martes, 9 de febrero de 2010

Mandones y mandados




Todos somos mandones y mandados, pero, con el corazón en la mano, tenemos que confesar que lo que verdaderamente nos gusta es mandar. Esa imagen del maharajá en la tumbona, con un esclavo abanicándolo y ordenando que los demás trabajen por y para él, es en realidad lo que siempre hemos tenido en mente y no decíamos cuando, de pequeños, nos preguntaban que qué queríamos ser de mayor.

Y ya de mayores hacemos lo que podemos, intentando ser califas en lugar del califa y mandar a cónyuges, hijos, nietos, amigos y allegados. Tengo una amiga tan lista que, a pesar de que es la reina del mus de chocolate, convenció al marido de que eso de los fogones no era lo suyo y que mejor se encargara él que, desde entonces, la tiene a mesa y mantel puestos, como una reina. Eso es mandar con elegancia.

El problema es que la mayoría de las veces no nos hacen caso. Mi nieta particularmente, tan chica que es, con 6 años, y ya es una maestra en el arte de no escuchar y escaquearse cuando la llaman. O también puede pasar que los mandados se te reviren. A otro amigo, cuando su mujer le dice que ni se le ocurra tomarse un gintonic después de cenar, a pesar de que él alega que eso es como una medicina que ayuda a dormir, siempre le sale el viejo grito de guerra de los 70: “¡¡Disolución de los cuerpos represivos!!”.

Así que muchos acabamos siendo unos mandones frustrados y no nos queda más remedio que ser lo otro: unos mandados. Cosa que, por otra parte, es comodísima. ¿Que te encuentras con que has metido la pata y has armado un berenjenal tipo Mr. Bean? Ah, no sé, yo soy un mandado…

Pero, por otro lado, los mandones nos ponen a veces las cosas difíciles a los mandados, impartiendo órdenes etéreas que cuesta un poco seguirlas e impidiendo que asumamos nuestro obediente papel. Como, por ejemplo, cada vez que hay una “Operación Salida” y nos piden eso de que “escalonen la salida”. Vamos a ver, ¿me tengo que poner de acuerdo con todos los que volvemos para que salga un coche cada 5 minutos? O en una misma familia, ¿primero salen los padres y después los hijos? ¿Tendremos entonces que llevar dos coches? ¿Y si salimos todos a las 11 de la mañana provocando un atasco enorme y a las 9 de la noche no hay ni dios en la carretera (me ha pasado)?.

Total que, viendo que el saber mandar es también todo un arte, creo que sería buena idea hacer desde aquí una propuesta a los poderes fácticos: la creación de cursos para aprender a mangonear bien al personal, basados sobre todo en saber dar órdenes precisas, cortas y claras, tipo la de aquella barbería del Barrio del Toscal: “Aquí se viene a hablar de fútbol”. Y punto.

Así, por lo menos, desde ese momento, los mandados sabríamos por fin a qué atenernos.

(Para Melchor y Lolina, con quienes tanto he aprendido del mundo y sus gentes)

15 comentarios:

  1. Espera, espera...no he leído bien...¿que tú eres qué?¿Una mandada? jajajajajajajajajajajajaj Ay, qué me muero de risa. Pero por Dios, si yo aprendí a cocinar para no seguir siendo tu pinche, que me mandabas siempre las cosas más chungas: pelar las uvas del relleno, picar la cebolla, pelar las papas de la tortilla...Si en este mundo hay un mandón mandón, se llama Jane. (otra cosa es que disimules y seas una mandona de guante blanco, pero mandada, ni de coña, guapa)

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  2. Ya dije que lo peor de mandar es que los mandados se te reviren. Con lo que a mí me gustaba tenerte de pinche y lo estupendo que era coger luego las cosas todas cortaditas y mezclar y ya está. Detrás de un gran cocinero hay siempre un estupendo pinche y tan importante es un trabajo como el otro. Por cierto, ¿y si vienes el próximo día y me cortas las cebollas de la fritura(que es lo que menos me gusta)?

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  3. ¡Qué enfoque más machista el de la primera historia! Aquí la protagonista quiere contarla como fue.
    Joven universitario, muy diestro en la cocina gracias a la afición que se le inculcó desde muy joven, conoce a chica universitaria que no sabe nada de cocina (en su casa la aficionada a la cocina era su hermana; ella hacía otras cosas: ayudar en la limpieza, fregar loza, ordenar o incluso pintar paredes). Terminan la carrera los jóvenes y se casan. Empiezan a trabajar en trabajos idénticos y al llegar a casa tienen que hacer las tareas del hogar: él prefiere la cocina, en la que es un manitas, y las reparaciones y ella la limpieza, fregado de loza, tendido y recogida de ropa, planchado, costura y demás. Cada uno hacía lo que más le apetecía. Más tarde, con los hijos pequeños, tuvieron incluso que contratar a alguien que hiciera esas tareas. Y cuando la ayuda ya no fue tan necesaria volvieron a sus ocupaciones naturales. Sus hijos, varones, han salido también muy buenos cocineros, de lo que se alegran bastante sus novias y suegros. Al más joven le ocurrió de pequeño algo curioso en el colegio: cuando dijo que su padre era el que cocinaba, los demás niños y la maestra se rieron y él se asombró de su ignorancia. Lo habían educado en la igualdad.
    Aquí no hubo nunca mandones ni mandados, ni papeles preestablecidos por cuestión de sexos; ella nunca se sintió obligada a cocinar ni se sintió culpable por no hacerlo, ni el sintió nunca como algo impuesto el hecho de cocinar en casa. Cada uno tenía sus habilidades.

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  4. ¿No dije que tengo una amiga muy lista y que sabe mandar (o convencer, que para el caso es lo mismo) con elegancia?


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  5. ¿Por ahí no hay nadie como yo, que no me gusta mandar ni que me manden? Seré un bicho raro

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  6. Eso del poder es muy relativo. Igual no nos gusta tener un cargo, ya sea en la política o en el trabajo, pero ¿de verdad hay alguien a quien, por ejemplo, dando clase o haciendo de madre o padre, no le gusta que lo obedezcan? Si es así, probablemente seas un bicho raro pero me pega que no. Un abrazo, Arista.

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  7. Sí, Jane, mandar para que te obedezcan es todo un arte. Tiene que parecer que no mandas, sino que pides. Que no es lo mismo que te digan:
    ¡Mira que te gusta mandar!, a esto otro, ¡Pides que parece que das !.
    Yo como lo primero no funcionaba mucho me fui por lo segundo y oye, resulta. El fin justifica los medios.

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  8. Muy buena precisión. Lo tendré en cuenta con lo de las cebollas: "Te voy a pedir, por favor, a ver si me puedes partir las cebollas en trocitos pequeñitos, tú que eres tan amañado..."

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  9. Perfecto, y con un poco de lisonja, miel sobre hojuelas.

    Ya me contarás resultados.

    ;)

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  10. Qué bien...y ahora descubro que soy una mandona.Pero eso de que me traigan el cafecito a la cama porque si no no puedo levantarme, nadie me lo quita, eh!
    Ese primer comentario te mató, jajaja a ver si puedes modificar los comentarios, que esa "niña" tuya un día te va a anestesiar las cebollas y a dormir se ha dicho!

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  11. Ay, Vivirenflorida, (o mejor, ay, mi querida Ade), lo del desayuno es una prerrogativa. Hoy, que es el día de la Mujer, qué menos ¿verdad?
    En casa tenemos repartidas las tareas. Mi marido hace los desayunos y la mayoría de las cenas. Yo, los almuerzos. Así nadie se queja y tan felices. Y los dos años en el que él estuvo jubilado y yo no, también me hacía la comida del mediodía. Eso sí, pollo con aceite, vino y unas hierbitas; o pescado, con aceite, vino y unas hierbitas; carne con aceite, vino y unas hierbitas... Muy variado no era, la verdad, pero no nos íbamos a quejar.
    Esta niña mía es mil veces más mandona que yo. Lo mío es más "organización" ;-D

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  12. Hola Isa;me identifico con las "madonas frustrada".Casi siempre tengo la sensación de que las personas que las mando no me entiende.así aunque es una frase que no me gusta ya que para ello mi expresión de peninsular se hace si es posible,más clara;pregunto de verdad me explicado con claridad y en ocasiones les pido que me repitan lo que acabó de mandar .De todas formas tiene que haber de todo.

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  13. Ay, Araceli, ¡cuántas veces dando clase me pasó algo por el estilo! Por eso, es mucho más cómodo ser una mandada...

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  14. En mi humilde opinión, creo que el arte está en mandar, pero eso si, dando siempre la sensación de que eres una mandada. Es un si como un no. Lo mismo que si un día te das cuenta de que la comida te ha quedado salada, pones la mejor de tus caras de inocencia y dices: Me ha quedado un poco desabrida, toma el salero... Yo eso lo practico mucho. El otro día mis hijos estaban en el jardín riéndose mucho y yo, cotilla como la que más "puse antenas" y oí que decía mi hijo mayor: ¿Se acuerdan cuando a mamá se le quemaba algo y nos decía que así, tostadito, estaba mejor? ¡Ay! ¡Llegan los tiempos en los que los hijos descubren nuestros más íntimos secretos!

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  15. ¡Qué sabia eres, Alejandrina! Estoy tomando apuntes para la próxima metedura de pata mía ¿Que plancho una camisa y la quemo haciéndole un agujero? La última moda, ni más ni menos...
    Buenísimo.

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