Los
niños de ahora no saben hacer una estiradera, estiladera, tiradera, tirachinas
o como se diga. No tienen las ganas, ni la paciencia, ni la ilusión para ello.
Pero hace falta tener al menos alma de niño, pensó Antonio, para a sus 65 años ponerse
a hacer una. Y que no es fácil ¿eh?
Primero, hay que buscar la rama de un árbol apropiado, porque no vale uno cualquiera,
como el nisperero, por ejemplo, que tiene ramas quebradizas. Las mejores son
las de brezo pero vete tú ahora al Monte de las Mercedes a buscar brezo y que
te vean desmochando uno. No, mejor coger una buena horqueta de un limonero,
membrillero o naranjo, dejarla secar y, luego, rasparla amorosamente con la
navaja de siempre, haciendo, además, los rebajes para las gomas y los agujeros
en la badana.
Antonio
sonrió para sí cuando pensó en dónde compró la goma de manteca, que es la mejor
para una buena estiradera, no como antes, que se hacían con tiras de
“gomático”. Le costó encontrarla porque de eso no venden en Leroy, qué sabrán
ellos. Le hablaron de una librería en la calle Barranquillo y allá que se fue,
preguntando al dueño nada más verlo por la dichosa goma. El dueño lo miró y le
dijo: “¿Usted no estará haciendo una estiradera?”. Y entonces le enseñó la que
él tenía guardada debajo del mostrador. Se entendieron como almas gemelas que
se encuentran en medio del desierto.
Luego
viene encontrar los proyectiles, las piedras, que tienen que ser redonditas,
del tamaño de un boliche, suaves y lisas, que se pudieran casi acariciar como
el hombro de una mujer. A este menester, el de recoger piedritas, se dedicaron
él y su nieto en los paseos a la orilla del mar de los últimos domingos.
Y, en
medio, hizo dos estiraderas –una con mango en forma de Y y otra sin mango, como
una que tuvo de chico-, mientras le contaba a su mujer, cuando ella salía al
patio a regar los geranios, las batallas campales de antes, de las que los
padres no se enteraban nunca, cuando se enfrentaban en el Parque los de los
Pabellones Militares con los de la zona de Numancia. Aquello era como las
Guerras Púnicas, o mejor, como las luchas tribales, a ver quién primero le daba
una pedrada al otro. Pero esas hostilidades se suspendían en beneficio de una
alianza común cuando los de Los Campitos, a quienes llamaban los Gomeros (¡Los
Gomeros! ¡Que vienen los Gomeros!), se abatían sobre ellos, o cuando ellos
subían hasta arriba, más allá del Quisisana, a la Cueva de la Laja , a buscarlos y a tomarse
el desquite.
Y tal
vez, por las remembranzas, a Antonio se le ocurrió una idea feliz: un campeonato
de estiraderas ¿No hablaban siempre sus amigos de lo buenos que eran tirando a
dar en aquellos tiempos? Pues ese era el momento de demostrarlo. Y, si alguno
de ellos se ponía en plan adulto e intelectual diciéndole que eso eran juegos
de niños, les diría que las estiraderas son un arma tan noble como otras (por
más que la mayoría de las veces sus víctimas fueran los lagartos) y que, al fin
y al cabo, son las tataranietas de aquella honda con la que David derribó a
Goliath o de las que Viriato, aquel pastor lusitano, blandió para abollar el
casco a los romanos.
Pero,
ante su sorpresa, nadie alegó ni un pero y todos aceptaron entusiasmados,
incluso fabricándose su arma más de uno. Y el día de marras reunió a todos los
amigos en su casa, montó en la huerta un cañizo en el que colgaban al sol, como
en un tendedero multicolor, cascos de botellas de cerveza de latón, y
estableció las reglas: 2 tiros de prueba y 5 de campeonato; premio de una caja
de plátanos para los dos primeros, y el resto pasaba a ser nombrado oficialmente
el “Grupo de los matados”.
Y
aquellos hombres, muchos de ellos abuelos políticamente correctos, por un
instante glorioso se sintieron como David, como Viriato, como los trogloditas
de las cavernas prehistóricas que acaso cazaban alguna liebre con algo parecido.
Revivieron las luchas contra los Gomeros de Los Campitos, gritaron con un
júbilo atávico… y se sintieron niños.
Mejor que no lo aprendan... su uso era bastante negativo en la mayoría de las ocasiones. (desde siempre las llamé "estiladeras" sin cuestionar para nada el no significado de dicha palabreja deformada con el habitual cambio santacrucero de r por l)
ResponderEliminarPero ahora que pasa a convertirse en "deporte de élite" voy a tener que entrenar para el segundo campeonato comarcal de tiro al blanco con tirachinas... que una caja de plátanos bien vale un revival...
La verdad es que creo que están prohibidas porque más de una cabeza quedó tocada. Imagínate las luchas de los chiquillos en aquellos tiempos. De todas formas la mayoría las usaba par matar lagartos.
ResponderEliminarHe preguntado a todo el mundo como las llamaban. Yo, de chica, las llamaba como tú, "estiladeras" (que imagino que es un contagio de la "destiladera" de agua), y en Wikipedia dice que en Canarias se llaman así. En el "Diccionario de canarismos" pone "tiraderas" y en el "Tesoro lexicográfico del español en Canarias" admiten "tiraderas" o "estiraderas". "Tirachinas" es en la península pero, por contagio, muchos de nuestros nietos ya las llaman así.
Pues nada, a entrenarse que igual incluyen el deporte en los próximos Juegos Olímpicos...
Pues voy a tener que ir yo a esa tienda a comprar goma de manteca! Mi abuela le mandó a mis hijos sendas estiraderas, pero las gomas han terminado partiéndose y no sabía donde encontrarlas, así que le agradecemos a Antonio la labor de investigación en nombre de Nico y Antonio, que pronto podrán volver a matar lagartos.
ResponderEliminarUn saludo,
Yaiza
son como niños...efectivamente. somos.
ResponderEliminaren esa época, para hurtarme de la calle y remediar en lo posible mi vocación de indio ( john ford en el cine rex), mi padre me enseñaba a disparar su escopeta de balines diábolo, en una dianas que él mismo dibujaba en su tablero de delineación, con tinta china de la que se hacía en platillos de porcelana...
tenía que apoyar la carabina en el palo de una escoba cruzada entre muro y bidón del agua de la azotea y allí que pasábamos las tardes bing, bang!
recuerdas si en esa época se enchufaba algo más que la radio? la nevera de casa aún era de hielo...
Los chicos de la calle ( en La Matanza había La Calle y lo demás eran veredas ) hacíamos la guerra con los de San Antonio en un descampado intermedio y más de uno llegaba con buen chichón en la cabeza. Teníamos un perro del vecino que se llamaba Cuchiche al que le atábamos una carretilla que llenábamos de munición y con él íbamos a ese campo de batalla, como si fuera Ben Hur. Otro día cogíamos al Cuchiche y su carro y nos íbamos de safari llenándolo con nuestros trofeos de lagartos , que los campesinos nos agradecían profundamente, dándonos un racimito de uvas. ¡ qué recuerdos!
ResponderEliminarLas únicas gomas que conocíamos eran de gomático, eso sí, las de color rojo eran más elásticas que las negras, pero éstas eran más duraderas. Disquisiciones.
La verdad es que me ha emocionado tu artículo pues me trae mas recuerdos de la infancia, espero que repitamos esta pequeña competición entre amigos y familiares la próxima Romería del Cascajal con las Hogueras de San Juan de telón de fondo.
ResponderEliminarAntonio
Yaiza, el Antonio de mi historia es mi consuegro, un hombre activo y creativo, siempre con la sonrisa en los labios y con un sentido del humor que le lleva a inventar eventos como éste. Me dice que la goma la compró en la parte de abajo de la calle Barranquillo, enfrente de Bankia, en una librería pequeñita donde despacha un señor mayor, también aficionado a las estiraderas. Donde menos te piensas, hay alguien con tus mismas aficiones... No saben los lagartos lo que les espera con Nico y Antonio.
ResponderEliminarHestia, las escopetas de balines en mi casa estaban prohibidas. Pero en la de mi marido no sólo había sino que su abuelo le animaba a usarlas contra los mirlos que se comían las uvas del parral (remedio ecológico, como verás). Luego la abuela pelaba los mirlos, y los hacían fritos con unas papitas pequeñas que a él le sabían a gloria. El abuelo para celebrarlo le dejaba entonces probar vino de "su" barrica. Yo en cambio la primera vez que usé una escopeta de balines fue en una feria tirando a dianas móviles y en la que, si le dabas, te regalaban un peluche.
ResponderEliminarEn mi casa pocos enchufes había. La nevera también fue de hielo hasta que nos mudamos al barrio del Toscal a los 12 años. Mi madre lavaba a mano, la plancha también se calentaba al fuego, el café se molía en molinillo a mano, mi padre se afeitaba con cuchilla de afeitar y los pelos y la ropa se secaban al aire. Y no me pasó nada.
Indeciso, la verdad es que ustedes sí que iban bien pertrechados, llevando tanque de guerra y caballería a la batalla. Estoy convencida de que tenemos un gen bélico en el ADN. Yo, que nunca compré a mis hijos, pistolas ni armas, un día me los encontré empuñando un palo y diciendo uno contra otro "¡pum!¡pum!".
ResponderEliminarLos lagartos deben estar privados de que hoy no haya tantos niños empuñando estiraderas. Las bajas debían ser enormes.
Antonio, los eventos como éste en los que una competición de estiraderas se acompaña con una romería, con buena comida y bebida, con cantos y guitarras en la tarde, con charlas interesantes y, como remate, con una hoguera enorme contemplada por la luna llena más grande que he visto en este mes, son hechos especiales que, como cantamos en la canción de la Romería, "hay que repetir". Para ti y para Cristi todo mi agradecimiento por ser los perfectos anfitriones de una fiesta tan agradable.
ResponderEliminarEn México las llamamos resorteras.
ResponderEliminarAraceli, estuve mirando los diferentes nombres en Wikipedia y, aparte del "resorteras" mejicano, pone que en el sur de México se llaman "charpe". En Uruguay, "carmelo", "china" en Venezuela, "flecha" en Costa Rica, "hondilla" en El Salvador, "gomera" en Argentina, "tiradera" en Cuba, "jebe" en Ecuador, "cauchera" en Colombia, "tirapiedras" en República Dominicana, "biombo" en Panamá, "gomeru" en Asturias, "honda" en varios países... ¡Señooor! ¿No nos podíamos poner de acuerdo y darle un solo nombre?
ResponderEliminarGracias Isabel, tu artículo está muy entretenido, argumentado y documentado. Recuerdos bonitos que a todos nos lleva a la época. Un beso.
ResponderEliminarGracias a ti, Julio. Cuando recordamos aquellos tiempos nos quedamos con los mejores recuerdos (el hacer la estiradera, la camaradería, las risas, lo jóvenes que éramos...) y nos olvidamos de los chichones. Pero eso está bien.
ResponderEliminarUn beso.
Yo, como tantos niños tuve uno... servían para muchos, muchos menesteres; sobre todo para abatir pajarillos incautos y lagartos despistados, éramos demasiado jóvenes para entender palabras como "ecología", "medio ambiente..."
ResponderEliminarEl problema es que en el pueblo teníamos a un "municipal" como se les llamaba entonces, con demasiada mala leche y un olfato de perro, Patapalo le llamábamos, haciendo honor a su cojera y mala uva.
Cuando te pillaba, te lo rompía, lo desmenuzaba con su navaja "gitana" recreándose en su obra y mirando como tu cara de niño se iba constriñendo de rabia contenida por no poder devolverle, a él, cada uno de los tajos que le hacía a tu preciado tesoro.
En fin, recuerdos de niñez, juguetes que no se enchufaban ni tenían un mando para manejarlo, pero sí que desataban la imaginación...
Saludos.
Hasta mí también llegó el influjo de la tiradera, Jane. Recuerdo que con 13 o 14 años, jugaba con una de mis primas a ver quién tiraba más nueces del nogal que tenía nuestro abuelo en una pequeña huerta que había en la parte de atrás de su casa, en La Laguna.
ResponderEliminarNo me acuerdo si nos las regalaron o si las hicimos nosotras mismas, según los dioses nos dieron a entender. El caso es que funcionaban y se unieron a nosotras, en la competición, algún primo más y hasta una vecina.
Siempre me gustaron los juegos de precisión y el tiro con arco (de juguete), apuntando a una diana, fue otra de mis debilidades infanto-juveniles. La escopeta de balines la probé alguna vez, en la azotea de unos amigos vecinos, también tirando al blanco que, en esas ocasiones, eran latas vacías. No había peligro para nadie, porque se enterraban en una pared blanda que había detrás de donde las colocaban. Era una familia con tradición cazadora y los más jóvenes ya practicaban la puntería con este juego.
Jamás se me ocurrió apuntar a cualquier animalito. Ni la tiradera, la flecha o la escopeta las usé para eso. Me divertía con ellas con el único fin de darle a un blanco.
Con el tiempo, mi gusto por los juegos de precisión se tradujo en intentar meter un balón, de unos 70 cm. de circunferencia, 23 o 24 de diámetro y unos 600 gr. de peso, por un aro de unos 45 de diámetro, que se encuentra a 3'05 m. del suelo. Como puede observarse, un cambio notable, que me duró más de 20 años, y con el que conseguí tener alguna puntería.
Tienes, Jane, la virtud de "disparar" los recuerdos y, en esta ocasión, lo has hecho con la humilde y popular estiladera, estiradera, tiradera o tirachinas o como se le quiera llamar.
Enhorabuena por conseguirlo, una vez más.
El primo de Tona dice que como Antonio irá a La Palma este año, pues que me haga otra para mí y competimos con las tiraderas matando lagartos, que es más divertido que pescarlos con tomate. Fíjate en lo que acaba todo, que una que utilicé el año pasado la compré por euro y medio en un chino en el Puerto de la Cruz, lo malo es que tenia la mira torcida y mas de una piedra me volvía a la cara. Me duró quince días.
ResponderEliminar¡Qué chulo! Mis hijos tienen uno como esos antiguos que compramos en el Mercado Vaqueiro de Asturias y que ha servido para que tengamos que dar un parte cívil al seguro porque se liaron a minipedradas con el coche de un vecino. Vamos, que de momento, el tirachinas está guardado para mejor ocasión. Besos.
ResponderEliminarwww.sobrevolandoloscuarenta.blogspot.com
Hola jane. Nososotros la llamábamos tiradera. Jugabamos a darle a una piedra distinta a las demás que se encontraba en cualquier veta de plátanos o de papas.Alguno le disparaba a los lagartos, y a las golondrinas que volaban por los barranquitos cazando mosquitos (nunca acertaron a una golondrina). La verdad es que muy pocas veces jugamos a tirarnos unos a otros, sólo a ver quien tenía mas puntería.
ResponderEliminarEran otros tiempos y sobre todo otras formas de vida. Si hoy te cogen con un tirachinas te acusan de antisistema y puedes tener un problema. Un beso Jane. Juan
José Gerardo:
ResponderEliminarMe recordaste a "Chiquillada", aquella canción que cantaba Cafrune y que decía:
Yo ya no entiendo
qué quieren los vecinos,
uno nunca hace nada
y a cual más rezongón,
la calle es libre si queremos pasarla
corriendo tras el aro, llevando el andador"
En la canción eran los vecinos y en tu historia Patapalo, el municipal, pero es verdad que en aquellos tiempos de "calle libre" los mayores estaban al quite para coartar la libertad que los niños disfrutaban, que era mucha. Y algunos mayores, como el tuyo, con bastante sadismo. Seguro que se envenenó con su propia mala uva y que se perdió el recibir la sonrisa de un niño.
Y tienes razón, teníamos juguetes sin pilas ni enchufe pero qué variados eran: pelotas de trapos, cometas hechas por nosotros, estiraderas, falsetes, trampas para lagartos, ventitas en las que vendíamos gofio mezclado con azúcar en cartuchitos, pencas sin pinchos en las que deslizarnos, latas de sardinas con ruedas, boliches... Los niños del mundo nunca se aburren.
Cehachebé, soy testigo privilegiada de tus aciertos al meter aro a lo largo de tu carrera como as del baloncesto femenino canario. Tú, como aquellos héroes del oeste que donde ponían el ojo, ponían la bala. Y mira por donde ahora me entero que te estabas ya entrenando desde chiquita. Así ya se puede ¿eh? Tú ejercitándote con todo ese armamento -estiradera, tiro con arco, escopeta de balines...- y yo, ni siquiera con dardos (en los que soy también un desastre) Por eso seguramente yo era tan matada cuando fui compañera tuya en el equipo de baloncesto. Nada, para la próxima reencarnación ya sé que tengo que hacer y nos divertiremos juntas tirando a latas o a cualquier diana que se nos ponga por delante. Prometido.
ResponderEliminar(Idea: ¿y si hacemos alguna competición de estas en la próxima reunión de las "niñas" del colegio?)
Primo de Tona:
ResponderEliminarAntonio, el que va a ir a La Palma, dice que las estiraderas de los chinos son como las demás cosas de los chinos, que te sacan de un apuro pero nada más. Dice también que su cuñado Miguel le trajo de Polonia una estiradera que también debe haberla comprado en un chino (porque en Polonia como en el resto del mundo también hay chinos) con una goma finita que no le duró ni una tirada y que casi le da en un ojo. Que lo de cazar lagartos con tomate hace unos 50 años que no lo hace y que por eso está un poquillo desentrenado, pero que cuentes con salir por esas veredas y ñameras pertrechados con las estiraderas y seguro que se lo pasan pipa cazando lagartos. Mientras, tu mujer y yo nos vamos a bañar al Charco Azul y después a comernos un pescadito a San Andrés. Me da que lo encontraremos más divertido.
Lola:
ResponderEliminarMira que tus niños son listos. En el concurso de estiraderas del que hablo hoy mi consuegro Antonio puso como diana botellas de cerveza de latón, que eran pequeñas y se movían en el viento. Participaron unas 30 personas, y sólo una persona acertó 2 tiros de los 5, 8 acertaron un tiro y los demás, nada de nada. Pero claro, si en lugar de botellas hubiéramos elegido un coche -grande y quietito- seguro que los aciertos hubieran sido más y se salvaría nuestra autoestima. Los niños saben.
Juan Pérez:
ResponderEliminarSi hoy nos vieran con una estiradera, lo primero que haría la autoridad es confiscárnosla. Si a un amigo mío le quitaron una vez, cuando pasó el control en el aeropuerto, una navajita multiusos del tamaño del dedo gordo por peligrosa, y a otra amiga la lima de metal de las uñas, imagínate si te ven con algo que pueda hacerte un agujero en el coco.
De todas formas es verdad que no se solía usar para luchar contra los demás, a pesar de lo que cuenta Antonio y de lo que también dice Indeciso de sus guerrillas en La Matanza. Normalmente las víctimas eran los lagartos, blanco fácil cuando se quedaban quietos como estatuas al sol, y presas que despertaban el agradecimiento de todos aquellos que tenían viñedos. Hubo hasta alguno que pagaba una peseta si le traían 20 lagartos muertos. La verdad es la que también dice J.Gerardo: en aquel tiempo no se hablaba nada de ecología ni de conservación del medio ambiente.
Yo tuve una. En La Palma se llama simplemente horqueta o tirapiedras.
ResponderEliminarVoy a contar una anécdota que me ocurrió cuando tenía semejante arma y estaba cazando lagartos en el barranco de Las Nieves con mi amigo Manolo (hoy maestro jubilado).
Estaba prohibido utilizarla. Por lo menos eso es lo que nos decían los mayores. El caso es que, con doce años creo, merodeando por el barranco, saltando de piedra en piedra -de esas enormes y pulidas-, atisbamos una pareja de guardias civiles que venían por un camino al margen. Rápidamente guardamos nuestras armas en algún bolsillo y nos hicimos los "longuis", sentados sobre una de esas grandes piedras. Al momento oímos: ¡Usted! Manolo y yo como si no fuera con nosotros, mirábamos para otro lado, aunque no había nadie más a 200 metros a la redonda. ¡Oiga, usted!. Manolo contestó ¿Quién yo?. ¡No, usted! Señalando uno de los guardias para mi. ¿Yoooo? ¡Si, usted! Venga aquí. ¿Yoooo? Yo no tengo porque ir. El guardia cabreado, acercándose donde estábamos, me suelta ¡Que venga aquí, hostias!. Y yo no me movía de la piedra. Llegó hasta nosotros y me preguntó ¿Sabe leer y escribir?. Contesté que si y me enseñó un papel impreso señalándolo con el dedo. ¡Fírmelo! ¿Yoooo? Yo no firmo nada, porque no he hecho nada, le contesté. El guardia levantó el moquete y lo tuvo que atajar el compañero. Se dieron la vuelta refunfuñando, llamándonos de todo entre dientes y se alejaron. Nosotros, según desaparecieron, salimos pitando. Una hora después nos enteramos que el papel era un comprobante para que su superior supiera que la pareja de civiles había hecho la ronda por aquellos lugares.
Mi madre ¡como no!, se enteró y recibí la consiguiente bronca, aunque no me acuerdo si estuvo acompañada de algún cachetón.
Enrique, pues tu madre debería haberse sentido muy orgullosa de ti en lugar de echarte la bronca. Ahí es nada, que todo un guardia civil te haya elegido como testigo de que él estaba cumpliendo con su deber te convierte en una especie de Inspector de su trabajo. No sé ni cómo no firmaste con la firma de los domingos y todo. Pero sí que te entiendo. Cada vez que nos llamaban los mayores y nos trataban de usted (¡Venga aquí ahora mismo!), lo primero que hacíamos era negarlo todo: yo no estaba, yo no hacía, yo no vi, yo no oí, yo no dije...
ResponderEliminarCauchera, tirapiedras y honda las conocía, pero no el resto, todos los dias aprendes algo nuevo. Un dia en Nicaragua dije "en bola", que en Mx.significa "en grupo", ya me andaba.
ResponderEliminarEs que hay que tener mucho cuidado, Araceli, con las palabras. No te digo nada de nuestro "coger", que lo usamos con prodigalidad y que tan mal suena por Venezuela, por ejemplo. Y a mi amiga Concha, cuando estuvo en Argentina, se pasaron todo el viaje llamándola Dori, no sea que la miraran mal.
ResponderEliminarPor estos lares siempre las conocimos como Estiladeras.Y en cuanto al manejo de ellas,tuve un gran amigo de la infancia que era un "mostruo"cazaba palomas con ellas.Fué tal el grado de maestría y habilidad que tenía,que su palomar estaba lleno de palomas cazadas y superficialmente heridas por él.Era un espectáculo verlo.Alguna que otra mataba,sin quererlo claro,pero,ya digo,las hería, las curaba y para el palomar.¡¡Qué tío,no vì otro igual,ni tan siquiera parecido!!Buena tarde a todos-as.Cs
ResponderEliminarFrancisco, eso sí que no lo había oído. Ya es bastante difícil cazar aves, pero llenar un palomar de esa forma es la primera vez. Debía ser un artista. Se lo diré a mi marido que es colombófilo y que el otro día me comentó que habían vendido una paloma mensajera (ganadora de un derby, eso sí) por 22.000 euros. Tu amigo se hubiera hecho de oro así, si apuntaba, claro, a las fuera de serie.
ResponderEliminarGuindadera... por lo menos en el Puerto
ResponderEliminarUn tirador, se decía en Salamanca
ResponderEliminarMás nombres para tan humilde chisme. He visto también aventadera y tirabeque, aparte de los ya nombrados en el comentario a Araceli. La lengua española es muy rica y nosotros demasiado complicados (¿"Tirapiedras" no podría ser un nombre común?)
ResponderEliminarEn La Palma, decíamos s(z)umbaderas.
ResponderEliminarSaludos
¡¿No te digo?!
ResponderEliminarRecuerdo la de mis hermanos...
ResponderEliminarEra el arma obligatoria. A lo mejor no tenían escopeta de balines pero ¿qué niño no tenía una estiradera? Barata, fácil de usar, bonita, con raigambre histórica... No se puede pedir más :-D
EliminarYo compraba las "gomas de manteca" en la libreria Universal, en la calle del Castillo frente al edificio Elder.
ResponderEliminarMi consuegro me dice que él las compraba en la librería Sixto en la Plaza Weyler. Mi marido las hacía con "gomático". En aquel tiempo supongo que había un buen mercado para esos materiales. Ahora le dices a un niño que haga una y te dicen : "¿Hacer quééé...?".
EliminarEl terror de los lagartos !!
ResponderEliminarEs que nos lo ponían fácil, Miguel. Vete a darle a un mirlo o a un canario... Pero los lagartos con esa manía de ponerse ahí, más quietos que un guardia, estaban pidiendo a gritos que uno afinara la puntería. Los pobres.
EliminarNo he podido leerlo todo pero aparte de interesante me resulta gratamente nostálgico. En mi lagunero barrio el Timple decíamos tiradera o estiradera, pero ya se sabe nuestra fama, los laguneros somos algo estirados 😏 !Ha sido un lujo leerlos! Abrazos.
ResponderEliminar