Cuando leí hace poco que en el Aeropuerto de Barajas vivía un montón de personas sin hogar, me pareció hasta lógico ¿No es un lugar público? ¿No lo pagamos entre todos? Pues para que estén muriéndose de frío debajo de un puente (otro lugar público), mejor que estén allí, calientes y con servicios.
Pero también me pareció lógico porque yo soy otra que casi vivo en el aeropuerto. Entre llevar y recoger a hijos, nietos, hermanos y amigos, quieras que no, cuando entro por allí sabiendo dónde está cada cosa o dónde puedo sentarme más cómoda a leer o a tomarme un té con una magdalena de chocolate mientras espero, me siento como si fuera Ulises llegando a Ítaca. Yo siempre llamo a Los Rodeos mi segunda casa.
Hay gente a la que no le gustan los aeropuertos. Unos, porque dicen que son anodinos, que todos son iguales y que, visto uno, vistos todos. Pero es que en los aeropuertos hay que ir a fijarse, no en el edificio o en las señales, sino en las personas. Y entonces es cuando se abre ante cada uno el gran teatro del mundo.
Allí están los que van ligeros de equipaje y los que van con el baúl de la Piquer a punto de reventar; la chica que va con sombrero, botas y grandes gafas oscuras con el porte de Paris Hilton; los que todavía vienen de las islas con cartonas oliendo a queso y a chorizos; los que van en grupos, sean equipos de fútbol, cursos de fin de bachillerato o jubilados del Imserso, tan diferentes, tan iguales; los que lloran desconsolados mientras miran más allá de las puertas de embarque; los que ríen alborozados ante la puerta de salida; la que, en el Control de equipajes, se quita las botas de tacón y, antes muerta que sencilla, sigue andando descalza de puntillas; el que discute con el guardia allí también porque le ha quitado una navajita pequeña con la que evidentemente nunca podría secuestrar un avión... Dos momentos para la posteridad: uno, ver en los servicios del Aeropuerto de Estambul, a una señora turca con el pie sobre el lavabo y los refajos y faldones arremangados para lavarse las piernas y no sé si algo más. Otro, escuchar en el Aeropuerto del Sur la pregunta de un chico: "¿Cuándo sale el próximo avión?" "¿Para dónde?" "Para donde sea".
A otros no les gustan los aeropuertos, porque son como Cristo, el personaje que mi amigo Juancho Aguiar interpreta -magníficamente- en la obra "Aeroplanos", de Carlos Gorostiza. En un momento determinado, Cristo le dice a su amigo de toda la vida -también una actuación soberbia de José Luis de Madariaga- que él no va nunca a los aeropuertos ¡Con lo que me gusta viajar -dice-, me da mucha rabia ir a ver como los demás se van y yo me quedo!
Yo le contaría a Cristo que, cuando éramos (más) jóvenes y las terrazas de los aeropuertos estaban abiertas a las pistas, muchas tardes íbamos a sentarnos allí a tomarnos un café, por el mero placer de ver entrar y salir a los aviones.
Le diría que también tiene sus ventajas quedarse relajado viendo el trajín y no pasar por retrasos, nervios, chequeos y toqueteos, asientos estrechos y todas las incomodidades que la obsesión por la rentabilidad y la seguridad han introducido en los viajes.
Le sugeriría que mirara en el panel de salida los nombres, quizás desconocidos, de ciudades lejanas y las visualizara en la mente. Que escuche el espíritu de los grandes viajeros -Herodoto, Conrad, Colón, Humboldt...- que le susurrarán consejos al oído. Tal vez oiga también a Kerouac, hablándole de largos caminos por recorrer y diciéndole: "Pero no importa, el camino es vida". O a Andersen que confesaba que, cuando la nieve se derrite y las cigüeñas llegan, "me asalta la punzante comezón de partir". O al mismo Verne , que no viajó pero que supo llegar hasta la Luna.
Entonces tal vez podría sentirse un trotamundos y empezar a soñar con el viaje (la mitad del placer), mientras empieza a tararear aquella canción de Domenico Modugno que todos nos sabemos: "Volare, oh, oh. cantare, oh, oh, oh, oh. Nel blu dipinto di blu, felice di stare lassú...". Tal vez entonces podría reconciliarse con los aeropuertos, la antesala de la aventura.
La primera vez que cogí un avión ya había cumplido los treinta y había ido a aeropuertos bastantes veces en mi vida, y te diré que algo sí que entiendo ese razonamiento, de "pues ya me gustaría hacerme un viajecito yo también".
ResponderEliminarHombre yo los había hecho en coche, tren y autocar, sobre todo en autocar en el que había llegado hasta a Londres (joven que era una)
Pero sí que los aeropuertos son sitios curiosos, se ven muchos famosos, y gente que va un poco de eso, en plan mujeres con chandall y abrigos de piel, y otras extrañas componendas.
Tampoco falta el vuelo que viene de Mallorca y que se reconoce a la legua porque todos van con sus dos (o más) ensaimadas ...
Es que tú tienes la suerte, Loque, de no vivir en una isla. Aquí no nos queda más remedio que perder el miedo al avión, mentalizarte, pedir a la azafata una botellita de vino y mandártela para alegrarnos el viaje entre turbulencia y turbulencia. Ten por seguro que, si pudiera coger el coche, no me paraban hasta Vladivostok ¿Te acuerdas de aquella canción que pedía un puente hasta Mallorca (será para traer más ensaimadas en el coche) y decía lo de "Será maravilloso viajar hasta Mallorca sin necesidad de coger el barco o el avión, solo caminando, en bicicleta o autostop..."? Pues me identifico plenamente. Sólo que un puente entre Canarias y el continente me da que, con la crisis...
EliminarYo no he visto mucho famoso. Me acuerdo de Luis del Olmo, Rubalcaba o Ruiz Mateos, pero vamos, que no son para desmayarse de la emoción. Me gusta más mirar a los no-famosos.
Buenas tardes Jane: aún recuerdo la terraza que había en el aeropuerto de Sondika en la cual podías estar un rato por la tarde esperando a ver algún avión, pero los grandes aeropuertos no me gustan, quizás es que por circunstancias he sido más de utilizar los libros que los aviones.
ResponderEliminarSiempre me han gustado las terrazas y mira que hasta ahora había bien pocas por nuestra zona, no paraba de llover, pero nos lo pasabamos fenomenal (mis hijos y yo) intentando descubrir la vida de las personas que pasaban delante de nosotros, por supuesto nos la inventabamos, pero cuando estoy esperando en el aeropuerto no me ocurre eso, posiblemente sea, ahora que lo pienso, que no me gusta mucho viajar en avión, y fíjate que yo creía que no tenía miedo...
Como le dije a Loque, viajo en avión porque no me queda más remedio. Todavía no me he atrevido con vuelos larguísimos porque, de pensar que tengo que pasarme 12 horas metida en el avión, se me quita el espíritu de aventura. Yo estoy esperando a que inventen la teletransportación, como en las películas de Star Trek. Entonces sí: me voy al aeropuerto, uno de esos con terrazas, como los que tú y yo conocimos años atrás, me paso allí un rato de relax viendo al personal y tomándome una copa y después, que me teletransporten a Samarkanda, Tombuctú o al Perito Moreno ¿Te imaginas...?
EliminarMe encanta un aeropuerto!!!!!!!! será por eso de ver la cantidad de "pintas" nunca mejor dicho, de las personas que vienen y van a lo largo de los pasillos dirigiendose a sus respectivos lugares de embarque.No me gusta tanto un avión,la verdad sea dicha,aunque reconozco que cuando llego a mi destino siempre pienso que no hay mejor medio de transporte que ese.Siempre tengo la costumbre de llegar con suficiente tiempo al aeropuerto para chequear todo lo referente al vuelo y quedarme entretenida mirando el ir y venir de personas hasta que,sin darme cuenta el tiempo pasó, y ya llaman por el altavoz a mi vuelo.........
ResponderEliminarLigia, yo también soy de las que llegan horas antes del vuelo. Una vez que me despisté y llegué muy justa no me dejaron facturar la maleta. Menos mal que llevaba una pequeña y la subí conmigo al avión.
EliminarYo también me lavo el coco con eso de que es el medio más seguro y que las estadísticas nos tranquilizan. Me encanta ver un avión despegando y perdiéndose en las nubes. Me acuerdo de Leonardo da Vinci y de su afán por volar como los pájaros y me digo que hay que ver hasta dónde hemos llegado. Pero qué quieres que te diga, me siento más segura con el suelo debajo..
Hola Jane. Viajar debe ser de las actividades que más te enseñan y educan. Poder llegar a un sitio donde respires "otro forma de ser", huelas "otros olores",......Por cuestiones personales no "viajo", hace mucho tiempo, a lugares que no conozco, pero es una de las cosas que le pedí en la Carta a Los Reyes Magos, así que me tendré que portar bien, por si Los Reyes Magos me ven, y cumplen mi deseo.
ResponderEliminarRecuerdo con verdadera emoción cuando llegué a Madrid por primera vez, o a Granada, o a Londres. Me sentí chiquito y al mismo tiempo importante, pero sobre todo me sentí ignorante de lo que ocurría "ahí fuera", así que procuré empaparme de lo que entraba por mis sentidos. (Del sentido del gusto me dí doble ración). Siempre que puedo le digo a los que me escuchan: "Viajen, salgan fuera", y cuando vuelvan les quedará ese gusanillo de volver a salir más temprano que tarde. Un beso Jane. Juan
También yo recuerdo como si fuera hoy, Juan, mi primer viaje largo a Madrid, cuando fui a hacer la especialidad. Entonces nos hacían una foto al pie del avión cuando llegábamos y en ella estoy jovencita (19 años) y no miro a la cámara sino hacia fuera, como con ganas de saber lo que me esperaba. Y cuando fui a Londres, no te digo ¿No te parecía estar en el centro del mundo?
EliminarYo suscribo totalmente el pensamiento que del ombliguismo uno se cura leyendo y/o viajando. Siempre he aconsejado a mis alumnos lo mismo que tú, que salgan fuera, que vuelen lejos de lo conocido. Mark Twain dijo algo que me gusta; "Para adquirir perspectivas amplias, cabales y compasivas sobre los seres humanos y las cosas, uno no puede vegetar en un rinconcito del mundo toda su vida".
Un beso, Juan, y que los Reyes te hayan dejado o te dejen en el futuro la posibilidad de un viaje precioso del que vengas remozado.
Solo con tu encabezado iba a comentar de Aeroplanos, pero....
ResponderEliminarMe gustó
No sé, Ignacio, a qué Aeroplanos te refieres, si a la obra de Carlos Gorostiza (si no la has visto, te la recomiendo para pasar un rato estupendo) o a los aeroplanos que surcan nuestros cielos. Tampoco sé, evidentemente, qué ibas a comentar. Pero... me alegro de que te haya gustado.
EliminarIsabel, por supuesto que me referia a la obra de Gorostiza , que me encantó
EliminarY a mí también, Ignacio ¡Esos dos personajes tan tiernos y tan humanos y esos dos pedazos de actores que nos los acercaron! Disfruté como una loca cuando la vi en el estreno.
EliminarMe siento como en casa después de leer esto jeje y mas hoy que estoy de aeropuertos! Comparto! Besines!
ResponderEliminarEs que, Beatriz, tú sí que estás curtida en esto de los aeropuertos ¡Y lo que te queda! Un día nos sentamos (ante cervecita y gambas, claro) y me cuentas de lo vivido por esos mundos.
EliminarUn abrazo grande y bienvenida otra vez a tu isla.
No me atraen especialmente los aeropuertos. No son mi sitio. Para mi siempre han sido un lugar de paso. Siempre que estoy en uno de ellos es para ir a algún sitio o para irme de algún sitio y muchas veces para perder desesperadamente el tiempo por culpa de larguísimos retrasos.Yo he estado en algunos aeropuertos muy grandes, como los de Dallas, Nueva York, Miami, Frankfurt, o Heathrow donde es fácil que te pierdas y no te encuentren en una semana y en otros pequeños y originales como el de Canaima en Venezuela donde la misma persona daba los datos meteorológicos al piloto por radio antes de aterrizar, ayudaba después al aparcamiento del avión, le ponía los calzos, colocaba la escalerilla y después conducía un pequeño tractor con un remolque donde iban las maletas; o en el antigüo Sondika donde cuatro veces intenté salir para venir a Madrid cuando trabajaba en Bilbao y nunca lo logré porque las cuatro veces lo encontré cerrado, pero del aeropuerto del que tengo un especial recuerdo es uno que probablemente tu conociste: el antigüo de Buenavista en La Palma. Allí monté por primera vez en un avión, un DC 3 de Iberia. Era un aeropuerto realmente original. Aunque hace de esto muchos años, recuerdo que no tenía terminal, sino una especie de chamizo o de sombrajo y poco más y lo que aparentemente actuaba como torre de control era un artefacto con ruedas. La pista era muy corta y los aviones llevaban unos cohetes que ayudaban al despegue. La carretera atravesaba la pista y una barrera cortaba el tráfico cuando un avión aterrizaba o despegaba. En fin un aeropuerto muy palmero, muy de andar por casa, que no tiene nada que ver con la disparatada terminal actual, pero del que tengo un imborrable y cariñoso recuerdo
ResponderEliminarYo, para esos retrasos que pueden desesperarte, voy pertrechada de libros, sudokus, revistas y chucherías. Pero, sobre todo, de curiosidad ¡Qué maravilla ese aeropuerto de Canaima donde inventaron la multidisciplinariedad! Lo que habrás visto en esos lugares de paso no tiene precio.
EliminarY claro que conocí el antiguo aeropuerto de La Palma. Recuerdo la carretera que lo cruzaba, el chamizo y la pista excesivamente corta, que parecía que te ibas a salir. Entonces hasta los aviones eran muy de andar por casa. Recuerdo que en uno, saliendo de allí, nos pusieron una banqueta de madera en medio del pasillo porque no cabíamos todos. De cinturones de seguridad y demás zarandajas no se hablaba.
Me gustan los aeropuertos pequeños: el de Lanzarote, el del Hierro (qué miedo se pasaba)... pero si hay uno del que yo tengo ese imborrable y cariñoso recuerdo es el antiguo de Los Rodeos. Era pequeño, vi allí por primera vez el milagro de despegar y aterrizar un avión, en su terraza viví momentos divertidos, me gustaba y me gusta el paisaje de las montañas de La Esperanza que se ve desde él... Una nota negra: en él murió un tío mío, en el accidente de aviación del año 65. A pesar de eso, me dio pena de que lo cerraran.
Gracias por compartir tus recuerdos.
Un abrazo.
Jane ahora que vivo prácticamente en un aeropuerto, con tantas idas y venidas, no he podido evitar emocionarme con tu entrada. Enhorabuena porque es preciosa y aunque no me gusten mucho los aeropuertos ni los aviones, ha conseguido que me entren unas ganas enormes de plantarme enseguida en una terminal. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Marie. Y enhorabuena por esas idas y venidas. Yo no soy muy amante de los aviones, pero sí de la idea del viaje. Andersen hablaba también de "la nostalgia del afuera". Y es conocida la frase del actor Antonio Gamero, "Como fuera de casa, en ningún sitio". A mí, de vez en cuando, me pasa precisamente eso y me entra una prisa enorme por lo que dices, plantarme enseguida en una terminal. El último viaje fue en septiembre y el próximo, en febrero. Ya es hora.
EliminarQue disfrutes de los tuyos.
Un abrazo.
Gracias por este artículo. Me has hecho desplegar las alas de mi mente y viajar muy lejos. ¡Me ha encantado!
ResponderEliminarGracias a ti, Mel, por tus palabras. Estoy convencida de que la mitad del placer de un viaje está en la imaginación, los preparativos, las expectativas... Cuando llego al aeropuerto, siempre digo: "Ya estoy en danza otra vez". Y, de todas formas, igual que Verne, nada nos impide "desplegar las alas de mi mente y viajar muy lejos" (¿Sabes, por cierto, que hay un montón de personas apuntadas para un futuro viaje a la Luna? ¿Te apuntarías?)
EliminarUn abrazo.
¡Por supuesto! Me apuntaría sin dudarlo. He ido tantas veces...
Eliminar¡Y yo dudando en atravesar el Atlántico! De ese temple hay que estar hecho, sí, señor.
EliminarSigo esperando que inventen la teletransportación.
Me gustan los aeropuertos, también he llevado y recogido a mucha familia y me entretiene observar a tanta gente e imaginar sus historias, pero cuando soy yo la que va a viajar, los aeropuertos me gustan muchísimo más. Enhorabuena amiga
ResponderEliminarJa, ja, ja, tú sí que sabes, Úrsula.
EliminarPara esos viajitos el escritor estadounidense Paul Theroux escribió un libro, "El tao del viajero", que da estos consejos:
"Deja tu casa. Ve solo. Viaja ligero. Lleva un mapa. Ve por tierra. Cruza a pie la frontera. Escribe un diario. Lee una novela sin relación con el lugar en que estés. Evita usar el móvil. Haz algún amigo".
¿Qué te parecen? Yo no le hago caso en algunos. No me gusta ir sola, no puedo ir por tierra desde una isla y me encanta cuando viajo leer algo del sitio antes y después. Y ver películas también. Fíjate que hasta me vi "Sissi emperatriz" después del viaje a Viena...
Nosotras también podríamos añadir lo de : "Observa a la gente en el aeropuerto. Imagina historias"
Un beso gordo, mi amiga.
La primera vez que pisé un aeropuerto (el de Sondika que han nombrado más arriba) era yo chiquitina. Nos llevó mi padre a mi madre y a mí para que viéramos despegar y aterrizar varios aviones. Fue una tarde muy especial. No recuerdo si tomamos algo allí pero debía ser mucho más pequeño y de "andar por casa" de lo que fue después porque aún puedo sentir la emoción de estar agarrada a las vallas de alambre que nos separaban de la pista y lo cerquita que estaban los aviones.
ResponderEliminarSiempre me río en algún momento con las cosas que nos cuentas. Hoy ha tocado también ponerse triste y recordar momentos dulces y personas que ya no te darán más la mano.
Un abrazo
Yo también iba con mis padres de pequeña. Ellos eran muy noveleros y también les gustaba eso de sentarse en la terraza a ver salir y entrar los aviones, entonces muy pequeños, pero que a mí me parecían máquinas gigantescas.
EliminarAfortunadamente nuestras vidas están unidas a aquellos que nos quisieron y nos mostraron, llevándonos de la mano, el mundo: las fiestas, las cabalgatas de reyes, un viajito cercano, las excursiones al monte o a la playa, el cine..., y como en este caso, el milagro de pensar que podíamos volar como los pájaros.
La traducción de ese estribillo de la canción "Volare oh oh" dice así: "Volar, cantar en el azul pintado de azul, feliz de estar allá arriba. Y volaba, volaba feliz más alto que el sol y aun más arriba, mientras el mundo desaparecía lejos allá abajo...". Creo que la visión de un avión desapareciendo entre las nubes que nuestros padres nos mostraron la primera vez nos hizo soñar en la posibilidad que la canción apunta: volar feliz más alto que el sol.
Un abrazo, Utopía.
Definitivamente, me gustan los aeropuertos, sean como sean. El más peligroso que conozco es el de la ciudad de Bucaramanga en Colombia. Lo hicieron en el pico de una montaña. El avión aterriza y dá la sensación que deja la pista y cae al vacio. Conocí el de Los Rodeos y me pareció espectacular. Claro, tenía alrededor de 5 años y era muy imaginativo. Pero de todos, agradezco al de Maturín en el Estado Monagas, en este país, el continuar vivo. Por esas cosas inexplicables que hacen los operadores aéreos, no pude abordar el avión que me llevaría a la ciudad donde vivía para ese entonces. Tuve que regresar en mi propiuo vehículo, 10 horas de viaje. El avión cayó a tierra, todos murieron, entre ellos, varios compañeros de trabajo. Se estrelló en la Serranía del Tumiriquire, hace ya unos cuántos años. Por los momentos estoy realizando diligencias para conseguir pasaje para Tenerife. Parece que es más fácil acceder a un viaje interplanetario que salir de este país. Ya veremos. Un abrazo y como siempre, a cuidarse, pues.
ResponderEliminar¡Qué experiencia más terrible, Agroteide! Así son las cosas de la vida, basadas en casualidades. Como en Macbeth, "un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no tiene ningún sentido". Tú te salvaste, y mi tío, por cambiar su pasaje para estar en el 15º cumpleaños de su hija, murió. Y es inútil buscar razones ni porqués.
EliminarPara mí el más peligroso que conocí es el de El Hierro, mar por un lado y mar por otro. Además, la primera vez que fui había un avión destrozado a pie de pista, como recordatorio.
Ya me avisarás cuando consigas pasaje. Sé por amigos y parientes lo difícil que es. Ánimo.
Un abrazo.
Como en todas tus entradas, empiezas a leer y te sientes parte del tema.
ResponderEliminarEn esta ocasión me veo con 21 años en el aeropuerto de Orly , de regreso a casa con un maxiabrigo , botas y una maleta llena de recuerdos tras una estancia de seis meses en Orleans.
Era mi primera escapada volando sola....toda una experiencia.
En los aeropuertos disfruto observando y sobre todo imaginando que subo al avión hacia países lejanos....disfruto mucho, aunque cuando vuelo de verdad respiro hondo. ...y sueño.
Contesto este comentario 4 años después, no sé por qué no lo vi. Mis disculpas.
EliminarLa primera vez que una vuela sola es de lo más difícil de explicar: miedo, expectación, emoción, inseguridad... Yo lo hice para irme a estudiar a Madrid, con la maleta llena para sobrevivir allí 3 meses hasta navidad. Nunca olvidaré ese vuelo. Como dices, toda una experiencia.
Un abrazo retardado, Luisa.
Me has hecho recordar muchas cosas...hacia atrás...Cuando niña, volaba varias veces al año, en esos Douglas DC3 , de la Guerra Mundial...Era para una veintena de pasajeros, volaba bajo, entre la cordillera de Los Andes, parecía que las alas tocarían tierra a ambos lados...se meneaban, "aleteaban" cuando había temporal...y también me gustaba esa terraza donde mirábamos los aterrizajes y los despegues, hacíamos señas de despedida...nos emocionábamos. Echo mucho de menos esos momentos...
ResponderEliminarYo no, Gabriela. Me daban mucho miedo esos avioncitos que volaban entre las islas traqueteando y moviéndose tanto que parecía que de un momento a otro se les iba a caer un ala. Aquí había un avión que iba a la península, al que llamaba "el saltamontes" porque tenía que ir aterrizando cada dos por tres hasta que se paraba definitivamente a la mitad (digamos, en Casablanca) ¡Qué miedo!
EliminarTe pido también disculpas por no haberte contestado en su momento. No sé por qué se me despistaron tu comentario y el de Luisa.
Un abrazo.