El viernes por la noche, sobre las 9 y pico, se nos fue la luz. Estábamos viendo mi marido y yo la película Su juego favorito (ya saben, aquella de Rock Hudson en la que él, una autoridad en pesca con libros publicados y todo, confiesa que no ha pescado en su vida), cuando de repente la tele y la casa entera se quedaron completamente a oscuras. Y, al mirar por la ventana, tampoco tenían luz las casas de alrededor ni el pueblo allá en la carretera, solo iluminado por los faros de los pocos coches que pasaban.
Cuando ocurren estas cosas, la primera reacción es clamar, como Goethe en sus últimas palabras, lo de "¡Luz!¡Más luz!". Y, por supuesto, la segunda es buscar en la despensa el surtido de palmatorias, velas y linternas que una siempre guarda por si acaso.
La electricidad es algo tan natural en nuestras vidas que lo damos por hecho. Es el Dios contemporáneo, siempre presente, brindándonos no solo luz y calor, sino también comunicación con los demás (descubrí con horror que mi móvil cuando se fue la luz solo tenía 6% de batería), imágenes, distracción, protección. Pero todos nosotros, los mayores, recordamos tiempos en que no era tan normal y segura, sobre todo en los pueblos. Son recuerdos de mi niñez el cenar, en los veranos de Los Realejos, muchas veces a la luz de un quinqué; ver en Los Sauces a la gente bajando por La Calzada con linternas cuando venían de la fiesta en la Plaza y, en las calles mal iluminadas, los cigarrillos encendidos y el resplandor trémulo de una vela tras las ventanas. Y, más tarde, en el 82, la primera vez que fui a La Graciosa, la luz tampoco estaba asegurada. Había un motor que se apagaba puntualmente a las 12 de la noche y todos los que a esa hora estábamos sentados a la fresca en El Palo (un tronco que el mar había traído y que servía de banco) nos quedábamos a la luz de las estrellas y de alguna linterna ocasional.
No, la luz no es algo sobreentendido en nosotros. Por eso nos asombra en los animales y organismos que la poseen de un modo congénito: en el plancton que resplandece en algunas bahías del Caribe; en los chispazos de luz verdosa que se apagan y encienden en los bosques de Indonesia; en los escarabajos ciegos que viven allá, en lo más profundo de la oscuridad, pero que tienen en las cabezas unas puntas redondas, rojas y brillantes; en las medusas transparentes que irradian luz; en las luciérnagas que, al principio del verano, iluminan los bosques; en los corales submarinos que resplandecen como altares de oro; en las criaturas marinas microscópicas que captan la luz del sol y la emiten de noche... Nos maravilla que en ellos sea algo tan propio y natural (la bioluminiscencia la llaman) que no tengan que pagar por ello, como nosotros. Y nos frustran los apagones que sufrimos porque nos recuerdan que somos dependientes y que en cualquier momentos podemos perder lo conseguido.
Al final, no ocurrió como en aquella frase, tan bella y sugerente; de George Elliot en Middlemarch: "Finalmente, la luz de la mañana apagó la luz de las velas". No, en nuestro caso estas se apagaron cuando se gastó la cera una hora después y la luz volvió a las 12 de la noche, cuando yo ya me había dormido. Tuve que levantarme para ir apagando la tele y todo lo que había dejado encendido.
Después, cuando volví a la cama y ya iba cogiendo el sueño otra vez, me vino a la mente, no sé por qué, la frase de Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas, que, curioso y asombrado, escribió: "Me gustaría saber cómo es la luz de una vela cuando está apagada".
Nosotras, nuestra generación, todavía valora la luz como algo inusitado, por haber vivido esos principios que tan bien recuerdas de esa luz en los pueblos...en Ycod teníamos un motor , pero los que vivían cerca, creo que debian odiar la luz con aquel ruidoso motor que, un poco lejos se soportaba...pero así y todo, preferimos el ruido que la oscuridad...
ResponderEliminar¡Un preciosos relato, Isabel!
Pienso que el ser humano se acostumbra a todo. Mi amiga Cae vivía al lado de la Refinería con un ruido perpetuo y, cuando yo me quedaba en su casa, le decía: "Pero ¿cómo lo aguantas?" y ella siempre me respondía: "Yo no lo oigo".
EliminarY tienes razón, los que vivimos tiempos de penumbras, pensamos que la luz es un regalo preciado. Yo en casa no soporto las bombillas mortecinas. ¡Luz, más luz!
Muchas gracias por tus palabras y por estar cerquita.
¿¿¿Y por qué será lo de "dar a luz"?
ResponderEliminarSegún San Google (que una no es una enciclopedia andante), los primeros que usaron esa expresión fueron escritores cristianos en textos eclesiásticos en el año 1628 hablando del nacimiento de Cristo. Tiene el mismo significado que parir, pero este término nos igualaría con los animales. Ellos no dan a luz, que es un término más racional, más "romántico", más espiritual. Y en el acto de nacer se pasa realmente de la oscuridad del vientre materno a la luz exterior. Por algo también a este hecho se le llama alumbramiento.
EliminarHola, Isabel!!
ResponderEliminarGracias por tu escrito.Muy interesante reflexionar sobre algo a lo q no damos importancia sino cuando nos abandona... cuántas ventajas y seguridad nos da la luz eléctrica...
Imaginas lo q será para los marinos en el océano, q es terriblemente oscuro por la noche, ver la luz de un faro?O las luces de las poblaciones costeras? Es la esperanza para sentirse a salvo...
Un abrazo y feliz semana.😘😘😘
Cuánta razón tienes. Damos por hecho tantas cosas... La salud, el amor, las comodidades de la vida... Solo cuando las perdemos, nos damos cuenta de que formaban parte de nosotros y que sin ellas nos vemos perdidos..
EliminarLa imagen que has evocado, la de los marinos en la oscuridad de una noche oceánica, tiene mucha fuerza y nos impacta. Más todavía cuando la trasladamos a los que salen en cayucos sin protección ninguna y muertos de miedo. Las luces de faros y de pueblitos en la noche los confortan seguro.
Otro abrazo para ti. Feliz semana.
Me has recordado que tengo que comprar un camping gas, para posibles apagones y, al menos, pueda una echarse un café...Besos, Isa.
ResponderEliminarHágase la luz, coño!!!, dijo mi suegro después de un apagón de dos horas... y vino inmediatamente. La alegría fue tal que brindamos con güisqui.
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