Tengo un primo médico, no “médico pago” sino del Seguro, que, aparte de un
excelente profesional, es un hombre cabal y bueno, con la consulta siempre llena
porque sus pacientes saben que él les dedicará el tiempo y el cariño que haga
falta. Hace poco, una de ellos, una viejita de 90 años, le hizo el mayor
homenaje que él podía esperar. Le dijo: “Ay, doctor, si por algo temo morirme
antes que usted es porque me voy a perder su entierro. Tendrá que ser algo
impresionante”.
Yo, que odio los entierros, entiendo la fascinación que algunos sienten por
ellos. Después de todo, forman también parte de la vida y son un hito en ella,
igual que lo es un nacimiento o una boda. Pero tampoco hay que pasarse. Yendo
una vez con mi madre (que era una persona simpática en el primitivo sentido de
la palabra de “sufrir o sentir con el otro”), vimos, al pasar por la iglesia de
San José, un entierro. Mi madre me dice: “Espera, que voy a ver quién se murió”.
Se pone en la cola de los que están dando el pésame, da dos besos a una
acongojada señora y aparece al rato llorando a lágrima viva. Alarmada, le
pregunto: “Pero ¿quién se murió?” y me dice: “No sé”.
Hay personas que temen tanto a la muerte que ni siquiera nombran las
enfermedades que pueden conducir a ella. En lugar de “cáncer” dicen “tiene una
cosa mala”. Mi abuela, cuando conoció al que hoy es mi marido, arrugó la nariz y
me dijo que, tan flaco que era, seguro que tenía “una mala enfermedad” (en sus
tiempos la “mala enfermedad” era la tuberculosis) Ay, si lo viera ahora, tan
hermoso y saludable él con 30 kilitos más…
Pero otras personas, como el sabio Epicuro, que vivió hace 25 siglos, dicen
que no hay que temer a la muerte porque, cuando existimos, ella no existe y
cuando ella está, somos nosotros los que no estamos. ¿Cómo temer a algo de lo
que no nos vamos a enterar?
Ya Epicuro efectivamente no está, ni tampoco mi madre ni mi abuela: Pero, en
cierta manera, siguen estando. En lo que hicieron y en lo que pensaron. En el
recuerdo. Y esto les da, desde nuestra distancia, un toque de inmortalidad.
(La foto fue tomada en enero de 2013 en el cementerio modernista de Lloret de Mar)
Yo creo que más que a Epicuro, hay que hacerle caso a Horacio y aprovechar el "Carpe Diem". Si algo me ha enseñado esta profesión (según tus propias palabras, "tan horrorosa" que tengo) es que hay que disfrutar de la vida día a día.
ResponderEliminarSí pero para disfrutar de la vida hay que perder los miedos y a eso se refiere Epicuro. No hay que tener miedo de los Dioses porque ellos van a su bola ni de la muerte porque, cuando llega, nosotros no estamos. Sobre esta base se consigue la vida tranquila y feliz (sin ocuparse, por cierto, de la política que da infelicidad). Eran sabios, sí, señor.
ResponderEliminar(Hace 4 años)
ResponderEliminarHola Jane, tienes razón con ese recuerdo inmortal que aparece de vez en cuando y nos traslada a épocas pasadas. A mí , en particular, me costó mucho decir aquellos "adioses para siempre "para los que nadie te puede preparar. En cualquier caso, aprendí a escuchar a los recuerdos y también a apreciarlos. La primera vez que me pasó fue flotando en la Playa de las Conchas en la Isla de Lobos- bonito lugar- . Allí estaba yo haciendo " el Cristo" cuando me asaltó el recuerdo de mi padre- muy aficionado a nadar, a flotar, a cantar, a disfrutar , guitarrear, lagunear y a un largo etc. acabado en "ar". Su recuerdo en aquel lugar me ayudó a soportar su adiós para siempre. Ahora , cuando floto en el agua, siempre me aparece su recuerdo pegado a su sonrisa. Gracias por tu blog.
Ayer mismo, Miguel, hablé con mi nuera de la muerte de mi madre y no pude evitar las lágrimas después de 17 años. Se fue muy pronto y, aunque su risa es voz en mi memoria, todavía la añoro. Pero veo un eco de su presencia en mis nietos y pienso en cuanto hubiera disfrutado con ellos, ella que adoraba a los niños.
ResponderEliminarUn abrazo y gracias a ti por estar ahí.
(Hace 4 años)
ResponderEliminarCuando lei la anécdota que cuentas de tu madre (¡qué tierna!) me vino a la mente otra de una tía mía.
¡Hay que ver lo distintas que son las personas!
Ve un entierro y exclama: "pobretico, que a gustico va ahí".
Era granadina (de ahí lo del "ico"), y siempre se estaba quejando.
Lo malo es que esta forma de ser la heredó una prima, no su hija precisamente. A veces nos toca en la misma mesa en una boda, y ya te puedes imaginar...
Cambiando de tercio tengo que decir que a mi me gusta visitar también los cementerios cuando viajo. Como tú dices, forman parte de la vida. Algunos son muy hermosos.
Me encanta el de San Andrés.
Hasta pronto
Muy buena lo de esa rama de la familia tan "divertida". Yo tengo también parientes que son verdaderos fans de entierros y velatorios. No se pierden ni uno.
ResponderEliminarEl cementerio de Lloret de Mar es una preciosidad, que merece la pena ver. Y algunas tumbas son verdaderas obras de arte. Los hombres han querido recordar la muerte: pirámides y mausoleos dan fe de ellos. El más precioso, el Taj Mahal.
(Hace 4 años)
ResponderEliminarComo decía mi profesor de Biología, "Vivir en el corazón de los que hemos dejado es no morir". Los recuerdos, e incluso los sueños, a veces son tan frescos y tienen tanta fuerza que dan ese toque de inmortalidad a los que hemos perdido por la muerte o por el alejamiento; en ambos casos por la distancia.
Y se dice, Sagitta, que hay una segunda muerte, cuando desaparecen todos lo que te conocieron y tu recuerdo se diluye en el olvido. Por eso es bueno volver la vista atrás y traerlos a la mente para que sigan viviendo. O dejar algo de tu paso por la vida. Bécquer decía: "¿Quién, en fin, al otro día, / cuando el sol vuelva a brillar, / de que pasé por el mundo/ quién se acordará?". No sabía él todos los que se han acordado de su paso por la vida.
ResponderEliminarIsa, los entierros atraen nuestra curiosidad y a veces también la envidia, te contaré. En La Antilla, preciosa playa de Lepe (Huelva), tuvimos una casa algo más de 30 años. Había un bar cuyo dueño le daba a mi suegro sabios consejos: Don Luis, no compre el chalet en primera fila de playa, naturalmente, a mi suegro le gustaba y se lo compró.Años después sufrimos la Ley de Costa. Pues bien, estando el dueño del bar, en su casa con su mujer, vieron pasar un entierro de lo más concurrido de coches y coronas. Ella le dijo al marido, Manolo, cuando me muera me vas a hacer un entierro como este?, él le contestó : tú muerete y verás.
ResponderEliminarCuando ella murió, acompañaron al coche fúnebre muchos taxis con flores, ésto nos lo contó el viudo, y mandó a la hija a una "boti" de Huelva a comprarle traje, bolso y zapatos. Es más, no consintió que la hija se quedara con el bolso a la hora de la partida al camposanto.
Mi cuñada cuenta que tuvieron que "aserrar" la caja pues no entraba de los abalorios que llevaba.
Muy bueno, Esperanza, lo de esa señora yéndose a la tumba como un faraón. Ni que en el más allá no hubiera tiendas. :-D
ResponderEliminarYo prefiero como Machado:
“Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontrareis a bordo ligero de equipaje
casi desnudo, como los hijos de la mar”