Aristóteles dijo hace una porrada de siglos que si hacemos ciencia y filosofía es porque somos curiosos por naturaleza. Y yo, cada vez que oigo por la radio a la Dirección General de Tráfico diciendo eso de “retenciones durante 50 kilómetros debido a la curiosidad de los conductores”, me acuerdo de Aristóteles.
Cuidado que somos cotillas. Todavía me sigue asombrando que haya tanta gente
que deje de hacer sus cosas para plantarse a la puerta de una iglesia o de un
hotel para ver entrar o salir al famoso de turno. Ojo, no digo que yo no lo
haga. Mi amiga Lolina y yo una vez en la plaza del Obradoiro en Santiago nos
fuimos pitadas a hablar y a hacernos una foto con Paco Nadal, un periodista de
“Canal Viajar”, ante el bochorno de nuestros maridos que miraban al tendido con
cara de decir “Yo a esa no la conozco de nada”. Yo también me asombro a veces de
mí misma…
Pero en general lo que más me despierta la curiosidad es un buen enigma. En
un verano en el que se habló mucho (las modas también van por temas) de
abducciones, ya saben, eso de que te secuestren unos extraterrestres, te hagan
un chequeo y tú ni te enteres, una amiga de mi hermana nos contó que unos
parientes suyos, yendo en coche hacia Sevilla, pasaron durante bastante rato por
una zona de muchísima niebla y, al salir de ella y no reconocer el lugar,
preguntaron que dónde estaban. Les contestaron que a 25 kilómetros de Santiago
de Chile. No me digan que el asunto no suscita una buena dosis de curiosidad y
preguntas.Luego el tema de las abducciones pasó de moda (igual fue Iberia quién
se las cargó) y no se habló más de ello. Pero mi hermana, por si acaso, siempre
lleva el pasaporte y un bañador en el coche por si en una de esas nieblas
aparece, por ejemplo, en Copacabana.
Quitando a los culichiches, que es como en mi tierra se llama al cotilla con
mala uva, creo que una sana e indagadora curiosidad es lo que hace que seamos
humanos. Cuando el pasado lunes fui a contarles un cuento a los niños de la
clase de mi nieto en su Semana del Protagonista (ver “Trucos
del oficio” ), antes de empezar ya se lanzaron, sin cortarse un pelo, a
preguntar: ¿Qué cuento vas a contar? ¿De qué es esa careta? ¿Y esos papeles?
¿Para qué sirve esa cosa (un cilindro hueco con una membrana para hacer ruido)?
¿Trajiste bizcocho? ¿Cuándo comemos? También es verdad que uno preguntó: “¿Puedo
hacer caca?”, y otro, que hubiera jurado que era el pitufo gruñón, dijo: “A mí
no me gustan los bizcochos”.
Y, mientras contábamos un cuento sobre un dragón pastelero y un rey que hacía
unos dulces sabrosísimos, miraba sus ojos brillantes y abiertos de par en par,
sus orejas expectantes, 4 añitos de pura curiosidad, y me dije que estaba ante
la cantera de los futuros filósofos y científicos. Y pensé que Aristóteles podía
descansar tranquilo.
" Y yo, cada vez que oigo por la radio a la Dirección General de Tráfico diciendo eso de “retenciones durante 50 kilómetros debido a la curiosidad de los conductores”, me acuerdo de Aristóteles. " Decididamente, a mí también, después de tantos años, hay veces que me sorprendes. Pienso en la cola, en qué habrá sido lo que motive la curiosidad, en lo tarde que va a llegar todo quisqui al trabajo, pero....¿en Aristóteles? Espero que saquemos algo bueno del terrorista, que estaba en esa cantera de futuros filósofos, je,je.
ResponderEliminarEs que tú te fijas en los hechos, en las retenciones y yo me fijo en la causa, en que es por la curiosidad. Parecería natural que hubiera retenciones por un accidente, por atascos, por una obra en la carretera ... Pero ¿por la curiosidad? Y entonces pienso, como Aristóteles, que es que somos así por naturaleza, qué le vamos a hacer.
ResponderEliminar(Hace 4 años)
ResponderEliminarTe imagino, Jane, en la clase con los niños, curioso que te fijaras en sus ojos, brillantes y abiertos de par en par, en su curiosidad, en su expectación...para nada si estaban en desorden...los viste con tus ojos y tal vez los de ellos fueran un reflejo de los tuyos, tal vez por eso estaban como estaban, expectantes...
La verdad, José María, es que pasé un rato estupendo. El domingo pasado leí en "El País" un artículo de Elvira Lindo en el que dice añorar los paseos hasta la guardería con su hijo de la mano: "(Un niño) coloca palabras recién aprendidas en lugares inadecuados, como si las sacara del horno antes de tiempo, pronuncia mal algunas otras, disfruta señalando cosas que quiere que le nombres y despliega la lógica de un pensamiento riquísimo en el absurdo. Nada más emocionante que un niño de tu mano". Y, mientras lo leía, me acordaba de ese rato tan maravilloso con los niños escuchando, riendo, hablando "con la lógica del absurdo", enseñando las caretas de dragón que les llevamos, todas dibujadas por ellos de distintos colores... Parafraseando a Elvira Lindo, nada más limpio y mágico que la mirada de un niño.
ResponderEliminarCierto día comentaste "ve el blog..." y así por cotilleo he sabido de tus coplas con Lolina entre otros recuerdos...jejeje
ResponderEliminarGracias por hacer de mí una alumna siempre con curiosidad ante la vida... y por ser todo un ejemplo a seguir. Ánimo, Jane.
¿Sabes? Lo que más me gustaba de mis clases en aquellos lejanos tiempos (5 años y pico ya) eran las preguntas de ustedes. Ellas me hacían pensar, me animaban, me abrían al diálogo, daban sentido a mi trabajo. Gracias a ti por hacerlas.
ResponderEliminar(Hace 4 años)
ResponderEliminarNo me quiero ni acordar del día que vino el Queen Mary, creo que se llamaba así ¿no?
Pues allá que nos fuimos, mi marido mi hija pequeña y yo, a "una hora buena" , después de comer.
Con decirte que llegamos a casa de noche y tuvimos que volver por la cumbre, sí, por el Bailadero, las Mercedes, Las Canteras... hasta La Laguna. No hubo modo de dar la vuelta.
Demasiado
Arista, a mí me pasó lo mismo una vez que tuve que ir al Instituto del barrio de La Alegría. Salí de allí al mediodía en dirección a mi casa por la Avenida de Anaga y entonces me vi allí en medio, atrapada en un embotellamiento que no se resolvió hasta pasadas sus buenas 3 horas. La causa era que había venido uno de esos megabarcos superlujosos (podría haber sido también el Queen Mary) y todo el mundo se botó a la calle a verlo. Todavía no me lo explico.
ResponderEliminarLa curiosidad te lleva a ver y la mirada, tu mirada... a saber. ¡Que Dios te conserve la mirada, Isabel!.
ResponderEliminarGracias, Macu, espero conservarla muchos años, aunque a saber realmente no llega nadie. Sólo, como decía Platón, a estar en camino.
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