Mis primeros primeros días de clase los recuerdo envueltos en el olor a cuero
nuevo de un maletón beig que llevaba, a lápices sin estrenar y a libros recién
salidos del horno. El primero de todos, a los 6 años, ya mi madre me había
enseñado desde los 3 a leer y a escribir y no fui insegura, como mi hermano, más
pequeño, que se pegó una llantina a la puerta del colegio, aullando “que yo no
sé ni la ‘o’”.
No me veo en ese momento con angustia sino con curiosidad, aunque sí recuerdo
la timidez que te inspira la mirada de los demás. No sé por qué, el primer día
fui cuando ya las clases habían comenzado y llegué con mi uniforme nuevo, un
horror negro con cuatro botones en el peto. Mi madre, supongo que por aquello de
más vale que sobre que no que falte, me había cosido 6 (entonces las madres
hacían los uniformes) y lo primero que oí de mis compañeras fue a una que le
dijo a la monja: “Madre, esa niña nueva lleva 6 botones”. ¡6 botones nada menos!
Ese día aprendí que lo primero que te quiere inculcar la sociedad es a no ser
diferente.
Cuando fui madre, los primeros días de clase sí que fueron angustiosos para
mí. Ves a tus hijos, tan pequeñitos, soltándose de tu mano y mirando hacia atrás
como diciendo: “Pero, ¿será posible? ¿Me vas a dejar aquí, so desalmada?”. El
nudo que se te pone en el corazón no se te quita hasta que un día ellos te
dicen, mirándote pegada a la puerta del colegio: “Mamá, ¿tú no te tienes que ir
ya?”.
De profe, los primeros días de clase fueron siempre, incluso hasta el último
primer día de clase, hace ya 2 años, de nerviosismo. Estás actuando ante 30 y
pico personas que no te conocen y a las que no conoces. Debes demostrar que
dominas la situación y que, si te pasa como una vez a mí, siendo una profe
novata, el que un alumno saque un bocata de chorizo y se ponga a comerlo
tranquilamente, sabrás ponerlo en su sitio para el resto del curso y no pedirle
una mordidita, colega. Los profes son los profes y los alumnos, los alumnos.
Pero también el primer día de clase, mientras te presentas y pasas lista
procurando memorizar todos los nombres (Yaiza, Verónica, Elena, Daniel, Antonio,
Ana, Óscar…) para desde ese primer día llamarlos y hablar con ellos, notas que
los nervios desaparecen y los miras y ves delante a personas con las que vas a
convivir un curso entero. Sabes que hablarás con ellos de mil temas, de la vida
y de la muerte o de la posibilidad de ser felices y libres. Hablarás, además, de
otras personas que, igual que ellos, se han hecho preguntas, y de las
respuestas. Y sabes, también, ya desde el primer día, que los querrás y que
muchos de ellos, tan iguales en ese momento y tan diferentes después, te
enseñarán a ti también algo más del mundo en que vives.
El primer día de clase podría ser, como en “Casablanca”, el comienzo de una
gran amistad. Pero lo que es seguro es que siempre es el comienzo de algo
grande.
(Hace 4 años)
ResponderEliminarMi primer día de clase como alumna, sí que lo recordaré siempre, porque fue bien entrado el curso, en Enero. Tenía 10 años y fue en el Ingreso de aquellos tiempos. Iba de calle, con un abrigo color piel de camello y, del uniforme, sólo los zapatos, porque la costurera a la que mi madre se lo encargó, aún no lo había acabado. Entré en el aula a media mañana, acompañada de mi madre y una monja del Colegio que me presentó al grupo de la clase. Cuando ellas se fueron, se acercó inmediatamente una de las alumnas, que, enseguida, me dijo cómo se llamaba y me llevó hasta el resto de las compañeras para que las fuera conociendo.
Nunca olvidaré aquel nombre ni aquel gesto. Se llamaba Isabel y, aún hoy, sigue siendo una de mis compañeras y amigas del alma, porque supo acogerme e integrarme, de un modo muy natural y afable cuando yo llegaba llena de miedo, a un mundo muy nuevo para mí y donde no conocía a nadie. Siempre le estaré muy agradecida.
Como colega tuya, querida Jane, cuando el curso empezaba sentía lo mismo que tú: nerviosismo y, además, ilusión y curiosidad por lo que depararía la vuelta a clase. Pero, qué te voy a contar que tú ya no sepas y hayas contado tan bien como siempre. Para escribir más de un libro tendríamos, ¿verdad?...
Querida Cehachebé:
ResponderEliminarLa verdad es que si no me lo llegas a contar tú, yo olvidé completamente el modo en que te conocí. Pero sé que a partir de aquel momento has formado parte de mi vida y sabes que, como diría Benedetti, compañera, usted sabe que puede contar conmigo.
Y tienes razón, se podría hacer un libro con empezares de clase.
Un abrazo.
¿Qué hiciste cuando aquel alumno sacó el bocata de chorizo y empezó a comer? Intrigada me hallo.
ResponderEliminarEmpecé a dar clase (de filosofía) con 22 años, 5 más que mis alumnos de COU. Entonces se fumaba en clase (alumnos y profesores), imagínate. Cuando el alumno sacó el bocata, paré la clase y rugí: "¡¡En clase no se come!!". Él me preguntó entonces: "¿Y fumar?". "¡¡Tampoco!!". Aunque yo nunca he fumado, no tenía intención de prohibirlo pero me lo puso en bandeja. Se quedó hecho polvo él y el resto de la clase y cogí fama de profe dura que no permitía ni fumar. Después de eso y de estar un par de semanas con cara de sargento de infantería, ya me pude relajar y recuerdo ese curso como uno de los más participativos y agradables. Eso sí, el del bocata no tugió ni mugió el resto del curso.
ResponderEliminarDe mi primer día de colegio no tengo más recuerdo que una manzana (¿O era una fresa?) colgada en el baby que me identificaba como perteneciente a mi curso. Siento no recordar tu cara de angustia.
ResponderEliminarEs el consuelo que me queda como madre, porque las dos veces me he ido llorando a lágrima viva del colegio. Y ellos tan frescos...
Si, hija, eso es lo que pasa. Tú te vuelves loca pensando en lo que te estarán echando de menos y ellos, a su bola, liberados totalmente de tutelas maternales. Y así tiene que ser, es el primer paso al que seguirán muchos otros, y cuando menos te lo pienses, están en Madrid haciendo el MIR.
ResponderEliminar(Hace 4 años)
ResponderEliminarLo que sí recuerdo, Jane, es el primer día de guardería e mi hijo en la Caracas de los años setenta. Lloraba como un descosido agarrado a las rejas de la guardería en Los Palos Grandes de Caracas. Pero no había otra posibilidad, trabajando como trabajábamos tanto su madre como yo. Después no enteramos que había un "turco" que le pegaba y pegaba, y le empujaba contra la reja. Con el paso del tiempo lo mandamos con su abuela materna a Upata , en el Estado Bolivar ,al sur de Venezuela. Allí también sintió la lejanía de sus padres. Para mí que siempre quedó marcado el muchacho y...tanto es así , que sólo logré desprenderme de su cariño cuando le hice entrar en razones, ya en los treinta de él, para que abandonara el hogar...de una vez. Así, que cuidado con esos primeros días de colegio , que pueden marcar como un hierro...
Eso también es mala pata, Miguel. Yo también me acuerdo del año en que a mi marido lo destinaron a Las Palmas después de ganar la oposición. Las despedidas los domingos por la noche eran como las de Marco a su madre: desgarradoras y poco menos que diciéndole el "¡No te vayas, papá!". Recuerdo ese curso como un horror, porque, además, yo era jefa de estudios, y tuve que dejarlos en comedor en el colegio. Sin embargo, de trauma, nada de nada, ahí los ves tan panchos. Y se independizaron al mismo tiempo los dos, antes de los 30.
ResponderEliminar(Hace 4 años)
ResponderEliminarDespués de unos días sin leer tu blog, hoy he recordado mi primer día de colegio: con baby blanco sobre el mismo uniforme de cuatro botones en el peto y una boina negra con dos trenzas largas......No conocía a nadie y tenía cara de asustada, estoy segura. Aquella misma mañana, en el recreo, hice amigas y algunas seguimos siendolo. Fue una suerte para mi que mis padres hicieran aquel gran esfuerzo para que yo pudiera estudiar....mis hermanos mucho mayores que yo no pudieron hacerlo.
Mi primer día de universidad fue duro para mi. Eramos sólo seis chicas y el resto , hasta 82, eran chicos....Yo venía del colegio de monjas (sólo niñas). Salí airosa como pude....y allí conocí a mi marido.....
Mi primer día como maestra con 44 niñas fue inolvidable, lleno de nerviosismo...pero muy feliz. Enseñe a leer y a escribir a todas ....y hoy día mantengo amistad con algunas de ellas. Recuerdo sus nombres, sus caras en su primer día de clase maravilloso.
Gracias por hacerme recordar tantos momentos tan especiales para mi.
Qué bien, Luisa, fuimos dominicas las dos, aunque supongo que en distinto colegio.
ResponderEliminarLas niñas del colegio me han acompañado toda la vida y hoy con los guasap estamos como en el patio del colegio, todo el día alegando. Nos solemos ver con frecuencia y sabemos que podemos contar las unas con las otras. El mes pasado fuimos a ver el Museo del Hombre y a comer allí, hemos acompañado a una de las amigas en su duelo por su marido y la semana que viene iremos a la casa de otra amiga en la playa a bañarnos, comer en la playa y a seguir alegando. Para mí es un privilegio tenerlas.
Mi primer día como profesora fue en un colegio en Madrid con 12 niñas únicamente. Todavía recuerdo sus nombres y sus caritas. Me convencí entonces de que aquello era lo mío. Maravillosa profesión la nuestra, Luisa.