De vez en cuando una se tropieza con una obra de arte tan bella que te seduce y te cautiva para siempre. Y eso es lo que me pasa a mí con "La joven de la perla".
La primera vez que me encontré con ella fue a mis 17 años en 1º de carrera y en clase de Historia del Arte. Don Jesús Hernández Perera, nuestro profesor, nos habló de Jan Vermeer, un pintor holandés del siglo XVII del que no sabíamos nada y que, sin embargo, es uno de los grandes. Sus cuadros, de una difícil sencillez, capturan la luz y la detienen en cualquier momento del día: una lechera vertiendo la leche, una mujer leyendo una carta, un oficial y una muchacha sentados y sonriéndose junto a una ventana, una dama de pie frente a una espineta... Y la joven de la perla.
Mírenla bien, iluminada sobre el fondo oscuro, la luz bañando en cascada la extraña toca, el cuello blanco, la perla central, el rostro puro y limpio de la joven, casi una niña ¿Qué vio el pintor en ella? Inocencia, candor, sin duda, pero tal vez también un algo inquietante en la mirada y en los labios entreabiertos. Belleza pura.
Desde entonces, se hizo un hueco entre mis cuadros preferidos, esos que no me importaría nada de nada que estuvieran en un rincón bien iluminado de mi casa: "Le moulin de la Galette" de Renoir, la "Noche estrellada" y los "Lirios" de Van Gogh, "El jardín de las delicias" del Bosco, "Los novios" de Chagall...
Vermeer es el pintor de Delft, un hombre inaprensible que pintó muy pocos cuadros, unos 35 en total que se sepa. Tuvo un montón de hijos y, tal vez por eso, problemas económicos a pesar de haberse casado con una mujer acomodada. Murió joven a los 43 años.
Siglos más tarde, en 1999, la escritora Tracy Chevalier, que también se enamoró de "mi" cuadro, investiga sobre Vermeer y su época y se inventa una historia sobre ellos. Ahora la joven de la perla tiene un nombre, Griet, y es una criada de la casa con una especial sensibilidad para los colores. Por eso, el pintor se fija en ella, la escoge como ayudante y un día, como modelo. Y en esa relación entre los dos hay atracción, fascinación y quizás, amor.
En 2003, la novela se transforma en película. Un Colin Firth en estado de gracia hace de Vermeer, y la joven de la perla es una Scarlett Johansson, un poco jadeante para mi gusto, pero que responde al tipo y al encanto imaginado. Ahora, ante nuestros ojos, desfilan escenas de aquella Holanda de 1600 y pico, los trajes, las tabernas, el modo de vida de aquel entonces, recreado todo gracias al poder mágico del cine.
En 2007, en un viaje que hicimos a Holanda ¿cómo no ir a La Haya, al precioso Museo Mauritshuis, un museo pequeño como los que me gustan a mí? Allí está "La joven de la perla", un cuadro también pequeño pero que emociona y sobrecoge, como lo hacen aquellos sueños que se hacen realidad.
En ese momento pensé: "He visto este cuadro en fotos, lo he estudiado en clase, he leído una novela y visto una película sobre él, y ahora estoy viéndolo realmente, no en diferido ¿Me falta algún plano más de la realidad para conocerlo bien?". Y sí, claro que sí. Faltaría un "Ministerio del Tiempo", como ese de la serie que están poniendo ahora en la tele, que me llevara al pasado y pudiera pasearme por el Delft del siglo XVII, con faldones y tocas. Y luego allí, conocer a Vermeer, hablar con él en persona, preguntarle por ella, buscarla, hacerme amiga suya... Sobre todo, saber cuál es la pregunta que asoma en su mirada y tiembla en sus labios.
Pero ni aun así. Nunca conoceríamos todo sobre ellos ni sobre nadie. Pueden mentirnos, pueden comportarse como mandan los cánones y no como manda el corazón, pueden dejarnos fuera. Al final, "tanto bregar" y ¿saben que es lo último que he sabido de ella? Que tal vez ni siquiera existió y fuera un tronie ("rostro" en holandés), una composición inventada por el pintor, hecha sin intención de hacer un retrato y solo para demostrar su pericia. Y tampoco la perla sería tal perla, dicen, sino un pendiente de plata pulida o una esfera de cristal veneciano barnizado. Así que ni hay joven ni hay perla. Decididamente, ya los símbolos no son lo que eran.
Pero, cada vez que la contemplo, me pongo en plan Casablanca y me digo que siempre nos quedará la paz que irradia el cuadro y esa pregunta sin respuesta, apenas formulada, apenas entrevista, en el fondo de unos ojos que nos miran a través de los siglos.
A pesar de todo, una belleza!
ResponderEliminarNo solo " a pesar de todo", sino también "sobre todo". Y, si vemos la belleza como una forma de dignidad, nada más digno que el cuadro de esta joven holandesa Una gozada ¿verdad?
EliminarSiempre abriendome mundos maravillosos , gracias y besitos para todos
ResponderEliminarLa verdad, Carmelita, que si hay algo que admiro es esa facilidad que tienen los artistas por abrirnos a la belleza y a mundos maravillosos. Hacen que dé gusto vivir.
EliminarUn abrazo grande.
Hola Jane. Hermoso cuadro. Es uno de esos cuadros que te invita a pensar: Quién era ella?. ¿Por qué la pintó?.Uno de esos cuadros que tiene un aura de misterio, aunque sólo sea un retrato.
ResponderEliminarHay otros cuadros que irradian misterios por si mismos. Me pasa con el Jardín de la Delicias (?) del Bosco. Cuando lo vi en el Prado me quedé prendado. Hay tantos personajes en el cuadro! Hay tantas cosas y tantas preguntas que hacer.....Pero ya ves, en "tu cuadro" una sola persona y miles de preguntas que hacer. Un beso Jane. Juan
Esas son las buenas obras de arte, las que te hablan, te hacen pensar y se te quedan grabadas para siempre en esa comunión tan sagrada entre el artista y el espectador.
Eliminar¡Si vieras la de veces que fui al Prado sólo a ver "El jardín de las delicias" cuando estudiaba en Madrid...! También tuvimos un año antes un seminario en Historia del Arte estudiando sólo el cuadro y fue estupendo. Imagínate, rinconcito a rinconcito explicando símbolos, relaciones, significados. Muchas mañana de domingo pasé sentada frente a él, deleitándome.
Un beso, Juan.
Bonito post... me encanta el cuadro y me encantó el libro... un beso y feliz Semana Santa.
ResponderEliminarFeliz semana santa, Ana, aunque aquí va a estar un poco pasada por agua.
EliminarA mí también me gustó el libro, me amplió las perspectivas con las que miraba el cuadro. De ella también me leí "El maestro de la inocencia" sobre William Blake y tengo en mente leer "Las huellas de la vida" sobre la paleontóloga Mary Anning. Siempre aborda temas interesantes y documentados.
Un beso, Ana.
Como siempre pedazo placer leerte...
ResponderEliminarLo que es un pedazo placer es compartir vivencias... Como siempre, lo son tus visitas a esta casa.
EliminarUn abrazo.
Magnífico artículo. Me encantó.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Luisa. Viniendo de ti el cumplido es doble.
EliminarUn abrazo.
Isa, yo también leí la novela y vi la película y me gustaron muchísimo. Y además, me pasa lo que a ti, ese rostro de la joven de la perla siempre me ha encantado, lo encuentro muy inocente y, al mismo tiempo, irradia algo: ternura, pena...
ResponderEliminarSeguro que sí fue la modelo del pintor porque esa candidez no la puede inventar nadie.
Volví a mirar el cuadro después de leer esa impresión de pena que tú le encuentras. Y sí, es verdad que puede haber algo de tristeza en sus ojos. Me encanta mirar un cuadro conocido y amado con alguien más. Siempre hay impresiones distintas que enriquecen tu visión.
EliminarJavier Cercas comenta eso mismo. A él le encanta un autorretrato de Rembrandt que también aparece en la película "El último concierto". Y lo que a él le asombró es que el personaje veía en el cuadro algo totalmente distinto a lo que ve Javier Cercas. Concluye diciendo que "un gran cuadro es un espejo: no sólo lo vemos; él también nos ve". El espectador, en este caso, tú y yo, interpretamos el cuadro desde nuestra perspectiva, también intervenimos en la visión del cuadro. Eso es lo grande del arte.
Magnífico Isa, también ese cuadro me encanta, te felicito un vez más, un abrazo.
ResponderEliminarCuando voy con amigos por un museo y digo: "Este cuadro me lo llevaría para mi casa sin dudarlo", constato que muchos coincidimos en el mismo. Y luego discutimos por que en mi casa luciría más que en la tuya y cosas así. Lo que podríamos hacer tú y yo es que medio año en tu casa y medio en la mía. Y así no nos peleamos :-D
EliminarMuchas gracias, Ursulita. Un abrazo.
¡No me digas que es posible que no haya joven ni haya perla! El cuadro es maravilloso, pero ya me había montado mi propia película después de ver la de Colin y Scarlett. Tienes razón, siempre nos quedará... La Haya (la frase sonaba mucho mejor poniendo Delft, qué le vamos a hacer :)).
ResponderEliminarBesos.
¿Verdad que es un chasco? Pero no vamos a hacerle mucho caso. Seguiremos pensando en una joven que un día tuvo la inmensa suerte de conocer a un pintor que dominaba la luz y el color. Y que siempre conservó, como su tesoro más preciado, las perlas con las que él la retrató y la inmortalizó ¡Teorías a nosotras!¡Bah!
EliminarLa joven de la perla, Jane, junto con La dama del armiño y la Gioconda, de Leonardo da Vinci, y la Venus pintada por Botticelli, en el nacimiento de esta diosa, son retratos femeninos que han pasado a la Historia del Arte, bajo mi modesto punto de vista, por algo que tienen en común: sus miradas. Miradas insondables y llenas de misterio. Unas más dulces, otras más profundas. Unas que sonríen y otras, muy tristes. Pero, todas, enigmáticas...
ResponderEliminarNo he tenido el placer de haber conocido ninguna en directo, pero siempre que las admiro en sus muchas reproducciones, me pregunto si esas miradas son de las modelos retratadas o lo son de sus autores. Y más que de sus autores, de las mujeres que esos artistas, desde el fondo de sus corazones, deseaban crear para sí. Quizá, en esos retratos personificaban a la mujer de sus sueños, a la que querían que les mirase así, con misterio, con tristeza, con ternura, con alegría, con dulzura...
Es difícil encontrar una representación de rostros femeninos con miradas duras, agresivas o violentas y eso me lleva a concluir que los artistas, por lo general, cuando retratan a la mujer, buscan mostrar al exterior lo que ellos sienten en su interior por la dama amada o admirada y, en definitiva, lo que hacen es autorretratarse, a través de su mirada. Incluso, cuando el retrato era por encargo y debían procurar un alto grado de parecido con la retratada. La clave, para mí, está en sus miradas. Más allá del resto de sus facciones y de otros aditamentos que les acompañen. Ni la perla de la joven de Delft, ni el armiño, ni la sonrisa de las damas de Da Vinci, ni la ondulada melena de la Venus "botticelliana", logran distraerme del magnetismo de sus miradas.
A lo mejor, quién sabe sí también es la mirada de Vermeer lo que ha hecho que tú sientas debilidad por su joven retratada...
Me ha encantado tu análisis, Cehachebé. Y es curiosa la cantidad de miradas que confluyen en un retrato. Está tu mirada, la de una buena conocedora y amante del arte, que sabe detenerse en un aspecto determinado y valorarlo. Está la mirada del pintor, que no es un un espejo reflejante sino que crea y construye su realidad. Está la mirada de la modelo, que tal vez no fue así, pero que nos habla y nos inspira a través de los siglos. Y está la mía, que observa y construye un diálogo entre todas y aprende de él.
EliminarComo decía Machado en sus "Proverbios y Cantares":
El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.