En las creencias se vive, decía Ortega ¡Y menos mal, digo yo! Imagínense que cada mañana tuviéramos que plantearnos si las calles están puestas o no, si seguirá existiendo la panadería o si nos encontraremos con otro mundo al revés en lugar del que nos han asegurado que está ahí fuera.
Y, sin embargo, vivimos en un mundo de seguridades que, a la primera de cambio, se desmoronan. Por ejemplo, cuando hacemos un viaje, una vez tenemos hecha nuestra reserva de aviones y hoteles, nos quedamos tranquilos porque pensamos que todo saldrá según lo previsto. Y no. Puede pasarte cualquier cosa. Como a nosotros un diciembre de hace 5 años en que programamos un viaje a Lisboa, y ya me veía comiendo pastelitos de Belem y oyendo fados en el barrio del Chiado, cuando el día anterior los controladores aéreos iniciaron la huelga salvaje del año 2010 y nos quedamos en tierra. O como le pasó a un amigo mío, que se fue de Madrid a Barcelona en el puente aéreo a ver una exposición que le interesaba con el propósito de volver por la tarde y cenar con su mujer y sus hijos en Madrid ¿Y qué podía salir mal? Nada, excepto que el vuelo de vuelta que cogió, en lugar de a Madrid, lo llevó a Ginebra. Cuando oyó por la megafonía eso de "en unos minutos aterrizaremos en el aeropuerto de Ginebra", no se lo podía creer.
Pero hay que creerlo. Estamos en un mundo inseguro, sujeto a imponderables y apoyado, en realidad, no en la roca de la certeza sino en las arenas de la incertidumbre. El detectar las falsas creencias y adaptarnos a los cambios sin mayores aspavientos forma parte de nuestra formación y nos hace madurar.
Estas navidades mis nietos mayores (12 y 10 años) se han despedido de una de las creencias que los anclaban a la infancia. Fue el niño el que le planteó a la madre la pregunta que todos los padres tememos: "Mamá, ¿los reyes son los padres?". Y cuando mi hija salió con un "Estoooo...", le espetó: "¡No me mientas!". Después lloraron y la mayor decía que a ella se lo habían dicho en el colegio pero que ella creía más a sus padres y que ella ¡nunca! les haría eso a sus hijos... Pero pasaron el primer momento doloroso y me lo contaron al día siguiente y escribieron su carta a los reyes como todos los años.
La noche de Reyes, que todos la pasan en mi casa, pusimos las 3 copitas con licor casero de limón, guayabitos y nísperos, y un platito con turrones y peladillas. Después colocamos los zapatos en el sitio acostumbrado y se fueron a acostar con los mismos nervios y jiribilla de otras noches de Reyes. Y por la mañana, cuando abrieron los regalos, hubo alegría y entusiasmo por los deseos cumplidos y solo un comentario irónico de mi nieto: "¡Qué raro! Esta etiqueta para mí de parte de los Reyes Magos está hecha con una letra igual que la de Aba (esa soy yo)!". Pero, aparte de este lapsus ( hay muchas letras parecidas ¿no?), en conjunto han superado el trauma y se han amoldado bien a las nuevas circunstancias.
¿Y ahora? ¿Qué hago con la duda que me corroe? ¿Cómo les pregunto yo si los Reyes Magos son los hijos?
Qué momentos más guapos me proporcionas ! Gracias. Salud y Paz para ti y los tuyos
ResponderEliminarY tú a mí, Carmelita, cuando veo que estás ahí, siendo mi primera comentarista. Te deseo lo mismo. Un beso.
EliminarQué lindos, tus nietos. Y qué bonita la niñez que es capaz de seguir con ilusión a pesar del desengaño. Gran lección.
ResponderEliminarGracias, Isabel.
Besos
Creo que en el fondo, en cuanto hubieran pensado un poco, lo intuían y ya estaban preparados para asumirlo.
EliminarSantiago Roncagliolo, hace unos días en una columna de El País, me hizo gracia porque la tituló "Lo saben" y hablaba de su reacción ante las preguntas de sus hijos: rehuir la mirada, sobreactuar, palidez, negarlo todo con vehemencia... Dice: "Hasta ese día, yo creía tener el control. Suponía que guardaba intacto para mis chicos el último reducto de fantasía, antes de que la gris realidad inundase su mundo. Ahora comprendo que lo saben, pero callan para no decepcionarme."
Un abrazo, Celia.
Preciosa entrada, Jane. ¡Ay, dónde van esas fechas mágicas, inolvidables! Se nos cae el mundo encima cuando descubrimos la verdadera historia de los RR.MM. Y ni te cuento la que habrán liado ya los iluminados que este año han poblado nuestras ciudades de cabalgatas que más bien parecían de carnaval. Así van a terminar con las creencias de forma definitiva. Aunque espero que domine la inocencia de los niños. Besos.
ResponderEliminarLa verdad, Francisco, es que las cabalgatas de reyes de mi juventud también eran bastante estrafalarias: Gaspar cayéndose del camello, reyes enérgicos que daban "caramelazos" a ver a qué infante atinaban, Baltasar con el tinte negro despachurrándosele cuello abajo, o, si era negro, era aquel que toda La Laguna conocía porque era el único negro que entonces vivía allí, con lo cual los niños gritaban: "¡Melchor! ¡Gaspar! ¡Federico!". Si esas caravanas no mataron la magia ni la ilusión infantil, nada podrá hacerlo.
EliminarUn abrazo.
He ahí donde está el problema, en que nosotros somos el referente de nuestros hijos y cuando descubren que le hemos mentido, (por mucho que después lo tomen bien), el disgusto se lo llevan y la enseñanza de que nosotros también mentimos.
ResponderEliminarPocos padres nos aventuramos desde el principio en no mentir a nuestros hijos, nunca, aunque sean "piadosas".
Es un problema ético interesante el que planteas, Ana: ¿Es lícito mentir alguna vez? ¿Qué es más importante, decir siempre la verdad o dejar que crean en un mundo mágico? ¿Ir contra las tradiciones ancestrales y compartidas por todos en aras a la verdad puede perjudicarles? ¿Todos mentimos en realidad por otras razones (por ejemplo, decimos a alguien que está guapa aunque parezca una gárgola)?
EliminarEs el dilema que todos los padres del mundo nos hemos planteado. Responderlo teniendo a los hijos en cuenta forma parte de la educación que quieres darles.
Sé que lo vas a hacer bien. Un beso, Ana.
Muy bueno y muy a propósito...jejeje
ResponderEliminarGracias, Elvira. A mí estos días me sale la única vena regia que tengo.
EliminarUn abrazo.
"""En las creencias se vive, decía Ortega ¡Y menos mal, digo yo!"""
ResponderEliminarExcelente comienzo para este nuevo año. Así es y así será; al menos, eso espero yo también.
Me hiciste recordar a mi hermano mayor -fallecido ya- al que le decía que me levantaba a las cinco de la mañana para llegar a las siete a trabajar e invariablemente me decía, pero... ¿a esas horas las calles están puestas ya? que ordinariez, que descortesía. Reconozco que, por mucho que me lo repitiese, me hacía sonreír. (Recuerdos de quién se fue pero aún está aquí)
Bueno, al grano, todos hemos sentido un impacto al conocer la verdad de estos asuntos y a ninguno -que yo conozca- nos ha afectado de manera irremediable. ¿Acaso hay una unidad de psiquiatría infantil para aquellos desengañados en estos asuntos?
"""¿Y ahora? ¿Qué hago con la duda que me corroe? ¿Cómo les pregunto yo si los Reyes Magos son los hijos?"""
No les preguntes nada al respecto; ellos, con solo mirarnos, comprenderán que efectivamente lo son.
Admito que nunca había pensado en esta variante del asunto en cuestión pero, me ha parecido magistral.
Mi más efusiva enhorabuena y gracias por la nueva perspectiva que me aportas en este delicado, grave y reiterativo asunto que nos ocupa.
Un abrazo y, hasta la próxima oportunidad.
Muchas gracias, Antonio, por tus palabras y enhorabuenas. Da gusto escribir así.
EliminarLa verdad es que yo ni me acuerdo cuando me enteré del tema, así que mucho trauma no habré tenido. Sí que podría jurar haber visto una capa azul saliendo de mi habitación una noche de reyes en mi infancia y les cuento también a mis nietos que una vez recibimos un papelito de advertencia, caído de no se sabe dónde, en el que nos decían que si seguíamos portándonos mal no nos dejarían ningún regalo. Todavía hoy no dejo de sentir expectativa e ilusión ante la noche de reyes.
Un abrazo.
Isa, leí una vez, que una niña le recriminó a su padre porqué le habia mentido. Le habían dicho que Los Reyes Magos no existían. Es cierto?. Me has mentido?. Preguntó la niña. El padre le contestó: No te he mentido. Te he dicha la verdad a medias. Verás , cuando Los Reyes llevaron los regalos al Niño Jesús y vieron su alegría , se dijeron: podríamos hacer felices a todos los niños del mundo haciéndoles regalos pero, el problema es que no podremos compañeros a todos. El mundo es muy grande. Entonces se les ocurrió nombrar a los padres para que les ayudaran a repartir los regalos y que ningun niño se quedara con ese momento de felicidad. Así que nos nombraron sus representantes. La niña lloró de emoción y dio las gracias y pidió perdón a su padre por haber desconfiado.
ResponderEliminarMe parece una buena idea para cuando me pregunte mi nieto.
Algo parecido hizo mi hija. Les dijo que es una tradición que viene desde largo tiempo atrás y que todos los padres del mundo han recibido una especie de mandato como pajes de esos reyes y en recuerdo a aquel momento.
EliminarEspero que después de primer momento de pena, mis nietos hayan comprendido. La verdad es que la carita de alegría que ponen los niños cuando ven el salón con juguetes y caramelos es una de las gozadas que uno puede ver en la vida.
Un abrazo.
Se hacen mayores!!
ResponderEliminarAy, sí, Esther, qué pena... Queremos y no queremos que crezcan. Pero ¡qué se le va a hacer! A disfrutar cada momento sabiendo que es irrepetible.
EliminarAún, con mis años, me queda esa pequeña "ilu" de que ellos son la magia. No he perdido lo que de niño siempre he tenido y me gusta, ese día, la sorpresilla que me espera al cruzar alguna puerta. No recuerdo bien mi reacción cuando me enteré, ha llovido y en cantidad. Recuerdo con alegría a mis mayores cuando se intercambiaban sus regalos. Ambos eran niños y los cuatro hermanos los mirábamos con la misma ilusión que ellos abrían los paquetes. Hoy, nuestros niños, saben misa, pero yo sigo creyendo en la magia, y me encanta.
ResponderEliminarEstoy contigo, J. Gerardo. Algo tiene la noche de reyes que hace salir el niño que fuimos. Todavía hasta oímos campanillas a lo lejos. Y que no nos falte esa mirada limpia e ilusionada. Yo disfruto un montón abriendo los regalos, viendo los de los demás y después desayunando todos juntos chocolate y roscón. Es de las mejores mañanas del año.
EliminarUn abrazo.
Qué pena! Van creciendo, pero en el fondo siguen teniendo la ilusión, porque como en la canción "no te quieres enterar....
ResponderEliminarSí, Clari, yo recuerdo que en el colegio, cuando todas me contaban la verdad, yo (con 11 años) seguía porfiando en que estaban equivocadas. En el fondo lo sabía pero era como si quisiera prolongar la magia un ratito más. Todavía hoy sigo teniendo ilusión y esperanza de que, como me he portado bien, me traigan sorpresas :-D
EliminarJe... Te saco de la duda... los nietos son esos magos... locos y bajitos que diría aquél..
ResponderEliminarPues les tocará el papel dentro de unos años, espero. Ya en muchas cosas van aprendiendo...
EliminarQue reflexión tan acertada. Bueno, siempre consigues hacerme pensar y eso me enriquece...
ResponderEliminarLos cambios nos producen incertidumbre e incluso pueden desestabilizarnos pero tenemos que poner cada uno nuestra armadura para afrontarlos como podamos porque no hay otra opción.
Recuerdo ese momento con mi nieto. Sin duda, los abuelos sentimos más desilusión que el niño ¡Que chasco! Ya no podíamos tocar el timbre, saliendo sigilosos desde la puerta de la cocina para decir que era Papá Noel el que dejaba aquel enorme saco en la puerta principal.
Adiós a las cartas con sello en Laponia... Es una enseñanza que nos ofrece la vida y otro reto para salir airoso.
Si todo estuviera vivido no tendríamos esos acontecimientos imprevistos que nos ayudan a tolerar la improvisación sin llegar a caer en la frustración. ¿No crees?
Nos tenemos que acostumbrar a que no hay nada seguro en este mundo y que, por muchos planes y programaciones que hagamos, siempre puede haber un factor que nos los eche abajo. Pero bueno, eso forma también parte del encanto de la vida.
EliminarMe hizo gracia esas cartas mandadas desde Laponia... Me recordaste a Tolkien que les escribía también a sus hijos cartas desde el Polo Norte. Uno de sus hijos las publicó ("Cartas de Papá Noel"), con los dibujos originales y todo, y son una delicia. Dile a los tuyos que las guarden también. Son un recuerdo precioso de lo que hace la imaginación.
Un abrazo, Cande.
Si nosotros no hemos perdido la ilusión y seguimos dejando la noche del 5 los turrones y las copitas, nuestros nietos, tampoco la perderán y la mañana del 6 de enero será siempre la mejor mañana. Me ha gustado mucho,un abrazo
ResponderEliminarCreo que sí, Úrsula, que ese es el espíritu. Mis padres eran así de noveleros y mis hermanos y yo hemos seguido siéndolo siempre, llenando la navidad y reyes de detalles que ya vimos hacer en nuestra niñez. En cambio, para mi marido, en cuya casa no había costumbre de celebrar las navidades, es todo un poco "excéntrico". Como dicen mis nietos, "no tiene espíritu navideño" (y lo miran como diciendo ¡El pobre!).
EliminarGracias, Úrsula, un abrazo.
Yo no recuerdo el momento en que lo descubrí, la verdad. Pero a mi me parece que no es una mentira, es un maquillaje, una forma de hacer magia en un mundo que ya no la tiene.
ResponderEliminarGran entrada, enhorabuena.
Besotes!
¡Claro que no es una mentira! Todos los que seguimos creyendo en la magia, defendemos que es la manera que tiene el mundo mágico de vivir: en los sueños, en las ideas, en las ilusiones. Somos muchos. Sigue existiendo.
EliminarGracias. Muchos besos.
Querida Jane, a medida que leía tu bonita entrada se me fue poniendo un nudo en la garganta y la emoción en los ojos. No pude evitar acordarme del momento en que mi hermano y yo confirmamos lo que más nos temíamos, desde bastante tiempo antes. Sobre todo, yo, que le llevo un año a él.
ResponderEliminarRecuerdo que, desde los 5 o 6, ya me empezaron a resultar sospechosos algunos detalles que yo observaba en las cabalgatas de Reyes. Por ejemplo, cómo descubrí, en una de ellas, que Baltasar era negro hasta el cuello, pero no más allá, cuando, se estiraba a besar a algún niño. Igualmente, me llamaba la atención que Gaspar y Melchor unas veces tenían el bigote pegado a la barba y, de repente, cada uno estaba en su sitio. También me parecía imposible que, al mismo tiempo, se estuviera celebrando otro cortejo real, sin ir más lejos, en La Laguna. Todo aquello fue creando en mí un poso de desconfianza que hizo que, en casa, mis ojos y mis oídos estuvieran atentos a cualquier otra señal que me dijera que yo, por desgracia, no estaba equivocada.
Mis padres, cuando volvíamos de la cabalgata, mantenían siempre el clásico ritual de que les acompañáramos al balcón, para dejar sustento para los sedientos camellos y unas golosinas navideñas, junto a unas copitas, para que sus Majestades, los agotados Reyes de Oriente, tomaran el rico licor de café que hacía mi madre. Aquellos preparativos tenían tal grado de verosimilitud que hacían que mis dudas de la calle se tambalearan.
Pero una de esas noches, mi excitación por su llegada fue tal que no hubo manera de coger el sueño enseguida y, de repente, empecé a oír pasos sigilosos, escalera arriba, escalera abajo, y tan curiosa como he sido siempre, me atreví a abrir la puerta, mínimamente, y por la rendija vi cómo mis padres entraban cajas y juguetes que, al día siguiente, encontré junto a mi zapato. Ese año, no me atreví a preguntarles nada, porque me daba pena que ellos, que se esforzaban siempre por crearnos aquella mágica atmósfera de ilusión y fantasía, se fueran a disgustar, y les hice seguir creyendo que yo estaba convencida de que todo era cierto. No le dije nada a mi hermanito y guardé el secreto, sólo para mí.
Al año siguiente, mi madre, con esa intuición que tienen solamente las madres, y por algún comentario que yo debí hacer, cuando abríamos los regalos, se las ingenió para descubrir si nosotros sabíamos algo. Entonces, ya mi hermano me había dicho que él también lo sospechaba y no recuerdo cómo, nos vimos preguntándoles si los Reyes eran ellos. Con gran naturalidad y sin aspavientos lo reconocieron y con la misma naturalidad, aunque algo tristes, nosotros lo aceptamos.
A partir de entonces, tuve la sensación de que acababa de hacerme mayor. Que la confirmación de aquel descubrimiento, que fui capaz de mantener en secreto, durante mucho tiempo, me convertía en cómplice de mis padres y hermano, ante los hermanos que fueron llegando más tarde y, por lo tanto, en la seguridad de que, en vez de tres reyes Magos, íbamos a ser cuatro los que procuraríamos crear y mantener aquella maravillosa atmósfera de amor, ilusión y fantasía, para los que se fueron incorporando a la fiesta más tierna, alegre y bonita del año. Pasé, de feliz e ilusionada niña, a ser la más feliz e ilusionada Reina Maga, cosa que aún conservo, pero, ahora, de tres maravillosos sobrinos nietos. Mi deseo de estas fechas es, siempre, tener un niño cerca, para poder ejercer ese cargo que tanto me gusta.
Tu relato y todos estos recuerdos, Jane, han sido los culpables de que mi garganta se anudara y mis ojos llovieran...
Y a mí me emocionas pensando en esa niña, toda curiosidad, mirando por la rendija de la puerta. Te pasó como en el artículo de Santiago Roncagliolo que cito en el 2º comentario, en el que habla de niños que lo saben pero que no quieren apenar a sus padres. Pero convertirnos en reyes magos, ver la ilusión en la cara de un niño, es uno de los sentimientos que más nos conmueven en estos tiempos. Impagable y enternecedor. No renunciaría a él por nada del mundo.
EliminarGracias, como siempre, por compartir tu experiencia, Cehachebé. Abrazos y besos.
Pues a mí me pasó lo mismo que a tu nieto, ISABEL,que descubrí que la letra de los regalos de los Reyes Magos se parecía demasiado a la de mi madre. Un abrazo por hacérmelo recordar, lo había olvidado totalmente.
ResponderEliminarEste año me lo volvió a decir y yo le dije que es que Gaspar y yo fuimos al mismo colegio, jajajajaja.
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