Una de las ventajas de ser abuela es que puedes acompañar a tus nietos a ver
todas las películas de dibujos animados que quieras sin que el intelectual de
turno levante una ceja con aire displicente. En lugar de decir: “Mira tú ésta,
tanto Nietzsche y tanto Schopenhauer y resulta que quien verdaderamente le gusta
es Pinocho”, te miran con aire de “Paciencia y resignación, hija… Ser abuela es
lo que tiene”. Así que tú, además de pasártelo de miedo viendo “Shrek” o
“Ratatouille”, se te pone una cara de virtuosa muy edificante.
Una de las últimas que he visto es “Up”, una historia deliciosa, precisamente
de un jubilado que, tras quedarse viudo, emprende una nueva vida de aventuras
tratando de hacer real un sueño que su mujer y él proyectaron durante años:
viajar (y lo hace por los aires en una casa llevada por globos de colores) hasta
las altiplanicies de Venezuela, desde donde surgen cascadas estremecedoras.
Esta idea de renovar tu vida a una edad en la que muchos ya te están
enterrando me trajo a la memoria unos libros que leí más o menos a los 15 años,
las historias de la señora Pollifax. Ésta es la protagonista de una serie de
novelas (“Cómo me hice agente de la CIA”, “La sorprendente señora Pollifax”,
“Una condecoración para la señora Pollifax” , “El safari de la señora
Pollifax”…) que, también viuda y con hijos y nietos ya haciendo sus vidas, da un
giro a su historia vital y se embarca en todo tipo de peripecias. Son historias
de espías un tanto ingenuas, escritas por Dorothy Gilman en plena guerra fría,
con norteamericanos buenos por un lado y pérfidos comunistas por otro. Pero eran
divertidas y, desde luego, el acierto era la propia señora Pollifax: gordita,
pelo blanco y ojos azules, sombreros llenos de flores. Una especie de Miss
Marple pero más intrépida, que alterna el cuidado de sus geranios con clases de kárate y yoga y que de vez en cuando viaja en misiones de alto secreto.
Pero también en la vida real me he encontrado con muchos jubilados que han
emprendido, nunca mejor dicho, jubilosamente, otros caminos. Emma, después de
aprender inglés por un tubo, se ha dedicado a recorrer todo el mundo, cuanto más
exótico el destino, mejor: acaba de venir del Tibet y Cachemira y ya está
preparando un viaje a Namibia. Amparito se ha dedicado alegremente al baile
caribeño; Juancho, al teatro; Mingo, que nunca había hecho ni un huevo frito, a
la cocina con el entusiasmo de un Arguiñano; Maura, al tenis en el que ya ha
conseguido varios premios; Carmen, después de enviudar, 4 hijos y 4 nietos,
tiene nueva pareja y nueva casa; Anita dirige un aula de cultura. Y Jane está
haciendo este blog.
Todos estos casos ilustran una teoría de mi marido que él llama “teoría de la
ciruela”. Dice que la vida es como una ciruela. La flor es la juventud,
abriéndose a todas las posibilidades. El fruto, la ciruela, es la madurez, en la
que saboreas y exprimes bien el jugo y la pulpa que el mundo te ofrece. Y la
vejez no es, como algunos suponen, la fruta pocha, no. Cuando ya has comido por
todos lados la ciruela, ¿qué es lo que queda? ¡La pipa! La vejez es, entonces,
pasártelo pipa. No, si cuando él se pone sesudo… Hegel no lo habría dicho mejor,
con su tesis (flor), antítesis (fruto) y síntesis (pipa).
Y en esas estamos, pasándolo pipa.
Y lo sabrosas y dulces que son las ciruelas pasas...
ResponderEliminar¿Ilustrarían los momentos dulces aunque estemos como una pasa? Vete meditándola. Igual nos especializamos en la filosofía de las ciruelas.
ResponderEliminar(Hace 4 años)
ResponderEliminarY lo "sabroso" que es, por fin, llamar a las cosas por su nombre. Sin tener que darles otro nombre y sin miramientos. Con ese desparpajo y cara de importar un pito que tienen esas personas jubiladas cum laude. Eso sí que es una verdadera delicia.... dichosa la Jane. Aunque, mirándolo bien, no quiero anticiparme a lo de la pipa e intento igualmente pasármelo bien desde ya, por si las moscas...
Todos las etapas de la vida tienen su aquel, Miguel. A disfrutar todo lo que se pueda.
ResponderEliminarBuena teoría la de la ciruela, mejor que la del higo pico, que primero pica, después viene lo dulce, y al final lo que te queda es un estreñimiento de campeonato.
ResponderEliminarBueno, esa teoría ilustra el principio de que las apariencias engañan ¿Quién pudiera imaginar que debajo de una cubierta tan llena de pinchos hay un interior dulce y amable? Me encantan los higos picos a pesar del estreñimiento. Así son muchas personas también.
ResponderEliminar(Hace 4 años)
ResponderEliminarPues sí, mi cuñado Luis es de la teoría de que nunca es tarde para hacer algo que uno no haya podido hacer en otro momento. Él la pone en práctica y está aprendiendo a tocar el piano a los 67 años.
También recuerdo haber leído que el nobel de literatura William Golding aprendió a montar a caballo cuando tenía más de 70.
Son otros buenos ejemplos. Que siga la rueda!
Este post habla de lo contrario que mi post anterior, "Trenes que se pierden". Habla de trenes que se cogen, precisamente cuanto todos piensan que has llegado a la estación final. Los ejemplos que pones son una buena muestra de ello. Uno de mis primeros alumnos, economista y ejerciendo su profesión, después de una operación a vida o muerte, se preguntó: "¿Es esto lo que yo realmente quiero hacer con mi vida?". Y, como vio que no y que lo que le gustaba era cocinar y hablar con la gente, montó un coqueto y acogedor restaurante donde desde hace unos años se lo pasa pipa. Que es de lo que se trata, según la teoría de la ciruela de mi marido.
ResponderEliminarPrecioso post y preciosa teoría, admirada Jane. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias. Lo de la preciosa teoría se lo he dicho a mi marido y se puso más contento que Ricardito.
ResponderEliminarInteresante artículo .Yo también pienso en esa etapa no como una época penosa que tenemos que soportar, sino en una época de ocio y libertad, liberadas de las urgencias artificiosas de días pasados.
ResponderEliminarNo lo sabes tú bien, Francis. Sobre todo, eso de levantarte cuando quieres, no tiene precio. Incluso no me he apuntado a ningún curso (ni pilates, ni inglés, ni macramé...) para tener más libertad, si cabe. Las penurias que te trae la vida generalmente vienen de fuera.
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