El martes pasado nos fuimos en plan chicas –mi hija, mi hermana, mi sobrina, mi prima y yo- a oír a una de mis periodistas preferidas, Nieves Concostrina, que nos divirtió durante una hora y pico con sus “Epitafios, entre el lamento y el sarcasmo”. Para los que hemos leído sus libros y escuchado sus programas, era encontrarnos y ponerle cara a un miembro de la familia que, además, no nos defraudó: lucidez y sentido del humor a manos llenas.
La había escuchado hablar el sábado anterior en el programa “No es un día
cualquiera” de las momias guanches y del pifostio que siempre se arma con todas
las momias que, repartidas por todo el mundo, son luego objeto de disputa y
desmembramiento; y por allá aparece una cabeza y por aquí una tibia, y esta
momia no se va de aquí porque hace bonito y que no, que es mía, porque dónde se
ha visto un guanche fuera de su tierra.
A mí el tema me interesa porque yo tengo tratos con una momia, la de mi
Instituto, el Canarias Cabrera Pinto, a la que también a veces han querido
llevarse, lo cual ha levantado pasiones entre el claustro de profesores: “¡¡¡No
sin mi momia!!!”. Mi Instituto cuenta con un Museo de Historia Natural, con un
Gabinete de Física y Química, con una Sala de Grabados… que se han montado en
parte gracias al empeño de muchos profesores que dedicaron muchas horas de su
tiempo libre durante años a limpiar y clasificar todo el material de siglos
anteriores que estaba desordenado y metido en cajas al buen tuntún en un
almacén.
Yo, como coordinadora de la Biblioteca, me iba allí muchas mañanas con mi
desayuno a desempolvar y catalogar los libros del Fondo Antiguo. Y una vez
descubrí que el cajón sobre el que ponía siempre mi bocata de queso y mi
refresco contenía la momia. Eso crea vínculos: una momia sobre la que una ha
desayunado se convierte en una amiga íntima. A partir de entonces no le puse ni
un lápiz encima (que un respetito es muy bonito) y, en el silencio de aquel
almacén, mientras hojeaba algún libro del siglo XVI, siempre me sentí acompañada
por mi momia. Alguna vez creo que hasta le hablé.
Las momias también tienen su lenguaje. Podemos saber de ellas su edad, su
sexo, su alimentación, de qué murió… Mi momia fue una mujer (en el Instituto
todos la llaman Candelaria), a la que, en su cueva natal, le encantaban los
tallos de helecho (aunque yo le decía que eso era porque no había probado el
bacalao a la vizcaína). Sabemos que vino al Instituto hace casi 2 siglos porque
Sabino Berthelot la nombra allá por 1825, diciendo, con una notable falta de
respeto, que eran “restos guanches apolillados”. Ahora ya está cómodamente
instalada, siendo la “estrella” entre varios cráneos, en una coqueta Sala de
Antropología, adonde llega el perfume del azahar y de las camelias blancas del
Claustro y los sones de las campanas del reloj de la Torre.
Todas las momias guanches se han hallado en cuevas de los barrancos y
montañas de la isla. Pasé la Noche de San Juan, celebrando el solsticio de
verano con romería y hoguera incluidas, en una finca a los pies de las montañas
de Anaga. El dueño de la finca me contó que arriba en la montaña había cuevas de
difícil acceso en las que sus antepasados habían encontrado huesos y vasijas de
cerámica de los guanches.
Quise pensar, entonces, que quizás allí quedaba todavía alguna cueva
escondida y semitapiada, a la que llegaran, amortiguados, el cántico de los
romeros y el humo de las hogueras; y que en ella, en su fondo fresco y oscuro,
tal vez todavía repose una momia guanche, intacta, sin que nadie se dispute sus
huesos, o le meriende encime, o la llame apolillada. Una momia serena y
tranquila que, contemplándonos desde lo alto, duerma un sueño de siglos.
Y en la noche tibia de junio, alcé un vaso de vino y brindé por ella, y por
Candelaria, y por todas las momias, que alguna vez anduvieron, con la dignidad
de seres humanos, por los senderos de la isla.
(En las fotos, Candelaria en su salita, el claustro de mi Instituto desde
la puerta de la Sala de Antropología, y la montaña sobre la finca "El
Cascajal")
Interesante artículo!!!! cualquier día nos vamos a descubrir guanches juntas!!! y gracias que hay personas como tú ,que sacan del olvido las maravillas que existen en el Cabrera Pinto!!!!
ResponderEliminarEl que sea el instituto más antiguo de Canarias hace que esté lleno de tesoros, empezando por el claustro, que es precioso, y terminando con los museos, que vale la pena visitar. Pero lo mejor que tiene es la "querencia" que despierta en todos los que han pasado por allí. Hay unos versos del poeta Guillermo Perera que hablan de eso y que todos nos sabemos:
Eliminar"Yo no sé qué atracciones tiene esta casa
que aquel que la ha vivido nunca la olvida..."
Un beso, Cucho, y cuenta conmigo para esa excursíón tipo Dora la Exploradora.
Si fuera momia alguna vez preferiría que me dejaran en mi cuevita con un ramo de tallos de helecho (o mejor tu bocata de queso) a mano, por si acaso, escuchando de vez en cuando las voces de los que celebran fiestas en los alrededores. Pero antes de amojamarnos vamos a disfrutar todo lo que podamos en vivo.
ResponderEliminarAy, sí, totalmente de acuerdo contigo en todo. Un rinconcito allá en lo alto desde donde mirar el mundo y sus tonterías. Allí arriba no llega ni la prima de riesgo, ni los telediarios, ni los piques entre pueblos, ni las guerras, ni las peleas domésticas... Sólo paz, el canto de algún guirre, y allá enfrente el mar ¿Qué mejor eternidad?
EliminarY, mientras llega el amojamamiento, unas buenas parranditas con los amigos...
Tendremos que organizar una paseo por esas cuevas de Anaga, guiados por "Soti el grande" para ver, si por casualidad, encontramos una momia, o una buena compañia aderezada con un poco de vino.
ResponderEliminarViva "EL CARCAJAL"..ups!!!, perdón, "EL CASCAJAL" y todos sus romeros.
El Cascajal es otra historia. Y lo de su Virgen y la romería correspondiente, con los cánticos, la oda, los romeros vestidos de blanco, la piedra llamada betilo... todo eso se merece un post más adelante para él solito. Y, entretanto, no sé yo si podré encaramarme a esas alturas en busca de cuevas escondidas, pero sí que me apunto a lo 2º, a la buena compañía aderezada con vino (o con un poco de cochino negro). Un abrazo.
EliminarAños sin pasar por el Cabrera. Muchos más años desde que vi por primera vez la momia del instituto en una vitrina en la zona antigua del mismo, y un artículo que le dediqué en el periódico que hacíamos con Manuela Álvarez. Sin duda está en mejor sitio que cuando nos encontramos por primera vez. Qué suerte los que vivimos en La Laguna y pasamos por el Cabrera. Qué suerte que haya existido Don Agustín Cabrera y los que como él intentaron enriquecer el conocimiento y el patrimonio del centro. Y qué suerte tener profes como tú, Isabel. Muchos besos.
ResponderEliminar¡Qué alegría verte por aquí después de tantos años! Más de 20 desde que también tuve la suerte de tenerte como alumno. ¿Te acuerdas de los juicios a Marx y a Nietzsche, que levantaban pasiones? Sería estupendo que también te acordaras de lo que escribiste sobre la momia en el periódico del centro.
EliminarY tienes toda la razón en que fue una suerte que haya estado en el instituto Agustín Cabrera, profesor de ciencias y naturalista, que estuvo al frente del Museo Natural desde 1909 hasta el 48 en que se jubiló. Al museo, que lleva con toda justicia su nombre, lo recordarás por su ornitorrinco, su orangután, su ñandú, sus minerales y mariposas... Y también está el Salón de Actos con el Prado disperso, y el Gabinete de Física y Química y la Sala de grabados, en la que hay hasta uno de Goya... Creo que merece la pena que vuelvas a tus raíces y te des una vuelta por allí, aunque sea para sentarte un ratito en el poyo del Claustro y, de paso, visitar a nuestra Candelaria.
Un abrazo fuerte.
¡Qué bueno que exista gente como tú apostando por lo nuestro y dando un poco de cordura a este mundo loco! De excursión no te puedo acompañar pero a ese brindis me sumo para que cada uno descanse en donde debe. TQM.
ResponderEliminarGracias, mi niña. Yo creo que sobre todo hay que apostar por el ser humano y su dignidad, por las personas que trabajan, aman y son buena gente. Y que brindan por lo que hay que brindar en buena compañía. Un beso grande.
EliminarEnhorabuena por este estupendo post. Desde que llegue de Eslovenia, me apunto a la excursión en busca de restos guanches. Cuenten conmigo. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias, Tona, tú siempre sin parar la pata. Aunque después de haber pateado los Alpes Julianos y los Montes Karavanke y haber estado en Ljubljana y su Puente de los Dragones, igual te parece poco una caminadita por Anaga. Pero te esperaremos. Restos guanches a lo mejor, no, pero canarios de ahora con ganas de marcha te aseguro que encontrarás.
EliminarA mí no me gustan las momias. Una momia está aprisionada, esclava de su identidad, sin posibilidad de ser otra cosa. Es lo que sus coetáneos decidieron, aun cuando ellos pensaron en su permanencia. Pienso que la persona debe aspirar a que, cuando deje la vestidura que ha llevado durante todo este tiempo, se incorpore lo más pronto posible a la naturaleza, a la multiplicidad de cosas que existen y llegue así a ser, como decía Sagan, "polvo de estrellas".
ResponderEliminarA mí tampoco me gustaría que mi gente me convirtiera en una momia, por más simpatía que le tengamos a Candelaria. Y estoy totalmente de acuerdo contigo en que nuestra eternidad sea esa vuelta a la totalidad (de la que ya hablaba Aristóteles), dicha además muy poéticamente por ti con ese "polvo de estrellas" de Sagan (mi marido tiene la misma teoría que tú pero convirtiéndonos en un bubango, que no se puede comparar)
EliminarMe hiciste recordar el libro "Cosmos" y ese final tan sugerente que tiene: "Porque nosotros somos la encarnación local de Cosmos que ha crecido hasta tener consciencia de sí. Hemos empezado a contemplar nuestros orígenes: sustancia estelar que medita sobre las estrellas (...) Nosotros hablamos en nombre de la Tierra. Debemos nuestra obligación de sobrevivir no sólo a nosotros sino también a este Cosmos, antiguo y vasto, del cual procedemos."
¿Sabes que en el Museo de Arqueología de Madrid (donde alguna vez en la vida terminarán las obras) hay una falsa momia, es decir, un tablón vendado para despistar a los ladrones de tumba? La radiografía que está al lado da fe de ello, aunque por fuera parezca una momia.
ResponderEliminarEn cambio, en las momias guanches no podía haber trampa ni cartón. Las pobres (por lo menos las que yo he visto) asoman las canillas, como si quisieran abrigarse con toquillas demasiado cortas. Se ve que no tenían riquezas que tentaran a los ladrones de tumbas...
EliminarMe ha gustado mucho el post, Isabel Duque Fernández, como siempre. :-) Abrazo!
ResponderEliminarGracias, Desirée. Me acuerdo que cuando lo escribí, hace 4 años, me di una vuelta por el Instituto para ver la nueva ubicación de "Candelaria". Y me encantó ya verla en su nuevo aposento, brillando como la joya de la corona, y no metida en una caja donde cualquier profesora podría poner su desayuno. Creo que se lo debía a la pobre momia :-D
EliminarUn abrazo.
La de momias que tenemos por ahí desperdigadas... fuerte coraje!!! :( Magnífico el post!
ResponderEliminarFíjate, Gladys, qué casualidad. El sábado precisamente hablaron en El País de una momia guanche que hay en el museo Arqueológico de Madrid. La pasearon en un camión frigorífico y la llevaron con 3 momias egipcias más al Hospital Universitario Quirónsalud Madrid, pionero en España en el estudio de las momias. La momia guanche es un hombre de 1,70 de estatura (llamémosle Candelario) y los escáneres hechos van a permitir conocer detalles de su fisonomía, causas de la muerte, enfermedades, hábitos de vida... ¡Hay que
Eliminarver!
Gracias y un abrazo.
. 1,70... era alto!!! ;)
EliminarLeo que la altura media de los varones fue 1,71 cm y 1,58 para las mujeres. Una altura superior a los europeos de la época (los castellanos tenían una media de 1,60 cm.). Algunos huesos estudiados pudieron ser de individuos de hasta 1,80 cm.
EliminarAlonso de Espinosa dice de los guanches: "Esta gente era de muy buenas y perfectas facciones de rostro y disposición de cuerpo; eran de alta estatura y de miembros proporcionados a ella". Así que mira por dónde, fuimos altos, fuertes y guapos.
JEJEJE... yo me quedé chica... 1,62 y dando gracias...!
EliminarYo, la última vez que me medí hace tropecientos años, 1,67. Igual ahora he menguado. Pero, por lo menos, no medimos menos que las guanchas. La raza no ha ido para atrás.
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