Modesto y Eutimio eran amigos desde chicos,
desde que recibían coscorrones en la clase del Maestro Cándido. Descalzos,
corrieron entre las atarjeas, y, calzados, hicieron juntos la primera comunión
en la iglesia de Montserrat. Y de galletones siguieron siendo amigos,
compartiendo la afición por los libros y por el descubrimiento de los primeros
amores.
Eutimio, un año mayor, andaba enamorado de
Bonosa, una chica de Barlovento que venía de vez en cuando al pueblo y que tenía
unos ojos grandes y oscuros y un andar resuelto. Eutimio no se encogía y le decía
algún piropo al pasar, que ella recibía como una reina, y hasta se decidió a
mandarle cartas por un primo de un amigo que la conocía. Pero no pasó nada, salvo alguna mirada, hasta que un día recibió una nota de Bonosa con una letra grande e infantil. Lo
citaba en La Alameda
a una hora temprana de la tarde, hora que a él le pareció muy apropiada porque
todavía no estarían cotilleando las mujeres en la ventana de Doña Bienvenida ni
habría parejas “trillando la cebada” en la Plaza.
Ese día se vistió de punta en blanco y,
nervioso, llegó media hora antes a la cita. Y esperó, esperó y esperó horas
pero ella no llegó. Eutimio era gallito y fácil de enfadar y se fue, ya
anochecido, a su casa mascullando por todo el camino que “qué se habrá creído
la firringalla esa, tomarme el pelo a mí… Y menos mal que nadie se enteró
porque si me hubieran visto allí, como un pasmarote…”. Y desde ese momento
decidió curarse de Bonosa.
Eutimio y Modesto se fueron pronto a la
ciudad a hacer el Bachillerato y, después, a Tenerife a hacer la carrera. Cada uno
se casó y tuvo hijos, y la casualidad hizo que trabajaran los dos en el mismo
Instituto en La Laguna. Y ,
cuando le llegó a Eutimio la jubilación, el encargado de decirle el discurso de
despedida fue Modesto, su amigo de siempre, que contó a los que estaban
presentes lo buen profesor y buena persona que era, y cómo lo iba a echar de
menos en el año que le quedaba a él. Y, cuando iba a terminar, mientras
repasaba viejos tiempos, le dice, allí delante de familia, profesores, amigos y
alumnos: “Y, por cierto, ¿te acuerdas de Bonosa, aquella chica que te citó en La Alameda y que luego no
apareció y te dio plantón? Pues realmente ella no te citó. Fuimos nosotros, los
amigos, los que te escribimos la carta y los que estábamos escondidos detrás de
la esquina, muertos de risa al ver cómo te ibas calentando”.
Eutimio no se enfadó ¿Cómo se iba a enfadar
después de lo que habían vivido juntos? Al contrario, rió con los demás, haciéndole
gracia incluso que su amigo hubiera esperado más de 50 años para decírselo
precisamente en ese momento.
Pero, después de eso, más de una noche se
encontró recordando la mirada doliente que, cuando él pasaba altanero por su
lado, hacía ya tantísimo tiempo, aparecía en el dulce y desconcertado rostro de
Bonosa.
(La foto, hecha por mi amigo saucero Jesús, es de un rincón de La Alameda, donde se citaron Eutimio y Bonosa. Detrás, está la iglesia de Nuestra Señora de Montserrat)
(La foto, hecha por mi amigo saucero Jesús, es de un rincón de La Alameda, donde se citaron Eutimio y Bonosa. Detrás, está la iglesia de Nuestra Señora de Montserrat)
Pues pobre Eutimio, y pobre Bonosa. Y vaya sentido del humor que francamente no entiendo.
ResponderEliminarA mí me contó una persona humana, que siendo jovenzuela, tonteaba con un chico, y un día quedaron "En la Plaza X a las siete de la tarde".
Ella se lo contó a sus compañeras de trabajo, emocionada. Pero cuando llegó a la cita, él no estaba.
Después se enteró de que una de sus compañeras, estuvo ahí antes de la hora, y en cuánto vio aparecer al chico, le dijo que venía a decirle que la otra no podía ir a la cita, y que por qué no se iban juntos a tomar algo...
¡Qué bruja! Yo le mandaba una maldición.
ResponderEliminarPero el caso de Eutimio y Bonosa no es igual. Por parte de ella no había nada, tal vez solamente una mirada en la que se atisbara un futuro. Y por parte de él un enamoramiento platónico ¿Qué conocía de Bonosa? Ni siquiera la letra.
Pero también es verdad que muchas parejas y muchos futuros no han llegado a realizarse por detalles nimios, por intromisiones de otras personas que, como dices, maldita la gracia que tienen. Pero tendrían 15 años y a esas edades la vida no se toma demasiado en serio ni muchas veces se miden las consecuencias de lo que hacemos.
Eso de reírse y no tomarse a mal una broma pesada dice mucho de una persona. Para mí, dice, sobre todas las cosas, que tiene que ser una persona bondadosa. Dispuesta, incluso, a no enfadarse cuando se lo dicen ¡¡50 años!! después.
ResponderEliminarA mí me encantan las bromas (las pesadas, no), pero me parece que con lo que no entraría es conque se me dijeran tanto tiempo más tarde. Preferiría no saberlo, aunque quedara como tonta por no haberme enterado.
La historia la disculpo por lo de los 15 años, pero quizá habría que enseñar a los jóvenes a que no se burlen, ni siquiera, de los amigos y, mucho menos, cuando se trata de temas del corazón. Además, ¿quién sabe si frustraron una verdadera historia de amor?.
Bonita historia, por el entorno en que se desarrolla y por la cantidad de detalles que te hacen revivir momentos de tu propia vida, esas ventanas vigilantes tan propias de esos tiempos en cualquier entorno de nuestros años de juventud, esos personajes que "TANTO" se preocupaban de nuestro buen nombre y el de las familias....las primeras en ser informadas..."esta juventud"...sin embargo historias un poco crueles que en muchos casos, causaron malos ratos a los que daban demasiada importancia depende a qué comentarios y a esas "bromas" que no siempre causaban el mismo efecto....Nos gustó mucho tu historia, gracias por compartirla...esperaramos que de tu "pluma" salgan muchas más y algún día todas juntas formen parte de tu primer libro, un abrazo Jesús y Lucy. Próxima cita al pie de la cascada de los Tilos o contemplando el mar en nuestra costa.
ResponderEliminarCehachebé, hay en el temperamento saucero una socarronería y una predisposición a la broma y a la quintada que es tan típica del lugar como el queso de almendra. Te dicen tan serios la noticia más descabellada que no te queda más remedio que creerla. Y, si no te das cuenta, pueden pasar, como en esta ocasión, hasta 50 años sin decirte la verdad. Suelen ser actos sin malicia, por divertirse, por verte la cara, por pasar el rato...
ResponderEliminarY, como no sabemos las vueltas que la vida va a tomar, igual los amigos le hicieron a Eutimio más un bien que un mal. A lo mejor Bonosa fue una mujer egoísta y gritona y lo hubiera hecho desgraciado. En cambio, fue un hombre feliz con una larga familia, al que le encantaba cantar en las juergas con los amigos. Por eso, como decía aquella canción de nuestros tiempos, la vida hay que tomarla como viene.
Queridos Jesús y Lucy, me está entrando estos últimos días una nostalgia enorme de Los Sauces, a donde no voy desde hace unos 10 años. Fíjense que todavía no estaba hecho ese puente precioso y enorme que tantas curvas y tiempo les habrá ahorrado. Así que estoy intentando desenredarme de cosas para poder ir unos días a reencontrarme con las raíces.
ResponderEliminarEcho de menos Los Tilos, el Charco, la Alameda, La Calzada... hasta la ventana de Bienvenida, ahora de Antonita, donde, de niña, oía las historias que las mujeres de la familia contaban mientras bordaban manteles y dotes enteras (y mientras repasaban quién estaba con quién en la Plaza).
Un abrazo y espero verlos pronto.
Los pueblos pequeños siempre acumulan historias y anécdotas que se perderían en el anonimato de las grandes ciudades. Yo estoy en uno de ellos y me viene a la memoria la santera que curaba a los animales rezandoles a un trozo de pelo del animal enfermo. Un amigo nuestro, que de pequeño era un trasto, le llevo los pelos de un trozo de brocha vieja y le dijo que era de la cabra de su padre. La mujer miraba la muestra y decía -!que enferma esta la cabra de domingo ! Y hale a echarle rezados..lo que no se es si la brocha revivió
ResponderEliminar¡Qué anécdota más buena! A mí también me llamaron para un rezado una vez en Los Sauces. Era para un mal de ojo y no se lo podía hacer nadie de la familia. Fue muy emocionante (yo tendría 15 años) verme en plan santera. Tampoco sé si se le quitó el mal de ojo, pero si fue así, seguro que no fue por mis mañas.
ResponderEliminarEl pobre Eutimio...
ResponderEliminarNos hace pensar, Gladys, en que ha habido grandes amores que nunca lo fueron por culpa de una bobería, de un despiste, o de un engaño, como en este caso. No hay más que mirar a Romeo y Julieta, otro amor malogrado casi cuando empezaba y todo por una carta que no llega a tiempo. Ay, pobre Eutimio, pobre Romeo, pobre Julieta, pobre Bonosa...
EliminarDe esos amores quién no tuvo? A más de uno dejamos algunas con el corazón roto... y nos dejaron con él...!
EliminarEs verdad, Gladys, aquellas primeras lágrimas por un amor contrariado formaban parte de la adolescencia, igual que los desaires a pretendientes tenaces. Pero los corazones rotos en esos momentos se recomponían maravillosamente al cabo de un par de semanas ¡Bendita juventud!
EliminarEsa historia la desarrollas un poco y tienes un relato en toda regla.
ResponderEliminarCrecí, Pompeyo, oyendo historias de Los Sauces, el pueblo de donde procede mi familia. Estas historias eran para mí casi cuentos que yo oía embelesada (muchas veces cuando los mayores no se daban cuenta de que allí estaba yo, de "ropa tendida") y que ahora, en el blog, he agrupado bajo la etiqueta "Historias de Los Sauces". He escrito 10 (esta fue la primera hace 4 años) y pienso que sí, que todas podrían ser perfectamente un cuento corto (o un cuento un poco más largo, desarrollándolo más, como dices). Por lo menos, yo los viví así, como cuentos, en aquel entonces.
EliminarQué casualidad, mi abuelo se llamaba Eutimio y era de Los Sauces. Un saludo Isabel!
ResponderEliminarEn todas estas historias de Los Sauces, Malen, he puesto nombres falsos (menos en algunos casos, como cuando hablé de los nombretes, que son archiconocidos y no tenía sentido empezar a inventarme nombres). Lo he hecho porque todavía puede haber alguien vivo de los que nombro y, al no poder pedirle permiso, lo disfrazo. El que llamo Eutimio (un nombre muy palmero) murió hace años. Sin embargo el que llamo Modesto vive todavía en La Laguna y sigue conservando esa sorna que le era tan típica. Tú lo conociste seguramente.
EliminarUn abrazo.
El nombre del maestro también es falso....
EliminarNo, Marilu. Sólo son falsos los nombres de los dos protagonistas. El maestro Cándido y Doña Bienvenida y su ventana sobre la plaza son reales, sobre todo porque son (o eran, los dos murieron hace mucho tiempo) dos instituciones en Los Sauces. El Maestro Cándido fue Cándido Marante, que enseñó a generaciones enteras de sauceros, por lo que tiene un busto en La Alameda y el Instituto de Los Sauces lleva su nombre. Fue tío abuelo mío y yo le tenía un miedo atroz porque cada vez que en los veranos iba a Los Sauces me hacía un examen.
EliminarDoña Bienvenida tenía una venta en la Plaza y vivía en el mismo edificio, en el piso alto. Por las tardes en su ventana se reunían a bordar un montón de mujeres y allí, con una visión privilegiada sobre todos lo que pasaban por la plaza y la Alameda, se contaban miles de historias que yo escuché de pequeña (era tía de mis primos, de modo que para mí fue siempre tía Bienvenida) y que, desgraciadamente, he olvidado en su mayoría. Aunque alguna vendrá a estas Historias de Los Sauces...
Un sentido del humor bastante retorcido...
ResponderEliminarEl del amigo, claro.
Parece haber, Victoria, en sitios pequeños (por lo menos, yo lo he visto más en pueblos) ese tipo de humor en el que muchos van a hacerle la jugada a uno de ellos. Sólo les importa las risas a costa del otro, no los perjuicios que le puedan hacer. Y los perjudicados se lo toman con humor porque ellos también lo hacen a los demás en otras ocasiones.
EliminarEs ese humor que Gila parodió cuando hablaba de las fiestas de su pueblo y del petardo que le pusieron a uno y que lo hizo pedazos. Cuando la madre protestó, le dijeron: "Pues el que no tenga sentido del humor, que se vaya de este pueblo".
En descargo de los sauceros, eran jóvenes y tal vez sabían que no estaban causándole una desgracia irreparable. Pero, aún así, maldita la gracia...