lunes, 15 de diciembre de 2025

Una de poesía


Tagore decía que la poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos. Pero cuando éramos pequeños, sus palabras nos hubieran dejado fríos y nos burlábamos a más y mejor de los poetas. A lo mejor, porque los mayores nos hacían recitar de memoria, delante de las visitas o en los cumpleaños , poemas que no nos decían nada como el de "A un panal de rica miel dos mil moscas acudieron...". A veces, riéndonos, hasta hacíamos también poemas tipo haiku: "Soy poeta / porque uso / camiseta". Y nos quedábamos tan anchos como diciendo: "Ahí queda eso".

Pero luego en la adolescencia, esa época tan efervescente, como si fuéramos San Pablo, cayéndose del caballo ante la luz cegadora, la descubríamos. ¡Ah, esos versos de Bécquer ("Yo soy un sueño, un imposible, vano fantasma de niebla y luz. Soy incorpórea, soy intangible, no puedo amarte. -¡Oh, ven, ven tú!") o Neruda ("Hemos perdido aún este crepúsculo. Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas  mientras la noche azul caía sobre el mundo")!. Ellos nos engancharon para siempre a la poesía y de vez en cuando (porque hay que tomarla como un vino exquisito, a pequeñas dosis) volvemos a encontrarnos con ella, como quien regresa a sus orígenes.

Hay tres señas de identidad que he descubierto en todos los que escriben poesía o la leemos. Una es que la poesía no se lee o se escribe sin más ni más, sino que para hacerlo se necesita un momento especial, un sentimiento intenso que tiene que expresarse de alguna manera. Ida Vitale dice: "Las palabras son nómadas. La mala poesía las vuelve sedentarias". Otra seña es que, a pesar de eso, hay un cierto pudor en los poetas para compartir algo tan íntimo. Todos los poetas que conozco tienen un cajón secreto con cientos de poemas que solo les pertenecen a ellos. Y una tercera, es que hay un hilo invisible que los une y que hace que una sola frase baste para conectar y despertar las almas.

Pongo como ejemplo más cercano a mi hija, la escritora. Una de sus profesoras siempre la animaba a escribir poesía y ella siempre me decía en broma que no estaba lo suficientemente triste para ello. También aunque ya tiene 12 novelas publicadas, solo ha publicado 4 libros de poesía, aunque guarda muchos poemas en la recámara. El último que ha escrito se lo inspiró (el hilo invisible) una frase de Walt Whitman: "Yo soy inmenso y contengo multitudes".

Hoy, en homenaje a la poesía, les regalo aquí ese poema inédito de ella, Ana González Duque, que espero que, como a mí, les guste y les inspire:

CONTENGO MULTITUDES AUNQUE A VECES NO ME QUEPAN

Contengo a la que se muerde la lengua

 hasta hacerse sangre,

 a la que sonríe cuando no quiere,

 a la que asiente para no romper nada,

 ni siquiera a sí misma.

 A la que recoge los platos,

las dudas,

 las excusas,

 y los guarda en un cajón

para que se apaguen solos

Contengo a la que grita.

 A la que prende fuego a su propia voz

 A la que se cansa de ser educada,

 de pedir permiso,

 de apagar incendios.

 A la que dice basta,

 y luego se siente culpable

 —porque así nos enseñaron—

 pero aun así vuelve a decirlo.

Basta.

Soy todas ellas:

 la que camina descalza para no molestar,

 la que golpea el suelo para que la escuchen,

 la que quiere ser un farol,

 la que quiere desaparecer en la penumbra.

Dentro de mí vive un coro

 que nunca ensaya

 y aun así no deja de cantar.

Que desafina,

Que me deja sorda,

Y yo las llevo a todas,

 como quien carga un bolso lleno de piedras

 como quien colecciona versiones de sí misma.

Contengo multitudes,

 sí.

 Y cada una de ellas

 me ha amado

 o me ha dolido

 a su manera.

 Pero todas juntas,

 cuando por fin se miran sin miedo,

 me sostienen.

Porque quizá eso sea ser una misma:

 una procesión imperfecta,

una cola sin orden,

 un puñado de voces

desordenadas

 empeñadas en seguir viviendo.


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