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Logotipo de "La Palma, isla viva" del artista palmero Facundo Fierro |
Hace años, cuando mis nietos volvían de visitar a su familia madrileña, casi siempre traían con ellos (seguramente por bromas que les hacían) una inquietud sobre la isla y la recurrencia a la frase "cuando explote el volcán", junto con consecuencias imaginadas sobre tan terrible realidad. Incluso Eva, la mayor, tenía un plan cuidadosamente apuntado para una "evacuación exprés": coger el hamster y el gato y salir como un rehilete con todos nosotros en el primer avión. Ni qué decir tiene -los niños necesitan seguridad- que yo siempre les dije que era una posibilidad muy remota y que nunca explotaría el volcán.
Les mentí. Sobre todo porque a lo largo de mi vida el volcán ha explotado con esta 4 veces en un entorno cercano. No el Teide, como ellos creían, pero sí sus primos hermanos.
El volcán explotó por primera vez en La Palma, cuando yo tenía un año, en el 49. Era el volcán de San Juan y mi abuela, que vivía entonces muy cerquita, escribió: “Ya creíamos que lo del volcán estaba terminado cuando apareció por Tigalate, rompió a soltar lava por el puente y cogió por el barranco. No causó ningún daño pues las autoridades, alarmadas, mandaron a todas las clases de vehículos a evacuar a la gente que podían traer por carretera. La otra, que quedó en el centro, fue traída por mar. Imagínate cómo estaría el pueblo. Empezó aquí abajo a caer una lluvia de arenilla (…) Ahora se secó por esa boca y volvió otra vez por Las Manchas, así que no sabemos en qué irá a parar esto…”. Pero yo no me enteré. El volcán vivió en mi vida, pero yo no en la suya.
El volcán volvió otra vez a explotar en La Palma hace 50 años en octubre del 71, cuando yo me casé. A los 15 días me fui de novelera con marido recién estrenado, hermana y alumnos a sobrecogerme con el ruido y a disfrutar del espectáculo. Pero fue un volcán bondadoso: explotó casi a la orilla del mar y lo que hizo fue ampliar la isla y crear una playa nueva.
Por tercera vez lo vi explotar en el Mar de las Calmas cuando fui de visita a El Hierro en el año 2011. Pero era un volcán submarino, un volcán de morondanga, y nos quedamos con las ganas de verlo salir a la superficie y crear una nueva isla.
Pero ahora sí, ahora este volcán de Cumbre Vieja ha explotado de verdad, como un monstruo furioso que arroja toda la rabia y energía que escondía en el centro de la Tierra, llevándose por delante casas, colegios, iglesias, bodegas, huertas, bosques, caminos... y las fuerzas y esperanzas de mucha gente. Y ellos, mis nietos, ahora sí que saben ya lo que pasa cuando explota un volcán.
Han visto a personas decidiendo en 15 minutos qué se llevarían de sus casas, qué hacer con toda su vida. ¿Dinero, joyas, papeles, ropa? ¿Un cuadro que te llenaba de placer contemplar? ¿Un libro preferido? ¿Fotos que les recuerden momentos felices?. Han visto incluso a más de uno decir: "Nada, no me llevo nada".
Se han emocionado por pura empatía con un poema sobre el desalojo (escrito por Jaime Quesada) que, entre otras cosas, dice: Ayer, antes de salir, / Nievitas hizo la cama, / y recogió los juguetes / de los nietos en la caja. / Dejamos todo en su sitio, / cerramos puertas, ventanas; / nos miramos a los ojos / para darnos esperanzas / de que habrá otros despertares, / otras nuevas madrugadas / aquí en nuestra habitación, / aquí en nuestra hermosa casa, / donde criamos seis hijos / y ahora hemos de abandonarla / porque un volcán impetuoso / nos amedrenta, amenaza / con destrozar nuestro pueblo / y sepultarlo en su lava...".
Cada día les ha traído una historia nueva: la afluencia de gente a golifiar y en realidad a entorpecer; la llegada de los Reyes y del Presidente del Gobierno; las nuevas bocas que se van abriendo; la búsqueda de animales para ponerlos a salvo; la suspensión de los vuelos; la solidaridad de la gente; la caída del campanario de Todoque; y muchas, muchas historias de pérdida y desolación. Y a través de ellas descubren cómo son los palmeros: gentes trabajadoras, sensibles a la belleza, cuidadosas con el entorno y, ahora que todo es barrido por la lava, valientes. No van a dejarse abatir y hay sitio para la esperanza.
En el periódico un agricultor palmero desalojado de su casa ya está haciendo planes y dice: "Cuando todo se enfríe... habría que levantar las casas, reponer las tuberías, volver a colocar la luz, replantar los cultivos...". El futuro es ahora "cuando todo se enfríe".