lunes, 6 de julio de 2020

Viaje al centro de la aventura




Para mí que ser aventureros nos viene de fábrica. Nacemos, crecemos aprendiendo a jugar y a revivir historias y luego, más tarde, descubrimos que la propia vida es la gran aventura. En ella hay hallazgos, amores y desamores, encuentros, intentos de cambiar el mundo, emociones y pasiones... ¿Y qué pasa si en medio viene una pandemia sin comerlo ni beberlo y nos encierra en casa y nos corta la arrancadilla? Pues no pasa nada mientras conservemos el sano vicio de la lectura y libros suficientes para satisfacerlo. En ellos la aventura seguirá viviendo y cada uno de nosotros, viajeros impenitentes y entusiastas, correremos mundo todo lo que la imaginación nos lo permita.

Durante estos meses de encierro he leído (y releído) unos cuarenta libros, gracias a los cuales he vivido en el Manaus de la fiebre del caucho al lado del río Amazonas con los libros de Eva Ibbotson; he montado una librería (La librería de Penélope Fitzgerald) y una tienda para mascotas (La tienda de la esquina en la bahía de Cockleberry de Nicola May); he estado empapándome de historias de la Italia del siglo XIV con el Decamerón y estuve también en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme; me he reído otra vez con las aventuras de Jeeves y Bertie Wooster (P. G. Wodehouse); pasé por el Santander del siglo XIX luchando por dirigir un colegio (Un destino propio de María Montesinos) y por el Japón de finales del XX buscando un Van Gogh perdido (Sakura de Matilde Asensi)... Pero sobre todo un libro, La isla de Bowen de César Mallorquí, me devolvió el espíritu de la aventura, de aquellos libros con los que empezamos a amar la literatura y en los que nos sumergíamos, seguros de encontrar en ellos el riesgo, la intriga, los miedos razonables, el sálvese quien pueda o el enfrentamiento a lo desconocido sin más armas que el coraje.

Almudena Grandes hace años escribió un artículo sobre los libros de aventuras (lo llamó, con toda propiedad, Tesoros escondidos). Contaba que en ellos empezó a vivir en las islas: "Las había misteriosas, tropicales, volcánicas, árticas, y algunas tenían nombre, la mayoría ni eso, aunque todas eran igual de peligrosas. También viví en el mar, en largas travesías plagadas de tormentas, de ballenas, de naufragios, de pulpos gigantes y admirables submarinos, pero sin desdeñar la tierra firme. Así conocí mundo, cabalgué por las praderas, dormí en iglús, visité la Patagonia y el Polo Norte, las islas del Pacífico y la estepa siberiana, y en todos esos lugares arriesgué la vida, pero siempre volví para contarlo."

La isla de Bowen me recordó todo eso. Yo también estuve en una isla en el Ártico, misteriosa, volcánica y muy, muy peligrosa; hice un largo viaje por mar, en busca de un científico perdido y de un metal desconocido y valioso, en el que me pasó de todo, hasta tsunamis; conocí a personajes deliciosos con los que me gustaría encontrarme en la realidad (como ese profesor Zarco, tan parecido en su misoginia y su mal carácter, al capitán Haddock); y arriesgué la vida y terminé el libro con una sonrisa. Porque en él hay muchas más cosas que lo hacen atractivo: interesantes observaciones científicas de las que no tenía ni idea, intriga desde el primer momento, choque entre mentes a cual más inteligente, hombres y mujeres valientes... y humor, mucho humor. Es por supuesto un homenaje a Julio Verne a quien muchos adoramos por todo lo que nos ha hecho disfrutar desde que lo descubrimos en la biblioteca paterna. De él, César dice en su "Nota final" que "Verne es un género en sí mismo (...) Nos enseñó a no perder jamás la inocencia ante la prodigiosa realidad de la naturaleza y el universo, a conservar intactas la curiosidad y la capacidad de asombro".  Y esto es algo que suscribo totalmente.

Admiro y conozco a César Mallorquí a través de las redes. Sigo su magnífico Blog y ahora estoy empezando otra de sus obras, La estrategia del parásito (un título muy apropiado para una pandemia). Soy 5 años mayor que él, lo cual explica que él no sepa la canción "Marcianita" ni quién fue Billy Cafaro, cosas que los de mi quinta conocemos bien. Pero, a pesar de eso, César y yo bebimos de las mismas fuentes literarias y a los dos nos gustan Verne, Tintín, Richmal Crompton y su Guillermo Brown, H.G.Wells, Conan Doyle, Kipling, Clarke, P.G. Wodehouse... Y eso significa, salvando las distancias de que ahora él las escribe y yo las leo con avidez, que somos hermanos y compañeros de aventuras por siempre jamás.

12 comentarios:

  1. Qué amable eres, querida Jane. En efecto, tú y yo somos hermanos de viajes; hemos visitado la Atlántida como pasajeros del Nautilus, paseado entre dinosaurios con el profesor Challenger, pisado la Luna con Tintín y Haddock... He escrito novelas de distintos géneros y siempre pensé que con el que más sintonizaba era la ciencia ficción y la fantasía. Hasta que, de pronto, descubrí que el que más me divertía escribir era el género de aventuras. Supongo que porque, aparte de vivirlas y leerlas, otra forma de correr aventuras extraordinarias es escribirlas. Un beso.

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    1. Es que se te nota, César, lo bien que te lo pasaste escribiéndola. Cuando yo daba clase sabía que aquellos temas que más me gustaban, gustarían también a mis alumnos. Porque el entusiasmo es contagioso.
      Tenía el libro desde hace tiempo en la cola y ahora llegó el momento perfecto para leerlo. ¿Cómo no lo hice antes? Pero no importa porque después vendrán las relecturas y en ellas siempre descubro algo nuevo. Te daría una trabajera enorme escribirlo porque la documentación es exhaustiva y el detalle está muy cuidado, pero el resultado final es magnífíco. Yo te hubiera dado 5 premios nacionales más.
      Un beso y gracias por todo lo que disfruté con Zarco, Lisa, Kathy, Sam (nunca Durazno), García el químico, Doña Rosario y todos los demás, incluido el ajedrecista dorado.

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  2. ¡Ay qué nostalgia de aquellas aventuras en los mares y las selvas, náufragos y piratas, tribus antropófabas, mares de sargazos, de arrecifes de coral. Creo que más o menos leímos lo mismo, seleccionado por nuestro padre, y como bien dices aprendimos a vivir aventuras y recorrer mundo. Un beso.

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    1. Sí, Elvira, somos hermanas de aventura también. El primero que leí fue "La isla del tesoro" de Stevenson y para mí fue como si se me hubiera aparecido la Virgen de Fátima. Me pareció un milagro y todavía resuena en mi imaginación el "Jo, jo, jo, y una botella de ron" y el miedo que Jim pasa en el barril de manzanas oyendo lo que hablan los piratas. Desde entonces quedé enganchada a la literatura y las novelas de aventuras me llevan siempre a ese primer instante gozoso ¡Qué bien lo hemos pasado! ¿Verdad?

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  3. Pues yo, Jane, muy al contrario que tú, durante el confinamiento sólo me he leído un libro: Cien años de soledad. Y no sabes cuánto me alegro de haberlo hecho.
    En realidad, empezó siendo la tarea acordada en mi club de lectura, porque de vez en cuando procuramos rescatar antiguas obras que todos hayamos leído, siendo más jóvenes, con el fin de ver si nuestros recuerdos y puntos de vista, sobre ellas, han variado o no. La decisión la tomamos a principios de marzo pasado, pero llegaron la pandemia y el estado de alarma y mandaron a parar, por lo que, aún, no hemos podido reunirnos, para comentarla entre nosotros.
    Yo la empecé a leer, siendo muy joven y por recomendación de mis doctas y muy al día, compañeras de Lengua y Literatura, del Instituto. No recuerdo en qué momento la abandoné, pero sí me acuerdo de que entonces me pareció muy pesada y farragosa y por eso la dejé. Hoy, casi 50 años más tarde, la he vivido, disfrutado, paladeado, regustado y releído, más de una vez, muchos de sus párrafos y capítulos enteros.
    Me ha asombrado la enorme capacidad de imaginación de su autor, que ideó personajes, situaciones y lugares sorprendentes. Y además, con una prosa narrativa que te hace olvidar, incluso, la extensión de la novela. Es muy amena, entretenida y con momentos absurdos e hilarantes, en medio de situaciones dramáticas, fantásticas y mágicas. He descubierto que cuenta con todos los ingredientes, para engancharse a su lectura y no querer que se acabe.
    Como puedes ver, Jane, mi confinada soledad no fue tanta, porque me acompañó la soledad de cien años de la peculiar familia Buendía y sus muchos avatares. Para mí, será el mejor recuerdo de una experiencia que no quisiera volver a vivir...

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    1. Bueno, pero "Cien años de soledad" vale por cuarenta novelas. Es una novela tan rica en leyendas, magia, sucesos maravillosos, personajes extraordinarios, que puede compararse sin desmerecer al Quijote. Y fíjate qué curioso, yo la leí en el año 68, cuando me la regaló nuestra común amiga Cae, hablándome de un autor que daría mucho que hablar. Tenía yo entonces 20 años. Y no la pude dejar, me pareció una maravilla. Como sabes suelo releer las novelas que me han gustado y cada vez ha sido igual que la primera vez, un descubrimiento impactante.
      Hace poco leí que además todo es verdad. En Colombia y el resto de la América latina, las cosas pasan de ese modo.

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  4. Por siempre jamás!!!

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    1. Los hermanos en aficiones nos reconocemos siempre. Como dice P.G. Wodehouse, "la naturaleza decretó que ciertas cosas en la vida actúan como argollas de acero ligando entre sí a las almas que poseen los mismos gustos". Claro que él se refería al golf y a la apicultura, pero nosotros sabemos que también pasa con los libros de aventuras ¡¡¡Por siempre jamás!!!

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  5. Con lo maravillosas que son esas aventuras y a mí durante el encierro me ha costado un mundo leerlas. Vendrán momento mejores para la lectura, supongo.
    Un abrazo

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    1. Cada libro tiene su momento. Yo no leo nunca de terror, pero incluso en estos días he procurado que los libros sean un punto optimistas, que no me arrastren al desánimo y la desesperación (que para eso la realidad se pinta sola). Te digo una frase de Borges que ya he dicho por aquí muchas veces, pero es que me la repito también a mí misma: "Si un libro les aburre, déjenlo. Llegará un día en que el autor sea digno de ustedes y ustedes serán dignos de ese autor".
      Otro abrazo para ti.

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  6. Hola Jane. Por lo que veo, durante el confinamiento tuviste muchos ratos "sólo tuyos" para poder leer....me alegro. hace como un año compré una "bonita" edición de los Hijos del Capitán Grant. Lo hice para recordar lo que había sentido cuando lo leí por primera vez (reconozco que no suelo leer un libro por segunda vez)y aunque me gustó creo que no volveré a leer ninguno de los muchos que leí de Verne....me imagino que hay una edad para todo y que luego "se te pasa el arroz"... Pero tengo que reconocer que aprendí mucho con los libros de Julio Verne, pero sobre todo soñé mucho y sólo por eso merece la pena leerlo. hace un par de días leí un libro (La Prestamista) escrito por una mujer: Mª del Mar Rodríguez. Reconozco que me gustó y me trajo "imágenes " de cuando era un niño y me encontré de pronto con una sociedad y una realidad que no era la mía. Aunque ahora no la cambiaría. Un beso jane. Juan

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    1. Pues fíjate, Juan, que a mí eso de la "literatura juvenil" nunca me ha gustado. Mientras llevé la Biblioteca del instituto nunca separé los libros de literatura, poniendo los "juveniles" aparte. El libro que comento, "La isla de Bowen", fue Premio Nacional de literatura infantil y juvenil 2013 y Premio Edebé de Literatura Juvenil 2012 (Y Premio El Templo de las mil puertas), y para mí es apto para todas las edades. Muchas novelas calificadas así ("La historia interminable", La serie de Harry Potter, El Señor de los Anillos...) son novelas extraordinarias para leer tengas la edad que tengas. Más que de los años que uno tenga, para mí depende del talante de ese momento, de las circunstancias que uno esté pasando, y también del carácter del lector. Hace un par de años releí "Los hijos del Capitán Grant" y "La vuelta al mundo en 80 días" y volví a disfrutar con ellos. No se me ha pasado el arroz, me da.
      Me apunto el título, "La prestamista", a ver si también la leo.
      Un beso, Juan.

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