Postal coloreada de los Sauces a principios del siglo pasado |
Leí hace poco que un grupo étnico que vive en el Caribe, los garifunas, celebran sus entierros con bailes y cantos porque en su cultura "la muerte de un ser querido es una oportunidad de celebrar su memoria y alegrarse por haberlo podido tener en la vida". Nada más lejos de eso en nuestra cultura. En particular, en Los Sauces de mi niñez un entierro era una cosa muy seria, un acontecimiento en el que todo el pueblo se involucraba y que había que afrontar con circunspección y gravedad.
Cuando alguien moría, se rodaban todos los muebles del salón de la casa para colocar en su centro el ataúd con el cuerpo presente. Alrededor, se desplegaban, como un tendido, todas las sillas disponibles de la casa, más algunas de las casas vecinas, para que se sentaran las mujeres que, ayudadas por buchitos de café y calditos, pasaban la noche entera hablando o gimiendo a ratos. En un cuarto aparte, estaban los hombres a los que reforzaban para aguantar los fríos de la madrugada, no solo con los omnipresentes cafecitos y caldos sino también con tanganazos de coñac, cosa que terminaba por provocar alguna que otra cargacera. Más de una de esas noches de velatorio y aflicción terminó con las parientes del difunto discutiendo ya por la herencia y con los hombres, en su cuarto, jugando al envite. Es lo que tiene el no dormir.
Pero en lo que las costumbres de entonces eran especialmente duras y no se relajaban ni un pelo era en el tema del luto. Los parientes del finado tenían que llevar luto un año entero -ellas, de negro de arriba a abajo, medias negras tupidas incluidas; y ellos, con brazalete negro en la chaqueta, cinta negra en el sombrero, o incluso, con un botón negro en el ojal-. Tras el luto, venía otro periodo, igual de largo, de medio luto en el que el negro se aliviaba con marrones o grises, ¡nunca un rojo, un naranja o un verde, Dios nos libre!, si no querías ver tu nombre mancillado en boca de todos.
Mi tía Agustina -una de las tías que más he querido- fue siempre una mujer animosa y resuelta que cuidó con generosidad de todos sus parientes, tanto de sangre como políticos. Estuvo siempre donde tenía que estar, atendiendo a los suyos en las enfermedades y cuidando en los entierros de tener preparados litros de caldo, cafeteras de café y botellas de coñac como para surtir a un regimiento. Cuando se iban muriendo sus allegados, ella siguió a rajatabla la costumbre: no salía de su casa hasta los 7 días a la "misa de salida", y empataba lutos y medios lutos, de forma que casi siempre la vi de oscuro.
Un verano que vino a Tenerife a ver a mi madre y a mi abuela, le tocó una de esas calufas de tiempo sur sahariano en las que casi no se podía respirar. Vestida de negro de la cabeza a los pies (no recuerdo por qué pariente era), por más que mi madre le rogaba que se descubriera al menos brazos y piernas, se negaba y repetía: "¿Y si me encuentro con alguien de Los Sauces?". Pero un día no resistió más, vistos los sudores y calores que ni abanicos -negros, por supuesto- podían atajar. Sofocada y desesperada, accedió al fin a ir con mi madre a la misa de El Pilar por la mañana, ¡sin las medias! y con el mantra de "ojalá que no me encuentre a nadie de Los Sauces".
Se la encontró nada más torcer la esquina de casa: una señora de Las Lomadas que había venido al médico a Tenerife. Y a mi tía Agustina se le cayó el alma a los pies cuando la otra, mirándola de arriba a abajo, y deteniéndose en particular en sus piernas, blancas y desnudas, le dijo con retintín: "¡¡¡Ay, Agustina!!! ¡¡¡Pues sí que has aliviado tú pronto el luto!!!"
¡Qué recuerdos ! Gracias mi niña. ¡Qué familia maravillosa!
ResponderEliminarUn día nos ponemos tú y yo, Carmelita, a desgranar recuerdos de aquellos tiempos. Gracias a ti por formar parte de mi familia. Un beso grande.
EliminarEs la Ley de Murphy. El día en que sales con el pelo un poco loco, una ropa que no te favorece, sin un poco de pintura, o vienes de la playa despelujada, ¿a quién te encuentras? A una conocida/amiga que siempre va de punta en blanco y que, muy sincera ella, te pregunta mirándote de arriba a abajo, qué te pasa?, estás mala? Pues eso le pasó a tu tía, no falla.
ResponderEliminarHoy las nuevas generaciones, lo del luto no saben ni lo que es. Yo con 11 años estuve de luto riguroso cuando murió mi padre. Hoy es impensable.
Me recordaste una vez que vine de la playa como dices: despelujada, la nariz pelada, una camiseta y bermudas nada sexys... en fin, hecha un cristo, deseando llegar a casa para ducharme y quitarme la sal y la arena de los pelos, y me encontré que mi hermana me había organizado por mi jubilación una fiesta sorpresa donde todos mis amigos me gritaban lo de ¡¡¡sorpresa!!!, vestidos todos de punta en blanco. Y sí, me llevé una sorpresa :-D.
EliminarRecuerdo verte tan pequeña de negro Qué costumbres más ilógicas, ¿verdad?
Un beso, Dulce.
Lei tu escrito sobre el luto. Me hizo recordar a una prima de mi madre que se llamaba Argelia. Vivía en La Matanza. Yo tendría 6 años. Apareció en casa a hacer unas gestiones en Sta. Cruz. Iba toda de negro con medias y UN VELO NEGRO en la cabeza. Yo le pregunté si iba a misa. Mi madre me explicó que no, que estaba de luto. Lo de las medias negras, pase., pero, el velo.... Y que me dices de las promesas. Mi abuela hizo una, no recuerdo el motivo. Lo que si recuerdo es que el cumplimiento de la promesa recayó en mi tía Ana Rosa. La pobre vivió su infancia y pubertad vestida de canelo. Parecía un San Antonio bendito con cordones en la cintura y todo. Un dia se calentó y se negó en redondo a vestirse. Mi abuela tuvo que ceder. Qué injusto hacer una promesa para que la cumpla otro. Claro, que ella no podía , como estaba de luto perpetuo.. Mi abuela se quedo viuda a los 39 años. Murió con 92. Siempre la vi vestida de negro y con manga larga. Para salir a la calle , siempre llevaba abrigo en invierno y en verano, un tapado que era un abrigo de alpaca, mas ligero.
ResponderEliminarTienes razón ¡se me había olvidado el velo! Y claro, el ir tapados de arriba a abajo. Porque una cosa es que vistas de negro, pero ¿te tienes que tapar los brazos, el cuello e ir forrado hasta las narices solo porque se te ha muerto un pariente? Porque esa era otra, te ponías de luto hasta por tíos y primos. Un disparate que afortunadamente casi se ha erradicado en nuestra sociedad (o por lo menos se ha aliviado).
EliminarYa hablé una vez de las promesas ("Una promesa es una promesa" el 15-6-2009) y de como una amiga de mi hermana prometió que, si me curaba una vez que estuve grave, ¡yo! tenía que ir a ver a la siervita. A mí esas promesas delegadas me hacen una gracia... Y lo del luto también: que una mujer joven como tu abuela pase su vida de negro es una aberración.
Un beso, Ani.
Buenísimo.....real como la vida misma.......cuántos recuerdos y como han cambiado los tiempos......y los más jóvenes de la casa contando los días a ver que fiesta le había fastidiado el inoportuno difunto.....y el traje nuevo celosamente guardado para estrenar el día de la Virgen seguiría guardado en el armario para otro momento más oportuno....no cumplía los requisitos del luto.....enhorabuena Marilola.....
ResponderEliminarGracias, Jesús, por tu aportación a los lutos. Me encanta que te fijes en los efectos colaterales: no podíamos ir a fiestas, ni estrenar traje, ni poner la radio con música, ni bailar... ni vivir. Sé de gente que tuvo que posponer la boda un año porque estaba de luto. No tiene mucho sentido, la verdad.
EliminarGracias y un abrazo.
En Los Sauces, como en otros pueblos de Tenerife. Me hicistes recordar los duelos de mi infancia, nos ponían de negro incluso los lazos del pelo. Por eso ahora, digo que no me pongo de negro por nadie, todo lo más , blanco y negro.
ResponderEliminarSolo vestí de negro-luto (el otro no cuenta) el día del entierro de mi madre y mi padre. Lo hice casi sin pensar, por hábito, no por convencimiento. Pero no me puse luto nunca. ni me gustaba a mí ni les hubiera gustado a ellos, que se reían de los disparates. La anécdota de mi tía Agustina le hacía gracia hasta a ella.
EliminarY es verdad ¡hasta los lazos eran negros! :-D
Cuanto tiempo Jane que no te leo. Pero ahora es cuando he soltado a los locos de mis nietos y puedo sentarme delante del ordenador. Eso si, he disfrutado, la verdad.
ResponderEliminarTe faltó en la descripción del luto riguroso, aquellas señoras que enseñaban ligeramente (uno o dos dedos) las enaguas blancas con encajes bajo las faldas que llegaban a la mitad de la canilla. Recuerdo que casi todas eran solteronas y portaban un cofresito que contenía tabaco en polvo y que hábilmente extraían, no se sabe de donde, para chutarse ella y las acompañantes. Algunas llevaban incluso una cuerda marrón alrededor de la cintura y colgando del cuello un pedazo de cadena con un crucifijo.
Ay, Enrique, la gente no me quiere creer pero la vida de un jubilado es una vorágine, siempre lo digo. Así que no me extraña que no te pases por aquí. Hay que atender a esas dos preciosidades de nietos antes que a nada.
EliminarBuenísimo el detalle de las enaguas con encaje ¡Qué típico era, con luto y sin luto! Un punto provocador, que no todo van a ser golpes de pecho y rosarios. Lo que no sabía era lo de las cajas de tabaco en polvo. Tú como siempre, ojo al dato.
Un abrazo y hasta más ver, Enrique.
Pueblo pequeño, infierno grande! Precioso relato.Gracias.
ResponderEliminarNo sabía el refrán, América, pero seguro que Agatha Christie lo suscribiría. Siempre decía en las novelas de Miss Marple que en un pueblo pequeño como St. Mary Mead se daban las mismas condiciones para un crimen que en una ciudad grande, porque la naturaleza humana es la misma en todas partes.
EliminarUn abrazo, este sí, grande de verdad.
Hola Jane. Me parece que fue ayer cuando viví alguna situación muy parecida a la que cuentas. Hace unos años murió un señor en Los Lomitos (muy conocido y respetado), la casa se llenó de familiares y amigos, todo normal hasta que llegó la madrugada y el frío (era invierno), y comenzó el desfile de buchitos de café, bautizados con coñac, el caldito. Luego se pasó directamente a las copitas de coñac, y al amanecer ya estaban "animados" unos cuantos. Y comenzaron los chistes y las risas....tuvo que intervenir una de las vecinas y mandar a callar.
ResponderEliminarLo del luto, más que respeto hacia el muerto, se convertía en un calvario para los que se ponían luto. Mi abuela siempre estuvo de luto, o de medio luto.(trabajaba en el campo vestida de negro) y aunque sus nietos le decíamos que no se lo pusiese, ella nos decía que se lo ponía porque era su obligación.Eran los tiempos en que la Iglesia velaba por las buenas costumbres..., menos mal que ya pasó. Un beso Jane. Juan
En una de las obras de teatro de Enrique Jardiel Poncela, "El cadáver del Señor García", hay una situación parecida. El primer acto termina cuando un montón de gente, que se encuentra con un muerto en el salón, están esperando al forense y al juez, y la espera, la tensión nerviosa y la situación hacen que a uno se le escape un chiste y terminan riendo todos a carcajadas en el mismo momento en que entra el forense y dice perplejo: "Oiga usted, pero... ¿es aquí donde se ha suicidado un señor?".
EliminarEn tu caso, en el que además de las tensiones por una muerte y los desvelos, se unieron los tanganazos, milagro fue que no terminaran cantando "desde Santurce a Bilbao".
Lo que es increíble es que la Iglesia tenga que ver hasta en el color con que uno se viste. Nadie quiere imponer sacrificios a sus seres queridos. Como dices, menos mal que ya pasó.
Muchísimas gracias, Juan. Un beso.
Como Icod. ¡Yo me rebelé!
ResponderEliminarComo tiene que ser, Elvira ¡Es que es una situación tan ilógica...! Y, como siempre, detrás de los sacrificios, del qué dirán, de los miedos... hay un montón de gente que dice no y que cambia las cosas. Tú y yo pertenecemos a una generación que en un momento determinado se atrevió a decir que hasta aquí habíamos llegado.
EliminarLo de antes con el luto era tremendo. Mi abuela se tiraba un año de negro y como siempre se moría alguien, a determinada edad, pues varios años se los tiró de negro. Menos mal que la cosa ha cambiado. Lo de las piernas de tu tía ya es el no va más :)
ResponderEliminarBesos
Y mira lo que encontré en una"Historia del luto" (en una web "Normas de protocolo.com") sobre lo que pasaba con las viudas en el siglo XVII: "Durante el primer año de luto, la mujer viuda lo pasaba recluida en una habitación tapizada de negro, en la que no penetraba el sol. Al pasar ese año, pasaba a morar en una habitación de tonos claros pero desprovista de decoración tanto en paredes como en mesas. Se alejaba de todo lo superfluo y de lo lujoso. La misma actitud adoptaba la señora viuda con su vestimenta y su vida social. La mujer enlutada del siglo XVII llevaba un traje capaz de imponer miedo a los más valientes, según cuenta Enrique Casas, “negra toca, negro vestido, negra la batista que caía más abajo de las rodillas, negra la muselina que circundaba el rostro y le cubría la garganta, ocultando la cabellera; negro el manto de tafetán que hasta los pies le tapaba; negro el sombrero de anchas alas, sujeto a la barbilla con cintas de seda negras”, nos relata el mismo autor.".
Eliminar¡Imagínate, hasta la habitación! ¡Por Dios, qué sofoco!
Cuando yo te digo que a veces la gente no es muy normal...
Un beso, Celia.
Asombroso,pero te contaré otra historia real.
ResponderEliminarMi abuela materna, una joven bien parecida del barrio del Toscal, nacida en la última o penúltima década del siglo XIX, (no tengo ahora el dato concreto)nunca salió sola a la calle.
Mientras era soltera lo hacía con algún familiar, nunca sola con amiga alguna.
Hay que tener en cuenta que cuando mi abuela nació no había siquiera electricidad en Tenerife (lámparas de carburo y velas) y poco a poco fueron saliendo casi todos los adelantos, incluso vivió la llegada del hombre a la Luna. Interesante vida, le decía yo, cuando semanalmente la visité hasta que me fui temporalmente de Tenerife para estudiar la carrera.
Cuando mi abuelo la conoció, enamoraba con ella a través del balcón al que ella tenía permitido asomarse. Y así fue hasta que se casó.
Una vez casada, tuvo ocho hijos, iba a todos lados con mi abuelo o bien, acompañada de una cuñada que vivía con ellos. Vivieron en varios emplazamientos en Santa Cruz y veraneaba en una casa de campo, en Tegueste, que mi abuelo mandó fabricar después de comprado el terreno. Se movía entre ambos emplazamientos en el vehículo con chófer que mi abuelo le puso, pero siempre acompañada, bien de su cuñada o bien de sus hijos, creciditos ya.
Y mi abuelo falleció. Ella le sobrevivió unos treinta años. Dos años después de su fallecimiento dejó de ir a veranear y salía exclusivamente a misa. Pero, un día se cansó y ni siquiera salía para ir a misa. Calculo que estuvo en su casa unos veinte años sin salir, año arriba año abajo, hasta que murió. Y “siempre vestida de riguroso luto –negro- hasta que murió”. Algo incomprensible, aunque ella seguía a su corazón.
Pero, en su defensa quiero salir hoy porque nunca he conocido a nadie más informada que ella. Sus ocho hijos, seis hijos políticos, veintitantos nietos y no sé cuántos bisnietos, junto a la radio y la posterior televisión, la mantenían totalmente informada de los acontecimientos locales, nacionales e internacionales. Un prodigio de memoria. Era una gozada hablar con ella.
Sin su marido, me decía, no era ella misma.
¡Ay, Dios mío, cómo ha cambiado el mundo! ¿No crees?
La verdad es que en ese tiempo lo tenían difícil para ligar, ¿eh?
EliminarIncreíble la historia de tu abuela. Hoy sería impensable ¿Nunca tuvo ganas de viajar, de conocer a nuevas personas, de pasear por la calle sola gozando de una mañana de primavera? Aunque estuviera informada, siempre era a través de los demás, nunca de primera mano ¿No sentía curiosidad por lo que estaba más allá de la puerta de su casa?
Como dices, es incomprensible. Parece un personaje de novela. Me recuerda al protagonista de "Desde el jardín" de Jerzy Kosinski, un jardinero que vive en la casa de un viejo rico desde que nació, sin haber salido nunca a la calle e intuyendo lo que hay detrás por las conversaciones de los criados y por la televisión. No es el mismo caso pero en los dos se le da la espalda al mundo.
Sí que ha cambiado este ¡y mucho!
Bueno, quién viajaba en las primeras décadas del siglo. Sé que estuvo en la península ibérica pero, con mi abuelo, siempre con mi abuelo. Muerto él, la vida quedó recortada. Esa fue su vida.
EliminarTriste, Antonio, y romántico también, para qué engañarnos. Pero qué pena ¿verdad?
EliminarMi abuela nunca viajó tampoco fuera de las islas. A ella la dejó el marido que hizo otra familia paralela en Venezuela. Pero no se amargó demasiado porque no le quedó más remedio que trabajar para darle estudios a mi madre. Vivió después siempre con nosotros. Espero que haya sido feliz.
¡Qué tiempos!!! también siempre vi a mis abuelas vestidas de negro. Muy bueno, un abrazo
ResponderEliminarY yo, Úrsula: a mis dos abuelas, a mis tías, a un sinfín de parientes... A mi madre solo la vi una vez cuando murió mi abuela y no por mucho tiempo ¡Qué tiempos, tienes razón! Y todavía son mejores que los anteriores o que las costumbres de otros países.
EliminarUn besote.
Isa, cuando yo era pequeña me caí por la escalera en casa de mi abuela y prometió que si no me pasaba nada estaría un año con el hábito de la Candelaria. Ella no se lo puso sino a mí.
ResponderEliminarElla vivió toda su vida de negro y llevaba un cinto negro con un corazón de plata y una flecha que era también de un hábito y se ponía alguna chaqueta o traje marrón para combinar el luto y la promesa y así murió con luto y hábito.
¡Pero qué afición, Marta! No solo luto sino también hábito. Una vez que hablé de los uniformes, mucha gente decía que eran más cómodos. A lo mejor a tu abuela le resultó cómodo adaptarse a un color o dos y a unos adornos, y así se quitaba de encima todo ese follón de la moda. Si no es por eso, no me lo explico :-D
EliminarUna de mis primas se pasó mucho tiempo vestida de blanco por una promesa (de su madre, claro). Después no quería ni casarse de blanco. Llegas a odiar el color.
Qué raros somos los humanos.
Un ejemplo de estos lutos rigurosos, lo podemos ver en el magnífico film de Manuel Summer, "La niña de luto", donde los protagonistas, M. José Alfonso y Alfredo Landa, rompen al final su idilio y planes de boda por los lutos que ella iba empatando, uno con otro, año tras año. Era este un luto tan riguroso y absurdo que hasta a los niños pequeños vestían de negro y con paños del mismo color cubrían cuadros, espejos y hasta la jaula del pajarito. En fin, costumbres de aquella España profunda y lejana.
ResponderEliminarIncreíbles y disparatadas. Sobre todo, si leemos que el luto fue una ocurrencia de los Reyes Católicos que, en el siglo XVI, mandaron por decreto en la "Pragmática de Luto y Cera" que todo el mundo ¡hala! a vestirse de negro cuando se le muriera alguien (antes se vestían de blanco) y a una serie de actitudes para que se viera que uno estaba en un estado de extrema tristeza. Mucho recato, mucha reclusión, pero también mucha hipocresía.
EliminarPor lo menos, no se les ocurrió, como a los hindúes, mandar a quemar en la pira funeraria a la viuda del difunto ¡Si, al final, hasta les vamos a dar las gracias!
Ay qué gracia me has hecho con tu fino sentido del humor, Isabel.
ResponderEliminarGuardar luto era señal de respeto, pero el respeto se tiene no solo con las apariencias, y menuda importancia se daba antes, y aún ahora entre gente muy mayor. Yo recuerdo a mi abuela paterna con el pañuelito negro siempre en la cabeza. Es más, yo no la ví jamás vestida de ningún otro color que no fuera el negro, y es la imagen que hoy tengo de ella.
Y si lo pienso, cuando yo era pequeña tampoco debía ser ella una anciana, y sin embargo, lo parecía.
Me ha encantado leerte de nuevo tras mi 'parón' ;-)
Besos
Cuando yo nací, mi abuela materna, que siempre vivió con nosotros, tenía 52 años. Y yo siempre la vi como una anciana vestida de negro o colores oscuros, con el pelo blanco totalmente, peinado con un moño. No cambió mucho a lo largo de los años y, cuando murió a los 71, solo se había arrugado un poco más. Mi madre, en cambio, que murió a la misma edad, era una mujer joven, a quien le encantaban los colores alegres y que iba a la peluquería todas las semanas para estar guapa siempre ¡Cómo cambió todo de una generación a otra!
EliminarMenos mal que creo que se va imponiendo el hecho de que las apariencias no son lo importante.
Un abrazo, Chelo, y otra vez bienvenida.
Pobre mujer. Si es que el mundo es pequeñísimo, aunque estemos en la capital.
ResponderEliminarLo del luto nunca lo he entendido. Sé que no lo viví como mis padres y abuelos (por suerte), pero puedo entender que si se mueren tu padres, tu pareja o tus hijos no te apetezca llevar colores estridentes en contra de tu ánimo. Pero llevarlo por obligación y por parientes lejanos, me parece una tomadura de pelo. La excusa perfecta para que la gente no pudiera ser feliz, porque la ropa era casi lo de menos.
Mi tía fue la primera que después, al recordarlo, se reía. Era una mujer muy simpática.
EliminarEs verdad que la forma de vestir responde muchas veces a cómo te encuentres de ánimo. Pero siempre tiene que ser una decisión personal, nunca impuesta por la sociedad, y mucho menos perseguida. Si en los tiempos de nuestros abuelos una persona no se ponía luto estaba condenada poco menos que al ostracismo y a la crítica más feroz. Y lo mismo pasa hoy en sociedades más fanáticas con burkas y otras imposiciones. Y si te fijas, Dorotea, la "víctima" es casi siempre la mujer. Una tomadura de pelo, como dices, y algo más: una falta de respeto a la libertad de cada uno.
Un abrazo.
un placer encontrarte leerte y aspirar cada una de tus letras
ResponderEliminarMuchísimas gracias, MuCha. También es un placer compartir vivencias. Un abrazo.
EliminarYo recuerdo lo del luto de cuando era pequeña. De hecho recuerdo a mi abuela casi siempre con ropa oscura, y eso que enviudó de joven. Y mi bisabuela también iba siempre de negro. De pequeña creía que las personas mayores solo podían vestir de oscuro...
ResponderEliminarSinceramente, lo del luto me parece muy absurdo. El día que enterramos a mi padre yo iba con una camiseta verde que luego tiré, porque no me la quería poner más. Del resto ni me acierdo, yo llevé mi luto en el corazón, que es donde debe haber luto de verdad. Y lo del qué dirán... ainsss cuánto daño ha hecho...
Me ha encantado tu recuerdo.
Besotes!!
Las de mi edad, sobre todo en la adolescencia, estuvimos bastante fastidiadas con el qué dirán. Menos mal que nos dimos cuenta de que eso no era importante. A las críticas y al luto tú los has calificado muy bien: absurdos.
EliminarPor mis padres, que es la pérdida más grande que he tenido, nunca llevé luto. Incluso no voy al cementerio. Ellos no están allí. Están en mis recuerdos y en lo que soy ahora. Y eso sí es importante reconocerlo y atesorarlo.
Gracias y besotes también.
Ay Isabel cuánto me has hecho reír. Nunca es suficiente una vida de luto riguroso para las vecinas cotillas... Es verdad que era así y olvídate de poner el tocadiscos con el Dúo Dinámico porque nos había dejado un señor, que ni conocíamos pero que residía en la misma calle. Mi madre para eso (bueno y para todo) fue muy transgresora y se inventó que también valía el burdeos, morado o verde botella, que por supuesto con grises los combinaba como nadie. Nunca le vi nada negro, excepto abrigos y chaquetas.
ResponderEliminarEso sí, las medias de cristal no podían faltar, porque según ella no pasaban de moda nunca (Era muy presumida) Yo no salí a ella en ese sentido...
Coincidirás conmigo en que el luto es un estado interior desgarrador y bastante duro como para encima irlo publicitando ¿verdad?
Pienso, Cande, que tu madre era sobre todo una persona con bastante sentido común. Y me ha gustado mucho eso que has puesto al final. Casi todos hemos pasado por ese estado de pérdida y dolor, y aunque cada uno reacciona según su carácter, no hay ninguna necesidad de ponernos carteles ¡Y pensar que hemos tardado no sé cuántos siglos en darnos cuenta de eso! Ya es suficiente, para los que nos quieren, vernos la cara de tristeza que se nos pone.
EliminarUn abrazo.
PD: Yo tampoco salí presumida. Y las medias, solo para el frío.
“Retrataste” el velatorio, Isa. Me parece estar viendo el que asistí cuando era una chiquilla. Me asombró ver a los hombres a carcajadas contar chistes y a las mujeres soltando de vez en cuando un fuerte gemido. Recuerdo que estaba junto a una de mis primas y nos pareció tan esperpéntico que quizá debido a los nervios nos escondimos detrás de un sofá sin poder parar la risa.
ResponderEliminarMi abuelo materno falleció cuando mi madre tenía quince años. Ella que siempre ha sido muy presumida, me suele contar lo mal que lo pasó enlutada de los pies a la cabeza durante esa época tan especial de la adolescencia y comenzando a conocer a mi padre. La pobre también sufrió una promesa de mi abuela de vestirla de un hábito, no recuerdo cual, si su hijo regresaba vivo de la guerra. Por supuesto es enemiga del luto.
Terrorífico tener que permanecer encerrada en una habitación negra. Menos mal que, como bien dices, no impusieron lo de mandarnos a la pira. Pero que manía de sacrificar la vida de las mujeres !
Algo debe haber en los entierros, Nélida, que incita a la risa. Una vez en plena misa con el difunto en cuerpo presente se oían las carcajadas de los hombres que se quedaron fuera. Salió hasta el cura a llamarles la atención ¿Será este humor negro que nos caracteriza y que nos hace buscarle chistes a todo? Ahora con las redes sociales, nada más morirse alguien conocido, se constata en la cantidad de "memes" que salen ¡Qué país!
EliminarY tienes razón con lo de las mujeres. Como decía Quino en su Mafalda, es que las mujeres, más que jugar un papel en la historia de la humanidad, hemos jugado un trapo de fregar. Menos mal que ahora "el sexo débil ha hecho gimnasia" (como dijo Jardiel. Hoy me dio por las citas :-D)
Allá por el 74 se murió un tío mío... yo tendría 14 ó 15... por mucho que lo intentaron no me puse luto porque me encanta el negro para vestir... hasta en el insti de Icod me criticaron... 4 pepinos me dio... Procuro ir con algo oscuro a los duelos, entierros y misas pero jamás he llevado luto... (con lo grande que es mi familia... sería perpetuo!) Buen relato Isa... Ya es mala suerte la que tuvo tu tía ese día...
ResponderEliminar¡Esa es la actitud, Gladys, lo de los 4 pepinos! Una cosa es ir de negro en plan existencialista (¿te acuerdas de Juliette Greco, la musa de St. Germain?), como hace una amiga mía que no hay manera de verla de colorines, y otra que el color te sea impuesto por vecinos, iglesia y familia.
EliminarY lo de la mala suerte, es que basta que no quieras algo, para que pase. Y al revés. La vida es paradójica.
Al final mi tía se reía de lo que le pasó también. Era una persona muy generosa y con bastante sentido del humor. El día de Navidad, que siempre lo pasaba con nosotros, mis hijos me decían que lo mejor del día era escuchar las historias de mi tía Agustina. Algunas de las cosas que cuento en estas "Historias de Los Sauces" me las contó ella.
Solo voy a colocar unas de las cosas que mas me asombró....la doliente mas directa entres sus llantos decía a hasta lo que iba a comer el marido, que ella le iba a preparar y no tuvo tiempo...la pobre....(me da risa), que tiempos..... gracias que no fui a muchos. Mi abuela siempre la vi de luto, que tristeza. Era de San Andrés y Sauces.
ResponderEliminarUna de las cosas que más me llamaban la atención, en los pocos entierros a los que fui en mi infancia (a los niños no se les llevaba a esas cosas) fue el continuo hablar entre hipidos de las dotes y virtudes del difunto y también, como en tu caso, de las circunstancias que rodearon su muerte: "él, que era tan bueno, que me compró esto y aquello, que iba a trabajar todos los días, que nadie tuvo nunca nada malo que decir de él...", etc, etc, etc. Quien no habla no es que sienta menos o quiera menos al difunto, sino que es más discreta/o, y se guarda para sí su intimidad.
EliminarUn beso, Marilu.
¡Ay Isabel,qué tiempos! Yo también los recuerdo muy bien. ¿ Viste " La Niña de Luto? Aquella película española en la que la niña no se puede casar porque siempre se le muere un pariente? Nosotras tuvimos más suerte y nos saltamos la norma bastante pronto...la generación de Mayo del 68. ¡Ay señor, cuánto sufrimiento sin necesidad!
ResponderEliminarSiempre las mujeres hemos tenido las de perder. Pero creo que nuestra generación ha sido valiente.
EliminarUn beso, Elvira.