Hace poco, en una charla con los amigos, hablando del racismo, una de
mis amigas me preguntó que cuántos
amigos de otras razas tenía yo. Aunque me he pasado toda la vida –en mis clases
de ética y de filosofía, en la educación de mis hijos, en mi trato con los
demás- defendiendo que las características externas no son lo importante en las
personas y que, aunque hayas nacido y te hayas criado en medio de la selva
tropical, son más las cosas que nos unen que las que nos diferencian, no me había
parado nunca a pensar en esa pregunta (yo misma me considera producto del cruce de muchas razas), y me vi después repasando mi vida y haciendo
un ejercicio de análisis para separar, por sus características étnicas, a los
amigos que he tenido.
Y, aunque en principio pensé en unas pocas personas –después de todo,
nuestras ciudades no son multirraciales como lo son las grandes urbes
americanas o europeas-, me vi de pronto recordando a muchas más: las niñas
libanesas e hindúes del colegio –mi dulce Layu, y Moni, que era buenísima
jugando al baloncesto-; Miguel, el niño guineano amigo de mi hermano que me
escribía a los 13 años poemas de amor y que años después me saludó con un
abrazo en un encuentro en la calle y me comentó, dolido, que no le querían dar
la nacionalidad española; Mirta, la boliviana, mitad india mitad blanca que, cada
vez que se encontraba con las colombianas en el Colegio Mayor, les decía
“¡Devuélvannos el mar!”; Sara, la negra haitiana de ojos azules; el Nica (por
nicaragüense), mi amable compañero de clase; Chilikingas, el Chili, este sí un
indio puro, al que nunca vi de mal
humor; sobre todo, María, mi amiga dominicana, negra, grande y efusiva, que
estuvo invitada en mi casa un verano y que me dejó el recuerdo de su enorme
sonrisa y el regalo de un colgante de ámbar, la piedra de su país. Y después también
pensé en la cantidad de alumnos –negros, árabes, hindúes, judíos…- que han pasado por mis clases y hablaban, sin extremismos, de sus hábitos e ideas religiosas y filosóficas y, de paso,
enriquecían y ampliaban los horizontes del resto de la clase.
Pero nunca –ahora me doy cuenta- nos vimos, ni yo a ellos ni ellos a
mí, como seres de distinta raza sino como personas, distintas, sí, en carácter,
rarezas, costumbres y majaderías, pero coincidiendo en otras cosas, como
gustos, ideas políticas, hobbies y hasta catarros.
La historia de la humanidad, sin embargo, ha sido muchas veces la
historia de guerras entre personas que se veían diferentes. He llorado, atónita
muchas veces por la crueldad de los hombres, en las sinagogas judías que
recuerdan el Holocausto y en la casa de Ana Frank. Me asombra y asusta el odio
racial que hace que no te importe matar a inocentes (o a culpables). No me
gusta oír decir el “nosotros” frente a “ellos”. Creo que los estereotipos y
generalizaciones (“los árabes son taimados”, “los catalanes son agarrados”…)
son peligrosos. He leído mucho sobre las distintas culturas para tratar de
entenderlas y no admito que hay pueblos mejores ni peores porque, a la hora de
hacer burradas, todos los pueblos son iguales. Y soy consciente de que nuestro
lenguaje tiene matices racistas. No hay más que ver el significado negativo de
la palabra “negro” (“me tienes negro”) frente a “blanco”, patente estos días,
sin ir más lejos, en las fumatas de la elección del Papa: humo negro, ooooh,
decepción general; humo blanco, hala, a repicar campanas.
A pesar de este panorama, es esperanzador que haya candidatos o
dirigentes negros en países de mayoría blanca (o al revés) o que se haya planteado la
posibilidad de un Papa de otra raza, porque eso indica que lo que importa es la
capacidad de gobernar. Es esperanzador un programa como el Erasmus (que se quieren
cargar, por cierto) o ver que mis hijos y mis sobrinos tienen amigos de los que
sabemos que son japoneses o senegaleses después de conocerlos, no por lo que
nos cuentan de ellos.
Como dijo un director de orquesta a otro que decía que él no era
racista porque en su orquesta había admitido a muchos judíos: “La diferencia
entre tú y yo es que yo no sé la etnia de nadie de mi orquesta. Lo que me
importa es que sean buenos músicos”.
El humo es humo y proviene del fuego, sea cual sea su color.
Interesante pregunta la que te hizo tu amiga y muy buenas tus reflexiones a raíz de ella y, ambas, me llevan a recordar, que como tú, también tuve compañeras hindúes en el Colegio: las hermanas Vina y Shoba, tan disciplinadas que asistían, con el máximo respeto, a los actos religiosos católicos, sin ellas serlo; Layu, inteligente y rápida en el baloncesto y otras más que, por sus complicados nombres, para nosotros, soy incapaz de recuperar.
ResponderEliminarComo alumnos, la variedad fue mucha, tanto en mi paso por la enseñanza privada: judíos e hindúes, sobre todo, como en la pública: bolivianos, urugüayos, colombianos y una pareja de hermanos, negros como la noche, procedentes de Sierra Leona. Siempre me alegró contar con alguno, en los grupos de clase, porque sabía que todos íbamos a enriquecernos con su presencia. Aquel intercambio contribuía a educarnos mejor en aceptar a los que tenían un color de piel diferente, pero que sentían y actuaban, ante las diferentes situaciones de aula, de igual modo que el resto. Incluso, en muchas ocasiones, con más solvencia.
No tuve la suerte que tuviste tú, en cuanto a haber convivido con compañeros de estudios. Como bien dices, las oportunidades son mayores en las grandes urbes y yo, que me quedé en ésta mucho más pequeña, no dispuse de ellas. Lo que sí recuerdo vivamente es que, desde niña, siempre me llamaban la atención y me gustaban mucho las pocas parejas multirraciales que habían por aquí, entonces. Me imaginaba que aquello demostraba la igualdad entre las personas y que la amistad y el amor iban más allá del color y los rasgos de cada uno. Hoy, tampoco abundan pero es más frecuente encontrarlas y sigue alegrándome verlas.
Para terminar, un cuento, algo malhablado, que dice mucho de esos que niegan su rechazo a los que son diferentes. Un negro reprochaba a un blanco su aparente racismo, con mucha delicadeza y educación, y éste, airado, le contestó: "¿Yo racista, racista yo, negro de mierda...? Lamentable, pero, me temo, que muy cierto.
Hola a las dos. Habláis del racismo interracial, qué me decís de los que distinguen a los demás por el status social?. Besos y feliz cumpleaños.
ResponderEliminarCehachebé:
ResponderEliminarComo tú sabes bien, las circunstancias de la vida condicionan las amistades. Pero tanto tú como yo siempre nos hemos fijado en si hay afinidad con la otra persona, más que en si tiene la piel más o menos oscura, los ojos más o menos achinados o el pelo más rizado o más lacio.
Los matrimonios mixtos se ven ahora con más naturalidad que antes ¿Te acuerdas de la película "Adivina quién viene esta noche" y de las caras que ponen Katharine Hepburn y Spencer Tracy cuando su hija les presenta a Sidney Poitier como su novio? Bueno, y la cara de los padres de él también. Sin embargo, en el entorno de mi familia hay matrimonios mixtos (ya tienen hasta nietos) y nadie le ha dado importancia nunca al hecho. Tal vez en Canarias siempre ha habido mayor vocación cosmopolita que ha hecho posible algo así.
Un chiste (¿?)como ese lo cuenta Quino en su Mafalda. Susanita es la que dice que ella no tiene nada "contra esos cochinos negros".
Esperanza, el racismo se basa en estereotipos, acuerdos (no siempre verdaderos) sobre los rasgos típicos de una categoría de personas. Y los hay étnicos ("los negros son sucios"), que sería lo que llamamos racismo. Pero también nacionales ("los escoceses son avaros"), que sería la xenofobia, o sexuales ("las mujeres son menos inteligentes que los hombres"), machistas. O incluso prejuicios profesionales ("los médicos son unos peseteros") o por clases sociales ("la clase baja lo es porque son todos unos gandules"). Por eso decía que son peligrosas las generalizaciones y, si estos estereotipos persisten es porque cumplen unas funciones determinadas, por ejemplo, justificar determinadas actitudes hacia ese grupo.
ResponderEliminarTe he metido un rollo, pero es que es un tema que me parece importante.
Gracias por las felicitaciones anticipadas. De todas formas, siempre digo que antes de las 10 de la mañana, que fue la hora en que nací, no tengo todavía 65 años.
Besos.
Hola Jane. Claro que las generalizaciones son malas.Pero después de estarlas oyendo durante tantos años, te va calando, y es difícil luchar contra eso. Creo que cuando dejas de ver con miedo a los diferentes, es cuando te das cuenta que son iguales a tí, porque lloran cuando les duele algo o porque pierden a alguien querido; aman con la misma pasión con la que tu has amado, y sobre todo, se ríen junto a tí en la calle, o en un teatro, o en un cine. Y su risa es igual que la tuya. Además sus lágrimas no son negras, ni amarillas, ni mulatas, son simplemente agua con sal, igual que las tuyas.Un beso Jane.
ResponderEliminarMe gusta lo que dices, Juan, Shakespeare también lo dijo en "El mercader de Venecia": "Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos? Si nos hacen cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenan, ¿no nos morimos?"
ResponderEliminarComo le dije antes a Esperanza, si los estereotipos persisten es porque cumplen una función, que es sobre todo dar una explicación "lógica" a las conductas discriminatorias o agresivas hacia un grupo. Cuando Estados Unidos bombardeó Japón, la opinión general sobre los japoneses era que eran crueles, lo que les haría merecedores de que les lanzaran una bomba encima.
De todas formas, hay generalizaciones neutrales o favorables hacia determinados grupos. Y no están mal, probablemente es verdad que los canarios nos tomemos la vida con más calma o que los andaluces sean más graciosos que los del norte, pero siempre hay que tener en cuenta que no puede aplicarse a nivel personal. Tú, por ejemplo, eres mucho más activo, jiribilla y nervioso que yo, y conozco a vascos graciosos y a andaluces desaboríos.
Pssst, que te has equivocado, no se dice fumata negra, sino fumata negrita. Eso he oído a mucha gente "negrito" y "chinito".
ResponderEliminarMe saca de mis casillitas.
No sé que es peor, Loque, si el racismo o el paternalismo.
ResponderEliminar¿Tú no fuiste por las calles pidiendo con una alcancía en forma de cabeza (de indio, de negro, de chino) para los negritos o para los chinitos? A nosotras nos obligaban y una vez le pedí a un hindú y se partía de risa.
Pues no, pero las he visto. De hecho de pequeña oí lo de "los negritos del Domund" un montón de veces.
ResponderEliminarYo creo que el paternalismo es una cara más del racismo, que elimina el odio racial y ya parece que está todo bien.
Incluso mi querido Hergé cayó en la tentación (y luego rectificó) con ese infame "Tintín en el Congo" que al cabo de los años el mismo autor reconoció que había escrito bajos los influjos de esas ideas que se repetían mucho en Bélgica, que los negritos eran niños grandes que tenían suerte de que los bondadosos y adultos belgas fueran ahí a gobernarles.
Así se las ponían a Leopoldo II.
¡También para mí Hergé es "mi querido Hergé!Menos mal que luego con su amistad con Tchang se redimió. Pero incluso en "El Loto Azul", en plena guerra chino-japonesa, Hergé, que era pro-chino (en contra de la prensa occidental que era partidaria de Japón) dibuja a los japoneses como crueles y taimados frente a los serenos y sabios chinos. Incluso el álbum tiene ideogramas chinos (dibujados por Tchang) invitando al boicot a los productos japoneses. Hergé, como todos nosotros, también tenía sus prejuicios y sus estereotipos. Y, por cierto, el álbum hizo que los representantes japoneses en Bruselas protestaran.
ResponderEliminarUn día tenemos que hablar de "nuestro querido Hergé".
Yo, como tú, me he conmovido muchisimo con el Holocausto. He leído muchas novelas, ensayos memorias,... sobre el tema.He visto películas, documentales, entrevistas etc., cada vez entiendo menos cómo pudo pasar.Y ultimamente he tenido una experiencia que me ha hecho reflexionar, y quedarme más confusa todavía. He estado en Israel y he visto cómo tratan los judíos (no todos, claro) a los palestinos. Muros de la vergüenza, asentamientos lujosos (judíos), al lado de las cuasi chabolas de los palestinos en Cisjordania,etc. etc. y ahora, por si fuera poco, en las últimas elecciones el ascenso de los ultraortodoxos, con lo que eso conlleva de iuntransigencia, por usar una palabra suave.. Parece que se confirma lo de que el peor maltratador es el que ha sido maltratado. Para volverse locos
ResponderEliminarTal vez, Arista, lo que se deduce de todo eso es que detrás de la intransigencia, del desprecio y el maltrato al otro, lo que hay es una cuestión de poder y dinero. Hay libros escritos por palestinos e israelíes juntos que intentan ahondar en las causas de todo el conflicto para superarlas, y las conclusiones van por ese camino. Empezando por el apoyo del mundo occidental a la creación del estado de Israel. Si allí no hubiera habido petróleo, no habría habido Estado de Israel ni el desplazamiento y éxodo de los palestinos de su propio territorio ni conflicto ni nada. El mundo se mueve de una manera y, como dices, darse cuenta de ello, es para volverse locos.
ResponderEliminar¡¡¡¡CHACHAAAAA!!!! Lo tuyo no era una clase, era la ONU. Mi primera plaza en la escuela pública estuvo en Fuerteventura. Según llegué me asombré mucho porque tenía dieciocho alumnos/as y ninguno era nativo. Hoy no concibo una clase sin mestizaje.
ResponderEliminarBueno, Guille, di clase durante 38 años. A lo largo de esos años he tenido, afortunadamente, alumnos de todas las condiciones, clases, razas y estilos. He sido muy afortunada. Y por supuesto que no hay clase sin mestizaje (y hay variados mestizajes). En lo que sí te envidio es en los 18 alumnos. Tuve así de pocos al principio en un colegio privado en Madrid. Después, siempre tuve de 30 a 35.
ResponderEliminarDe la lectura se saca la conocida conclusión: ""HOMO HOMINI LUPUS"".
ResponderEliminarEl diferente no suele ser advertido mientras no se significa, si se mimetiza con el entorno, lo que solemos llamar integración en el medio. Cuando lo hace de forma extrema, crea una iseguridad en el autóctono que deriva en las fobias más conocidas.
Podemos recorrer la historia de las más sonoras e. Inglaterra y Gales, España y Portugal, Italia y Alemania, Lituania y Hungría. La Francia y la Rusia de las revoluciones. Ruanda y Kenia, el conflicto Chino Japones, las grandes guerras y las bombas atómicas, sin contar con los lobos solitarios.
Lo dicho:"Homo homini lupus". ¡Que Dios nos ampare!
Es verdad, Antonio, que la agresividad ha sido un motor a lo largo de la historia, pero los optimistas como yo preferimos pensar en que también ha sido importante la cooperación para que la humanidad haya llegado hasta donde está. Creo que el valor que merece ser cultivado por encima de todos es la tolerancia, que nos hace mirar al otro como una persona, sin atender a razas, creencias ni estrato social.
EliminarNo quiero que decaiga tu ánimo pero, mucho me temo que la mejoría de vida de la humanidad ha sido directamente proporcional a los intereses nacionales inicialmente y a los posteriores internacionales y transnacionales; a eso que hoy viene denominándose globalización. ¡Intereses espurios!
EliminarTambién la globalización tiene sus cosas buenas, entre ellas no mirarnos demasiado el ombligo.
EliminarSigo siendo optimista.