lunes, 16 de septiembre de 2024

Pa lo que hay que oír...



Me mandan esta semana uno de esos memes en el que alguien supuestamente de mi edad se percata de algunas amargas realidades: que todo está más lejos, que los peldaños de las escaleras son mucho más altos, que la ropa la hacen ahora más apretada, que la gente joven es más joven que cuando yo lo era y que la gente de nuestra edad es mucho más vieja que yo, que los espejos ya no son tan nítidos como antes... En fin, todo eso que acompaña al paso de los años y de lo que eres consciente cuando el futuro se te achica.

Y a ver, no digo que no sea verdad para algunos, pero creo que todos deberíamos fijarnos y emular a Clint Eastwood que acaba de cumplir 94 años y sigue  tan pimpante trabajando delante y detrás de las cámaras. Cuando el cantante de country Toby Keith le preguntó que qué hacía para seguir activo y brillante a su edad, le contestó: "Cuando me levanto todos los días, no dejo entrar al viejo". Con esa frase, "No dejes entrar al viejo en ti", Keith compuso una canción. Y esa canción debería acompañarnos cada vez que nos levantamos por la mañana y nos miramos al espejo. Deberíamos prescindir de ojeras, despelujes y arrugas y decirnos lo de: "¡Mecachis, qué joven soy!".

Eso sí, de la lista de cosas que nos mandaron hay un cambio en la realidad con el que estoy totalmente de acuerdo: que no sirve de nada pedirle a la gente que hable más claro y más alto, porque todos hablan ahora tan bajito que no se les entiende casi nada. ¿Se acuerdan de aquella canción que decía: "Ansiedad de tenerte en mis brazos musitando palabras de amor..."? Pues yo no sé si son palabras de amor, pero musitar, ya lo creo que musitan.

Luego, a los amigos bienintencionados que me dicen que por qué no me pruebo un audífono, les tengo que aclarar que yo no es que esté sorda sino que son los demás los que musitan, murmuran y hablan como si estuvieran en la iglesia. ¡Si hasta los fuegos del Cristo de la semana pasada que para mí en otros tiempos eran atronadores y que los he oído siempre desde mi casa, 8 km. más lejos, ahora que los presencié cerca (imagen inicial), musitaban y eran ruiditos suaves...!

Y como si el universo conspirara para hacerme creer que estoy sorda, encima me mandan cartas a casa diciéndome que vaya a hacerme pruebas de audífonos gratis y me fríen a propaganda en revistas y redes. ¡Pero si yo tengo la sensibilidad auditiva de un zorro del desierto, que según me han dicho oye a sus presas en sus madrigueras!

Y, además, pa lo que hay que oír...

lunes, 9 de septiembre de 2024

Dos viajes, dos mundos



Plaza Vieja de Praga

Decía Mark Twain que "para adquirir perspectivas amplias, cabales y compasivas sobre los seres humanos y las cosas, uno no puede vegetar en un rinconcito del mundo toda su vida". Siguiendo este sabio consejo, dos de mis nietos (David, el de 19 años, y Julia, de 11) aprovecharon que el mundo está más abierto que nunca, salieron a verlo y llegaron de sus viajes respectivos el mismo día, el 29 de agosto. Cada uno me contó al día siguiente su experiencia. Esto es por temas lo que yo apunté, según me lo contaban:

¿Dónde fuiste y para qué?

Julia: A la República Checa. Fuimos a conocer un país nuevo y a pasarlo bien.

David: A Venezuela, a un pueblito que se llama Mariara en el Estado de Carabobo. Fui a hacer un voluntariado, a ayudar y a compartir mi tiempo con niños y jóvenes, sobre todo.

¿Qué ciudades o pueblitos conociste?

Julia: Praga y pueblitos de alrededor: Olomouc, Pustevny y Ostrova.

David: Caracas, Maracay y Valencia. Y algunos pueblos: Tinaquillo, San Carlos, Chichiriviche y Puerto Cabello. Y Mariara, claro.

¿Qué impresión te causaron? ¿Qué te gustó más? ¿Qué te gustó menos?

Julia: De Praga, el reloj de la Torre con el esqueleto que te dice: "Vas a morir", la Catedral con un órgano de dos pisos, el amanecer en el Puente Carlos donde tocan trompetistas, el Castillo, el Callejón de Oro. En Olomouc había otro reloj y otra Catedral enorme. Lo que menos me gustó fue el viaje en avión  porque perdimos en Madrid la conexión con Praga y tuvimos que ir por Varsovia.

David: No vimos casi nada de las ciudades por las que pasamos. Eso sí, en cada una había una plaza con una estatua de Simón Bolívar. Mariara, que es donde estuvimos casi todo el tiempo, es un pueblito casi todo de chabolas. Venezuela es un país precioso y tiene paisajes espectaculares pero todo lo que ha hecho el hombre está deteriorado, feo. Hasta los hospitales están en mal estado: plantas abandonadas, ascensores sin funcionar, oxidadas las camillas y sucios los carritos, seguridad cada dos metros pero pocos enfermeros, sin aire acondicionado salvo en zonas puntuales. Los enfermos llevan hasta sus sábanas o un ventilador. Las refinerías están abandonadas y cada dos por tres hay una explosión. Esto con los cortes de luz y que no había agua desde hacía un mes es lo que más negativo me pareció. Bueno, y que una noche oímos tiros muy cerca. Lo más positivo es la gente: amable, muy cercana, como si te conociera de toda la vida. Lo que hace bonito al país es su gente.

¿Dónde se quedaban?

Julia: En Praga en un apartamento cerca de la Plaza de Wenceslao. En Olomouc, en otro, mi habitación tenía una alfombra con pelitos. En Pustevny, que era zona de montañas, en unas cabañas. Y lo mejor, el último día de vuelta a Praga nos quedamos en un botel, un hotel-barco sobre el río Moldava. De la ventana se veía todo Praga.

David: En las casas que la comunidad con la que fui tenía, casas muy sencillas, habitaciones compartidas, sin aire acondicionado.

¿Y los transportes?

Julia: ¡En Praga cogimos un carruaje de caballos! ¡Y fuimos en tren hasta Olomouc y los vagones eran como los de Harry Potter! Para los pueblitos alquilamos un coche.

David: Nos llevaron en los coches de la comunidad.

¿Había muchas tiendas?

Julia: ¡Sí, y preciosas! Había una boutique llena de patitos de goma. Había jugueterías. Y una tienda grande de golosinas en donde unos gnomos sacaban de una fábrica vagones llenos de caramelos.

David: Las tiendas que había eran familiares, no vi centros comerciales. Eran tiendas de productos locales. Había también muchos vendedores ambulantes en bicicletas, vendiendo de todo, chicha o frutas o hasta vías médicas, y helados en neveritas.

¿Y las comidas?

Julia: Muy bien. En la Plaza Vieja comimos codillos que se asaban en un puesto. También eran buenísimos los helados, como uno de fresa y yogur con un macaron de fresa o un trdelnik, que es como una pachanga hueca llena de helado. Y en Pustevny comimos dumpling, que son bolitas de papas y queso de cabra. Y estuvo muy bien el desayuno del botel: tostadas de jamón y queso, huevos revueltos con salchichas, uvas y sandía.

David: Comíamos sobre todo arepas y pollo. Pero también cachopos, cocosetes (barquillos rellenos de coco), dulces... y lo mejor el pabellón criollo (caraotas con carne mechada y arroz y plátanos fritos). Riquísimo.

Experiencias para recordar:

Julia: La bañera de hidromasaje del apartamento de Praga; subir en telesilla en Pustevny y pasar por un puente colgante entre las copas de los árboles en el sendero de Valaska; el Parque Landek y las minas de carbón en Ostrava; un concierto de jazz; una exposición de armaduras; la Fiesta de la Espuma que hicieron el Día del Bombero...

David: Los fuegos de campamento, las clases con juegos, manualidades y canciones con niños y jóvenes, repartir comida a los sin techo los domingos, las caminatas por la selva en el Jarillo, los cayos y las playas, la afinidad de los venezolanos con los canarios, una entrevista que nos hicieron por la radio, el tiempo compartido con el grupo que fuimos ...

¿Volverían?

Los dos: ¡¡¡Sí!!!

Dos viajes, dos mundos, dos formas de mirar. Dos formas de crear recuerdos... a los que viajar.


Barrio de Caracas


lunes, 2 de septiembre de 2024

El tema final del verano



Para cerrar el mes de agosto y oficialmente el verano (porque, como dice mi amigo Juancho, septiembre sí que está ya aquí mismo), no crean que el tema estrella de la última semana ha sido alguno de los que este verano ha destacado la prensa. Ni las elecciones de Estados Unidos, ni Gaza, ni Venezuela, ni Ucrania y Rusia, ni el debate sobre la inmigración, ni la Eurocopa, ni los Juegos Olímpicos... Nada de eso. Lo que ha ocupado la atención del personal esta semana final del verano ha sido que para ligar hay que ir de 7 a 8 al Mercadona, poner una piña boca abajo en el carro y, si ves a otro u otra igual que tú paseando la piña, chocar sutilmente tu carro con el suyo... y ¡zas! El amor.

Las redes se han llenado de gente que comenta, que va, que vuelve, que se está hinchando de comer piña tropical aunque le dé acidez. Hay periodistas por fuera de Mercadona a las 7,30 preguntándole a los clientes y hay quien sale diciendo que las piñas se han agotado (¿Valdrán en lata?, pregunta otro). Hasta mi admirada oliva_sinhache, la humorista gallega, se apunta al tema en Instagram  y se la ve hablando con la dueña de un supermercado: "Noemí, ¿viste la moda que hay ahora de ir a ligar al supermercado?" -"Sí que la vi, sí" -"La gente no tiene vergüenza, algunos parece que están desesperados" -"Mira, llevas dos horas en la tienda. ¿Vas a comprar algo o vienes solo a pasear la piña?", le espeta la dueña.

Hay quien ve en todo esto la mejor maniobra de publicidad de Mercadona sin gastarse un euro. Y hay otros comercios que se apuntan a lo mismo. Leo en Facebook: "No tenemos pasillo del amor ni carritos chocando pero en Frutos el Riego tenemos Piña para enamorar de verdad y a la vez apoyas el comercio local de Zamora. Eso sí que es hacer un match". Me gustó también la reacción de Hiperdino que dice que, como en Canarias es una hora antes, la hora del ligue es de 6 a 7 y que, en lugar de una piña, ellos recomiendan una manilla de plátanos por aquello de la canariedad.

Ha sido la cosa tan apabullante que hasta El País pone un artículo firmado por Eva Güimil titulado "Enamorarse en el pasillo de los congelados" donde cuentan que el origen está en un vídeo de TikTok en el que la humorista Vivy Lin y su amiga Carla Alarcón explican que "al igual que los bares tienen una hora feliz, Mercadona tiene una hora para ligar". Lo llaman "El Tínder de Hacendado".

¡Cómo ha cambiado el cuento, Caperucita! En nuestros tiempos, sí, había unas horas para ligar (después del cine de los domingos) y unos sitios determinados (La Rambla, la Avenida de Anaga...), en donde paseábamos dando vueltas y esperábamos que ÉL se acercara a nuestra vera. Pero eran sitios mucho más románticos, con sus arboledas y su proximidad al mar, que el puesto de frutas y verduras o la pescadería de un supermercado.

Lo único bueno de todo esto es que, con todo el desbarajuste que hay en el mundo, es reconfortante ver que el ser humano no ha perdido las ganas de un buen vacilón, qué rico vacilón. Feliz fin de verano.

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