martes, 2 de marzo de 2010

Tres momentos de sinceridad




Primer momento: estoy con mis padres, muy pequeña, de visita en casa de Doña Benita, la hermana de un cura de La Palma. La señora me da una galleta y mi madre me dice, rápida: “¿Qué se le dice a Doña Benita?” y yo contesto: “¡Quiero más galletas!”.

Segundo momento, veintipico años después: voy paseando por la calle del Castillo, llevando a mi hija de 4 años de la mano. Nos cruzamos con una señora africana impresionante, de esas con pañuelo anudado en la cabeza, vestido largo multicolor y veinte collares al cuello. Sonríe a mi niña y le acaricia la cara. Entonces la niña, alarmada, me mira y me dice: “Mamá, esa señora marrón me tocó. ¿Tengo manchada la cara?”.

Tercer momento, hace dos domingos: vienen a comer mis hijos y nietos con mi consuegra, que es una cocinera estupenda con la que una quiere quedar bien. Mesa de tiros largos y, aparte, en otra mesita, aperitivos: jamón, queso, canapés de salmón… Mi nieta, nada más verlos, dice: “¡Qué bien, Aba! ¡Otra vez, comida de restos!”.

Hay una línea invisible que une estos tres momentos, desde mis ganas de galletas al alborozo de mi nieta por los restos, una línea de ingenuidad, sinceridad e inocencia. ¿En qué momento de nuestras vidas empezamos a cambiar y a no decir las cosas tal como las pensábamos? ¿En qué momento nos convertimos en políticamente correctos?

Ese momento en el que aprendimos a ser hipócritas, ese momento en el que supimos que no podíamos decir sin más a alguien “¡qué feo eres!”, ese momento en que ya no abochornamos a nuestras madres, ese momento… se llama educación.  

12 comentarios:

  1. Bueno... a veces no se llama educación, no te creas.

    Mis padres contaban mucho que una vez estaban en la aduana, volviendo de ¿Francia? y les preguntaron ¿Algo que declarar? ¿Han comprado tal y cuál? Y ellos, no, no.
    Y una de mis hermanas que era pequeña dijo
    - Sí, sí, hemos comprado esto y aquello.

    Y se tronchaban de la risa.

    Pues nunca he sabido qué gracia tenía la anécdota, la verdad, por una parte, te pasas la vida diciéndole a tus hijos que no mientan, y por otra quieres que lo hagan, nada más y nada menos que para hacer un chanchullo.

    Y vamos, que tampoco creo que fueran los únicos porque ¿A quién no le han obligado sus padres a decir que tiene menos años para no pagar en alguna parte?

    Y luego "no hay que mentir"... excepto para ahorrarse 4 euros.

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  2. Un momento de sinceridad más, con protagonista muy querido y popular, en estas tierras: el obispo D. Domingo Pérez Cáceres. Visita a la casa de unos amigos. Saluda a la familia y, como era muy cariñoso con los hijos de esos amigos, levanta en brazos, elevándolo a las alturas, al segundo de ellos, que tenía cuatro o cinco años. A este jovencito no debió gustarle mucho ese ascenso y, ni corto ni perezoso, le espeta al señor obispo: ¡¡Suéltame, tortolín...!!.
    Te puedes imaginar el sofoco, los apuros y el bochorno de los padres de la criatura. Todo acabó con las risas de D. Domingo y la puesta en tierra de tan osado infante. En casa, es de las anécdotas que más pasan de padres a hijos, a nietos y, supongo, que al resto de parentela que viene detrás.
    Bendita espontaneidad, bendita inocencia y ¡viva la educación!, que nos enseña prudencia y respeto, aunque sea a costa de no decir, siempre, lo que pensamos.

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  3. Se llama ademas de educacion, empatia...pensar que las palabras pueden hacer o mucho bien o mucho daño. Pensar que la verdad absoluta no existe, que mi verdad o la tuya no tienen por que ser iguales....
    "En la lengua consisten los mayores daños de la vida humana."
    "El Quijote" Miguel de Cervantes
    En cualquier caso, los niños son geniales!!
    Saludos!

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  4. Al hilo de lo que dice Loque, recuerdo, de pequeña, yendo al cine con mis tías, gritar indignada: "¡No, que tengo 10!", cuando ellas le decían al portero que la niña tenía 8 años. Dicen que los niños (y los borrachos) no mienten hasta que ven las ventajas del mentir: la prudencia y el respeto del que habla Cehachebé (entrañable la anécdota de Don Domingo), la empatía para no hacer daño que nombra Camino o el que no te castiguen por no haber dicho o hecho lo que los mayores querían. En eso consiste la socialización (o educación): no es cuestión, como a veces se ve en la telebasura, de llamar "tortolín" o cosas peores a los demás, aunque tengamos ganas de hacerlo.

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  5. Es que yo siempre he sido muy pulcra...

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  6. Eso es verdad, y muy tiquismiquis, también ;-D

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  7. Hola!
    Pues momentos de sinceridad infantiles me acuerdo de dos, uno de mi hermana y otro mio.
    En Castellón hace 25 años había muy poquitos negros. Un dia en el ascensor de un centro comercial que se llamaba Lemon subío con nosotras un señor negro. Mi hermana que tendría menos de 2 añitos miro al señor y después de dijo a mi madre " Mamá mira -señalando con su dedito al desconocido- un señor oscuro".......
    La otra ocurrencia fue mía y a casi ocasiona un conflicto bélico. Viviamos en una pequeña urbanización donde una de las vecinas era muuuuuy muuuuy pero que muy beata y muuuy pero que muuuuuy recatada. Debía tener ella unos 45 o 50 años (lo digo por aproximacion porque a mi edad todo lo que superaba los 12 años eran un anciano) y yo tendría unos 3 años. La susodicha señora tenía una costumbre que me desquiciaba. Siempre que me veia me sobeteaba y me decía cosas como "ayyyyy madre, si ya te han salido les mamelletes..." refiriendose a unas mollitas geneticas mias que tengo en (¿como se llamará esa parte del cuerpo)...en...en el pliegue de los brazos a la altura del pecho....
    El caso es que el día de autos yo llevaba un vaquero de talle bajo, y solo agacharme se me asomaba algo el culete. Estabamos en su casa tomando café con el resto de las vecinas y a la pobre mujer se le ocurrío tocarme el culete mientras hacía algún comentario de los suyos. Yo, harta como estaba de tantas intromisiones, grite un " Quitaaaaaaaaaaa lesbiaaaanaaaaaaaaaaaaaaa!". Madre mia que desastre, la señora Trini llorando sin parar, las demás vecinas tronchadas de risa por el suelo y mi madre sin saber donde meterse. Pero no volvió a las andadas. Jejeje.

    Saludos y perdón por esta biblia....jejeje.
    Marisol

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  8. No creas, hay a veces momentos en nuestras vidas con personas particularmente plastas que dan ganas de dar un parón. Pero, ay, la educación, la madurez, la tolerancia, el deseo de paz... todo eso nos hace poner buena cara y decir. "Je, je, muy amable", aunque nos toquen ¿cómo los llamaste? les mamelletes.

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  9. Jajajaja mi momento de sinceridad infantil: me daban miedo los asiaticos. MUCHO. LLORABA, señalaba, LLORABA DE NUEVO. Mi madre cuenta siempre que una vez la deje muy mal parada con ese miedo mio ... es que los niños son asi... (ahora me dan miedo las orcas, asi que no ofendo a nadie)

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  10. Calla, que a mí nieta de 7 meses le da miedo una señora que me ayuda en casa y que es un encanto. A la pobre le encantan los niños y, como mi nieta cada vez que la ve, se pone a berrear, ella pensaba que era porque estaba vestida de negro y la próxima vez vino de naranja, pero ni por esas. Es verla y lloro asegurado. Vete a saber de dónde vienen esas fobias...

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  11. La anécdota de la señora negra me ha recordado a una que me cuenta mi madre. En la zona de Mesa y López, donde vivía por aquella época, siempre ha habido mucha gente de fuera, y no era nada raro ver a personas negras. Pues al parecer, una de las primeras veces que me topé con una señora que mi madre describe casi tan impresionante como usted, insistí a grito pelado que quería morderla porque debía ser de chocolate.

    Hay una fina línea entre la hipocresía y la educación. Pero a fin de cuentas, es el precio de la civilización. Tampoco creo que no tener filtro sea equiparable a ser más honesto, porque si entendemos la honestidad como algo bueno y positivo, no tener límites no siempre lo es. Véase el famoso Dr. House con su eslogan de «brutalmente honesto». Más que honesto, yo diría «maleducado».

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  12. Estoy de acuerdo contigo, Fernando. No podríamos vivir sin filtros ni límites, el mundo sería un lugar insoportable. En un instituto en el que estaban unos amigos me contaron que hubo un profesor que decía a cualquiera que pasaba lo que pensaba de él. Al final terminó chiflado y aislado (y dado de baja) Lo de "calladito estás más guapo" es un buen consejo muchas veces.
    Me estuve riendo imaginándote a mordidas con la señora de chocolate :-D

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