Mis mañanas ahora se dividen en mañanas de diligencias y mañanas de relax. Y, a veces, en una mezcla de las dos. Hoy, por ejemplo, que llovió temprano, la mañana
se ha quedado fresca y soleada. Doy un paseo, mientras resuelvo cosas, por las
calles peatonales de La Laguna.
Me encuentro a una tía mía que me cuenta que lleva un mes en obras en su casa
con lo que esto conlleva: desayuno y comida en casa de sus hijas, cena y dormir
entre escombros y el resto del tiempo cerrar los ojos y decir en plan lorquiano
“que no quiero verlo”.
Entro en el banco a cancelar una cuenta (37 euros) de mi padre, que murió
hace 3 años. Le pregunto qué es lo que tengo que hacer a una empleada que pasa y
me dice, airadamente, que una cuenta no se cancela así como así, que hacen falta
la tira de papeles y no los dos que yo llevo (testamento y certificado de
defunción) y que espere a que me pueda atender. Me siento, obediente. En esto se
queda otro empleado libre y me lo resuelve en un pispás con una sonrisa. Le digo
que lleva una corbata muy bonita y le alegro el día.
Me siento a tomar un café en una terraza de la calle Herradores con un
compañero, también jubilado, que se está dedicando al teatro. Hablamos de lo que
me gustó su última obra.
Pasa por allí una exalumna suya y nos cuenta que viene de una entrevista de
trabajo para camarera y que le han ofrecido por trabajar de la mañana a la noche
200 euros al mes.
Entro en la joyería de Mai, que siempre te recibe con una sonrisa en los
labios, a comprar unos zarcillos para una amiga. Hablamos de sacar copias de
unas fotos que nos hicieron a las dos de pequeñas en un cumpleaños. Nos reímos
recordando viejos tiempos.
Conozco entonces a una lectora de este blog. Es encantadora y tiene un hijo
de un mes que protesta por estar quieto. A él le encanta pasear y moverse. Le
digo que a mí también. Después de hablar un rato y ver que compartimos
conocidos, llegamos a lo de que el mundo es un pañuelo.
La madre y la hermana de un amigo se paran y me cuentan que vienen de
revisión del traumatólogo, una por una rodilla y la otra por una muñeca. Por
esas casualidades, al rato me llama mi amigo y me dice que se ha caído de una
escalera de mano y se ha dislocado el hombro.
Voy a buscar unos papeles al notario. El marido de mi prima, que trabaja
allí, me enseña con arrobo las fotos, preciosas, de los 14 perros que tiene en
su finca.
Dos alumnas del año pasado me dan un beso rápido, mientras se van a la
biblioteca a preparar la PAU.
Voy a la librería y me entretengo un rato hablando con Beatriz, mi librera
favorita, sobre los últimos libros que hemos leído. Salgo con tres para regalar
y con uno para mí que ya tengo ganas de abrir.
A veces una mañana en La Laguna supone encontrar una historia en cualquier
esquina.
A veces un simple paseo puede convertirse en un viaje por el río de la vida.
Durante un rato he paseado contigo, gracias.
ResponderEliminarPero eso sólo ocurre en La Laguna donde ten la seguridad de que hay un nodo espacio-temporal que nos absorbe a todos y del que es muy difícil salir. Y si sales y te vas, algo de ti queda atrapado para siempre en sus calles, esperándote hasta que vuelvas a recogerlo, momento en el que se te vuelve a quedar algo atrás y así hasta el infinito...
ResponderEliminarComo decía María Rosa Alonso, "La Laguna es un amor que dura toda la vida". Muchos de los estudiantes de otras islas, que venían a estudiar aquí en los tiempos de una sola Universidad, han dejado también algo de ellos en sus calles y la cantan con nostalgia: "Cuántas veces mi guitarra se perdió por La Laguna serenatiando a tu luna... Cuántas veces la alborada sorprendió nuestro camino ebrios de amor y de vino... Cuántas perritas de vino...". Lo cantó Braulio y lo sentimos todos los que amamos La Laguna.
ResponderEliminarDomingo, gracias a ti por acompañarme en ese paseo. Lo hice hace 4 años, pero ayer mismo, por la mañana, estuve haciendo un paseo similar: la exposición de fotografías "La Laguna 100x100", montada por nuestro amigo Pepe Damas, con 100 fotos hechas por 100 autores sobre nuestra ciudad -una preciosidad que nos hace ver 100 aspectos diferentes de lo tantas veces visto- y luego, un aperitivo con dos amigas en una tasquita recién abierta por unos exalumnos míos ¡Hay que ver también la vida de tascas, restaurantes, bares, cafeterías y hasta guachinches que tiene La Laguna!
ResponderEliminar(Hace 4 años)
ResponderEliminarVivir en La Laguna es eso: salir un día a hacer gestiones y tardar tres horas en recorrer dos calles, parándote a cada paso a saludar. A mí me ha pasado encontrarme en una esquina de La Carrera cantando con dos amigos "Campanitas que vais repicando" completa en Navidad, o parar a saludar a una persona y terminar formando un grupo de gente saludándose entre sí. Por La Laguna hay que salir sin prisas, como hacía Adrián Alemán.
Sagitta, yo nunca digo a qué hora voy a volver cuando voy a La Laguna. Siempre le decía a mis alumnos, al explicar los diálogos de Platón (vivos, llenos de gente que pasa y se detiene a hablar con Sócrates de lo divino y lo humano) que el ágora de Atenas tenía que ser como esa esquina de La Carrera, enfrente de la Catedral. Adrián, al que me encontré muchas veces paseando como un caballero y observando las cosas con su mirada lúcida, lo sabía muy bien.
ResponderEliminarCuando era adolescente, me desesperaba ese ir y devenir tuyo, ese pararse en cada esquina a hablar con todo el mundo. Con ese forma de vivir febril de la adolescencia, no apreciaba el encanto de disfrutar pausadamente de cada minuto de vida. Y de regodearse, como hace Sagitta en los verodes que crecen en esas casas antiguas de La Laguna. Lo bueno es que los años cambian a la gente, en otras cosas aparte de en las arrugas.
ResponderEliminarEso es, hija, el encanto de la madurez. A todos nos ha pasado el pasar por la vida a todo correr con ganas de devorar el futuro, pero siempre hay un tiempo en que te paras y quieres ver vivir el hoy intensamente y ver realmente pasar la vida. Nosotros no duramos, a lo mejor, tanto como los verodes que retrata Sagitta, ni por supuesto como las casas antiguas, pero participamos igual que ellos en la vida de la ciudad.
ResponderEliminar(Hace 4 años)
ResponderEliminarPues sí, querida Jane. Así es el río de la vida. Unas veces, tortuoso y con obstáculos que tratamos de salvar de la mejor manera. Otras, con pequeños o grandes saltos en nuestra rutina diaria y para los que hay que prepararse y, otras muchas, con aguas que transcurren plácidamente y que suponen remansos de paz.
Entre esas piedras que podemos encontrarnos, están las de aquellos que parece que disfrutan poniéndolas en nuestro camino y, por contra, los remansos nos los dan los que tratan de quitárnoslas. La cuestión está en agradecérselo a estos últimos y en rogar a los dioses que no volvamos a coincidir con los primeros.
Suerte, pues, y paciencia, mucha paciencia, y que, a pesar de todo, sigas remando por ese río con la gracia y elegancia que te caracterizan.
Sí, Cehachebé, estoy mucho más de acuerdo con tu visión de la vida que con la de Macbeth: "La vida es una historia contada por un idiota, llena de ruido y furia, que nada significa". Seguramente Shakespeare no tuvo oportunidad de darse una vueltita una mañana fresca y clara por las calles peatonales de La Laguna.
ResponderEliminarJane, qué bien describes lo que es abrir la puerta de tu casa en La Laguna y salir a la calle...Cuando salgo a caminar, por aquello de que se me muevan las neuronas y no me quede tonto de tanto estar en casa, suelo ir ligerito y no saludo sino con un "hasta luego" poco sentido, me confieso. Yo sé que si me detengo un segundo ,estando en La Laguna, me envolverá un yo no sé qué que tiene ella que( ¡Jesús, bien de ques!), si me descuido parezco el alcalde en época de querer que le voten. Otra cosa muy distinta es salir a dar una vuelta por esas calles peatonales, de las que tanta gente protestaba y ahora no podrían vivir sin ellas.Caminas, te paras , miras aquí y saludas allá.Exactamente igual que mi hermano Paco quien, desde que se mudó a La Laguna desde Santa Cruz, disfruta de una segunda vida en su vida primera, con lo que quiero decir que es doblemente rico su existir. Salir con él es saludar a todo el mundo, pero parándose, no como yo, que soy mas inquieto, medio arisco,diría yo. Paco tiene muchos y diversos amigos ,que yo creo que le echaban de menos hasta que decidió venirse a vivir a la vega lagunera. Todo para él es digno de celebración, supongo yo que pensando : " no vaya a ser que después no quede tiempo", en lo que le doy la razón. Así que, por su casa pasan amigos, alumnos, profesores, parranderos -muchos- hermanos, primos y demás familiares. Se monta una fiesta o una simple tertulia en lo que canta un gallo. Y venga a cantar y a reir. Una chuleta por aquí, un vaso de vino por allá...Es el espíritu lagunero en su quinta esencia. Yo creo, Jane, que tú eres, y de eso no cabe la menor duda, lagunera pero...LAGUNERA.
ResponderEliminarGracias, Miguel, es de las cosas más bonitas que me han dicho últimamente. Nací en La Laguna, en la calle de Herradores (una de esas peatonales, por cierto), y me siento lagunera aunque casi nunca he vivido en La Laguna, pero allí he trabajado, paseado y disfrutado de la vida. Tienes razón, es un lugar especial y es mi ciudad.
ResponderEliminarPor cierto, como buena lagunera, yo también conozco (aunque poco) a tu hermano Paco.
Que alegría Jane, saber que se está vivo y sobre todo sentirse vivo...
ResponderEliminarun alegría inmensa leerte
un beso grande
Tienes razón, Capi, sentirse vivo y compartir experiencias merece la pena. Gracias y otro beso muy grande para ti.
ResponderEliminarAmar y fluir con la existencia...
ResponderEliminarSí, Araceli, amar, pero también sentir, gozar, entristecerse, reír, llorar, mirar, enrabietarse, hacer el ridículo, asombrarse... todo eso, y más, fluye en el río de la vida. Y qué suerte ser parte de todo.
ResponderEliminarA los chicharreros nos han regalado el tranvía; nos subimos desabrigados y nos apeamos arropándonos. Cambio de paisaje y se nos muda el semblante. Paseo, tapa, chatito, y en ocasiones charla con algún conocido que optó por similar descanso. Y, pronto nos percatamos que debemos regresar. Siempre nos queda el recuerdo y la ilusión de volver.
ResponderEliminarA veces mis amigos chicharreros me dicen lo mismo, cuando de repente digo "¡Qué poca gente hay por las calles!": "Todos están en La Laguna". Yo ya me acostumbré al abrigo (Buenas noches laguneras, noches de niebla y de frío...) y, cuando bajo a Santa Cruz, hasta me sofoco como una esperancera. Pero es bueno estar tan cerquita (bendito tranvía) y disfrutar de las dos ciudades.
ResponderEliminarComo lagunera de muchas generaciones atrás, doy las gracias por tan bellas descripciones de mi ciudad de los Adelantados. Allí nací, disfruté mi juventud, estudié y trabajé hasta mi jubilación. Pero vivo desde hace tiempo en Santa Cruz, sin perder de vista mi Laguna, a la que sigo yendo casi todos los días, por motivos que ahora no vienen a cuento. Pero sí cuento todo esto, porque quiero confesarles que me encanta Santa Cruz, porque he descubierto la parte positiva de no ser conocida y moverme por muchos sitios sin sentirme observada pero, sobre todo, he descubierto en mis rutas camineras, la antigua relación de amor que mantengo con el mar, ese mar azul cobalto que mi retina conserva desde cuando, de niña, al bajar a Santa Cruz, atisbaba nada más empezar el Barrio Nuevo y mis ojos se impregnaban de tan espectacular visión (algo parecido me ocurría cuando íbamos a Bajamar y, al llegar a Tejina, vislumbrábamos entre plátanos y pimenteras ese mismo mar), pues bien,sigo asombrándome de tener tan cerca el agua, todos los días, tan cambiante, tan misteriosa, tan...azul cobalto, o ultramar, o gris plomo,o brillante con puntitos como polvo de estrellas, cuando brilla el sol a mediodía o misteriosa, casi negra, cuando ya la luz de la luna es quien la ilumina. Bueno, y no he contado los amaneceres que me he gozado cuando todavía madrugaba... Ese sol saliendo por el horizonte sobre el mar, reflejando sus colores...
ResponderEliminarDe verdad, todo lo que tiene de bonita, agradable e interesante La Laguna, lo tiene Santa Cruz sólo con tener el mar... vivifica.
Me gusta mucho tu comentario, Bon Vivant, porque mi corazón también pertenece a las dos ciudades. Nací en La Laguna pero a los 2 años nos fuimos a Santa Cruz y allí fue mi niñez y mi juventud. Pero, cuando me vine a vivir a Tegueste, pedí traslado a La Laguna desde el Instituto en que estaba en Santa Cruz y allí he trabajado durante 30 años. Me encantan los paseos por La Laguna, pero muchas veces también camino con calma por la Rambla y el Parque y me siento en casa. Y, por supuesto, el mar y el amor al mar está siempre presente en todos nosotros ¡Qué bueno vivir en una isla!
ResponderEliminarA veces pienso en mis padres cuando laguneo, y me duele que no hayan conocido este resurgir, aunque, qué demonios, también rabio por no haber conocido la Laguna de sus amores...Un saludito amiga
ResponderEliminarMiguel, me gusta ese verbo, "lagunear". Me da que lo voy a usar a menudo.
ResponderEliminarConsuélate pensando que cada época tiene su encanto. La madre de una amiga, que es tan mayor como lo serían ahora nuestros padres, cuando lagunea (¿ves? ya lo empiezo a usar), sobre todo ve lo de antes ("aquí estuvo una zapatería, aquí la tienda de fulanito...") y se fija menos en lo de ahora. Somos, lo queramos o no, hijos de nuestro tiempo.
Hola, siempre es un gustazo leer tus escritos. Me gusta mucho La Laguna
ResponderEliminarA mí también, Araceli. A ver si nos vemos callejeando un día de estos. O, como diría Miguel, laguneando. Un beso.
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