Una de las preocupaciones que sigo teniendo de mi época de profe es corregir las faltas de ortografía. Oye, es que veo una -en libros, en periódicos, en cartas- y se me van las manos al lápiz rojo sin querer. Es como si viera un basurero en medio de Las Cañadas, un manchón en el cuadro favorito, una cucaracha en el salón: algo que no soportas y que te salta a la vista, lo quieras o no. Todavía recuerdo un “qomo” y un “habéses” en el que es difícil reconocer el “a veces”: 5 faltas de ortografía de una tacada, casi un récord.
Sé que parece absurdo en esta época en la que los mensajes de móvil se han
convertido en una jerga incomprensible, sin vocales, sin h y llenos de
k. Pero es algo que no puedo evitar, grabado a sangre y fuego en el
cerebro desde los años de colegio, en los que en el examen de ingreso, a los 9
años, no nos dejaban pasar a Bachillerato con faltas de ortografía.
Es algo que, además, puede condicionar nuestra vida. Una vez, de jovencita,
recibí una carta de amor con 20 faltas de ortografía y, aunque detrás de aquella
carta podía haber un corazón puro y unos ojos preciosos, no pude superar un “te
hamo”. Ni le contesté.
Mirando hoy a mi nieta, con la punta de la lengua fuera, poniendo por escrito
todas las cosas que ve, estrenando ese regalo que es la escritura, recuerdo la
lata que yo, a los 3 años, le daba a mi madre -con quien aprendí a leer y que
cada día me enseñaba una letra- para que me enseñara otra y otra y otra.
Sigo ahora pensando que el lenguaje -y con él abarco el lenguaje bien
escrito- es uno de los bienes mayores concedidos a los hombres, algo que hay que
cuidar como oro en paño. Con las palabras podemos herir pero también curar,
amar, imaginar, soñar, pensar. Un buen libro, una reflexión luminosa puede
alegrarnos un día gris. Como dicen estos versos de Ida Vitale:
“Expectantes palabras,
fabulosas en sí,
promesas de sentidos posibles,
airosas,
aéreas,
airadas,
ariadnas.
Un breve error
las vuelve ornamentales”
Hay quien dice que esa obsesión por olfatear, oler, detectar en el acto una falta de ortografía, es consecuencia de nuestra deformación profesional, querida colega. Yo, muy al contrario, creo que es producto, precisamente, de nuestra formación profesional. Incluso, siempre lo consideré una obligación, casi moral, inherente a nuestro trabajo.
ResponderEliminarNunca agradeceré, lo suficiente, aquel grado de exigencia que tuvieron con nuestra generación, para que escribiéramos correctamente y para que nos aficionáramos a la lectura, gran instrumento también, para evitar esos fallos.
Sabes, tan bien como yo, que hubo que luchar mucho contra esas fuerzas tecnológicas externas y contra modas "snobistas" de quien menos se esperaban, para que nuestros alumnos tuvieran una aceptable expresión verbal.
Encima, yo tuve doble lucha. En materias como las mías, usar la palabra escrita cuando era imprescindible, supuso librar grandes batallas para convencerles de que la lengua utilizada era la misma que la que empleaban en las clases de Lengua, Filosofía o Historia. Y si esa expresión era un instrumento más, para evaluar, te puedes imaginar el nivel de esas peleas.
Enhorabuena, querida Jane, por tus buenas y luminosas palabras, siempre.
Gracias a ti, Cehachebé, por las tuyas. Lo que apuntas es el viejo tema de la disyuntiva entre la forma y el fondo. Muchos profesionales piensan que, si el fondo, el contenido, está bien ¿por qué te vas a preocupar por la forma en que está escrito? ¿Qué más da una "h" o una "c"? Total, no las pronunciamos... Yo siempre les decía a mis alumnos que esto es igual que en la cocina: si un plato está mal presentado te apetece menos comerlo.
ResponderEliminarYo también agradezco la exigencia al enseñarnos. Y eso no quita para que siempre que tenga alguna duda, eche mano al Diccionario. O ahora a esa Gramática que la Real Academia nos ha brindado.
Un abrazo.
Yo creía que tenía buena ortografía, hasta que empecé con el blog y vi ahí, publicadas, unas faltas que pensaba "Esto ha sido un hacker, yo no he sido".
ResponderEliminarPero sí, es preocupante, aunque también puede ser divertido.
Y no, no hay que contestar la carta de uno que te dice "te hamo", está claro que no podéis ser felices, sois demasiado diferentes.
El poema es precioso, me ha encantado.
Siempre se puede colar alguna falta pero también siempre podemos corregirla, si no tenemos prisa y repasamos lo escrito, diccionario al lado por si acaso.
ResponderEliminarGracias por tu opinión sobre el "hamoroso", me tranquiliza porque tienes toda la razón ¿Te imaginas la cantidad de rotuladores rojos que me gastaría?
Me encanta Ida Vitale. Acaba de cumplir 90 años y su obra está marcada por su consagración a la búsqueda de encontrar la palabra precisa y, a la vez, la más hermosa.. Leerla es un privilegio y una gozada.
A mí me pasa igual con las faltas de ortografía. Tengo la sensibilidad subida para esas cosas, y cuando las veo, no puedo evitar ponerme cardiaco. Manías que tiene uno. Y sí, a mí me habría pasado lo mismo. Si cualquiera me mandase una carta de "hamor", ya puede ser la persona más maravillosa sobre la faz de la Tierra, que por mí puede ir a "hamar" a su mamá.
ResponderEliminarPrecioso poema, del que destaco el verso "ariadnas", porque es cierto, a veces las palabras nos enseñan a salir de los laberintos que la realidad nos presenta.
Un saludo :)
Fue el verso que más me llamó la atención por eso mismo. Palabras como hilos que te llevan a la libertad y a conseguir lo que quieras. Mi padre, explicándome las matemáticas, utilizaba palabras ariadnas. Y todos los profesores también hemos aprendido a utilizarlas.
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