Todos hemos conocido a personas mentirosas, tipo Don Pedro el Batatoso, aquel
personaje de “Las memorias de Pepe Monagas” de Pancho Guerra que, por ejemplo,
intentaba convencer al personal de que había cruzado una gallina con un loro y
la hija resultante, Mariquita la llamaba, hablaba que daba gusto verla.
Yo, por ejemplo, tuve un compañero de trabajo que, como se encontrara con
alguien ajeno al instituto, le contestaba al ¿cómo estás? (y lo digo con sus
palabras textuales): “De puta madre, tío. Oh, fíjate que me saqué 200 millones
en la lotería y he mandado las clases pal carajo…”. Y al día siguiente, allí
estaba como siempre en clase, explicando el complemento directo.
¿Por qué lo haría? ¿Querría ver las caras carcomidas de envidia? ¿Querría ver
como, nada más dejarlo, todos corrían desalados al lotero más cercano en busca
de la utopía?
Bien es verdad que, sin llegar a esos extremos, se tiende a maquillar la
realidad, aumentándola o disminuyéndola, como en el chiste aquel del que cuenta
que se encontró en un claro de la selva con 10 leones y, al final, después de
los “¡ya serán menos!”, termina reconociendo que, por lo menos, un olor a leones
sí que había.
O también se tergiversa o se interpreta la realidad de manera diferente según
quien la esté contando, como vemos en las manifestaciones a las que, según los
convocantes, van tropecientos millones y, según el poder de turno, tres
pelagatos.
O se inventan pasajes ajenos como propios, como hizo Andriu
en su blog con el episodio del argentino psicópata con el que engañó hasta a la
madre que lo parió. Yo misma, un suponer, si alguna vez me decidiera a escribir
mi autobiografía, no me iba a cortar ni un pelo. “Pero, Jane, si tú nunca has
estado en China ni fuiste al colegio con Letizia…” Ah, licencia poética que le
dicen.
O puede también pasar que todo el mundo mienta y que todos sepamos que
mienten, como en este pasaje de la novela que estoy leyendo ahora (“Un lugar
incierto” de Fred Vargas):
“- Su hija le tiene prohibido el alcohol y el tabaco. (Él) los esconde en
diferentes rincones entre los arbustos.
- Su hija lo sabe, claro.
- Claro.
- ¿Y él sabe que ella lo sabe?
- Claro.
- Así va el mundo, en la espiral del disimulo”
¿O será nuestra mirada la que engaña? La primera vez que sus amigos vieron a
Clinton como presidente electo, uno de ellos dijo: “Parece diferente”. Pero
otro, más sabio, respondió: “No, nosotros lo miramos diferente”.
A ver si lo que va a ser verdad es el cristal con que se mira del viejo dicho
y nunca sabremos cómo son realmente las cosas.
A ver si la verdad es un pez resbaladizo que, cuando lo vas a coger entre las
manos, se te escurre y te presenta otra faceta multicolor, un brillo nacarino
desconocido en sus escamas, mientras se aleja entre las olas.
A ver si va a ser verdad que mi compañero tenía millones de la lotería
guardados en el Banco y de lo que se reía era de nuestras caras creyéndolo un
mentiroso iluso y patético…
Muchas gracias por rememorar al ilustre Mr. Lombardi, Jane.
ResponderEliminarEfectivamente, la verdad es ese pez resbaladizo. Si Platón levantara la cabeza...
Estas ideas que comentas se me pasan por la cabeza cada vez más a menudo a raíz de la implantación de la TDT. Pongo Telemadrid, luego la Sexta, luego la tertulia de Intereconomía, luego CNN+...
En fin, apago la tele convencido de que el debate lo ganó Trasímaco.
Un fuerte abrazo.
Andriu.
mí me pasa lo mismo cada vez que oigo tertulias. Pero además está pasando, no sólo que lo justo sea lo que interesa al poder o a la cadena de turno, sino que además la mentira se convierte en algo útil, provechoso y de lo que enorgullecerse. Ahí tienes a ese personaje, Tommaso Debenedetti, que nos ha colado al mundo entero cerca de 80 entrevistas falsas a los personajes más famosos y, además, afirma, orgulloso, que le encanta "ser el campeón italiano de la mentira" . Nunca la verdad se cotizó tan bajo. Tienes razón, menos mal que el pobre Platón está bien enterrado.
ResponderEliminarYo también conocí a ese compañero tuyo pero a mí me dijo que se había jubilado por una manga que consiguió. De todas formas, era un tipo genial.
ResponderEliminarMentiroso y genial, así era. Una vez nos dio una charla basada en que había descubierto un manuscrito antiquísimo de unos monjes agustinos con un poema en el que se defendía el beber vino y el carpe diem. El manuscrito y su descubrimiento eran falsos, por supuesto, pero la charla fue estupenda.
ResponderEliminar¿Existirá mucha gente así? ¿Habrá "teorías" o "descubrimientos científicos" basados en datos falsos o invenciones, de los que estamos absolutamente convencidos?
Querida Jane, ¿y qué me dices del cristal con el que miran los políticos?. Mi pregunta tiene como origen experiencias personales y profesionales que, en otros tiempos, tuve que vivir.
ResponderEliminarFormé parte de un equipo de técnicos dirigidos por cargos políticos, que, en nuestra presencia, no se cortaban un pelo a la hora de contestar, con mentiras, a cuestiones planteadas por personas afectadas por aquellos temas. Nosotros no podíamos intervenir por razones obvias, pero yo, muy ingenua y confiada hasta entonces, dejé de creer para siempre en aquellos personajes.
No es mi intención meter en el mismo saco a todos los polílticos, pero me temo que el que no sea capaz de mentir sin movérsele un músculo, o se va por voluntad propia (también conozco alguno) o lo echan.
¿Será que el color de ese cristal a través del que miran, les exige actuar así?. Me encantaría encontrar alguna explicación que justificara estas conductas. Conductas, además, que pueden tener graves repercusiones y que no son mentiras piadosas, precisamente.
¿Podrías hacerme tú o alguno de tus fieles seguidores, alguna reflexión convincente para que yo pueda entender estos comportamientos?. En menudo brete les he puesto, ¿verdad?.
Si entendiéramos las razones por las que la gente miente, nos conoceríamos más los unos a los otros. Mark Twain decía que "nadie podría vivir con alguien que dijera la verdad de forma habitual" y terminaba "Por fortuna, ninguno de nosotros ha tenido nunca que hacerlo". Según él, todos mentimos y, si te fijas bien, así es: mentimos por educación, porque así nos han socializado (como ya dije en el post "Tres momentos de sinceridad"), también porque nos queremos mucho a nosotros mismos y no querríamos por nada quedar mal ante los demás. Mentimos porque a lo mejor así nos prestan más atención o porque tenemos mala memoria o porque existe una tendencia a embellecer las cosas que nos han pasado y llega un momento en que nos las creemos.
ResponderEliminar¿Por qué miente un político entre todas estas razones? Aunque no es privativo de la clase política, creo, supongo que la conveniencia sea la razón principal. El problema es que, al lado de este aspecto embaucador que tenemos los humanos, todos también necesitamos seguridades y tener confianza en que, si me dices o me prometes algo, es porque realmente así lo crees.
Es un tema tan complejo que todavía me asombra que, siendo tan distintos los individuos y persiguiendo generalmente nuestro propio beneficio, nos hayamos puesto de acuerdo para poder vivir en paz (relativa) dentro de una sociedad.
Estimada Jane: Lamento profundamente lo ocurrido con mi comentario anterior. No es mi intención invadir espacios ajenos. Ocurre que estoy afrontando serios inconvenientes con mi Ordenador (Computadora). Mi equipo no "quiere" reconocer cambios. Agradezco su comprensión.
ResponderEliminarEstimado Agroteide: lo de "invadir" era una broma, estoy segura de que a Tomás no le importa, pero, como yo soy medio analfabeta digital, se me hace más fácil responder teniendo delante el comentario. Pero no hay problema.
ResponderEliminarTiene razón con lo de que la gente que miente siempre termina enredada en sus explicaciones. Realmente es más fácil decir la verdad que mantener mucho tiempo una mentira, como esos impostores que se inventan un pasado, que si estuvo en tal guerra o en tal campo de concentración. Se les suele acabar descubriendo porque, como dice el refrán, se coge antes a un mentiroso que a un cojo.Detrás de esas mentiras puede haber un "no estoy de acuerdo con lo que soy y me invento un nuevo yo". Hasta pena nos dan porque reconocemos en ellos la inmadurez, lo que hacíamos de chicos cuando decíamos "ahora yo era el Capitán Trueno".
Otro caso es el de los que mienten por poder, sexo o dinero, las tres principales motivaciones de la falsedad. No es lícito mentir, en eso estoy de acuerdo con el Santo de hace sopocientos años (¿Santo Tomás?).
¿Y nos gusta que nos mientan? No sé, a mí me daría mucha rabia, prefiero saber la verdad.
Hola Jane. Arreglado el problema técnico de mi Ordenador (por los momentos). En efecto, en mi comentario anterior me refería a Santo Tomás. Estoy de acuerdo con sus planteamientos: Tarde o temprano, las mentiras se caen. Quiero ser muy honesto con Usted y decirle que arrastro una inmensa cargas de defectos pero entre ellos no se cuenta la mentira. Por ser sincero, a veces en extremo, he afrontado muchos incovenientes. Ocurre que a la gente no le gusta escuchar la Verdad Verdadera. Pregunto: ¿como voy a mentirle a un hijo? y lo que es peor, ¿como voy a mentirle a la persona con quien comparto mi vida?. Nada que ver. La mentira es una prisión de la que es necesario salir con la convicción de ser un abanderado de la verdad. La recompensa será la alegria de vivir en paz y armonía con los demás. A cuidarse llaman!
ResponderEliminarBueno, hay veces en que no te queda más remedio que mentir. Por ejemplo: ¿cómo le voy a decir al que me regaló el jarrón verde tornasolado por mi boda, que le costó seguramente un pastón y que me lo regala con toda la ilusión del mundo, que es un horror y que lo voy a esconder donde no lo vea? Si quiero vivir en armonía con él, diré "¡Muchísismas gracias! ¡Qué buen regalo!".
ResponderEliminarPero hay que amar la verdad en casi todos los demás aspectos de la vida. Fue otro filósofo, precedente e inspirador de Santo Tomás, Aristóteles, el que cuando se enfrentó a Platón dijo que los amigos son los amigos y son importantes pero que más importante es la verdad.
Otro problema, y eso ya sería adentrarnos en aguas más profundas, sería saber cuál es LA verdad (independiente de MI verdad o TU verdad)
Mi Anestesista, que no puede entrar a comentar en este blog por esas razones que tiene la informática y que yo ya renuncié a entender, me manda por otro conducto dos recomendaciones para este tema. Para la mentira la canción (casi cuento) de Silvio Rodríguez, "La primera mentira", y sobre la verdad, la novela de Javier Marías "Mañana en la batalla piensa en mí". Dejo aquí sus buenas sugerencias, como quien deja dos joyas al aire libre. Muchas gracias.
ResponderEliminarAmiga Jane, seguro que Usted no le dirá a su amigo que le regaló una birria de jarrón. Por favor...!. La diplomacia es el arte de decir mentiras que otros creen a rajatablas y quedar uno como todo un gran señor. Basta leer la prensa nacional o internacional para conocer los embustes (mentiras) más connotadas. Por ejemplo: BP -la petrolera- dice que acabará con el derrame de petróleo muy pronto. La noticia es verdad pero la mentira está en la indefinición del período "pronto". ¿Cuesta mucho decir la verdad?. Parece que a ellos, sí. A fin de cuentas y como Usted bien señala, lo mejor es no navegar en aguas profundas. A cuidarse llaman...!
ResponderEliminarNo, no, Agroteide, yo no digo que lo mejor sea no navegar en aguas profundas, digo que eso sería otro problema. De hecho en mi especialidad (filosofía) siempre he intentado llevar a mis alumnos a esas aguas profundas, aguas como aquellas en las que usted nada hoy. Por ejemplo, su amigo (el que le ponía los cuernos a la mujer y le decía que no) ¿es diplomático o mentiroso? O el utilizar términos relativos (pronto, guapo, largo, bueno, malo...) ¿debería estar prohibido por la moral puesto que rara vez se ajustan a una verdad universal? A ver si va a ser que lo que nos traiciona es el lenguaje y que, por culpa de él, nunca vamos a poder ser sinceros del todo...
ResponderEliminarEn verdad Jane, muchas veces navegamos en aguas profundas y a bordo de embarcaciones con innumerables huecos. La lógica más elemental indica que debemos surtirnos de una enorme cantidad de tapones con la finalidad de disminuír la probabilidad de naufragar. Y..., mire Usted por donde la Filosofía y la Agronomía se acompañan. A mi entender tiene mucho de filosófico aquello de enterrar una semilla en el surco, verla germinar y luego crecer y dar abundante cosecha. ¿absurdo?, no lo creo. Pregunten a cualquier agricultor por la cantidad de plegarias, ruegos y promesas que hace por el bien de su siembra y verán en ello, todo un compendío de Filosofía Aplicada a la Agricultura, asignatura que debería ser de obligatorio dictado en las Facultades respectivas.
ResponderEliminarSugiero leer Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida, gran obra de Don Andrés Bello.
P.D. Realmente mi amigo es un soberano mentiroso, a tal punto que es conocido entre sus allegados con el remoquete de Mentira Fresca.
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ResponderEliminarAunque la Filosofía no se casa bien con plegarias, ruegos o promesas (más bien con la razón), sí estoy totalmente de acuerdo en que el crecimiento de un vegetal, desde su semilla hasta el fruto y la muerte, pasando por sus épocas de esplendor y decadencia, encierra toda una lección de filosofía, muy cercana a la vida humana.
ResponderEliminarYo, por si acaso, un par de mañanas de la semana me estoy dedicando a pasear, podar, limpiar, meditar y recoger frutas, verduras y flores en la huerta y el jardín. Y, aparte de filosófico, es también un trabajo muy placentero.
Apunto la sugerencia. No dude que la leeré.