: "Eso es gandulería, palanquina, qué flojetud ni flojetud..."). 

No, no es todo eso (que también), sino que a veces me doy cuenta de toda la historia que arrastro. Y es que el año en que yo nací solo habían pasado 3 años del final de la Segunda Guerra Mundial y 9 del final de la Guerra Civil española. Nadie tenía televisor, aunque en junio se había hecho una demostración en una Feria de Muestras en Barcelona (a mí me llegaría 15 años más tarde). Todavía la Reina Isabel era princesa y no la coronarían hasta 5 años después. El año en que yo nací se promulgó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, asesinaron a Mahatma Gandhi, se independizó la India del Imperio Británico, se inició la Guerra Fría entre EEUU y la Unión Soviética, se fundó la Organización Mundial de la Salud (OMS), se creó el Estado de Israel, se inventó el transistor y el LP. Todos los niños estudiábamos en los colegios Historia Sagrada y conocíamos quién era Matusalén. Y Lola Flores cantaba en la radio lo de "Qué tiene la Zarzamora, que a todas horas llora que llora por los rincooones..."

Entonces, una echa la vista atrás, a esos largos 77 años, y es consciente de que ahora, igual que entonces, hay masacres, corrupción, golpes de estado, gente cruel y guerras por doquier que terminan como el rosario de la aurora, dejando atrás solo desolación. Y una piensa que no hemos aprendido nada y una se siente Matusalén.

Pero no se preocupen, que no me he vuelto pesimista, así de repente. Son momentos pasajeros que pasan porque envejecer no es fácil (vas perdiendo amigos, padres, pelo, dientes, dioptrías, ganas, memoria...), pero tampoco es para blandengues. Sentirse Matusalén tal vez sirva para liberarnos de miradas atrás y de pamplinas y para darle importancia a lo que verdaderamente la tiene, al día a día, diseñado con mimo y con la conciencia de estar vivo. En una entrevista a Manuel Vicent, después de confesar que ahora está muy tocado, dice "Eso es porque uno está llegando al final del río y, en su desembocadura,  las aguas dejan de ser turbulentas y describen curvas suaves. Pero me gusta que en esa desembocadura haya muchos pájaros, gaviotas, patos. Y de pronto, todo ese enredo psicológico se cura con la llamada de un amigo".

Quizás solo necesitamos algo como esos detalles para que cada día se convierta en una obra de arte.

lunes, 22 de septiembre de 2025

Querido Alejandro



Hace 27 años que no te veía, desde aquel COU C en que yo te di clase de Filosofía y tú lo sobrellevaste con paciencia y buen humor. Pero miento, claro que te he visto, yo y toda España. Ahora eres un actor guapo y famoso, has hecho un montón de películas, series de televisión y teatro (te vi, impresionante, en Madrid haciendo de hijo de José María Pou en La cabra), has tenido premios y nominaciones como mejor actor y todos te conocen como Alex García. Y la semana pasada, por fin, fui a verte en persona al programa En clave de Rhodes, que presentó el escritor y pianista James Rhodes en el Auditorio de Santa Cruz. Tú fuiste su invitado y durante una hora respondiste a todo lo que te preguntó y, de paso, te metiste a todo el público, incluida yo, en el bolsillo.

Fui por curiosidad, para ver cuánto quedaba en ti de aquel chico que se quería comer el mundo, que no paraba quieto mucho rato y que parecía tener las cosas claras, el Alejandro que yo conocí. Y no salí decepcionada, todo lo contrario: capeaste todo también con la misma paciencia y el buen humor de entonces.

Hablaste de tus inicios, aquellos que alguna vez me contaste en clase, cuando presentabas programas de carnaval; de lo que te gusta el teatro (tanta gente que aparca su vida para reunirse en un sitio determinado a ver y a disfrutar de una historia); de los pases en la alfombra roja y del disfrazarse... Rhodes comentó lo que le gustaba el ritmo pausado de esta isla tuya y mía y tú le hablaste de estar cómodo con cholas, tal como apareciste en el escenario sin que a nadie le llamara la atención, o descalzo después. Se te veía en casa. "¿Y tu canción?". Sin dudarlo dijiste: "La vida es un carnaval, de Celia Cruz". Fíjate, fíjate en la letra, cantabas mientras sonaba por los altavoces: "Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval y es más bello vivir cantando...".

A la pregunta "¿Quién te ha inspirado?", tampoco dudaste: tu familia, tus amigos, Vero. Y cuando Rhodes te preguntó con delicadeza si podías hablar de ella y del duelo, lo pensaste un poco, te escuchaste a ti mismo y contestaste con serenidad, aceptando el momento y asegurando que lo que queda, lo único que importa, es el amor.

"¿Y qué te da miedo?" "Que los que quiero sufran". Hay un filósofo, Epicuro de Samos, del que seguro que no te acordarás (casi no me acuerdo a veces ni yo), que decía que no hay que temer a la muerte porque cuando nosotros no existimos, ella no está, y cuando ella existe, nosotros no estamos. Que no nos vamos a enterar, vamos. Pero tú has mirado más allá: nos da miedo, no nuestro dolor o nuestra partida, sino los de aquellos a quienes queremos. No puedo estar más de acuerdo contigo.

Me gustó verte, Alejandro, tan maduro, tan sereno, tan vital. Me gustó que sigas conservando la sonrisa tierna, la mirada pícara; que reivindiques tu nombre y sigas siendo Alejandro. Y también, todo hay que decirlo, me gustó lo bien que traducías el ¿español? de James Rhodes (yo algunas preguntas las sacaba por tus respuestas :-D)

Me hubiese gustado hablar contigo y darte un abrazo. Estaba cerca, en la tercera fila, pero no era el momento. No sé tampoco si llegarás a leer esto (dijiste que no usas las redes, y lo mejor que haces: hay que vivir), pero te escribo como quien tira una botella al mar, para que, si por casualidad llega mi escrito hasta ti, sepas que estoy orgullosa de ti, de tu aceptación de la vida con todo lo que conlleva y de que esta te haya hecho mucho más sabio.

Un abrazo grande y virtual.





lunes, 15 de septiembre de 2025

Sorpresas te da la vida



"La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida...", dice la canción de Pedro Navaja, y es la pura verdad. Una vida sin sorpresas, lisa, rutinaria y siempre igual, es como un jardín sin flores, no es vida ni es ná, Pero, como buena optimista, no voy a hablarles de sorpresas chungas, tipo "me suspendieron el Hogar en 3º de Bachillerato" (cosa que, aunque inesperada, fue una tremenda injusticia, como ya les he contado alguna vez); ni de sorpresas que los libros nos proponen, como: "¡Anda! El asesino fue el mayordomo, no me lo podía ni imaginar". No, no, seamos serios y hablemos de sorpresas de verdad, de esas que, cuando llegan, van derechas al alma, te emocionan, te ponen los pelos de punta y te humedecen los ojos... Sorpresas que te hacen intuir que en el mundo todo marcha bien. 

Una sorpresa así tuvo mi hija en la presentación el viernes pasado de su poemario "Contraindicaciones del verbo escribir". Ella, desde el año 2008 en el que empezó a escribir el Blog de la Dra. Jomeini, tiene una cantidad importante de seguidores por el mundo, muchos de los cuales se han convertido en amigos, incluso sin conocerlos personalmente. El día de la presentación, antes de que empezara a venir gente, estábamos sentadas en el vestíbulo del Salón de Actos del Centro Cultural de El Sauzal, cuando Ana se queda quieta, con los ojos mirando de par en par a alguien que aparece y, tan tranquilo, le dice: "Como me quedaba cerca, decidí venir a verte": Y allí estaba el asombro, los abrazos, las risas y el "no me lo puedo creer" alucinado de Ana. Ramón, su amigo virtual desde aquellos lejanos años, había venido exprofeso de Bilbao el día anterior para verla, acompañarla y conocerla en persona y luego, con la misma, marcharse al día siguiente.

El hecho tuvo todos los ingredientes de una genuina sorpresa: lo extraordinario que no se espera, la alegría y la emoción tanto del que sorprende como del sorprendido, la consciencia de que, por vivir un momento así, merece la pena un viaje desde Bilbao (que no está precisamente ahí al lado) hasta Tenerife. Y lo contagioso que es, porque todos los que estábamos allí nos emocionamos también.

Bravo por Ramón. Necesitamos estos ingredientes en nuestra vida, originales, motivadores, distintos. Y aunque, con todo el follón del acto siguiente (mucha gente participando, saludando, alegando, esperando por la firma de los libros...), no pudimos atenderle como se merece, vaya desde aquí la promesa de que, si decide volver, lo esperaremos con los brazos abiertos y tal vez podamos también sorprenderlo.

Y ustedes ¿han tenido también alguna vez uno de esos momentos en los que digas: "¡No me lo puedo creer!"?

lunes, 8 de septiembre de 2025

¿Qué te pone de buen humor?


Sí, sí, ya sé que septiembre es el mes menos apropiado para hacer esta pregunta, porque parece haber en el aire efluvios de mal humor. Es el mes en que, después de unas vacaciones en el que uno vive sin la agenda colgada del cuello, se encuentra con la dura realidad: levantarse a horas fijas, programar, organizarse y saber que hasta las próximas vacaciones todavía queda un largo trecho de travesía en el desierto. Y además, en verano a veces te olvidas de lo que pasa en el mundo y en septiembre te lo encuentras de frente. Y todo eso sin contar los achaques que tenemos en casa que parece que, con la llegada de este mes, se acentúan.

Pero precisamente por eso tenemos que buscar mecanismos de defensa y los míos son muy facilitos: encontrar cada día aquello que me pone de buen humor y que me arranca una sonrisa. Ahí van unas cuantas cosas al azar, así, a bote pronto:

Me pone de muy buen humor que mi hijo me traiga de Escocia un llavero con la efigie de Jane Austen (la que me presta el nombre para el blog). Y también que, cuando fue el viernes a cenar al mejicano que está frente al Guimerá, se acordara de que a su madre le chiflan las empanadas y me trajera 4. ¡Arráyate dos millos, hijo!

Me pone de buen humor que, por las mañanas, me salga bien la Palabra del Día, el mensaje animoso de un amigo, las orquídeas de mi ventana, reírme con mis compañeras de pilates, levantarme sin alarmas, cuando me lo pide el cuerpo.

Me puso de buen humor leer el mensaje que puso en Facebook mi colega y amigo Javier y su mujer Juanita, que llevan 65 años de casados y pregonan -lo saben bien- la suerte que tuvieron al encontrarse en la vida.

Me pone de buen humor que la Tasquita de Carol en Valle Guerra haya reabierto sus puertas. Después de pensar que nunca jamás volvería a probar sus maravillosas berenjenas con miel (en la foto inicial), las disfruté otra vez en la cena del viernes pasado con los amigos (otra costumbre que me pone de buen humor). No hay mejor centro de mesa que este, tan doradito y apetecible, acompañado de un vinito blanco seco y frío.

Me pone de buen humor saber que he bajado un kilo en todo el verano sin hacer dieta ni nada.

Me pone de buen humor leer un libro bien escrito y que me diga cosas y me enternezca. Como esta semana, El amor que pasa de Care Santos. O terminar de corregir el último que va a publicar en un par de meses mi hija Ana y que sé que va a gustar, La música secreta del verano.

Me pone de buen humor ganarle al rummy al ordenador; tener noticias de mi nieto y que me cuente cómo lo está pasando en su Erasmus en esa California, tan lejana como la Luna; recibir el regalo de una bolsa de ciruelas rojas con las que hago la mermelada del verano (¡Gracias, M.V.!); bañarme en Bajamar y ver cómo rompen en las rocas las mareas de septiembre.

Me pone de buen humor una cena tranquila al aire libre en el patio, viendo salir las estrellas. Y un beso y un abrazo de aquellos a los que quiero.

Y me pone de buen humor hablar con ustedes, como cada lunes, y preguntar, así, entre nosotros: ¿Qué les pone de buen humor?

lunes, 1 de septiembre de 2025

Contraindicaciones del verbo escribir



Vengo de un tiempo en que la poesía estaba presente en el trajín diario. En las fiestas y en las celebraciones familiares se recitaban poemas que todavía guardo en la memoria. En muchas de nuestras casas ocupaba un lugar de honor un libro que se leía a menudo, "Las mil mejores poesías de la lengua castellana", en el que cada página era una sorpresa. Mi abuelo, Gabriel Duque, fue un excelente poeta y también escribían poesía mi padre y mis tíos. En el colegio -hace poco lo comentábamos aquí- nos hacían aprender de memoria poemas enteros cuya música perdura en el recuerdo ¿Sigue teniendo entre nosotros hoy un papel importante  la poesía?

Mi hija, Ana González Duque, apuesta por ella y presenta este 12 de septiembre su poemario "Contraindicaciones del verbo escribir", un libro para todos aquellos a los que nos gusta leer y escribir. La portada (todo queda en casa) es de mi nieta Eva de José.

Ana empezó desde el Instituto escribiendo y ganando premios de poesía. Luego sus primeras publicaciones fueron también poemarios, cuando ganó el premio Félix Francisco Casanova y el Premio Juventud y Cultura de Canarias. Más tarde se pasó a la narrativa (12 novelas ya y varios libros de no ficción), pero nunca dejó de escribir poemas, que guardaba en una caja como quien tiene un tesoro secreto. Porque, como ella misma dice en el prólogo de este libro, "hay heridas que solo saben rimar, silencios que no caben en una escaleta". "Con la novela -dice- , al menos puedo esconderme tras la trama, los personajes, las excusas. Con los poemas no hay dónde esconderse: es como salir a la calle en bata y con los rulos puestos.". Con la poesía se desnuda el alma.

Y, aunque en la caja de poemas quedan todavía muchos, esta vez elige hablar precisamente de esa pasión por escribir, de "esa necesidad vital de sacar lo que me corría por dentro con palabras". Y nos va contando cómo florecen las ideas, o cuáles fueron los libros amados en los que aprendió que "la belleza puede contarse en versos". Habla de la llegada de la inspiración, de esa nueva forma de mirar que es escribir un poema, de la curiosidad del que persigue historias, de la paz de la habitación propia. Es un libro sincero y valiente, como no podía ser menos, que divide en 4 partes: Escribir, Editar, Promocionar, Ser. Y que cada uno leerá e interpretará a su manera.

Yo me he identificado con "Entre leer y escribir", me enternece el poema "Perder", sonrío ante la crítica que hace al que plagia ("Robar un corazón / y colocarlo en tu escaparate/ no es elegante"). Me hace gracia el humor de las "Instrucciones para sobrevivir al Día del Libro" o de cómo reírse de una misma ("No hay drama que sobreviva a una buena carcajada"). También lo que escribe sobre los vocativos sin coma o sobre la depilación de los adjetivos. Y me sorprende el poema corto dedicado a los verbos: "A veces, / para tener un presente simple/ y un futuro perfecto/ necesitas superar/ un pretérito imperfecto". Nunca tanto se dijo con tan poco.

Sí, la poesía no muere, sigue siendo una manera de ir desde una parte a otra de ti mismo, de reconocernos. Y pienso que, con estos poemas que Ana nos trae en este septiembre, estamos siguiendo el rastro de luz que nos dejaron aquellos que leímos en nuestra niñez.

"Escribo, no para ser distinta, sino para ser".

PD: Si les apetece compartir un ratito hablando del oficio de escribir (y de poesía, naturalmente), la presentación del libro de Ana será en el Centro Cultural de El Sauzal el viernes 12 de septiembre a las 7 de la tarde. La presenta la escritora Pilar Torres y colabora la librería "El Barco de Papel". Sería estupendo que pudieran asistir y vernos allí.




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