Algo tienen las noches de verano -llamémosle hechizo o embrujo o lo que sea-, cuando Shakespeare y Woody Allen le han dedicado obras. Son, como dicen Les Luthiers en "Añoralgias", "noches cálidas de fantasía, pobladas de magia, de encanto infinito...". Todos tenemos noches así en el recuerdo y, ahora, en estos días de julio, cuando a la caída de la tarde la brisa del mar alivia el calor, es una gozada sentarse fuera, a la fresca, con la mente en paz y el diálogo presto, tal como han hecho desde siempre las gentes de las islas.
En estas horas cabe cualquier conversación, relato o comentario. Cabe, incluso, como hace 3 días, oír, cautivados, las historias que nos contó mi sobrina Isa de su viaje de aventuras a Costa Rica, un perfecto contrapunto a la noche tranquila.
Allí... hice rafting en el río Balsa subida a la proa de la barca y a punto de caer al agua; nos lanzamos en tirolinas en Monteverde ¡casi como Tarzán en la liana!; cogimos olas con la tabla en Sámara; nos bañamos tirándonos desde lo alto en las cascadas de Montezuma...
Aquí solo se oyen las voces y las risas. Y las fatigas del día se han diluido en un plácido sosiego.
Allí... una noche hicimos un tour nocturno por la selva para ver animales: un orlingo, que es como un gato con cola de mono, armadillos, búhos, un erizo bebé subiendo a un árbol, murciélagos que había que esquivar, un oso perezoso... Parados en medio de la carretera incluso vimos dos ojos mirándonos desde la espesura ¡Los insectos son del tamaño de mi puño! Vimos tarántulas, escorpiones de 8 cm., insectos-palo de medio metro... ¡Las luciérnagas iluminan la arboleda!
Aquí las ranas son el sonido por el que transcurre la noche y, de vez en cuando, aletea una coruja. Alguna mariposa nocturna se acerca curiosa al círculo de luz. Casi ni le hacemos caso.
Allí... nos cayeron tormentones eléctricos -rayos, truenos, relámpagos, nubarrones, nieblas- casi todos los días: en el Parque del Volcán Arenal, en Playa Hermosa, en la travesía en barco desde Paquera a Puntarenas... No pudimos ir a la costa oriental porque las carreteras -casi todas de tierra- estaban cortadas; y, desde Sámara hasta Santa Teresa tuvimos que vadear cinco ríos que habían crecido con la lluvia.
Aquí la noche está clara y solo las ramas de los árboles cercanos se mueven ligeramente. No hay nada que perturbe la calma.
Allí... desayunábamos gallo pinto, que es un plato enorme de arroz, frijoles, huevos, carne y plátanos fritos. Bebíamos pipas frías de coco y las comidas tenían nombres como tamales, chorreadas, chalupas...
Aquí probamos la yuca frita que mi sobrina nos ha traído de recuerdo. Pero también comemos camarones frescos y bebemos un vino blanco frío que burbujea en las copas. Brindamos haciéndole un guiño a la luna.
Allí había caimanes en los ríos, iguanas paseando tranquilamente por el medio de la carretera, caballos salvajes en las playas. Aquí está la quietud de lo cotidiano, de lo conocido, del siempre. Pero sobre los dos mundos está la noche de los poetas, la noche que Neruda vio estrellada mientras "tiritan, azules, los astros a lo lejos"; la "callada noche que aún asiente" de Walt Whitman; la noche que brilló sobre nuestras infancias, y en la que, como dijo Octavio Paz,
"... todo respira, vive, fluye:
la luz en su temblor,
el ojo en el espacio,
el corazón en su latido,
la noche en su infinito"
Que este verano les sea propicio en noches como esta.
(En la imagen "La noche estrellada" de Van Gogh)
Maravilloso relato Isabel con Noche Estrellada incluida.¿ Insectos como puños ? Deja,deja.
ResponderEliminarClaudia, si hay algo (aparte de un viaje en avión de tropecientas horas) que me traba para cruzar el charco es esa explosión de vida que hay al otro lado del Atlántico. Imaginar que se me pose en el hombre una tarántula del tamaño de un puño, ya es motivo para que las ganas de viajito exótico mengüen. Otro de mis sobrinos me cuenta que, después de ver una en su habitación, la revisó toda antes de acostarse. A la mañana siguiente había un escorpión del tamaño de un dedo paseando sobre sus zapatos. Quita, quita...
EliminarComo decían en aquel spot... Qué suerte vivir aquí...!!! (Yo me llevo mal con los mosquitos americanos) Menos mal que los alisios de vez en cuando se los llevan a otros lares... porque desde allá vienen p'acá oliendo mi sangre!!! (Anda!!! Un pareado) JEJEJE... Besos Isa... Magistral como siempre!!!
ResponderEliminarGladys, esto que he escrito hoy es un homenaje a esas noches de verano en las que los vecinos y la familia sacaban las sillas a la puerta de su casa y se ponían a alegar y a contarse historias. Eran tiempos sin televisión, claro, y están en mi recuerdo como momentos mágicos.
EliminarDe todas formas, hace unos días pasé al anochecer por Bajamar (uno de los sitios en los que de niña pasaba los veranos) y vi señoras sentadas en banco y, más allá, un grupo de señores en un poyo, todos con el mismo afán de aquellos tiempos: disfrutar de la noche y hablar con los demás de lo que se terciara.
Y acompañados, claro, por los mosquitos.
Besos.
Bueno, si. De acuerdo. ¿Noches de verano en el recuerdo a la luz de la luna?. Muuuuchas. Lo que pasa es que ahora tiene uno que esperar a que vengan los míos del extranjero para tenerlas. Así son las cosas. De todas formas, estoy seguro que si este último fin de semana nos hubiéramos reunido bajo un porche, paraguas o toldo, habríamos hablado del animal que quemó a la chica en Santa Cruz de La Palma delante de todo el mundo. De un padre que cuando se enteró de que su hijo había hecho semejante canallada le sobrevino un infarto, de dos familias irreconciliables a partir de ahora viviendo una cerca de la otra, de unas fiestas con el luto hasta en la solapa de La Virgen de Las Nieves, en fin... Es la primera vez en décadas que un tipo se atreve a matar a una mujer en La Palma.
ResponderEliminarHablando de otra cosa. Amiga Jane, he tenido el placer de disfrutar el mes pasado de La noche estrellada de Van Gogh. Tanto fue, que por culpa de él y otros grandes de la pintura estuve dos días desde las 10 hasta las 17 horas de pié viendo salas y salas, lo que supuso una flebitis en la pierna derecha, que por suerte se curó con una crema milagrosa que venden los americanos.
Cuando yo era chica y nos reuníamos en La Palma, o en Bajamar, o en Los Realejos (los tres sitios que recorríamos en verano), ese era el tema de conversación: la realidad cotidiana. Allí salían los amores descubiertos y los clandestinos, las cosechas, los chistes, lo que contaban las cartas de Venezuela o Cuba, los chismes de una vecina, las peleas familiares... Si hubiera habido entonces un crimen tan miserable como el de Santa Cruz de La Palma en esta Bajada, seguro que lo hubieran analizado hasta lo más profundo y se hubieran confortado mutuamente en el horror compartido.
EliminarLos niños en esas noches jugábamos por allí cerca, pero todos estábamos atentos a lo que se hablaba (aun cuando a veces bajaran la voz por "la ropa tendida") y, de paso, aprendíamos valores y formas de actuar.
Yo también vi "La noche estrellada", uno de mis cuadros preferidos. Mis alumnos recordarán un bolso (comprado en Amsterdam) que llevé durante años con su imagen. Es preciosa y evocadora.
Besos y cuídate, que ya uno tiene una edad.
Bonito relato...todavía en esta América, en los pueblos del interior es muy usual lo que tu comenta, aunque ahora hay varias formas de las noches.... los turistas aventureros hacen lo que tu has relatado, (muy valientes), los nativos como en todos los pueblos se reúnen en las puertas de las casas y los turistas semanales es hacer tertulia al lado de una piscina y ver las estrellas con luna llena y el trago en la mano, con todos los aparatos que puedan tener para estar aquí o allá.
ResponderEliminarMe ha gustado, Marilu, tu análisis. Los turistas aventureros se arriesgan más, aunque mi sobrina contaba que en Costa Rica se vive un ambiente de seguridad aunque sea de noche y por caminos poco transitados y que se encontraron con la gente más amable del mundo. Me es grato saber que el segundo grupo, los nativos, siguen con las reuniones a la puerta de sus casas y que la televisión no los ha encerrado dentro para perderse el disfrute de la conversación y del aire nocturno. Y los turistas semanales, uff, eso son los más peligrosos porque siempre van acompañados de música a todo volumen. No habrán oído nunca el coro de ranas que cantan a la Luna ni habrán llevado una conversación con los amigos en tono tranquilo. Ellos se lo pierden.
EliminarUn beso y gracias por tu comentario.
Yo creo que la magia de esas noches de verano, Isa, se debe a esa quietud y a ese aire tibio que invita a conversar y nos obliga a retrasar nuestro descanso. Me viene el recuerdo de mi tía Matilde que abría, tras la cena, su pequeño casino en la terraza de su casa en Puerto Naos para jugar a una ronda robada interminable donde se apostaban garbanzos de primera. Los vecinos no se molestaban porque también estaban en el paseo disfrutando del vaivén de las olas. Era una gozada verla concentrada mientras amenizaba nuestra velada con sus recuerdos veraniegos de noches del pasado y de su juventud. Las noches del verano tienen esa calma y desidia que no tiene el invierno nocturno. Ya habrá tiempo de escondernos a dormir más temprano y bajo la manta sin más compañía que un libro pero el verano está hecho para disfrutar de la presencia majestuosa de la Luna y del diálogo con los demás.. Hasta las cucarachas se atreven a pasear en familia.
ResponderEliminar¡La ronda robada, Cande! Mi hermana y yo estuvimos ¡años! jugando otro campeonato interminable. Y sin embargo, ahora casi ni me acuerdo de las reglas del juego (me acuerdo de "¡machuco!" y "¡machuco y limpio!" pero poco más).
EliminarSon esos recuerdos, como el de tu tía Matilde, los que hacen entrañables las noches de verano. Todavía hoy, en verano, mi marido y yo salimos a cenar y a ver las estrellas un rato al balcón que da sobre el jardín, solo por el placer de disfrutar de la noche. Eso sí, yo tachaba lo de las cucarachas (ya sabes que no son mis bichos preferidos).
Un beso, Cande, y gracias por compartir tus vivencias.
Cuántos buenos recuerdos de noches de verano me ha venido a la mente, el rumor del mar, los cuentos, los chistes, los juegos.....pero sobre todo, acostarme sobre un muro para mirar al cielo y contemplar las estrellas. Un abrazo
ResponderEliminarCreo que todos hemos reservado una parte de nuestra memoria (y de nuestro corazón) a esos mágicos momentos del verano, cuando parecía que los meses cálidos duraban una eternidad. Muchos compartimos tú y yo.
EliminarUn abrazo.
Echo de menos esas noches a la luz de la luna, o de un farol y hasta las sobremesas en el comedor, y mi padre contando de lo divino y lo humano...gracias por este relato fascinante. ¡Qué bien escribes.
ResponderEliminarMuchas gracias, Elvira. Yo también las echo de menos. Ya no nos reunimos después de la cena bajo las estrellas a comentar las cosas del día, ni ya están muchos de aquellos con los que compartimos opiniones y cuentos. Pero esas noches forman parte de lo que somos ahora también y nadie nos las puede quitar.
EliminarFeliz verano, Elvira.